19 de febrero de 9527 a. C.

Estigio frunció el ceño mientras se preparaba para acostarse. Llevaba todo el día con una sensación rara. Recordaba haber dejado a Bethany y después…

Tenía un vacío de memoria considerable. Como los que padecía cuando su tío lo drogaba o uno de los dioses le hacía algo que no quería que él recordase… y eso era lo que más le preocupaba. ¿Por qué habían alterado sus recuerdos?

¿Quién había alterado sus recuerdos?

Aunque lo más importante de todo era saber qué había pasado durante ese tiempo.

Le dolía la mandíbula como si le hubieran dado un puñetazo, pero salvo ese detalle carecía de pistas que lo ayudaran a encontrar respuestas a sus preguntas. Frunció el ceño e intentó recordar el día completo. ¿Cómo había pasado de estar en los escalones de la entrada del palacio a despertarse aseado y con la ropa limpia en el suelo de su dormitorio? Si no lo hubiera despertado un sirviente para avisarle que la cena estaba servida, seguiría durmiendo.

No tenía sentido. Nadie más parecía haberse percatado de que había algo raro. Y debido a su pasado, no soportaba la idea de desconocer lo sucedido durante ese tiempo que le faltaba.

«No puedes hacer nada al respecto», se dijo.

Aun así, lo inquietaba. Apuró el vino y se acostó con la esperanza de dormir toda la noche del tirón.

Aunque sabía que era imposible.

Sólo podía descansar de verdad cuando estaba con Bethany.

Se metió a gatas en la cama y suspiró. Cuatro días más hasta que volviera. Cerró los ojos y se concentró en ella en un intento por olvidarse de todo lo demás.

Lo despertó un dolor atroz. Jadeó y abrió los ojos, momento en el que vio una sombra que se apartaba de la cama al tiempo que algo cálido brotaba de su pecho.

Sangre. Alguien lo había apuñalado mientras dormía… La furia lo consumió. ¡Puto cobarde! «¡Nadie intenta matarme y sigue vivo!», pensó.

Decidido a marcar a su atacante, Estigio se sacó la daga del pecho y saltó de la cama para perseguirlo. Sin embargo, el dolor era tan fuerte que apenas podía respirar. La sangre brotaba de la herida mientras se alejaba a trompicones de la cama. Intentó arrojarle la daga a su atacante, pero le fallaron las piernas.

Cayó al suelo con fuerza mientras recordaba el momento en el que la Coalición Estigia volvía de la Atlántida y los tracios le tendieron una emboscada…

«Me muero», pensó. Lo sabía. Lo que quería decir que Aquerón también se estaba muriendo.

La daga le había atravesado el corazón, seccionándole una arteria. Era la única explicación para la rapidez con la que se estaba desangrando. Se le llenaron los ojos de lágrimas al pensar en su Bethany.

Qué cruel era perderla en ese momento.

Luchó contra Tánatos todo lo que pudo. Pero al final, pese a sus esfuerzos, exhaló un último aliento y la oscuridad lo engulló todo.

Se despertó con un gemido, presa del dolor. Desorientado, frunció el ceño al ver la cantidad de sangre derramada en el suelo. Hizo una mueca y se tocó la herida que tenía sobre el corazón. La sangre seguía brotando, pero con menos intensidad que antes.

Su atacante se quedaría de piedra al darse cuenta de que había fracasado. El cobarde tenía que haberle tomado el pulso, ya que se encontraba tumbado de espaldas había caído al suelo de cara.

Al menos sabía que Aquerón no estaba muerto.

Puesto que no sabía cuánto tiempo había transcurrido desde el ataque, comenzó a temer por el resto de la familia. El atacante podría haber ido a por su padre, a por su hermana o a por Apolodoro. Tenía que asegurarse de que estaban protegidos.

Haciendo caso omiso del dolor que sentía en el pecho, se levantó y cogió la capa roja que Cayo y sus hombres le habían regalado. Después cogió la espada y se dirigió a la habitación de su padre.

Pasó junto a los guardias dormidos que había en el pasillo y abrió la puerta de sus aposentos.

—¿Padre?

Adormilado, el rey se apartó de la esclava desnuda que lo acompañaba en la cama y lo fulminó con la mirada.

—¿A qué viene esto?

Estigio se apartó el quitón para mostrarle la sangre.

—Alguien ha intentado matarme mientras dormía. Quería asegurarme de que no había venido a por ti.

Su padre se quedó blanco al verlo.

—¿Vives?

«Evidentemente», pensó. Sin embargo, logró mantener el sarcasmo a raya y respondió:

—Sí. —Acto seguido, se apartó de la cama y se dirigió a los guardias, que por fin se habían despertado y que acababan de entrar en el dormitorio del rey—. Tú —le dijo al de la derecha—, protege a tu rey a toda costa. Y tú, despierta a los demás para empezar la búsqueda. Cerrad el palacio hasta que lo hayamos registrado por entero en busca de mi atacante.

