Las primeras noticias sobre Shambhala llegaron a Occidente a través de los misioneros portugueses, aunque cuando estos oyeron su nombre, creían que se trataba de Catay, esto es, China. La fuente más segura es un texto sagrado, el Kalachakra Tantra (que tiene su origen en la tradición védica de la India) y que inspiró representaciones místicas espléndidas. Según la tradición del budismo tibetano e indio, Shambhala (a veces Shambala, Shambahla o Shamballa) es un reino en cuya realidad física solo creen algunos, que la han ido situando alternativamente en el Punjab, en Siberia, en el Altái y en otros varios lugares. No obstante, en general se la considera un símbolo de carácter espiritual, una tierra pura, la promesa de una derrota definitiva de las fuerzas del mal.

Que Shambhala no puede ser identificada con Agartha (al menos según la tradición budista) lo afirma una declaración hecha por el Dalai Lama Tenzin Gyatso en Baistrocchi (1995), en octubre de 1980: «Con la característica amabilidad de los orientales y la cortesía propia de su elevado nivel espiritual, el Dalai Lama se informó previamente sobre el significado de la palabra Agartha-Agarthi y concluyó de forma tajante, confesando, tras haber intercambiado algunas palabras con su consejero espiritual, que jamás había oído ese nombre y mucho menos referido a un reino espiritual subterráneo. Sin embargo, terminó añadiendo que podría haberse producido cierta confusión y que quizá se trataba más bien “del gran misterio de Shambhala”: para el Dalai Lama, Shambhala es “un reino real, aunque suprasensible, entre el mundo de los dioses y de los demonios y de muy difícil acceso”, que “el asceta solo puede alcanzar […] a través de complejos ejercicios”».

En el siglo XIX, un estudioso húngaro, Sándor Kőrösi Csoma, proporcionó las coordenadas geográficas de Shambhala (entre 45° y 50° de latitud norte). Siempre dispuesta a recoger y a apañar noticias imprecisas, trabajando con fuentes de segunda mano y mal traducidas, madame Blavatsky en La doctrina secreta (1888) no podía ignorar Shambhala (aunque curiosamente en sus obras ignora Agartha). Al parecer, había recibido de manera telepática noticias al respecto de sus informadores tibetanos y comunicaba que los supervivientes de la Atlántida habían emigrado a la isla sagrada de Shambhala en el desierto de Gobi (tal vez se inspiraba en Kőrösi Csoma, porque las coordenadas que este había dado también podían aplicarse a Gobi).

Shambhala, tal vez por su probable posición geográfica, interesó a muchos políticos que intentaron sacar un provecho simbólico. Así un monje llamado Agvan Dorjiev, a fin de oponerse a las pretensiones británicas y chinas sobre el Tíbet, convenció al Dalai Lama de que buscara ayuda en Rusia, y a este efecto le demostró que la verdadera Shambhala era Rusia y que el zar era descendiente de sus antiguos reyes. La cosa funcionó en lo que respecta al zar, que abrió un templo budista en San Petersburgo. En Mongolia, el barón Von Ungern-Sternberg —que luchaba a favor de los rusos blancos contra los revolucionarios rojos, convencido de que todos los judíos eran bolcheviques—, para fanatizar a sus tropas les prometía un renacimiento en el ejército de Shambhala. Japón, tras invadir Mongolia, trató de convencer a los mongoles de que la Shambhala originaria era Japón. No está claro cuántos de los altos mandos nazis creyeron en Shambhala, pero en el ambiente de la Thule-Gesellschaft circulaba la idea de que grupos de hiperbóreos, tras varias migraciones a la Atlántida y Lemuria, habían llegado al desierto de Gobi y habían fundado Agartha. Gracias a unas evidentes asonancias, Agartha se relacionó con Asgaard, patria de los dioses en la mitología nórdica. En este punto los hechos resultan confusos porque al parecer y según una corriente de pensamiento, tras la destrucción de Agartha, un grupo de arios «buenos» emigró hacia el sur y fundó otra Agarthi bajo el Himalaya, mientras que otro grupo se dirigió hacia el norte, donde se corrompió, y allí fundó Shambhala como reino del mal. Como se puede ver, la geografía oculta es muy confusa a este respecto, aunque según algunas fuentes en los años veinte algunos jefes de la policía secreta bolchevique planificaron la búsqueda de Shambhala pensando en unir la idea de paraíso terrenal con la de paraíso soviético. Rumores por el estilo informan de una expedición enviada al Tíbet por Heinrich Himmler y Rudolf Hess en los años treinta, obviamente para encontrar el origen de una raza pura. Entre los años veinte y treinta, Nicholas Roerich, un famoso explorador ruso, seguidor de muchas creencias ocultistas y modesto pintor, visitó varias regiones asiáticas en busca de Shambhala, y publicó Shambhala (1928). Roerich afirmaba estar en posesión de una piedra mágica, la piedra Chintamani, que procedía de la estrella Sirio. Para él Shambhala era el lugar santo, y lo relacionó con Agartha, a la que estaba unida en cierto modo por canales subterráneos.

Por desgracia, los testimonios que nos ha dejado Roerich de sus expediciones son casi exclusivamente sus horribles cuadros.

Nicholas Roerich, Shambhala, 1946, colección particular.

Pero volvamos a Agartha. Con bastante retraso respecto a Saint-Yves, Ferdinand Ossendowski, un aventurero polaco que había viajado a través de Asia central, publicó un libro que alcanzaría un gran éxito, Bestias, hombres, dioses (1923), donde el autor dice que ha sabido por los mongoles que Agarthi, como la llamaba él, debía situarse debajo de Mongolia, pero el reino se extendía a todos los pasajes subterráneos existentes en el mundo, contaba con millones de súbditos y estaba gobernado por un Rey del Mundo.

En el libro de Ossendowski encontramos muchas páginas que parecen tomadas de Saint-Yves, lo que permitiría al crítico de buen criterio hablar de plagio. Pero los fieles del mito, entre los que se cuenta René Guénon, uno de los más notables pensadores contemporáneos de la tradición, creen que Ossendowski era sincero cuando afirmaba no haber leído nunca a Saint-Yves, y la prueba de su sinceridad sería que la primera edición de Mission de l’Inde (1886) había sido destruida y solo habían sobrevivido dos ejemplares. Lo que no tiene en cuenta Guénon es que la obra fue reimpresa postumamente por Dorbon en 1910 y, por tanto, Ossendowski habría podido conocerla.

Pero Guénon tendía a considerar a Ossendowski una autoridad indiscutible (en cambio, juzgaba a Jacolliot autor de escasa credibilidad, al contrario de lo que había hecho madame Blavatsky), porque hablaba del Rey del Mundo, al que Guénon proporcionó más fama aún con El rey del mundo (1925). En cualquier caso, a Guénon no le preocupaba demasiado que Agartha existiese físicamente o solo fuese un símbolo (como ocurre con la Shambhala budista), porque se remontaba a mitos intemporales, para los que realeza y sacerdocio debían estar estrechamente unidos (y obviamente una de las tragedias de nuestro tiempo, el oscuro Kali Yuga, era haber destruido esta unidad). Para Guénon, el título de Rey del Mundo «entendido en su acepción más elevada […] es atribuido propiamente a Manu, el legislador primitivo y universal cuyo nombre se encuentra, en formas diversas, en muchos pueblos antiguos». Y la idea de una unión de realeza y sacerdocio también había sido típica del mito del Preste Juan.

