Queremos que procreen las bellas crïaturas,
y que jamás la rosa de la belleza muera,
sino que ya marchita, después de que madura,
de su memoria sea su estirpe la heredera.
Mas tú, que enamorado de tus ojos radiantes
ese fulgor avivas volviendo ardor tu esencia,
si en escasez conviertes tus dones abundantes,
hostil eres contigo y cruel con tu existencia.
Tú, que del mundo eres glorioso ornamento,
y de la primavera su heraldo más señero,
en tu capullo entierras el semen del contento,
que gastas siendo avaro, oh, torpe usurero.
Apiádate del mundo, y la templanza impida
que engullas tú y la tumba tu deuda con la vida.[1]