El anhelo de otras sociedades ideales había aparecido ya en La República y Leyes de Platón, pero Moro fue el primero que describió este no lugar, la isla, sus ciudades y sus edificios. Otros lugares utópicos se describirían tiempo después por ejemplo en La ciudad del sol, de Tomás Campanella (1602), o en la Nueva Atlántida, de Francis Bacon (1627).
Gulliver en el país de los liliputienses, ilustración de Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift, 1876, Estocolmo, Landskrona Museum Collection.
La literatura política, así como la denominada de ciencia ficción, abunda en descripciones de civilizaciones ideales. Destacan la Historia cómica de los estados e imperios de la Luna y del Sol, de Cyrano de Bergerac (1649, 1662); La república de Océana, de James Harrington (1656); L’Histoire des Sévarambes, de Denis Vairasse (1675); La terre australe connue, de Foigny (1676); République des philosophes ou Histoire des Ajaoiens, de Fontenelle (1768); El descubrimiento austral por un hombre volador, o el Dédalo francés, de Restif de la Bretonne (1781);[21] La tranquila y racional sociedad de los Houyhnhnm en Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift (1726); las obras de Henri de Saint-Simon y Charles Fourier que, en oposición a la sociedad capitalista de su época, propugnan un socialismo utópico, y al menos en el caso de Fourier no puede hablarse solo de utopía, porque más tarde, a lo largo del siglo XIX, hubo algunos intentos de hacer realidad la idea de sus falansterios. Y citaremos asimismo el Viaje por Icaria, de Étienne Cabet (1840), que concibe una sociedad de tipo comunista; Erewhon, de Samuel Butler (1872), cuyo nombre es un anagrama nowhere («en ningún lugar»); y News from Nowhere, de William Morris (1891).
Charles Verschuuren, cartel para el Federal Theatre Project, presentación de RUR, de Karel Čapek, en el Marionette Theatre, Nueva York, 1936-1939.
Algunas veces la utopía adquiere forma de distopía, obra en la que se habla de sociedades negativas, como ocurría con Mundus alter, de Hall (1607); y en el siglo pasado con 1984, de Orwell; RUR, de Karel Čapek; Un mundo feliz, de Aldous Huxley; La séptima víctima, de Robert Sheckley; Fahrenheit 451, de Ray Bradbury; ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, de Philip K. Dick (obra en la que se inspira la famosa película Blade Runner, de Ridley Scott), por no hablar de otras películas famosas como Metrópolis, de Fritz Lang, o El planeta de los simios.
Para ser coherentes con el propósito de este libro, que pretende hablar de lugares y tierras «legendarias», esto es, de tierras en torno a las cuales han surgido leyendas que durante siglos las han presentado como realmente existentes, no se debería hablar de las ciudades, de las islas, de los países de la Utopía, porque por definición han sido presentados como no lugares (aunque sus autores pretendían presentar situaciones que podrían o deberían convertirse en realidad algún día). Algunos de estos lugares imaginarios, como por ejemplo los de Swift, son el resultado de una invención novelesca y no han dado pie a que cohortes de exploradores crédulos hayan ido en su busca. En cambio, otros (como la isla de Utopía, la población de La ciudad del sol, la tierra de Bensalem de la Nueva Atlántida) han llegado a ser casi reales, si no creídos, al menos deseados o deseables; su descripción en latín iría precedida de un utinam, adverbio que podríamos traducir por «quisiera el cielo que… cómo me gustaría que… ojalá que…» A menudo el objeto de un deseo, cuando este se torna esperanza, se vuelve más real que la realidad misma. Por la esperanza en un futuro posible, muchos hombres pueden llegar a realizar enormes sacrificios, y hasta a morir, arrastrados por profetas, visionarios, predicadores carismáticos y movilizadores de masas, que inflaman las mentes de sus seguidores con la visión de un futuro Paraíso en la Tierra (o en otra parte).
Richard Redgrave, Gulliver y el campesino de Brobdingnag, en Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift, siglo XIX, Londres, Victoria and Albert Museum.