Si para la tradición cristiana el verdadero Melquisedec era Jesús,[29] realmente es difícil demostrar qué tiene que ver Jesús con Agartha; no obstante, todo el librito de Guénon no hace otra cosa que relacionar en contra de toda lógica elementos de los mitos y religiones de todos los tiempos, como corresponde al defensor de una tradición primitiva anterior incluso a las religiones reveladas.

Hay quien ha observado que resulta difícil asociar, como hace Guénon, el mito de los subterráneos y de las cavernas, que tradicionalmente está vinculado a la imagen de los infiernos, a una realidad sobrenatural positiva, que debería ser de naturaleza celestial. Pero ya hemos visto que la fascinación que ejerce la oquedad de la Tierra es más poderosa que cualquier lógica y así, sepultada en las entrañas del planeta, sobrevive aún hoy Agartha, al menos en la mente alucinada de quien quiere creer en ella.

EL MUNDO SUBTERRÁNEO DE NIELS KLIM

LUDVIG HOLBERG

Viaje al mundo subterráneo (1741)

Seres del interior de la Tierra, en Ludvig Holberg, Viaje al mundo subterráneo de Niels Klim, ed. 1767.

Apenas había bajado diez o doce codos cuando la cuerda se rompió. Por el posterior clamor de mis compañeros y por sus gritos, aunque bien pronto se desvanecieron, comprendí qué desgracia me estaba sucediendo: me precipitaba en el abismo a una velocidad extraordinaria, y como un nuevo Plutón, aunque empuñando un gancho en vez del cetro, caía y la tierra con la que me iba golpeando me abrió el camino hacia el Tártaro. […]

Creo que estuve cayendo durante un cuarto de hora aproximadamente a través de una espesa niebla y de una oscuridad infinita, hasta que vi nacer una tenue luz, casi de crepúsculo, y poco después apareció sobre mí un cielo luminoso y sereno. En mi necedad creía que había sido empujado hacia arriba por el aire subterráneo o por la fuerza de un viento contrario, y pensaba que el respiro de la caverna me había vuelto a arrojar a tierra. Pero el Sol, el cielo y los astros que tenía frente a mí me resultaban desconocidos, ya que eran más pequeños que los de nuestro mundo. Imaginé, pues, que la nueva esfera celeste era tan solo un producto de mi fantasía, un vértigo de mi mente, o quizá me creí muerto y llegado a la morada de los bienaventurados. Sonreí de inmediato ante esta última idea viendo el gancho que sostenía en la mano y la larga cuerda que arrastraba; sabía muy bien que en el camino del Paraíso no se necesitan ganchos ni cuerdas y que los dioses ciertamente no podían aprobar un equipamiento con el que parecía querer atacar las potencias celestiales para apoderarme del Olimpo a la manera de los Titanes. Finalmente, tras una atenta reflexión, comprendí que había llegado al cielo subterráneo y advertí la exactitud de las teorías que dicen que la tierra es cóncava y que bajo la corteza oculta un mundo más pequeño que el nuestro, y otro cielo con un sol, estrellas y planetas también más pequeños. Los hechos me dieron la razón.

Mi impetuosa caída al abismo estaba durando ya mucho tiempo cuando percibí que la velocidad se reducía cuanto más me acercaba al primer planeta, o cuerpo celeste, que había encontrado en el descenso. El planeta aumentaba sensiblemente de tamaño a mis ojos, de modo que a través de la atmósfera más bien densa que lo rodeaba conseguía ya distinguir sin dificultad los montes, los valles y los mares y, como un pájaro que en torno a las orillas, en torno a los escollos ricos en peces vuela bajo a ras de agua, así volaba yo entre la tierra y el cielo.

Entonces advertí que estaba flotando en el aire y que mi rumbo, hasta aquel momento perpendicular, se había vuelto circular. Se me erizó el cabello, temía transformarme en un planeta o en el satélite del planeta más cercano, condenado a girar a su alrededor por toda la eternidad. Pero valoré que semejante metamorfosis no habría supuesto ningún menoscabo a mi dignidad: un cuerpo celeste o su satélite no son menos que un estudioso de filosofía muerto de hambre.

Me armé de valor, porque además advertí que en el aire más puro y limpio en el que flotaba no sentía ni hambre ni sed. No obstante, recordé que llevaba en el bolsillo un bocadillo (uno de esos que los habitantes de Bergen llaman bolken, por lo común ovalados o de forma más bien oblonga), y decidí sacarlo para ver si mi paladar lo agradecería a pesar de la situación. Pero ya al primer bocado comprendí que cualquier alimento terrestre me produciría náuseas y lo tiré como algo totalmente inútil. Sin embargo, el bocadillo permaneció suspendido en el aire y, cosa admirable de contar, empezó a girar a mi alrededor siguiendo una órbita más pequeña, haciéndome entender la verdadera ley del movimiento, por la que todos los cuerpos en estado de equilibrio están sometidos a un movimiento circular. […]

Permanecí en aquel estado casi tres días. Girando sin descanso alrededor del planeta, podía distinguir el día de la noche: a veces veía salir el Sol subterráneo, a veces lo veía ponerse y desaparecer de mi vista, aunque nunca descendía una noche como la nuestra, porque tras la puesta del Sol todo el firmamento aparecía luminoso y resplandeciente, con una claridad semejante a la de la Luna. Como no era del todo ignorante en física celeste, me planteaba la hipótesis de que la bóveda del cielo, esto es, lo que creía que era la superficie interior del planeta, recibía la luz del Sol situado en el centro del mundo subterráneo. Era el colmo de la felicidad, me creía próximo a los dioses y me tenía por una nueva estrella del firmamento, que los astrónomos del planeta más cercano incluirían en la lista de las estrellas junto con el satélite en cuya órbita giraba, cuando vi aparecer un enorme monstruo alado que me amenazaba ora por la derecha, ora por la izquierda, ora por arriba, ora por abajo. En un primer momento creí que se trataba de una de las doce constelaciones subterráneas y, si esta conjetura era exacta, hubiera preferido que fuese la de Virgo, porque de todas las constelaciones habría sido la única capaz de aliviar en cierto modo mi soledad. Pero cuando estuvo más cerca, vi que se trataba de un enorme y amenazador grifo. Fue tal el pánico que me invadió que me olvidé de mí mismo y de la sideral dignidad a la que me había elevado, y en la agitación del momento eché mano del Testimonium academicum que casualmente llevaba en el bolsillo, para demostrar al adversario que había superado los primeros exámenes académicos y era estudiante, y hasta bachiller, y por tanto podía disputar con cualquier oponente desconocido que apelara a la ilegitimidad de la sede. Pero cuando el ardor inicial se hubo aplacado, y poco a poco fui volviendo en mí, me reí de mi estupidez. No comprendía aún por qué me seguía ese grifo, si era enemigo o amigo o si, cosa más probable, atraído solo por mi aspecto insólito pretendía satisfacer simplemente la curiosidad aproximándose más. La visión de un hombre suspendido a media altura, con un gancho en la mano derecha y una larga cuerda que aleteaba por detrás como una cola, podía suscitar el interés de cualquier animal. Supe después que aquel insólito fenómeno había dado pie a muchas discusiones y conjeturas entre los habitantes del globo a cuyo alrededor orbitaba. Los filósofos y los matemáticos me creían un cometa, habiendo confundido la cuerda con una cola, y había incluso quien consideraba que aquel extraordinario meteoro anunciaba alguna inminente desgracia, peste, carestía u otra gran catástrofe. Algunos hasta llegaron a dibujar con todo cuidado mi cuerpo tal como lo veían a gran distancia, de modo que aun antes de tocar tierra ya había sido descrito, definido, pintado y grabado en cobre. Descubrí todo esto, que provocó mi sonrisa y cierta complacencia, al llegar a aquel mundo, después de haber aprendido la lengua subterránea. […]

Seres del interior de la Tierra, en Ludvig Holberg, Viaje al mundo subterráneo de Niels Klim, ed. 1767.

