23 de marzo de 9527 a. C.

Bethany aferró el collar de Dynatos mientras el perro la conducía hasta la zona de entrenamiento donde sabía que Estigio estaría con Galen. En cuanto llegaron, escuchó el sonido de las espadas al golpear los escudos, así como las pullas bienintencionadas que se dedicaban los hombres por sus habilidades.

—Pegas como una vieja.

—Yo al menos soy viejo. ¿Qué excusa tienes tú, muchacho?

Dynatos ladró antes de soltarse de su mano y correr hacia ellos. A Bethany se le paró el corazón.

—¡Dyna!

Escuchó que el perro atacaba. Galen soltó una palabrota y siseó mientras que la voz de Estigio se imponía a los ladridos del perro.

—¡Quieto, Dyna, quieto! —rugió.

De repente, Estigio se colocó junto a ella, llevando al perro consigo.

—A tu perro no le gusta que Galen me pegue.

—A mí no me gusta que Galen te pegue.

Estigio le dio un beso fugaz en los labios mientras Dynatos se colocaba entre ellos, aunque no soltó el collar del perro en ningún momento para evitar que volviera a atacar a Galen.

Bethany enterró una mano en el pelo empapado de Estigio e hizo una mueca.

—¡Qué asco! ¡Estás chorreando de sudor!

—No te quejas de mi sudor cuando estamos desnudos y a solas.

—No hueles como el culo de tu caballo cuando estamos desnudos y a solas.

Estigio se echó a reír.

—Al menos no me has dicho que soy una vieja.

—Buenos días, Bethany.

Ella sonrió al escuchar que Galen se acercaba a ellos desde un lado.

—Hola, Galen.

—¿Quieres que guarde tu xiphos y tu hoplon?

Bethany impidió que Estigio se los diera.

—La verdad es que he venido para escuchar cómo entrenáis. No quiero interrumpiros. Os prometo que no dejaré que Dyna entre en la arena.

Galen resopló.

—A juzgar por la cara de bobo que ha puesto Estigio, estoy seguro de que ahora será peor oponente que de costumbre.

Estigio soltó una carcajada fingida.

—Gracias por hacerme quedar como un héroe delante de mi mujer, Galen. Al menos podrías mentirle y decirle lo valiente que soy.

—Tanto como un león… recién nacido. Ruges mucho, pero tienes unos dientecillos minúsculos para morder.

Bethany se echó a reír al escuchar las pullas y después le dio un beso a Estigio en la mejilla.

—Sé lo valiente que eres, cariño.

Estigio le dio el escudo a Galen y le guiñó un ojo.

—Creo que le daré un respiro al viejo antes de que se caiga de cansancio.

—No le hagas caso. Quiere proteger su dignidad, Bethany. Voy a guardar esto para no avergonzarlo más con sus ínfimas habilidades. Buenos días.

Estigio la cogió de la mano y la condujo a su vestuario.

—¿Pasa algo?

—¿Por qué lo preguntas?

—Nunca vienes a este lugar y se supone que teníamos que vernos dentro de un par de horas en la cabaña.

—Cierto… pero no podía esperar.

—¿Y eso? —Estigio le soltó la mano y comenzó a desvestirse.

Ella extendió los brazos y se movió de un lado a otro.

—¿No me notas nada distinto?

Se le puso dura al punto al ver sus movimientos juguetones, que le recordaron a una de sus sensuales danzas egipcias.

—¿Que estás más guapa que la última vez que te vi?

Bethany sonrió.

—Te quiero pero… no. Inténtalo otra vez.

Estigio frunció el ceño mientras trataba de descubrir el supuesto cambio. Llevaba el pelo rizado ese día, pero era algo que solía hacer a menudo, y lucía la misma diadema de oro que usaba cuando se recogía el pelo en la coronilla. Se había puesto pendientes, algo que no era habitual, pero ya los había visto antes. Alguien le había pintado los ojos con kohl, pero era normal que usara cosméticos egipcios. Su piel era tan luminosa como de costumbre. Sus ojos brillaban con la misma mezcla de dorado y de verde. Se había pintado los labios con henna y se había aplicado cera de abeja para que brillaran.

A diferencia de él, olía de maravilla, pero el aroma que la acompañaba era el habitual: azucena y eucalipto.

Le resultaba imposible ver algo distinto. Salvo… que tal vez había ganado un poco de peso, pero Ryssa le había enseñado que jamás debía comentar los cambios de peso de una mujer. No había armadura posible para protegerlo de semejante estupidez.

Dejó el casco en el maniquí y se agachó para soltarse las grebas.

—¿Vestido nuevo?

—Como veo que tienes problemas, voy a probar con una adivinanza: ¿En qué caso uno más uno suman tres?

Estigio se quedó helado al darse cuenta de lo que quería decirle. Fue incapaz de respirar durante un buen rato mientras la noticia lo golpeaban como un mazo de hierro.

Bethany frunció el ceño.

—¿Sigues ahí?

—Sí.

El miedo se apoderó de sus facciones.

—¿No te alegras?

Estigio le cogió la mano para llevársela a la cara, de modo que pudiera sentir su sonrisa antes de besarle la palma.

—En la vida me he alegrado tanto por algo. —Le besó la otra mano y después se arrodilló delante de ella.

Bethany frunció el ceño.

—¿Qué haces?

Sin soltarle las manos, Estigio clavó la mirada en su precioso rostro.

—Cásate conmigo, Bethany.

—Tu padre…

—Me importa una mierda lo que mi padre o cualquier otro piense, diga o haga. Tú eres lo único que me importa. Tú y el bebé que llevas dentro. Y sé lo que piensas del matrimonio, lo sé, pero te juro que jamás coartaré tu libertad ni tus pensamientos… Cásate conmigo.