En cuanto a las utopías negativas, se nos han aparecido como verdaderas cada vez que hemos reconocido en nuestra realidad cotidiana situaciones que parecían dar la razón al oscuro pesimismo de esos relatos.
Pese a lo dicho, no siempre querríamos vivir en las sociedades que nos recomiendan las utopías, semejantes muchas veces a dictaduras que imponen la felicidad al precio de la libertad de sus ciudadanos. Por ejemplo, la Utopía de Moro predica la libertad de expresión y de pensamiento y la tolerancia religiosa, pero limitándola a los creyentes y excluyendo a los ateos, a quienes les está vetado acceder a los cargos públicos; o bien avisa de que «si alguno se aventura por su propia cuenta más allá de sus términos y es sorprendido sin el permiso del jefe […] es castigado con dureza y reducido a esclavitud en caso de reincidencia». Además, como obras literarias, las utopías tienen la característica de ser un poco repetitivas porque, como se busca una sociedad perfecta, se acaba siempre copiando el mismo modelo. Ahora bien, aquí no nos interesa el modo de vida que estas obras recomiendan, o la crítica a veces explícita de las sociedades en que viven los autores, sino los lugares que describen.
Estos lugares no son muchos, porque no todas las infinitas utopías que se han escrito describen un lugar concreto, y de esos lugares descritos solo unos pocos han quedado grabados en el imaginario colectivo hasta el punto de crear su propia leyenda.
Ya hemos dicho que las utopías son repetitivas, como repetitivas son también las descripciones de las ciudades utópicas, porque en cierta medida y de una forma más o menos consciente su modelo deriva de la ciudad celestial del Apocalipsis, espléndida y tetragonal, y en algunos casos del sueño del templo de Salomón, del que ya hemos hablado en el capítulo 2 de este libro. En Christianopolis, de Johann Valentin Andreae (1619), la ciudad ideal se presenta con bastante claridad como una nueva Jerusalén terrenal modelada sobre la celestial del Apocalipsis.
Precisamente para demostrar de qué modo las distintas utopías han creado imágenes que luego alguien se ha tomado en serio hasta el punto de querer convertirlas en realidad, hay que pensar en las distintas ciudades ideales proyectadas por los arquitectos renacentistas. Por ejemplo, Palmanova tiene forma de estrella de nueve puntas, está rodeada de murallas y fosos y dispone de seis calles que convergen hacia el centro, en forma de plaza hexagonal. Nicosia, en Chipre, bajo el dominio veneciano, para resistir a los ataques turcos fue proyectada, al menos desde el exterior, como una ciudad ideal, en la que una estructura circular protegía la vieja ciudad medieval gracias a once bastiones.
Palmanova, de Braun y Hogenberg, Civitates orbis terrarum, 1598, Nuremberg.
Sin embargo, es posible que incluso utopistas como Moro y Campanella se hubieran inspirado en modelos anteriores, puesto que ya en el siglo XV Filarete en su Tratado de arquitectura (c. 1464) había proyectado Sforzinda, que debía alzarse sobre una planta de ocho puntas, obtenida superponiendo dos cuadrados a los que se daba un giro de 45°, perfectamente inscrita en un círculo, y desde cada puerta y cada torre partían unas calles rectilíneas en dirección al centro de la ciudad.
Tal vez la utopía más próxima a los intereses modernos sea la de Francis Bacon. En ella rige un sistema de vida pacífico y amable inspirado en la adquisición de todos los conocimientos científicos, y la casa de Salomón, descrita como receptáculo de todos los saberes y de todas las tecnologías, nos recuerda con su superabundancia el deseo de conocimiento que animaba, en el mismo siglo XVII, a los coleccionistas de los llamados gabinetes de curiosidades y de las Wunderkammern, cuartos de maravillas, colecciones increíbles de objetos e instrumentos prodigiosos.
