23 de febrero de 9527 a. C.

Bethany ansiaba ver a su príncipe. Estaba harta de las discusiones de Arcón y de los demás por el fracaso a la hora de encontrar a Apóstolos y solo contaban con unas cuantas semanas más antes de que Apolimia se liberara de su prisión, ansiosa por matarlos a todos. Si las cosas seguían igual, se marcharía a Egipto y los mandaría a tomar viento a todos.

Abrió la puerta de la cabaña. Dynatos fue el primero en entrar, ladrando con alegría.

—¿Estigio?

—Aquí, cariño. —La abrazó y la estrechó contra su cuerpo.

—¿Qué ha pasado?

—Nada.

—No me mientas. Lo sé por tu forma de tocarme. ¿Qué ha pasado?

Estigio apretó los dientes y después sonrió. Era incapaz de ocultarle sus sentimientos a Beth. Tenía la desconcertante habilidad de percibir todas sus emociones como si pudiera leerle el pensamiento de la misma forma que él escuchaba los pensamientos de todo el mundo, salvo los de ella.

—Creo que mi hermano trató de matarme mientras dormía.

—¿Cómo?

—No se lo digas a nadie, por favor. No tengo pruebas y no quiero que le hagan daño por una sospecha que puede ser infundada.

Temblando de rabia por lo que le habían hecho, Bethany le pasó las manos por el cuerpo en busca de una herida.

—¿Te hirió?

—Me apuñaló.

—¿Dónde?

Estigio le cogió la mano y se la colocó sobre los puntos de sutura.

—¿En el corazón?

—No. Mi corazón está aquí —respondió él, trasladando su mano al pecho de Beth.

—No tiene gracia.

Estigio la abrazó de nuevo y apoyó la cabeza en uno de sus hombros.

—Abrázame un rato. Por favor.

Su sentida y humilde súplica hizo que se le llenaran los ojos de lágrimas. Enterró las manos en su pelo, que poco a poco iba creciendo, y se dejó abrazar. La necesitaba y, sin embargo, no había contado con ella por estar con los demás. La idea de haberlo decepcionado de nuevo la dejó al borde de las náuseas. Sin embargo, Estigio no se quejó.

A medida que pasaba el tiempo y al ver que él no se apartaba, comprendió lo herido que estaba. No en el plano físico, sino en el emocional. ¿Cómo no iba a estarlo? Si sus conjeturas eran ciertas, su propia familia había intentado matarlo mientras dormía. Con razón tenía problemas para conciliar el sueño.

—¿Le has comentado a Galen tus sospechas?

—No. Me ha dado miedo. Como te he dicho, no tengo pruebas fehacientes y tampoco vi bien a mi atacante.

Lo que significaba que no había hablado con nadie y que llevaba días sufriendo en silencio.

—¿Cuándo sucedió?

—Hace cuatro días.

Furiosa, Bethany apretó los dientes por haberlo dejado solo tanto tiempo.

—Lo siento, Estigio.

—No tienes por qué sentirlo. Tú no me apuñalaste, ¿verdad?

Gruñó al escuchar la ridícula pregunta que ni siquiera se dignó contestar.

—Te han hecho daño y yo no he estado a tu lado.

—Estabas con tu familia, lo entiendo.

Siempre le decía lo mismo, como si para él fuera más importante que cumpliera con sus obligaciones familiares antes que estar con él.

—Tú también formas parte de mi familia.

—No pasa nada, Beth, de verdad.

Las lágrimas le provocaron un nudo en la garganta mientras lo estrechaba con fuerza. Estigio formaba parte de su familia aunque él no quisiera asimilarlo. Era el padre del hijo que llevaba en su seno, pero todavía no podía decírselo. Era demasiado pronto.

Lo había descubierto el día anterior. Llevaba un par de semanas sin sentirse bien, algo de lo más inusual para una diosa. Y, de repente, hacía dos noches había soñado con su hijo. Un niño rubio como su padre, con los ojos azules y una preciosa sonrisa. Vestido con un casco griego… una versión en miniatura de su aristocrático padre.

Lo había concebido la noche que Estigio pasó en su templo, hacía ya ocho semanas. El niño nacería el 4 de octubre. Estaba deseando darle la buena nueva. Pero le aterraba su posible reacción. ¿Cómo se lo tomaría cuando descubriera que su pescadora ciega era en realidad una diosa, miembro de dos panteones, mucho más poderosa que Apolo?

Aunque siguiera amándola, la verdad lo destrozaría. O algo peor, tal vez la culpara por no haberlo ayudado a luchar contra Apolo o por haberse enfrentado a él y a su ejército durante la guerra con la Atlántida.

Después de haber visto su reacción cuando descubrió su emblema en el templo…

Era posible que la odiara para siempre. Además, también pesaría en su contra todo lo que el panteón de su madre le había hecho durante el año que había pasado alejada de él. Tenía todo el derecho del mundo a mostrarse resentido con ella. Se lo merecía por haber cometido semejante estupidez.

Sin embargo, al final tendría que contarle la verdad, aunque no fuera ese día. Ese día solo quería concentrarse en él y en lo que necesitaba.

Dentro de unas semanas le contaría lo del niño. Y después le confesaría el resto. Sólo esperaba que recibiera con alegría la noticia sobre su hijo.

Nunca habían hablado de eso. Y dada la brutal infancia que él había tenido, ni siquiera había querido sacar el tema de conversación como muestra de respeto hacia su sufrimiento. Aunque él debía de haber reflexionado al respecto. Como heredero de Dídimos, se esperaba que algún día tuviera hijos. De todas formas, era muy raro que jamás le hubiera comentado nada.

Se puso de puntillas y pegó su mejilla a la de Estigio.

—Te quiero, Estigio.

Él le tomó la cabeza entre las manos.

—Yo también te quiero. Siempre lo haré.

Bethany sonrió y suplicó que sus sentimientos siguieran siendo los mismos cuando supiera toda la verdad sobre ella y descubriera lo que su abandono le había ocasionado.