En realidad, el árbol al que intentaba trepar huyendo del toro era la mujer del pretor que administraba justicia en la ciudad más cercana, y la condición de la parte afectada agravaba aún más el delito, puesto que la víctima no era una pueblerina cualquiera, sino una dama de alto rango: aquella agresión pública constituía, por tanto, un espectáculo insólito y horrible para gentes tan modestas y reservadas. […]

En resumen, tenía claro ya que aquellos árboles dotados de razón eran los habitantes del planeta, y admiré la variedad de la naturaleza en la creación de los seres vivos. Estos no alcanzaban la altura de nuestros árboles, puesto que apenas superaban la estatura media de un hombre; es más, los había incluso más pequeños —arbustos o plantitas— y supuse que eran niños. […]

Cercana a aquella tierra se halla la región de Mardak, cuyos habitantes son cipreses; tienen todos el mismo aspecto, pero se diferencian unos de otros en la forma de los ojos. Unos tienen ojos oblongos, otros cuadrados, algunos muy pequeños, otros tan grandes que ocupan casi toda la frente, hay quienes nacen con dos, otros con tres y otros incluso con cuatro ojos. […]

La tribu más numerosa y, por tanto, más poderosa es la de los nagiros, esto es, la de quienes tienen los ojos oblongos y a quienes todo les parece oblongo. Los jefes, los senadores y los sacerdotes del Estado proceden exclusivamente de esta tribu. Solo ellos empuñan el timón y ningún miembro de las otras tribus es admitido en los cargos públicos, a menos que declare y confirme bajo juramento que cierta tabla consagrada al Sol y situada en el punto más alto del templo también le parece oblonga. Puesto que esta sagrada tabla es el objeto de culto más importante de los mardakanos, los ciudadanos honestos no quieren mancharse de perjurio. De este modo se les mantiene alejados de todo cargo público y están expuestos a continuos ultrajes y persecuciones; además, aunque declaren que no pueden traicionar su propia visión, son conducidos ante un tribunal, de modo que lo que es tan solo un defecto natural se atribuye a su malicia y terquedad. […]

El día después de mi llegada, mientras paseaba ocioso por la plaza, vi cómo arrastraban a un viejo al suplicio, acompañado por una numerosa caterva de cipreses que le gritaban palabras de escarnio. Cuando pregunté qué delito había cometido, me respondieron que era un hereje, porque había declarado que la tabla del Sol le parecía cuadrada, y pese a las repetidas advertencias había persistido obstinadamente en esa desgraciada opinión.

Entonces, exponiéndome a un gran riesgo, entré en el templo del Sol para descubrir si tenía ojos ortodoxos, y puesto que la tabla sagrada también me pareció cuadrada se lo comuniqué ingenuamente a mi huésped, que había sido promocionado hacía poco al cargo de edil de la ciudad. En respuesta a mis palabras, exhaló un profundo suspiro y declaró que también a él la mesa le parecía cuadrada, pero que jamás se había atrevido a decírselo a nadie por temor a que la tribu dominante le crease problemas y le privasen de su cargo. […]

Tras haber regresado al principado de Potu, y cada vez que se me presentaba la ocasión, vomitaba bilis contra ese bárbaro Estado, pero cuando le revelé mi indignación a un enebro buen amigo mío, me respondió así: «A nosotros las costumbres de los nagiros nos parecen estúpidas e injustas, pero a ti no debería parecerte extraño el uso de tanta severidad frente a un punto de vista distinto. Recuerdo haber oído decir que en la mayor parte de los Estados europeos existen pueblos dominantes que se ensañan con otros a causa de un defecto natural de la vista o una deficiencia de la mente, y tú mismo has afirmado que ese género de violencia es sumamente beneficiosa para el Estado». […]

El Polo Norte, de Athanasius Kircher, Mundus subterraneus, 1665.

En la región llamada Cocklecu está vigente una costumbre no menos extravagante y absolutamente digna de crítica por parte de los europeos. […] Los habitantes de este país son todos enebros de ambos sexos, pero solo los hombres están condenados a los trabajos más humildes y a las labores de la casa. Es cierto que en tiempos de guerra se alistan en el ejército, pero por lo general no pasan de soldados rasos y muy pocos alcanzan el grado de alférez. En cambio, a las mujeres se les asignan los más importantes cargos civiles, militares y religiosos. Si en el pasado me mofé de los potuanos, que a la hora de asignar cargos no admiten ninguna discriminación de sexo, me parecía ahora que esta gente desvariaba e iba contra natura. Realmente, no lograba comprender la indolencia de los hombres que, aun estando dotados de una fuerza física muy superior, se habían dejado imponer este indigno yugo y habían soportado la vergüenza durante siglos. Habría sido fácil liberarse de las cadenas, si lo hubieran querido y si hubieran osado cortar los lazos de esta tiranía femenina. Pero la inveterada costumbre ha cegado las mentes hasta tal punto que a nadie se le ocurriría correr riesgos para acabar con esta vergüenza, e incluso creen todos que la propia naturaleza ha asignado a las mujeres el predominio, mientras que a los hombres les corresponde tejer, moler, hilar, barrer los suelos y además ser apaleados. Las mujeres defienden tal costumbre con estos argumentos: puesto que la naturaleza ha dado a los hombres fuerza física y miembros más adaptados a los esfuerzos, hay que creer que ha querido relegar solo al género masculino a los trabajos humildes y pesados. […]

Mientras que en otras tierras existen mujeres petulantes y lascivas que por dinero prostituyen su cuerpo y son descaradamente impúdicas, aquí son los muchachos y hombres maduros los que venden sus noches, y con este fin gestionan burdeles con las puertas marcadas con letreros y palabras inconvenientes. Cuando realizan estos descarados comercios con excesiva impudicia y abiertamente, son encarcelados o azotados en público, como nuestras meretrices. En cambio, las muchachas y las mujeres casadas caminan por la calle y, sin que nadie las critique, miran a los hombres, les hacen gestos con la cabeza, les guiñan un ojo, silban, les pellizcan, les molestan, cubren las puertas con juicios escritos con carbón, hablan impunemente de sus conquistas y se jactan de las victorias, como entre nosotros los jóvenes insolentes recitan con arrogancia la lista de vírgenes y mujeres cuya pureza han doblegado. Y nadie critica a las mujeres casadas y a las muchachas si ofrecen a los muchachitos canciones de amor y pequeños obsequios, y estos últimos fingen indiferencia y modestia, porque no es decoroso que el joven ceda de inmediato a los requerimientos y deseos de una mujer. […]

Dije a algunos que se actuaba allí contra natura, porque el derecho universal y las opiniones de todos los pueblos enseñan que el sexo masculino está destinado a empresas arduas e importantes. Me respondieron que confundía la naturaleza con la tradición, porque las debilidades del sexo femenino derivan únicamente de la educación, como demuestra precisamente la estructura de este país, donde las mujeres brillan por las virtudes y las dotes espirituales que en otras partes los hombres reivindican para sí. En efecto, las mujeres de Cocklecu son modestas, serias, sabias, constantes y taciturnas, mientras que los hombres son frívolos, inmaduros y parlanchines. Cuando los habitantes de este país oyen hablar de una cosa absurda, dicen que es «cosa de hombres», y cuando algo se hace de manera precipitada y tonta dicen que «hay que excusar la debilidad masculina».