Para acabar, cuando se crea la leyenda de un lugar inhallable, la literatura puede elevar a potencia este no existir, y así lo hace Jorge Luis Borges en su relato «Tlön, Uqbar, Orbis Tertius», que no por casualidad afirma que ese lugar inquietante y oculto es obra de «una sociedad secreta de astrónomos, de biólogos, de ingenieros, de metafísicos, de poetas, de químicos, de algebristas, de moralistas, de pintores, de geómetras… dirigidos por un oscuro hombre de genio», la cual, además de recordarnos a la Bensalem de Bacon, evoca asimismo explícitamente a «un teólogo alemán que a principios del siglo XVII describió la imaginaria comunidad de la Rosacruz, que otros luego fundaron, a imitación de lo prefigurado por él». Y el teólogo era, aunque Borges no nos lo dice, aquel Andreae que había concebido el lugar inexistente de Christianopolis.
Tabla de Luigi Serafini, Codex Seraphinianus, 1981, Milán, Franco Maria Ricci.
LA ISLA DE UTOPÍA
TOMÁS MORO
Utopía (1516)
La isla de los Utópicos mide doscientas millas en su parte central, que es la más ancha; durante un gran trecho no disminuye su latitud, pero luego se estrecha paulatinamente y por ambos lados hacia los extremos. Estos, como trazados a compás en un perímetro de quinientas millas, dan a la totalidad de la isla el aspecto de una luna en creciente. Un brazo de once millas poco más o menos separa ambos extremos y va a perderse luego en el inmenso vacío. Las montañas que por todos lados rodean la isla la protegen de los vientos, y el mar, lejos de encresparse, se estanca como un gran lago, convierte en un puerto toda aquella concavidad de la tierra y permite que las naves circulen en todas direcciones, con gran provecho para los habitantes. Las entradas son muy peligrosas, de una parte por los bajíos y por los escollos de otra. Casi en la mitad del brazo se yergue una roca inofensiva, donde tienen edificada una torre, a modo de atalaya. Las demás están ocultas y son peligrosas. Solo los naturales conocen los pasos y por esto, y no sin motivo, ningún extranjero se atreve a penetrar en el golfo, a no ser con guías utópicos. Su entrada, en efecto, sería muy poco segura, incluso para estos, si desde la orilla no les mostrasen el camino ciertas señales que, con solo cambiarse de lugar, atraerían fácilmente a la ruina a cualquier escuadra enemiga, por numerosa que fuese.
Los puertos son abundantes a un extremo de la isla y sus desembarcaderos están protegidos por doquier con tantos medios ya naturales ya artificiales, que unos cuantos defensores bastarían para rechazar a un ejército poderoso. Cuéntase, y la configuración misma del lugar lo comprueba, que aquella tierra no estuvo antiguamente rodeada por el mar; que Utopo (de quien, triunfante, recibió nombre la isla, antes llamada Abraxa, y que logró elevar a una multitud ignorante y agreste a un grado tal de civilización y cultura que sobrepasa actualmente a la de casi todos los mortales), apenas alcanzó la victoria en su primer desembarco, mandó cortar el istmo de quince millas que la unía al continente, dejando que el mar la circundase. Ocupó en este trabajo a los habitantes todos de la isla, para que nadie lo considerase afrenta, así como a la totalidad de sus soldados, con lo cual, distribuida entre tanta gente, la obra llevose a cabo con increíble rapidez y la admiración y el terror por el éxito obtenido sobrecogió a los pueblos colindantes, que al principio se mofaban del intento.
Tiene la isla 54 ciudades, grandes, magníficas y absolutamente idénticas en lengua, costumbres, instituciones y leyes; la situación es la misma para todas e igual también, en cuanto lo permite la naturaleza del lugar, su aspecto exterior.
Bartolomeo Del Bene, Ilustración de Civitas veri, 1609.