Mientras los guardias acataban sus órdenes, él se dirigió a las habitaciones de Ryssa.

Primero comprobó que Apolodoro se encontraba bien. El bebé estaba dormido con su niñera. Dejó a dos guardias con él mientras daban la alarma para que acudieran más guardias. Después entró en el dormitorio de Ryssa. Su hermana estaba tan quieta y tan blanca que el pánico se apoderó de él. ¿Estaba muerta?

Le tocó el brazo con ternura.

Ryssa se despertó con un chillido.

Estigio suspiró aliviado hasta que ella lo abofeteó dos veces por haberla despertado de esa forma.

—¿Qué haces aquí a esta hora? ¿Cómo te atreves a entrar en mi dormitorio sin invitación? ¿Quién te crees que eres? ¿Quieres darme un susto de muerte?

Apretó los dientes con las mejillas doloridas.

—No, hermanita. No intentaba matarte. Me han apuñalado mientras dormía y quería comprobar que mi atacante no te había hecho daño.

Ryssa puso los ojos como platos al verla sangre que lo cubría.

—¡Aquerón! —Su hermana saltó de la cama y cogió un manto rojo.

Estaba tan preocupada por Aquerón que ni se molestó en cerrar la puerta.

—Sigue a la princesa —le ordenó al guardia que tenía más cerca—. No la pierdas de vista.

«Ni siquiera me ha preguntado si estaba bien», pensó.

Y eso que estaba cubierto de sangre. Tampoco se había disculpado por abofetearlo cuando solo quería asegurarse de que ella se encontraba a salvo…

El dolor de sus actos se le clavó en lo más hondo mientras registraba la habitación para asegurarse de que no había peligro. Dejó a un guardia apostado en la puerta antes de ir a ver a su hermano. Estaba bastante seguro de que Aquerón estaba ileso, dado que él no sentía dolor y seguía vivo.

—¿Qué quieres decir?

Estigio se detuvo al escuchar la pregunta de Aquerón. Miró a sus hermanos y se le clavó en el alma la preocupación que vio en la cara de Ryssa mientras examinaba a Aquerón. A él todavía le ardían las mejillas por sus dos bofetones. A saber si las tenía rojas. Claro que eso a Ryssa le daba igual. Jamás se había preocupado por él.

Aquerón lo miró a la cara por encima de la cabeza de Ryssa. El pánico que vio en sus ojos plateados fue como una patada en los huevos.

«Seguramente tema que lo culpen de esto», pensó.

Sin embargo, él no era como Ryssa. Después de que lo acusaran falsamente de tantas cosas, intentaba no sacar conclusiones precipitadas y tener siempre pruebas concluyentes.

Aunque como defensor de Dídimos, su deber era mantener a su familia a salvo.

—¡Encontrad a mi atacante! —ordenó a los guardias recién llegados que corrían a su encuentro—. Lo quiero ahora mismo. ¿Me habéis oído? ¡Buscad por todas partes hasta dar con él!

—¿Has visto a alguien? —le preguntó Ryssa a Aquerón.

Él negó con la cabeza.

—No, estaba en mi habitación.

Estigio hizo ademán de alejarse, pero después detectó una nueva amenaza. Se le olvidaba que Aquerón no tenía adiestramiento en combate. Cualquiera podría matarlo.

—¡Guardias! —rugió en dirección a otro grupo que acababa de aparecer en el pasillo. Señaló con un dedo a su hermano, que retrocedió presa del pánico, como si creyera que iba a mandar apresarlo sin motivo… como hacía su padre.

El miedo de su hermano se le clavó en el corazón.

«Jamás te haría daño a conciencia, Aquerón. Maldita seas, Ryssa, por todas las mentiras que has contado sobre mí».

Con el corazón destrozado, señaló de nuevo a Aquerón.

—Protegedlo. Quiero que alguien lo proteja todo el tiempo.

A sabiendas de que sus hermanos no querían que los molestara, se alejó para ayudar a registrar el palacio.

En cuanto llegó a la escalera, vio a Galen atravesar la puerta principal como si Cerbero lo persiguiera. El alivio inundó las facciones de su antiguo mentor en cuanto lo vio en el descansillo, que comenzó a subir los escalones de dos en dos hasta plantarse delante de él.

Le colocó las manos en los hombros y examinó su cuerpo con el ceño fruncido.

—¡Por todos los dioses, hijo! No deberías estar en pie. ¿Dónde te han herido? ¿Te ha visto ya el médico?

La preocupación de Galen le provocó un nudo en la garganta. En un palacio lleno de gente, solo Galen se había molestado en preguntarle por su estado. Se apartó el quitón para que viese la herida.

—Las he tenido peores.

Galen resopló.

—Sí y no. Esa necesita puntos. —Cogió al guardia que subía la escalera en ese momento—. Ve en busca del médico y llévalo a la habitación del príncipe Estigio. ¡Date prisa, joder! —A continuación, cogió a Estigio del brazo y lo arrastró por el pasillo.