Los polos, de Athanasius Kircher, Mundus subterraneus, 1665.

ENTRANDO POR LOS POLOS

JACQUES COLLIN DE PLANCY

Voyage au centre de la Terre, I, 21-22 (1821)

Tras un cuarto de hora de camino nos topamos efectivamente con esta gran barrera negra. No eran todavía las montañas del polo; era un bosque inmenso que se extendía hasta perderse de vista, hecho de arbustos y de grandes árboles de rara naturaleza, verdes como pinos. […] El polo ya no era el reino del invierno y de la muerte. […]

Antes de tocarla, Clairancy quiso ante todo conocer aquella materia (como nos explicó luego); sacó su cuchillo de caza y golpeó la piedra; la punta del cuchillo se rompió y la piedra produjo un sonido metálico; trazó otras rayas en otros puntos, y en todas partes apareció el color del hierro, mezclado ligeramente con un terreno negro y duro en extremo. «No hay ninguna duda —le dijo a Edouard—, son las montañas de hierro de las que tanto han hablado los verdaderos físicos.» […]

Debimos de caminar una hora y media hasta llegar a la cima de aquellas montañas, y durante todo aquel recorrido no vimos nada. Pero al llegar a la plataforma de la corona que rodea el polo, precisamente mientras nos alegrábamos de encontrarnos sobre un suelo amplio, inmenso, iluminado por una luz más pura que la del día, experimentamos todos una sensación que nunca olvidaremos. Sentimos que la respiración se tornaba más ligera y los movimientos más ágiles; nos parecía estar planeando sin rozar la tierra. Estábamos a poca distancia de la otra orilla de donde brotaban torrentes de luz que de lejos habíamos tomado por una columna de dimensiones reducidas y que formaban una masa inconmensurable. Tristán creía como yo que el polo era un centro de luz y de calor, como el sol; William y Martinet temían caer en el fuego y todos queríamos detenernos. Pero una sacudida violenta que nos estaba arrastrando rápidamente nos indicó que ya no podíamos detenernos y que éramos atraídos hacia el polo por una fuerza invisible, desde el mismo momento en que pusimos los pies en la cima de la montaña. […] Temblamos de terror al vernos al borde de un precipicio sin fondo donde el día brillaba con todo su esplendor, pero no tuvimos tiempo de pensar y nuestro pequeño grupo fue arrastrado por un torbellino de ráfagas de viento. […]

Descendíamos por el remolino con la rapidez de una gran caída. […] Y con indefinible sorpresa nos encontramos con una vaga luminosidad de inmensa extensión. […]

«Escuchad —dijo finalmente Clairancy—. A principios del siglo dieciocho hubo un físico que sostenía que la Tierra no podía ser compacta porque, teniendo tres mil leguas de diámetro, al menos dos mil novecientas serían inútiles. De modo que suponía que en el interior del globo había un núcleo metálico que regula sus movimientos. El sistema fue rechazado por considerarlo una paradoja, pero nuestra aventura demuestra que es una realidad. Esto es lo que pienso: la Tierra, en cuya superficie viven los hombres y que tiene nueve mil leguas de circunferencia, tiene un grosor de apenas cincuenta o cien, y contiene en su interior, que está vacío, una especie de globo. En el centro de este globo hay otro núcleo u otro planeta más pequeño, y este núcleo es magnético. […] Ahora bien, los abundantes vapores producidos por las rocas magnéticas a las que hemos sido arrojados, salen directamente por la abertura del polo, donde el autor de la naturaleza ha situado una cadena de montañas de hierro para formar una corona. Hay que creer que el polo meridional está rodeado del mismo modo. Así, dado que las grandes masas de hierro que rodean ambos polos atraen por cada lado los vapores magnéticos de este planeta central, la Tierra se mantiene en perfecto equilibrio. Lo que nos desconcierta es ver el cielo, cuando sabemos que por encima de nosotros tenemos la corteza terrestre. Pero es posible que nuestro globo, opaco y oscuro en la superficie, sea luminoso en sus partes inferiores, donde el aire que nos rodea oculta el verdadero aspecto de este medio globo que se eleva sobre nosotros. Y en cuanto a la luz que recibimos, creo que es producida por los vapores magnéticos que, atravesando los dos polos, se elevan a una altura infinita, reflejando los rayos solares y produciendo las auroras boreales.»

UNA VISIÓN EN EL SUBSUELO

E. BULWER-LYTTON

La raza futura, caps. II y IV (1871)

El camino era semejante a un gran paso alpino: bordeaba paredes rocosas, de las que formaba parte aquella por la que yo había descendido. Abajo, a la izquierda, se extendía un ancho valle, que ofrecía a mi mirada perpleja el testimonio inequívoco de la presencia del trabajo y de la cultura. Aparecían campos cubiertos de una extraña vegetación, diferente a la de la superficie; el color no era verde, sino plomizo y opaco, o bien rojo dorado.

Había lagos y riachuelos que parecían deslizarse entre orillas curvilíneas artificiales; algunos eran de agua pura, otros brillaban como si fueran de nafta. A mi derecha, barrancos y desfiladeros se abrían entre las rocas; y en medio surgían pasos que parecían creados artificialmente, bordeados de árboles semejantes a helechos gigantes, con un delicado follaje plumado y troncos como palmeras. Unas plantas eran parecidas a las cañas, pero más altas y cargadas de grandes manojos de flores. Otras tenían forma de enormes hongos, con tallos cortos y robustos que sostenían anchos sombreros, de los que crecían o se replegaban largas ramas delgadas. Todo el escenario que me rodeaba, hasta perderse de vista, estaba iluminado por innumerables lámparas. Aquel mundo sin sol era resplandeciente y cálido como un paisaje italiano a mediodía, pero el aire era menos opresivo y el calor más suave. Y en aquel panorama aparecían asentamientos. Podía distinguir en lontananza, a orillas de los lagos y de los riachuelos, o a media ladera de las montañas, incrustados en la vegetación, edificios que sin duda debían ser viviendas humanas. Hasta descubrí, aunque a distancia, figuras que me parecían humanas y que se movían en aquel paisaje. […] Por encima de mí no había cielo, sino tan solo la bóveda de una inmensa caverna. La bóveda se elevaba cada vez más en la lejanía, hasta resultar imperceptible, oculta por la bruma. […]

Por fin llegué ante el edificio. Sí, había sido construido artificialmente y estaba excavado en parte en una gran roca. A primera vista habría jurado que pertenecía a la arquitectura egipcia más antigua. La fachada estaba adornada con enormes columnas, que se erguían gráciles sobre gruesos basamentos; cuando estuve más cerca, los capiteles me parecieron más adornados, más espléndidos y elegantes que los egipcios. Así como el capitel corintio imita las hojas de acanto, los capiteles de aquellas columnas se inspiraban en la vegetación del lugar: unos tenían forma de áloe, otros de helecho. Del edificio salió luego una figura humana […] ¿era realmente humana? Se detuvo sobre la amplia calle y miró a su alrededor, me vio y se acercó. Se detuvo a pocos metros de donde yo estaba, y ante aquella visión me invadió un temor indescriptible que me retuvo clavado en el suelo. Me recordaba las imágenes simbólicas de los genios o de los demonios que pueden verse en los vasos etruscos o en las paredes de los sepulcros orientales […] imágenes que adoptan formas humanas y que sin embargo pertenecen a otra raza. Era alto, no gigantesco, sino alto como los hombres más altos, pero por debajo de la estatura de los gigantes.