LA CIUDAD DEL SOL
TOMÁS CAMPANELLA
La ciudad del sol (1602)
Ya te expuse cómo di la vuelta al mundo entero y cómo finalmente llegué a Taprobana. Aquí me vi obligado a saltar a tierra y me escondí en un bosque por miedo a sus habitantes. Al salir de allí, pasado mucho tiempo, me detuve en una vasta llanura situada exactamente en el Ecuador. […] De repente me encontré con una gran muchedumbre de hombres y mujeres armados, muchos de los cuales conocían nuestro idioma y me acompañaron a la Ciudad del Sol. […]
La ciudad se halla dividida en siete grandes círculos o recintos, cada uno de los cuales lleva el nombre de uno de los siete planetas. Se pasa de uno a otro recinto por cuatro corredores y por cuatro puertas, orientadas respectivamente en dirección de los cuatro puntos cardinales. La ciudad está construida de tal manera que, si alguien lograre ganar el primer recinto, necesitaría redoblar su esfuerzo para conquistar el segundo; mayor aún para el tercero. Y así sucesivamente tendría que ir multiplicando sus esfuerzos y empeños. Por consiguiente, el que quisiera conquistarla, tendría que atacarla siete veces. Mas yo opino que ni siquiera podría ocupar el primero de ellos: tal es su anchura, tan lleno está de terraplenes y tan defendido con fortalezas, torres, máquinas de guerra y fosos.
Cuando traspasé la puerta que mira al Septentrión (la cual está revestida de hierro y construida en forma tal que puede levantarse, bajarse y cerrarse cómoda y seguramente, corriendo para ello, con maravilloso arte, resortes que penetran hasta el fondo de resistentes jambas), vi un espacio llano, de sesenta pasos de extensión, entre la primera y la segunda pared. Desde allí se contemplan inmensos palacios, unidos tan estrechamente entre sí a lo largo del muro del segundo círculo que puede decirse que forman un solo edificio. A la mitad de la altura de dichos palacios surge una serie de arcadas que se prolongan a lo largo de todo el círculo, sobre las cuales hay galerías y se apoyan en hermosas columnas de amplia base que rodean casi totalmente el subpórtico, como los peristilos o los claustros de los monjes. Por abajo, únicamente son accesibles por la parte cóncava del muro interior. Por ella se penetra a pie llano en las habitaciones inferiores, mientras que para llegar a las superiores hay que subir por escaleras de mármol que conducen a unas galerías interiores. Desde estas se llega a las partes más altas de los edificios, que son hermosas, poseen ventanas en la parte cóncava y en la parte convexa de los muros y se distinguen por sus livianas paredes. El muro convexo, es decir, el exterior, tiene ocho palmos de espesor; el cóncavo, tres; el intermedio, uno o casi uno y medio. Se llega después a la segunda llanura, que es unos tres pasos más estrecha que la primera. Entonces se divisa el primer muro del segundo círculo, adornado en su parte interior y superior con galerías análogas a las del primero. En la parte interna hay otro muro que rodea los palacios y posee unos segundos balcones y peristilos semejantes, sostenidos por columnas. […] Y así, a través de parecidos círculos y dobles muros que rodean los palacios, adornados de galerías situadas en la parte exterior y sostenidas por columnas, se llega, caminando siempre por terreno llano, a la parte última de la Ciudad. Sin embargo, cuando se entra por las puertas de cada uno de los círculos (las cuales son dos, a saber, una del muro exterior y otra del interior), hay que subir escalones, pero construidos de tal manera que apenas es perceptible la subida, porque se camina en sentido transversal y además los escalones distan muy poco unos de otros. En la cima del monte hay una llanura muy extensa, en cuyo centro surge un templo admirablemente construido. […] El templo es completamente redondo y no está rodeado de muros, sino que se apoya en gruesas columnas, bellamente decoradas. La