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Los labios que el Amor ha forjado con sus manos

lanzaron un sonido que “odio” me anunciaba,

a mí, que por su amor estaba suspirando;

mas cuando vio el triste estado en que quedaba,

su corazón buscó en seguida la clemencia,

y reprobó a la lengua que, siempre encantadora,

por norma pronunciaba benévolas sentencias,

y así quiso enseñarle la nueva redentora:

el odio que decía cerró con un adorno,

que tras de aquel seguía, igual que el día grato

le sigue a la noche, la cual como un demonio

del cielo al infierno desciende de inmediato.

Al odio de aquel “odio” por fin ella expulsó,

y me salvó la vida, diciendo: “a ti no.”[145]