—Estigio…

—Cásate conmigo. Por favor.

La vio morderse el labio inferior, y cada latido de su corazón que pasaba sin darle una respuesta fue una absoluta tortura para él. Al final, Bethany se apiadó de él y contestó:

—Sí.

La abrazó y le besó el abdomen. Con una sonrisa de oreja a oreja, extendió los dedos sobre su vientre, allí donde su bebé crecía a salvo.

—Por fin me ha aceptado, pequeño. Gracias a los dos.

Bethany le acarició el pelo mojado por el sudor.

—Eres muy tonto.

Sin embargo, sabía que Estigio no se comportaba de esa manera con nadie más. Solo ella veía su lado más juguetón.

—Vaya, lo siento, no era mi intención interrumpiros.

—¡Galen, vuelve! —Estigio se puso en pie antes de hacerla girar para mirarlo—. Bethany está embarazada.

Los ojos grises de Galen se llenaron de lágrimas.

—Eso es… es maravilloso. Enhorabuena a los dos. —Abrazó a Bethany con fuerza y la besó en la mejilla—. ¿De cuánto estás?

—Me han dicho que el bebé nacerá en el Boedromión.

—Igual que mi preciosa Antígona. Es un buen mes para los bebés. Pero ahora será mejor que os deje para que celebréis la buena nueva.

Estigio la volvió a pegar contra su pecho y la rodeó con los brazos. Se inclinó para acariciarle el cuello con la nariz.

—¿Esto quiere decir que por fin podré conocer a tus padres?

Ella lo miró con la nariz fruncida.

—Creo que no.

Se quedó boquiabierto al escucharla.

—¿De verdad? Vamos, admítelo, te avergüenzas de mí, ¿a que sí?

Bethany resopló al escucharlo.

—Por supuesto, alteza. Me avergüenzo de tus humildes orígenes, tan pobres comparados a mi estatus social. Mi padre creerá que eres del todo inaceptable.

—¿Y por qué no puedo conocerlos?

—Porque te quiero y no deseo que mi padre clave tu cabeza en una pica por haberme dejado embarazada. Sé que eres valiente, pero conocer a mi padre no sería un acto de valentía, sino de estupidez.

—Poseo una buena dosis de estupidez, más de la recomendada. Pregúntaselo a cualquiera que me conozca, sobre todo a Galen.

Se echó a reír al escucharlo.

—Lo sé. Y en cuanto nazca el bebé, te presentaré a mi padre. En ese momento estará distraído y se le habrá olvidado un poco el hecho de que me has mancillado. Y tendrá menos ganas de destriparte.

Estigio le tomó la cara entre las manos y la besó en la frente.

—Me alegro de que te quiera, y de que tu madre también lo haga.

Sin embargo, su familia no lo quería de esa forma, algo que ella sabía muy bien.

Estigio volvió a ponerle una mano en el abdomen.

—Todavía no puedo creerme que haya una pequeña Bethany aquí dentro.

—¿Y si es un niño?

—También lo querré… ¿Deberías estar de pie?

Sonrió al escuchar la preocupación en su voz.

—Estoy embarazada, Estigio, no enferma.

Él se echó a reír.

—No sé nada de embarazadas ni de bebés. Me temo que vas a tener que enseñármelo todo sobre ambas cosas.

—¿No tienes práctica con tu sobrino?

Él se tensó como si la pregunta lo hubiera golpeado.

—¿Estigio?

Con un suspiro, él negó con la cabeza.

—Ryssa no quiere que me acerque a su hijo.

—¿Por qué?

—Da igual. Ahora tenemos que ocuparnos de nuestro pequeño. —Le dio una palmadita en el vientre—. Deberíamos ir en busca de un escriba para que nos case.

—Preferiría una boda egipcia.

Estigio titubeó como si no le hiciera gracia la idea de esperar, pero al final cedió sin discutir.

—De acuerdo.

—¿Nada que decir?

—Beth, ahora mismo podrías pedirme la luna y encontraría la manera de conseguírtela, aunque tuviera que robarle el carro a Apolo para bajarla y que pudieras tocarla.

Ella le puso una mano en la mejilla y saboreó la sonrisa que sintió bajo los dedos.

—Voy a necesitar unas semanas para ponerlo todo en orden y esquivar a mis padres a fin de que sigas respirando.

Estigio dejó de sonreír.

—Seguramente mi padre me desherede. Pero no nos pasará nada. Tengo ahorrado un poco de dinero, escondido donde no puede tocarlo, y diga lo que diga y pese al daño de mi mano, aún puedo ganarme la vida como soldado. Siempre hay alguien que necesita una buena espada.

Bethany meneó la cabeza al escuchar las preocupaciones de Estigio.

—Eso no me preocupa. Te aseguro que si tu padre te deshereda, el mío te acogerá como a un hijo…

—O me matará.

—O te matará. Pero si consigo mantenerte lejos de su pica, tienes que saber que mi padre no es un pobre pescador. De hecho, es bastante rico. No tendrás que ir a la guerra para alimentarnos y llevaremos una vida equiparable a la que has tenido hasta ahora.

Estigio resopló.

—Me da igual dónde y cómo vivamos siempre que estés conmigo.

—A ver si dices lo mismo cuando esté gorda y gruñona.

—Seguiré besando el suelo que pisas.

Bethany deseó que siguiera sintiendo lo mismo después de que averiguase que su suegro sería el dios egipcio Set y que su suegra era una de las diosas que se había complacido torturándolo en la Atlántida.