bóveda principal, admirablemente construida y situada en el centro o polo del templo, posee una segunda bóveda, más alta y de menor dimensión, dotada de un respiradero, próximo al altar que es único y se encuentra rodeado de columnas en el centro del templo. Este último tiene más de trescientos cincuenta pasos de extensión. En la parte externa de los capiteles de las columnas se apoyan unas arcadas que presentan un saliente de unos ocho pasos, cuyo exterior descansa a su vez en otras columnas adheridas a un grueso y resistente muro de tres pasos de altura. […] Sobre el altar se ve únicamente un globo grande en el que está dibujado todo el cielo, y otro que representa la tierra. Además, en el techo de la bóveda principal están pintadas y designadas con sus propios nombres todas las estrellas celestes, desde la primera hasta la sexta magnitud. Tres versículos explican la influencia que cada una de ellas ejerce en los sucesos de la tierra. Los polos y los círculos mayores y menores hállanse indicados en el templo según su propio horizonte, pero inacabados porque falta muro en la parte de abajo. […]
Siete lámparas de oro, designadas con el nombre de los siete planetas, permanecen constantemente encendidas. La bóveda menor del templo está rodeada de algunas celdas, pequeñas y pulcras; y, después del espacio llano que hay sobre los claustros o arcadas de las columnas interiores y exteriores, encuéntranse otras muchas celdas, amplias y bien decoradas, donde habitan unos cuarenta y nueve sacerdotes y religiosos. En el punto más alto de la bóveda menor se destaca una bandera flotante que señala la dirección de los vientos (de los cuales conocen hasta treinta y seis). Según el viento reinante, saben las condiciones atmosféricas y los cambios que en el mar y en la tierra sobrevendrán, dentro de su propio clima. En el mismo lugar, y debajo de la bandera, se advierte un cuaderno escrito con letras de oro. […]
El jefe supremo es un sacerdote, al que en su idioma designan con el nombre de Hoh; en el nuestro, le llamaríamos Metafisico. Se halla al frente de todas las cosas temporales y espirituales. Y en todos los asuntos y causas su decisión es inapelable.
Le asisten tres jefes adjuntos, llamados Pon, Sin y Mor, palabras que en nuestra lengua significan respectivamente Poder, Sabiduría y Amor.
Mapa de Nicosia de Giacomo Franco, 1597.
El Poder tiene a su cargo lo relativo a la guerra y a la paz, así como también al arte militar. Después de Hoh, él es la autoridad suprema en los asuntos bélicos. Dirige a los magistrados militares y a los soldados, y vigila las municiones, las fortificaciones, las construcciones, las máquinas de guerra, las fábricas y a cuantas personas intervienen en todos estos menesteres.
A la Sabiduría compete lo concerniente a las artes liberales y mecánicas, las ciencias y sus magistrados, los doctores y las escuelas de las correspondientes disciplinas. A sus órdenes se encuentran tantos magistrados como ciencias. Hay un magistrado que se llama Astrólogo y además un Cosmógrafo, un Aritmético, un Geómetra, un Historiador, un Poeta, un Lógico, un Retórico, un Gramático, un Médico, un Filósofo, un Político y un Moralista. Todos ellos se atienen a un único libro, llamado Sabiduría, en el que con claridad y concisión extraordinarias están escritas todas las ciencias. Este libro es leído por ellos al pueblo, a la manera de los Pitagóricos. […]
En los muros exteriores del templo y en las cortinas que se bajan cuando el sacerdote habla, a fin de que su voz no se pierda, están dibujadas todas las estrellas. Sus virtudes, magnitudes y movimientos aparecen expresados en tres versículos.
En la parte interna del muro del primer círculo se hallan representadas todas las figuras matemáticas. Su número es mucho mayor que el de las inventadas por Arquímedes y Euclides. Su magnitud está en proporción con la de las paredes.
