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Ni mis propios temores ni el agorero aliento

del mundo, que el futuro debe de haber soñado,

han de fijar el tiempo que dure mi afecto,

como si ya estuviese de hecho condenado.

Perdura, tras su eclipse, mortal la misma luna,

y el triste augur se ríe de sus propios auspicios;

la incertidumbre ahora corónase segura,

y olivos sempiternos darán los armisticios.

Ahora, el rocío balsámico del tiempo

a mi amor revive y la Muerte me respeta,

pues viviré, con todo, en estos pobres versos,

mientras sufre su saña la horda analfabeta.

También tú en mis versos tendrás un monumento,

cuando yelmos y tumbas de bronce sean viento.[107]