Su indumentaria básica parecía compuesta por grandes alas replegadas sobre el pecho, que descendían hasta las rodillas; el resto de la vestimenta lo formaban un sayo y unas polainas de una fina tela fibrosa. Sobre la cabeza llevaba una especie de tiara que resplandecía de gemas, y en la diestra sostenía un cetro delgado de metal brillante, como de acero bruñido. ¡Y el rostro! Era esta parte la que me inspiraba reverencia y terror. Era un rostro humano, pero de un tipo de hombre que no pertenecía a nuestras razas. Lo que más se le parecía, en las líneas y en la expresión, era el rostro de la esfinge, […] tan regular en su belleza tranquila, intelectual y misteriosa. Tenía un extraño color, más parecido al de los pieles rojas que a cualquier otra variedad de nuestra especie, y sin embargo era distinto […] un matiz más fuerte y apagado, y los ojos eran negros, grandes, profundos y brillantes, con las cejas arqueadas en semicírculo. El rostro era lampiño; pero aunque la expresión era serena y los rasgos sumamente bellos, había algo que me producía la misma sensación de peligro que provoca la visión de un tigre o de una serpiente. Sentía que aquella imagen antropomorfa estaba cargada de fuerzas hostiles al hombre. Mientras se acercaba, un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. Caí de rodillas y me cubrí el rostro con las manos.

Escena de la película Viaje al centro de la Tierra, 2008.

J. CLEVES SYMMES

(1772-1829)

Una carta

St. Louis, Territorio del Missouri,

América del Norte

A 10 de abril de 1818 d. C.

A todo el mundo:

Yo declaro que la Tierra es hueca y que su interior es habitable; que contiene un determinado número de esferas sólidas, concéntricas, esto es, puestas una dentro de la otra, y que está abierta por los dos polos en una extensión de doce o dieciséis grados. Me comprometo a demostrar la verdad de lo que afirmo y estoy dispuesto a explorar el interior de la Tierra si el mundo acepta ayudarme en mi empresa.

J. Cleves Symmes de Ohio,

ex capitán de infantería

NB. Tengo ya listo para imprenta un tratado en el que aclaro los principios del problema, aporto la prueba de la tesis anterior, explico la causa de los distintos fenómenos y revelo el «secreto dorado» del doctor Darwin. Como condición pido al patronato de este y de los Nuevos Mundos: […] Pido un centenar de compañeros valerosos, bien equipados, dispuestos a partir conmigo de Siberia en otoño, con renos y trineos, en el hielo del mar helado; cuento con que encontremos una tierra cálida y rica, repleta de vegetales y animales, y poblada por animales y tal vez por hombres, al llegar un grado más al norte de la latitud 82; volveremos en la primavera siguiente.

JCS

(Se adjuntaba a la carta un certificado de salud mental)

LA HIPÓTESIS DE BERNARD

R.W. BERNARD

El gran misterio de la Tierra hueca (1964)

Esto es lo que este libro pretende probar.

1. La Tierra es hueca y no una esfera sólida como habitualmente se supone, y su interior comunica con la superficie a través de las dos aberturas polares.

2. Las observaciones y los descubrimientos del contraalmirante Richard E. Byrd de la marina norteamericana, que fue el primero en entrar en las aberturas polares, hasta una distancia total de 4.000 millas, tanto en el Ártico como en el Antártico, confirmando la exactitud de nuestra teoría revolucionaria de la estructura terrestre, como han hecho otras observaciones de otros exploradores del Ártico.

3. Según nuestra teoría geográfica de una Tierra hueca y no convexa, que se abre en los polos hacia su interior vacío, el Polo Norte y el Polo Sur no han sido nunca alcanzados porque no existen.

4. La exploración del Nuevo Mundo desconocido que existe en el interior de la Tierra es mucho más importante que la exploración del espacio, y las expediciones aéreas de Byrd muestran cómo deberían realizarse estas expediciones.

5. La nación cuyos exploradores sean los primeros en alcanzar este Nuevo Mundo en el interior hueco de la Tierra, con una extensión mayor que la de la superficie terrestre, retomando los vuelos del almirante Byrd al Polo Norte y al Polo Sur, a través de las aberturas árticas y antárticas, se convertirá en la nación más grande del mundo.

6. No hay razón que impida que el interior hueco de la Tierra, que tiene un clima más suave que el de la superficie, albergue plantas, animales y vidas humanas; y si es así, es posible que los misteriosos platillos volantes procedan de una civilización más desarrollada que vive en el interior hueco de la Tierra.

7. En el caso de una guerra nuclear, el interior hueco de la Tierra permitiría la continuación de la vida humana después de que el fallout hubiese exterminado todo signo de vida en la superficie, proporcionando así un refugio ideal a los supervivientes de la catástrofe, de modo que la raza humana no sea destruida por completo.

Ilustración de Adam Seaborn, Symzonia. Voyage of Discovery, Nueva York, 1820.

EN EL CENTRO DEL HUEVO

CYRUS REED TEED

Koresh, Fundamentals of Koreshan Universology (1899)

El Sol, la Luna, los planetas y las estrellas no son grandes cuerpos celestes, como se cree, sino puntos focales de una fuerza que, siendo sustancial pero no material, es susceptible de transmutación de la materialización a la desmaterialización; esta capacidad de metamorfosis mantiene una combustión constante, y por consiguiente una radiación de las esencias etéreas generada incesantemente por la propia combustión. […]

La luna y los planetas son reflejos de la visión: la Luna, de la superficie terrestre; los planetas, de los discos mercuriales que fluctúan entre las láminas de los planetas metálicos. […]

Justo en el centro del huevo [el universo] existe un momento excéntrico que comprende un núcleo astral electromagnéticamente negativo y positivo, que constituye la estrella física central. […] Este se mueve en torno a un cono etéreo que tiene el ápice dirigido al norte y la base orientada al sur.

Cubierta de El gran misterio de la Tierra hueca, de Raymond Bernard, 1964.

ORIGEN DE LOS ESQUIMALES

R.W. BERNARD

El gran misterio de la Tierra hueca (1964)

Muchos de los que han escrito sobre este tema asumen que el interior de la Tierra está habitado por una raza de seres de pequeño tamaño y color oscuro, y dicen también que los esquimales, cuyos orígenes étnicos difieren de los de las otras razas, proceden de esa raza subterránea. […] Algunas leyendas esquimales hablan de una tierra paradisíaca de gran belleza que estaba situada al norte. Estas leyendas hablan de una tierra de luz perpetua, donde nunca hay tinieblas ni un sol demasiado brillante.

Gardner escribe: «Es perfectamente posible que los esquimales no desciendan de ninguna tribu procedente de China, sino que los propios chinos y los esquimales provengan originariamente del interior de la Tierra».