En la parte externa de la pared del mismo círculo encuéntrase en primer término una descripción, íntegra y al mismo tiempo detallada, de toda la tierra. Esta descripción va seguida de las pinturas correspondientes a cada provincia, en las cuales se indican brevemente los ritos, las leyes, las costumbres, los orígenes y las posibilidades de sus habitantes. […]
En el interior del segundo círculo, o sea, de las segundas habitaciones, están pintadas todas las clases de piedras preciosas y vulgares, de minerales y de metales, incluyendo también algunos trozos de metales auténticos. Cada uno de estos objetos va acompañado de dos versículos que contienen la adecuada explicación. En el exterior del mismo círculo están dibujados todos los mares, ríos, lagos y fuentes que hay en el mundo, así como también los vinos, aceites y todos los licores con indicación de su procedencia, cualidades y propiedades. Sobre las arcadas se encuentran ánforas adosadas al muro y llenas de diversos licores, que datan de cien o trescientos años y se usan como remedio de diversas enfermedades. […]
En la parte interna del tercer círculo se hallan representadas todas las especies de árboles y hierbas, algunas de las cuales se conservan vivas dentro de vasos colocados sobre las arcadas de la pared exterior y van acompañadas de explicaciones indicando el lugar en que fueron encontradas, sus propiedades, aplicaciones y semejanzas con las cosas celestes, con los metales, con las partes del cuerpo humano y con los objetos del mar, sus diferentes usos en medicina, etc. En la parte externa se ven todas las especies de peces, así de río como de lago o de mar, sus costumbres, cualidades, modo de reproducirse, de vivir y de criarse; sus aplicaciones en la naturaleza y en la vida; y, finalmente, sus relaciones con las cosas celestes y terrestres, producidas natural o artificialmente. […]
En el interior del cuarto círculo están pintadas todas las especies de aves, sus cualidades, tamaños, costumbres, colores, vida, etc., incluso el ave Fénix, que ellos consideran absolutamente real. En la parte externa del mismo círculo se muestran todas las clases de reptiles, serpientes, dragones, gusanos, insectos, moscas, mosquitos, tábanos, escarabajos, etc., con sus especiales propiedades, virtudes, venenos, usos, etc., y todos ellos en número mucho mayor del que podemos imaginar.
En el interior del quinto círculo se encuentran los animales más perfectos de la tierra en cantidad tal que produce asombro y de los cuales nosotros no conocemos ni la milésima parte. Por ser muy numerosos y de gran tamaño, están pintados también en la parte exterior del círculo. ¡Oh! ¡Cuántas especies de caballos podría describirte ahora! Mas quédese para los doctos el explicar la belleza de las figuras.
En la parte interna del sexto círculo están representadas todas las artes mecánicas, sus instrumentos y el diferente uso que de ellas se hace en las diversas naciones. […] A su lado figura el nombre del inventor. En la parte externa están todos los inventores de ciencias y de armas, así como también los legisladores.
LA CASA DE SALOMÓN
FRANCIS BACON
Nueva Atlántida (1624)
Hará unos mil novecientos años reinaba en esta isla un rey, cuya memoria entre la de todos los otros adoramos, no supersticiosamente, sino como a un instrumento divino aunque hombre mortal. Era su nombre Salomón, y está considerado como legislador de nuestra nación. Este rey, que tenía un corazón de incomparable bondad, se entregó en cuerpo y alma a la tarea de hacer feliz a su pueblo y reino. Así que, comprendiendo lo muy abundante de recursos que era el país para mantenerse por sí solo sin recibir ayuda del extranjero, pues tiene un circuito de cinco mil leguas de rara fertilidad en su mayor parte, y calculando también que se podía encontrar la suficiente aplicación para la marina del país empleándola así en la pesca como en el transporte de puerto a puerto y también navegando hasta algunas islas cercanas que están bajo la corona y leyes de este reino; considerando el feliz y floreciente estado en que entonces se encontraba esta isla, tanto que si en verdad podía sufrir mil cambios que lo empeorara era difícil inventar uno capaz de mejorarlo, pensó que a nada más útil podía dedicar sus nobles y heroicas intenciones que a perpetuar [hasta donde la previsión humana puede llegar] la felicidad que reinaba en su tiempo. Para lo cual, entre otras fundamentales leyes de este reino, dictó los vetos y prohibiciones que tenemos respecto a los extranjeros que en aquel entonces [si bien esto era después de la catástrofe de América] eran muy frecuentes; evitando así innovaciones y mezclas de costumbres. […]
