¿Qué tengo en mi mente para grabar en tinta
que aún mi fiel ingenio de ti no declarase?
¿Qué cosas diré nuevas o escribiré distintas,
de ti y de mi afecto que aún no expresase?
Nada, mi dulce niño; mas como una plegaria,
yo debo cada día decir de igual manera
“soy tuyo y tú mío”, sin dar por viejo nada,
como cuando tu nombre loé por vez primera.
Así, el amor eterno, vestido de frescura,
no teme de los años el polvo ni el ultraje,
ni cede cuando asoman las lógicas arrugas,
pues de lo viejo hace y hará siempre su paje,
viendo la idea misma de amor allí nacida,
cuando tiempo y aspecto lo muestran ya sin vida.[108]