—Estaba buscando a mi atacante.

—¿Lo has visto? —preguntó Galen.

—No, la verdad es que no.

—En ese caso no sirves de nada en la búsqueda, ¿no crees?

—Pues sí, pero…

—Nada de peros. —Galen lo obligó a entrar en su habitación—. Tu Bethany nos patearía el culo a los dos si te viera registrando el palacio con semejante herida. Estás cubierto de sangre. Vamos a limpiarte.

No le quedó más remedio que obedecerlo cuando Galen lo arrastró hacia la tina y le ayudó a limpiar la herida.

—¿Dónde está tu padre?

—Lo he dejado en sus aposentos con sus guardias.

Galen echó un vistazo por la estancia vacía.

—¿Y quién te protege a ti?

Estigio levantó la espada, que había dejado en el suelo junto a Galen.

—Yo mismo.

Galen resopló y frunció el ceño al ver la herida, tras lo cual le quitó la espada de su mano llena de cicatrices.

—Y estás haciendo un trabajo fabuloso, ya lo creo. ¿Por qué no había un guardia en tu puerta?

Estigio siseó cuando el agua caliente le quemó la herida.

—Sabes que no me gusta tener gente cerca.

Galen enarcó una ceja al escucharlo.

—Pero soportas mi triste presencia.

—Porque eres gracioso.

—Como sigas insultándome, yo mismo te coseré la herida. Ya sabes cuánto me gusta hacerlo.

Estigio resopló al recordar todas las veces que había insultado a Galen mientras le cosía las heridas después de una batalla.

—¿Qué puedo decir? Tus dulces manos me cautivan.

La sonrisa renuente de Galen se convirtió en una mueca feroz mientras ayudaba a Estigio a salir del agua y a acostarse.

—No quiero que vuelvas a dormir sin al menos dos guardias en la puerta. Haré rondas esporádicas y si vuelvo a encontrar tu puerta desprotegida, yo mismo me plantaré al pie de la cama para vigilarte de noche. Durante toda la noche.

A Apolo le encantaría eso. Era uno de los motivos por los que Estigio no quería a nadie en su puerta. Por eso y porque podía escuchar sus pensamientos.

Sin embargo, Galen tenía razón. Después de eso no podía permitirse una estupidez.

—Sí, señor.

Galen gruñó mientras echaba un vistazo por la estancia, y refunfuñó entre dientes cuando vio la enorme mancha de sangre de las sábanas y el charco del suelo.

—¿Dónde está el dichoso médico? A estas alturas ya podrías haberte desangrado. —Y después se enfureció todavía más al darse cuenta de que estaban solos en la habitación, de modo que pensó—: ¿Dónde está tu padre? ¿Cómo es posible que un hombre no se preocupe de asegurarse que su hijo está bien después de que hayan estado a punto de asesinarlo mientras dormía? Con razón le daba igual que mataran a mi hijo. Si no le importa el suyo. Cabrón…

Cuando Galen lo miró, Estigio se esforzó por no demostrar sus emociones.

—¿Puedo traerte algo? —le preguntó su antiguo mentor.

—Estoy bien.

En ese momento llegó el médico. Galen se quedó a su lado mientras le cosía la herida, pero después se marchó para ayudar con la búsqueda.

Horas más tarde, y pese a las amenazas de Galen, Estigio se unió a la búsqueda de su atacante, aunque era evidente que este había escapado. Joder. Todo pasó tan rápido y de forma tan repentina que no había podido atisbar ni el más mínimo detalle que condujera a su identidad.

De vuelta a su dormitorio se detuvo al ver que Aquerón volvía a su habitación. Solo. Saltaba a la vista que había salido del palacio, ya que iba arreglado con un himatión y unas sandalias.

—¿Dónde has estado?

Aquerón lo fulminó con la mirada.

—No eres mi dueño. No te debo nada. Cabrón —acabó pensando su hermano.

Estigio controló su furia.

—No, cierto. Pero deberías tener cuidado. Mi atacante podría ir a por ti.

Gracias a los dioses que no me viste —pensó Aquerón.

El inesperado pensamiento lo golpeó con más fuerza que la mano de Ryssa.

—Ya me ocuparé de que eso no me suceda —masculló Aquerón al tiempo que se dirigía a la escalera.

—¿Aquerón?

Su hermano se detuvo para mirarlo.

Estigio no sabía qué decir. Quería preguntarle si lo había matado. Si había descubierto la verdad que él descubrió la tarde que conoció a Bethany. La verdad de que no podía morir a menos que Aquerón lo hiciera.

Su hermano esperó a que le hablara como si no estuviera al tanto de nada.

—Que descanses —dijo Estigio al final.

Aquerón lo miró con el ceño fruncido antes de darse la vuelta y continuar subiendo la escalera sin replicar.