DEL PRETENDIDO DIARIO DE BYRD

RICHARD EVELYN BYRD

Diario (1947)

He de escribir este diario a escondidas y en el más absoluto secreto. Contiene mis anotaciones sobre el vuelo antártico que realicé el 19 de febrero de 1947. Llegará el día en que toda la racionalidad del hombre se disipará para convertirse en nada y se tendrá que reconocer la irrefutabilidad de la Verdad. Se me ha denegado la libertad de publicar estas anotaciones y quizá nunca lleguen a ver la luz, pero yo tengo que cumplir con mi deber, y reproducirlas aquí, con la esperanza de que un día todos puedan leerlas, en un mundo en el que el egoísmo y la ambición de un grupo de personas no puedan ya ocultar la verdad. […]

«Tanto la brújula giroscópica como la brújula magnética empiezan a girar y a vibrar, ya no podemos mantener el rumbo con nuestros instrumentos. Solo nos queda la brújula solar, con ella podemos mantener la dirección. Todos los instrumentos funcionan titubeante y extremadamente lentos, pero no hay indicios de congelación. […]

»Hace 29 minutos que hemos visto las montañas por primera vez. No nos hemos equivocado. Es una pequeña cadena montañosa, que nunca habíamos visto. […]

»Tras la cadena montañosa asoma lo que parece ser un pequeño valle, con un río o riachuelo que corre hacia la parte central. ¡Aquí abajo no puede haber un valle verde! ¡Aquí hay cosas extrañas y anormales! ¡Bajo nosotros solamente debería haber masas de hielo y nieve! A la izquierda, vemos las pendientes de las montañas cubiertas de espesos bosques. Nuestros instrumentos de navegación siguen girando enloquecidos. […]

»Desciendo ahora a 1.400 pies y hago girar acusadamente al avión hacia la izquierda para examinar mejor el valle bajo nosotros. Es verde y está cubierto de musgo y espesa hierba. La luz parece aquí distinta. No consigo ver el Sol. Hacemos de nuevo un giro a la izquierda y divisamos lo que parece ser un gran animal. Podría ser un elefante. ¡No! ¡Parece un mamut! ¡Es increíble! Pero es así. […]

»Sobrevolamos entretanto otras colinas verdes. El indicador de temperatura exterior marca 24 grados centígrados. Mantenemos nuestro curso. Todos los instrumentos vuelven a funcionar. Estoy perplejo ante sus reacciones. Intento contactar con el campamento base. La radio ha dejado de funcionar. […]

»El terreno a nuestros pies se vuelve cada vez más plano. ¡Ante nosotros se levanta lo que parece ser una ciudad! ¡Es imposible! ¡El avión empieza a tambalearse extrañamente! ¡Los controles se niegan a responder! ¡Dios mío! A nuestra derecha y a nuestra izquierda aparecen extraños objetos voladores. Se aproximan y algo irradia de ellos. Están tan cerca que puedo ver claramente su distintivo. Es un extraño símbolo. ¿Dónde estamos? ¿Qué nos ha pasado? […]

»Nuestra radio emite unos chasquidos y nos llega una voz que habla en inglés con acento que parece decididamente nórdico o alemán. El mensaje es: “Bienvenido a nuestro territorio, almirante. En exactamente siete minutos les haremos aterrizar. Relájese, almirante, está usted en buenas manos”. Me doy cuenta de que nuestros motores han dejado de funcionar. El aparato está bajo control ajeno y ahora gira por sí mismo. […]

»Se acercan unos hombres hasta el pie del avión. Son altos y tienen el cabello rubio. A lo lejos veo una ciudad iluminada, resplandeciente con los colores del arco iris. No sé qué va a suceder, pero los hombres que se aproximan aparentemente están desarmados. Oigo una voz que me llama por mi nombre y me ordena abrir. Obedezco. […]

»Todo lo que sigue lo escribo de memoria. Parece producto de la imaginación y podría calificarse de locura si no hubiese sucedido de verdad. El técnico y yo fuimos conducidos fuera del avión y saludados con cordialidad. Nos embarcaron en un pequeño medio de transporte parecido a una plataforma, pero sin ruedas. Con enorme rapidez llegamos a la ciudad brillante. A medida que nos acercábamos, la ciudad parecía hecha de cristal. Pronto nos detuvimos ante un gran edificio, de una arquitectura que no había visto nunca antes. Era como si proviniera de los diseños de un Frank Lloyd Wright, o bien podría estar sacado de una película de Buck Rogers. […]

»“Sí —replicó el maestro con una sonrisa—, usted está ahora en el imperio de los arios, el mundo en el interior de la Tierra. No interrumpiremos su misión mucho tiempo y serán escoltados hasta la superficie sin peligro alguno. Pero antes le voy a decir por qué lo he hecho venir, almirante. Nosotros seguimos los acontecimientos que se producen arriba sobre la Tierra. Nuestro interés comenzó cuando ustedes lanzaron las primeras bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, en Japón. En aquella mala hora fuimos a vuestro mundo con nuestros platillos volantes, los Flugelrads, para investigar lo que había hecho vuestra raza. Evidentemente, es historia pasada, almirante, pero déjeme continuar. Nosotros nunca nos hemos inmiscuido en las guerras y barbaries de vuestra raza, pero ahora tenemos que hacerlo porque habéis empezado a experimentar con un tipo de energía, la atómica, que en realidad no estaba pensada para los hombres. Hemos hecho llegar mensajes a las potencias de vuestro mundo pero no nos hacen ningún caso. Por este motivo fue usted elegido para ser testigo de que nuestro mundo existe.” […]

»El maestro continuó: “Desde 1945 hemos intentado una y otra vez contactar con vuestra raza, pero todos nuestros intentos han sido acogidos con hostilidad: nuestros Flugelrads han sido perseguidos por vuestros aviones de combate, atacados y disparados. Ahora debo decirle, hijo mío, que una poderosa tormenta se levanta en vuestro mundo, una furia negra que arrasará durante mucho tiempo. No habrá defensa en vuestras armas, no habrá seguridad en vuestra ciencia. Esta tormenta se ensañará con todo, de forma que toda cultura será destruida y todas las cosas humanas se hundirán en el caos. La guerra que acaba de terminar es solo un preludio de lo que todavía ha de sobrevenir a vuestra raza. […] Nosotros vemos en un futuro lejano surgir de los escombros de vuestra raza una nueva Tierra, en busca de sus legendarios tesoros perdidos, y estarán aquí con nosotros, hijo mío, nosotros los mantendremos a salvo. Cuando llegue el momento, nos presentaremos de nuevo a vosotros para ayudar a revivificar vuestra, cultura y vuestra raza”. […]

»11 de marzo de 1947. He estado en una reunión del Estado Mayor en el Pentágono. He informado detalladamente sobre mis descubrimientos y sobre el mensaje del maestro. Todo ha sido convenientemente registrado. El presidente también ha sido informado. He sido retenido aquí durante varias horas (exactamente seis horas y treinta y nueve minutos). He sido interrogado minuciosamente por un equipo de seguridad y por un equipo médico. ¡Ha sido un infierno! Me han puesto bajo la estricta supervisión de la Previsión Nacional de Seguridad de los Estados Unidos de América. Se me recuerda que soy un oficial y que por tanto debo obedecer sus órdenes. […]

Para acabar, debo afirmar que he mantenido en secreto este asunto durante todos estos años, tal y como se me ordenó. Pero lo he hecho en contra de mis principios de integridad moral. Ahora siento que pronto llegará mi hora y este secreto no morirá conmigo, sino que triunfará, como toda verdad. Solo así puede existir esperanza para el género humano. ¡Yo he visto la verdad, y la verdad ha fortalecido mi espíritu y me ha liberado! […] Porque he visto el país más allá del polo, el centro del gran desconocido.»

William Bradshaw, La diosa de Atvatabar, Nueva York, J. F. Douthitt, 1892.

ASGARTHA

LOUIS JACOLLIOT

Les fils de Dieu, VIII (1873)

El brahmatma vivía invisible entre sus mujeres y sus favoritos en su inmenso palacio. Sus órdenes a los sacerdotes y a los gobernadores de provincia, a los brahmanes y a los aryas de todos los órdenes, eran transmitidas por medio de mensajeros que llevaban brazaletes de plata grabados con sus armas.

