Apolo se quedó helado al ver a Artemisa con Aquerón en el bosque que rodeaba su templo del Olimpo. Ambos reían mientras cazaban ciervos en el recinto sagrado. La rabia se apoderó de él. ¿Cómo se atrevía su gemela a rebajarse con semejante bastardo inmundo?
Con un puto, nada menos.
Eso ya era bastante malo, pero el hecho de que se atreviera a llevarlo a ese lugar añadía más fuego a su indignación. Estaba furioso y dolido porque la intervención de Artemisa había malogrado los planes de Eris y de Poine, cuyo fin era que el rey castigara por traición a ese puto que ella tanto quería. Cada vez que se daba la vuelta, su hermana salvaba a ese bastardo. El hecho de que los gemelos continuaran esquivando su ira y sus planes lo frustraba hasta lo indecible.
Nadie lo desafiaba.
Jamás.
Incapaz de soportarlo un momento más, se teletransportó a Dídimos, donde Estigio estaba abandonando las audiencias semanales a las que asistía con su padre. El príncipe caminaba detrás del rey con una expresión muy seria que sugería que necesitaba más fibra en su dieta.
—¿Estigio? —dijo el rey, que se volvió para mirarlo mientras su séquito continuaba camino para proporcionarles intimidad.
—¿Sí, padre? —replicó él, deteniéndose.
—Tu hermana sigue enfadada contigo. Creo que debes hacer algo para calmarla.
Un tic nervioso apareció en el mentón de Estigio.
—¿Qué quieres que haga?
—Prueba con un regalo. Seguro que con lo inteligente que eres se te ocurre algo con lo que complacerla.
—En ese caso ordenaré que me arranquen el corazón y que se lo entreguen en una bandeja de inmediato.
El rey torció el gesto, asqueado.
—Empiezo a cansarme de tus gracias, muchacho. Sería mejor que refrenaras tu lengua.
—Perdóname, padre. —Sin embargo, su tono de voz dejaba bien claro que no se arrepentía en absoluto.
Cuando el príncipe lo usaba con él, Apolo sufría un arrebato violento.
El rey entrecerró los ojos todavía más.
—Hablando de tu lengua… ¿Ha mejorado tu relación con Apolo?
El tic nervioso se hizo más evidente mientras Estigio apartaba la mirada.
Antes de que el príncipe pudiera hablar, Jerjes lo agarró y lo estampó contra la pared para mascullarle al oído:
—Lo digo en serio, muchacho. Estoy cansado de tu insolencia y no pienso tolerarla más tiempo. Si es necesario, yo mismo te postraré de rodillas delante de Apolo para asegurarme de que lo complaces. ¿Me has entendido?
—Sí, padre.
El rey le golpeó el pecho con fuerza antes de darse media vuelta y dejarlo solo.
Apolo esperó a que el rey y su séquito se perdieran de vista antes de aparecerse delante de Estigio, que seguía frotándose el pecho allí donde su padre lo había golpeado.
Estigio maldijo al ver que Apolo lo había atrapado en un rincón oscuro.
«Lo que necesitaba para alegrarme el día…», pensó.
—Mi hermana está en su habitación.
Apolo chasqueó la lengua.
—Creo que ya sabes que no es a ella a quien quiero.
Claro que no. Nadie, salvo Aquerón y la borracha de su madre, soportaban a Ryssa durante mucho tiempo.
Estigio intentó rodear al dios al que más odiaba de todos.
—No estoy de humor para entretenerte. —Mientras pasaba a su lado, Apolo le dio tal revés que acabó estampado de nuevo contra la pared.
Mientras se lamía la sangre de los labios, Estigio estuvo a punto de devolverle el golpe, pero se contuvo. Si bien sabía que era capaz de enfrentarse al dios e incluso de derrotarlo, Apolo ya había demostrado lo sencillo que le resultaba arrancarlo de su vida sin que nadie se diera cuenta. Lo sencillo que le resultaba poner a un impostor en su lugar, y aunque su familia le daba igual, sí se preocupaba por Bethany.
El impostor podría hacerle daño o reemplazarlo en su cama. Y lo peor era que podía lograr que lo odiara hasta el punto de abandonarlo para siempre y no regresar jamás.
No se arriesgaría a que eso sucediera. Pasara lo que pasase, tenía que someterse a Apolo.
Sin más alternativa, Estigio volvió a poner en práctica lo que le habían enseñado a hacer en la Atlántida.
A sobrevivir.
Hizo de tripas corazón y bajó la mirada al suelo.
—Vuestros deseos son órdenes, akri.
Apolo esbozó una sonrisa.
—Eso está mejor.
El dios le rodeó el cuello con un brazo y lo pegó a él antes de clavarle los colmillos en la yugular con violencia.
Estigio gritó cuando el dolor se apoderó de él. Sin embargo, el dios no demostró compasión. Por el motivo que fuera, estaba furioso ese día y él era su chivo expiatorio.
«Piensa en Beth…».
Al menos volvía a contar con el consuelo de sus brazos una vez que acabara.