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LA ISLA DE SALOMÓN
Y LA TIERRA AUSTRAL

Siempre ha habido tierras largo tiempo soñadas, descritas, buscadas, registradas en los mapas, que luego desaparecieron de ellos y que ahora todo el mundo sabe que nunca existieron. Sin embargo, esas tierras tuvieron para el desarrollo de la civilización la misma función utópica que el reino del Preste Juan, cuyo hallazgo sirvió de aliciente a los europeos para explorar Asia y África, y descubrir evidentemente otras cosas.

Una de esas tierras es la Tierra Austral. La idea de Tierra Austral se remonta a los griegos, de Aristóteles (Los meteorológicos, II, 5) a Ptolomeo, y se confunde a menudo con la teoría de las antípodas (de la que hemos hablado en el capítulo sobre la tierra plana), y de la tradición pitagórica procedía la idea de una Antictone o «Tierra opuesta», un continente simétrico al mundo conocido (ecúmene), indispensable para equilibrar el planeta e impedir que volcara. Para Pomponio Mela incluso la isla de Taprobana era como un promontorio extremo del continente austral.

En la época moderna, Magallanes (que creía haberla identificado) la llamaría Terra Australis recenter inventa sed nondum plene cognita (esto es, «tierra recientemente hallada pero todavía no conocida del todo»).

Mapa del océano Pacífico, en Theatrum orbis terrarum, de Ortelius, 1606, Londres, Royal Geographical Society.

Para entender mejor qué era basta mirar dos mapas antiguos: si el clásico mapa de Macrobio no podía prever la existencia de América, el de Ortelius lo sabía casi todo sobre Asia, África y América, pero ambos desconocían el continente que hoy llamamos Oceanía. Todavía no se había descubierto Australia y se creía que aquella parte del mundo estaba cubierta por una especie de casquete de tierra, un enorme continente desconocido, algo así como un gigantesco pañal con el que la tierra cubría su parte meridional, completamente inhabitable o solo poblada por animales feroces.

Magallanes, al recorrer el estrecho homónimo en el extremo de América del Sur, vio a su izquierda una serie de islas ricas en bosques y montes cubiertos de nieve. Era la Tierra del Fuego, pero él creía que se trataba de las estribaciones de la Terra Incognita. Después de él, muchos otros buscarían la Terra Incognita en el Atlántico Sur, en el océano Índico meridional y en el Pacífico austral.