El diario, obsequio tuyo, conservo en mi cabeza,
grabado con memoria tan viva y persistente
que durará más tiempo que las ociosas letras,
después de toda fecha, incluso eternamente;
o por lo menos mientras el alma y el cerebro
conserven los poderes de su naturaleza,
hasta que al olvido ambos cedan el resto
de ti, tu fiel recuerdo no perderá viveza.
El pobre memorándum no retendría tanto,
ni consignar preciso tu tan querido afecto;
por eso me he atrevido a dar ese dïario,
confiando en que te guardo mejor en mi intelecto.
Guardar algún objeto que ayude a recordarte
sería admitir que tal vez puedo olvidarte.[122]