Cuando estos oficiales pasaban por las ciudades y los campos, montados en sus monstruosos elefantes blancos, vestidos de seda adornada con oro, y precedidos de gente corriendo que anunciaba su presencia al grito de «¡ahovata!, ¡ahovata!», el pueblo se arrodillaba al borde de los caminos y no alzaba la cabeza hasta que el cortejo había desaparecido […]

Desfile de elefantes, del maestro de Boucicaut, Livre de merveilles, siglo XV, París, Bibliothèque Nationale de France.

Cuando salía el propio brahmata solo podía hacerlo en un palanquín cerrado por cortinas tejidas en cachemir, seda y oro, sobre el elefante blanco consagrado a su persona, que solo él podía montar, y que casi se doblegaba bajo el peso del oro macizo, las alfombras del Nepal, las joyas y las piedras finas. La trompa del animal estaba adornada con muchos brazaletes, auténticas joyas de paciente orfebrería, y de sus grandes orejas pendían enormes diamantes de valor incalculable. El palanquín era de madera de sándalo con incrustaciones de oro.

Los servicios de palacio de este representante de dios en la tierra iban más allá de lo que se podría imaginar, y las descripciones que los brahmanes nos han dejado del palacio de Asgharta superan en mucho las maravillas de Tebas, de Menfis, de Nínive y de Babilonia, que por otra parte no eran más que un débil eco de las de sus antepasados hindús.

Por último, los fundadores del cristianismo, tras haber copiado del brahmanismo la Trinidad y sus misterios, los nombres y las aventuras de sus encarnaciones, la Virgen madre y, como veremos, el óleo santo y el fuego del altar, el agua bendita y otras ceremonias, quisieron subrayar todavía más su filiación llevando hasta el extremo el servilismo de su copia.

Después de haber convertido a Ieseus Christma en su Jesucristo y a la virgen Dvanaguy en la virgen María, se inspiraron en el brahmanismo para la figura de su Papa.

William Bradshaw, Mapa del mundo inferior, de La diosa de Atvatabar, Nueva York, J. F. Douthitt, 1892.

¿DÓNDE ESTÁ AGARTHA?

ALEXANDRE SAINT-YVES D’ALVEYDRE

Mission de l’Inde, I y II (1886)

¿Dónde está Agartha? ¿En qué lugar preciso se encuentra? ¿Por qué caminos hay que andar, y qué pueblos hay que atravesar para llegar hasta allí? […]

Pero como sé que en sus mutuas competencias por toda Asia, algunas potencias rozan sin darse cuenta, este territorio sagrado, como sé, que en caso de un posible conflicto, sus ejércitos pasarán por él, junto a él, por humanidad para con estos pueblos y la propia Agartha, no dudo en proseguir la divulgación que he comenzado.

En la superficie y en las entrañas de la Tierra la extensión real de Agartha desafía la opresión y la coacción de la profanación y de la violencia.

Sin hablar de América, cuyo subsuelo ignorado le ha pertenecido desde la más remota antigüedad, tan solo en Asia, cerca de quinientos millones de hombres conocen más o menos su existencia y su extensión.

Pero no se hallará ni un solo traidor entre ellos que indique la situación precisa en que se encuentran su Consejo de Dios y su Consejo de los Dioses, su cabeza pontificial y su corazón jurídico. […]

Baste saber a mis lectores que, en algunas regiones del Himalaya, entre los veintidós templos que representan los veintidós Arcanos de Hermes y las veintidós letras de ciertos alfabetos sagrados, Agartha forma el zero místico, el que no puede ser encontrado. […]

El territorio sagrado de Agartha es independiente, organizado sinárquicamente y compuesto por una población que se eleva a una cifra de casi veinte millones de almas. […]

Las bibliotecas de los Ciclos anteriores se encuentran también bajo los mares que devoraron el antiguo continente austral, y en las construcciones subterráneas de la antigua América antediluviana.

Lo que voy a contar aquí y más adelante parecerá un cuento de Las mil y una noches, y, sin embargo, nada hay más real.

Los verdaderos archivos universitarios de la Paradesa ocupan miles de kilómetros. Desde ciclos de siglos, cada año, tan solo algunos de los iniciados de alto grado y que solo poseen el secreto de algunas de las regiones, saben el auténtico objetivo de ciertos trabajos, y están obligados a pasar tres años grabando en tablillas de piedra, con caracteres desconocidos, todos los hechos que interesan a las cuatro jerarquías de las ciencias que constituyen el cuerpo total del conocimiento.

Cada uno de estos sabios realiza su trabajo en la soledad, lejos de toda luz visible, bajo las ciudades, bajo los desiertos, bajo las llanuras y bajo las montañas.

Que el lector intente imaginar un colosal tablero de ajedrez extendiéndose bajo tierra a casi todas las regiones del planeta. En cada una de las casillas se encuentran los acontecimientos importantes de los años terrestres de la humanidad, en algunas casillas las enciclopedias seculares y las milenarias, en otras por último, las de los yougs menores y mayores. […]

Y en las horas solemnes de la oración, durante la celebración de los misterios cósmicos, pese a que los hierogramas sagrados son murmurados en voz baja en la inmensa cúpula subterránea, se produce en la superficie de la Tierra y en los cielos un extraño fenómeno acústico.

Los viajeros y las caravanas que vagan a lo lejos, bajo la luz del Sol o a la claridad nocturna, se detienen, y hombres y animales escuchan con ansiedad. […]

Estas ciencias, estas artes, y muchas más, siguen siendo enseñadas, comprobadas y practicadas en los talleres, en los laboratorios y en los observatorios de Agartha. La química y la física han llegado a tal grado de desarrollo, que si yo las expusiera aquí nadie podría comprenderlas. Nosotros solo conocemos las fuerzas del planeta, ¡y ni siquiera muy bien! […]

Cada año, en una época cósmica determinada, bajo la dirección del maharshi, del gran príncipe del Sagrado Colegio Mágico, los laureados de las altas secciones, bajan aún para visitar una de las metrópolis de Plutón. Primero deben introducirse en el suelo por una cavidad que apenas permite el paso del cuerpo. El yoghi detiene su respiración, y con las manos sobre la cabeza, se deja caer, y tiene la sensación de que transcurre un siglo. Caen por fin, uno tras otro en una interminable galería cuesta abajo, en la que empieza su auténtico viaje. A medida que van descendiendo, el aire se hace más y más irrespirable, y bajo la tenue luz de allí abajo, se ve cómo la fuerza de los iniciados se va graduando a lo largo de las inmensas bóvedas inclinadas, en cuyo fondo muy pronto observarán los infiernos. La mayoría de ellos se ven obligados a detenerse en el camino, sofocados y agotados pese a las provisiones de aire respirable, alimentos y sustancias capaces de aliviar el calor que llevan consigo. Solo continúan aquellos a quienes la práctica de las artes y de las ciencias secretas han permitido respirar lo mínimo posible con los pulmones, y sacar del aire, en cualquier sitio, y con otros órganos, los elementos divinos y vitales que se conservan en todas partes.

Por fin, después de un viaje muy largo, los que han perseverado ven arder a lo lejos algo semejante a un inmenso incendio que se produce por debajo del planeta. […]

La metrópolis ciclópea se abre, iluminada desde abajo por un océano fluido, rojo, lejano reflejo del fuego central, retraído en sí mismo durante esta época del año.

Se repiten hasta el infinito las más extrañas formas de arquitectura, donde todos los minerales entremezclados realizan lo que la fantasía y la quimera de los artistas góticos, corintios, jonios y dorios, nunca habrían osado soñar.

Y por todas partes, furioso de ser penetrado e invadido por los hombres, un pueblo con forma humana, de cuerpo ígneo, se retira ante los iniciados, y se lanza en todas direcciones gracias a las alas, para agarrarse por fin con sus uñas en las murallas plutonianas de su ciudad.

Con el maharshi a la cabeza, la teoría sagrada sigue un estrecho camino de basalto y de lava solidificada. A lo lejos se oye un ruido sordo que parece llegar hasta el infinito, parecido al estruendo de las olas de una gran marea equinoccial.

Mientras tanto, a la vez que andan, los yoghis observan y estudian a estos extraños pueblos, sus costumbres, su espantosa actividad, su utilidad para nosotros.

Mediante los trabajos que ellos realizan, por orden de las potencias cósmicas, el subsuelo nos ofrece ríos subterráneos de metaloides y de metales que nos son necesarios, los volcanes protegen nuestro planeta de las explosiones y cataclismos, y se regula el régimen de nuestros ríos en valles y montañas.

Son también ellos quienes preparan los rayos, retienen bajo tierra las corrientes cíclicas de los fluidos interpolares e intertropicales, así como sus derivaciones interferenciales en las zonas de latitudes y longitudes diferentes a las de la Tierra.

Son ellos también quienes devoran todo germen vivo mientras se pudre para dar luego fruto.

Estos pueblos son los autóctonos del fuego central; son los mismos que visitó Nuestro Señor Jesucristo antes de subir al Sol, para que la redención lo purificase todo, incluso los instintos ígneos de los que se eleva aquí abajo la jerarquía visible de los seres y de las cosas. […]

Penetremos en este tabernáculo, vayamos a ver al brahatmah, prototipo de los abramidas de Caldea, de los Melquisedec de Salem y de los Hierofantes de Tebas y de Menfis, de Sais y de Amón.

Excepto los más altos iniciados, nadie ha visto jamás cara a cara al soberano pontífice de Agartha. […]

Es un anciano, descendiente de la bella raza etíope, de tipo caucásico, que después de la roja, y antes de la blanca, sostuvo tiempo atrás el cetro del gobierno general de la Tierra, y talló en todas las montañas esas ciudades y los prodigiosos edificios que encontramos en todas partes, desde Etiopía hasta Egipto, desde las Indias hasta el Cáucaso.

John Martin, Pandemonium (en Milton, El Paraíso perdido), 1841, París, Louvre.

EL REY DEL MUNDO

FERDINAND OSSENDOWSKI

Bestias, hombres, dioses (1923)

Fue durante mi viaje a Asia central cuando oí hablar por primera vez del misterio de los misterios. No sabría definirlo de otro modo. Al principio no le presté mucha atención ni le atribuí la importancia que luego comprendí que tenía, cuando hube analizado y comparado muchos testimonios esporádicos, confusos y a menudo contradictorios.

Los ancianos que viven a orillas del río Amyl me contaron una antigua leyenda según la cual una tribu mongol, tratando de eludir las exigencias de Gengis Kan, se escondió y halló refugio en un mundo subterráneo. Más tarde, un soyoto de los alrededores del lago Nogan Kul me mostró, envuelta en una nube de humo, la entrada de una caverna por la que se accede al reino de Agartha. Hace tiempo, un cazador penetró por esa caverna en el reino subterráneo, y a su vuelta empezó a contar lo que había visto. Los lamas le cortaron la lengua para impedirle hablar del misterio de los misterios. Al llegar a la vejez, regresó a la caverna y desapareció en el reino subterráneo, cuyo recuerdo había encantado y regocijado su corazón de nómada.

Obtuve informes más detallados de labios del Hukutuktu Jelyb Djamsrap de Narabanchi Kure. Este me narró la historia de la llegada del poderoso rey del mundo desde su reino subterráneo, de su aparición, de sus milagros y profecías, y solo entonces empecé a comprender que esta leyenda, sugestión hipnótica, visión colectiva, o cualquier cosa que sea, encierra, además de un misterio, una fuerza real y poderosa, capaz de influir en el curso de la vida política de Asia. A partir de este momento profundicé más en mis investigaciones. El Lama Gelong, favorito del príncipe Chultun Beyli, y el príncipe mismo, me proporcionaron una descripción del reino subterráneo. […]

«Este reino se llama Agartha y se desarrolla a través de una red de galerías subterráneas que se extiende por el mundo entero. He oído a un sabio lama decir en China al Bogdo Kan que todas las cavernas subterráneas de América están habitadas por el pueblo antiguo que desapareció en el subsuelo. Aún se encuentran huellas suyas en la superficie del país. Estos pueblos y tierras subterráneas están gobernados por soberanos que deben obediencia al Rey del Mundo. En todo esto no hay nada sorprendente. Sabéis que en los dos océanos mayores del este y el oeste había antiguamente dos continentes. Desaparecieron bajo las aguas, pero sus habitantes pasaron al reino subterráneo. Las cavernas del subsuelo están iluminadas por un resplandor especial que permite el crecimiento de cereales y otros vegetales y da a las gentes una larga vida sin enfermedades. Existen allí numerosos pueblos y muchas tribus diferentes. Un viejo brahmán budista de Nepal, obedeciendo la voluntad de los dioses, hizo una visita al antiguo reino de Gengis, Siam, y allí encontró a un pescador, quien le ordenó que saltase a su barca y se hiciera a la mar con él. Al tercer día llegaron a una isla cuyos habitantes poseían dos lenguas, con las que podían hablar separadamente idiomas distintos. Les enseñaron animales curiosos, insólitos, tortugas de dieciséis patas y un solo ojo, enormes serpientes de sabrosa carne y pájaros con dientes que cogían peces en el mar para sus amos. Estos isleños les dijeron que procedían del reino subterráneo y les describieron ciertas regiones del mundo del subsuelo.»

Lorenzo Lotto, El sacrificio de Melquisedec, c. 1545, Museo-Antico Tesoro della santa casa di Loreto.

LOS HECHOS GEOGRÁFICOS Y LOS HISTÓRICOS TIENEN UN VALOR SIMBÓLICO

RENÉ GUÉNON

El rey del mundo, «Conclusiones» (1925)

Del testimonio concordante de todas las tradiciones se desprende claramente la siguiente conclusión: existe una «Tierra Santa» por excelencia, prototipo de todas las demás «Tierras Santas», centro espiritual al que todos los demás centros están subordinados. La «Tierra Santa» es también la «Tierra de los Santos», la «Tierra de los Bienaventurados», la «Tierra de los Vivos», la «Tierra de la Inmortalidad»; todas estas expresiones son equivalentes, y es necesario agregar además la de «Tierra Pura», que Platón aplica a la «morada de los Bienaventurados».

Esta morada se sitúa habitualmente en un «mundo invisible»; pero, si se quiere comprender de qué se trata, no hay que olvidar que ocurre lo mismo con las «jerarquías espirituales» de que hablan todas las tradiciones, y que representan en realidad grados de iniciación.

En el período actual de nuestro ciclo terrestre, es decir, en el Kali-Yuga, esta «Tierra Santa» defendida por «guardianes» que la ocultan a las miradas profanas asegurando no obstante algunas relaciones exteriores, es en efecto invisible, inaccesible, pero solo para aquellos que no poseen las cualificaciones requeridas para penetrar en ella. Ahora bien, su localización en una región determinada, ¿debe considerarse literalmente efectiva, o solo simbólica, o es a la vez lo uno y lo otro? A esta cuestión, responderemos que, para nosotros, los hechos geográficos mismos y también los hechos históricos tienen, como todos los demás, un valor simbólico, que por lo demás, evidentemente, no les quita nada de su realidad propia en tanto que hechos, sino que les confiere, además de esta realidad inmediata, una significación superior.