Habéis de saber, mis buenos amigos, que entre los excelentes actos de este rey, uno sobre todo gana la palma. Fue este la creación e institución de una orden o sociedad, que llamamos la Casa de Salomón; a nuestro juicio la más noble de las funciones que han existido en la tierra y el faro de este reino. Está dedicada al estudio de las obras y criaturas de Dios. […] Cuando el rey hubo prohibido a todo su pueblo la navegación hacia aquellos lugares que no estaban bajo su corona, dictó sin embargo esta disposición: que cada doce años se habían de enviar fuera de este reino dos naves designadas para varios viajes, y que en cada una partiría una comisión de tres individuos de la hermandad de la Casa de Salomón, cuya misión consistiría únicamente en traernos informes del estado y asuntos de los países que se les señalaba, sobre todo de las ciencias, artes, fabricaciones, invenciones y descubrimientos de todo el mundo. […]
El objeto de nuestra fundación es el conocimiento de las causas y secretas nociones de las cosas y el engrandecimiento de los límites de la mente humana para la realización de todas las cosas posibles. […] Tenemos grandes cuevas de distintas profundidades; las más hondas de seiscientas brazas y como algunas han sido excavadas bajo grandes colinas y montañas, si se suma la profundidad de la colina y la profundidad de la cueva, el total de algunas pasa de los tres mil, pues a nuestro juicio la profundidad de una colina y la de una cueva con relación a la llanura es la misma, pues ambas se encuentran igual de remotas del sol, del fulgor de los cielos y del aire libre. Llamamos a estas cuevas región subterránea y las utilizamos para coagulaciones, endurecimientos, refrigeración y observación de cuerpos. También para la imitación de minas naturales y producción de nuevos metales artificiales que hacemos combinando materias que luego dejamos allí enterradas varios años. […] Algunos ermitaños que decidieron vivir en ellas, bien provistos de todo lo necesario, prolongaron largo tiempo sus días y nos enseñaron muchas cosas.
Tenemos también, en distintas tierras, hoyos, donde depositamos, como hacen los chinos con sus porcelanas, diversos cementos. Y también gran variedad de compuestos y abonos, para hacer la tierra más fértil.
Tenemos altas torres, las mayores de más de media legua de altura, algunas instaladas también sobre elevadas montañas, de modo que la ventaja de la colina sumada con la de la torre, llega en las más altas a tres leguas por lo menos. A estos lugares los llamamos región alta, considerando el aire entre la región alta y la subterránea como una media región. Estas torres las utilizamos de acuerdo con sus distintas alturas y situaciones, para aislamientos, refrigeración y conservación, y para el estudio de diversos meteoros —como vientos, lluvias, nieve, granizo— y algunos meteoros ardientes. En algunas hay también sobre ellas moradas para ermitaños a los cuales visitamos algunas veces y nos instruyen sobre sus observaciones.
Tenemos grandes lagos así de agua salada como dulce, que nos proporcionan peces y aves y que también utilizamos para enterrar algunos cuerpos, pues entre las cosas enterradas en tierra, o en el aire bajo las cuevas, y las sumergidas en el agua, se observan varias diferencias. También tenemos estanques, de algunos de los cuales se extrae agua pura de la salada, y otros en que el agua se convierte en salada.
Tenemos rocas en medio del océano, y en las costas bahías para aquellos trabajos en que es necesario el aire y vapor de mar. Tenemos fuertes corrientes de aire y cataratas que nos sirven para varios fines y máquinas para multiplicar y reforzar los vientos, útiles igualmente para distintos propósitos.
Tenemos una porción de fuentes y manantiales artificiales, hechos a imitación de los naturales y baños con soluciones de vitriolo, sulfuro, acero, bronce, plomo, nitro y otros minerales, además pequeños manantiales de infusiones de muchas cosas, donde las aguas adquieren virtudes particulares más rápidamente y mejor que en vasijas o depósitos. Y entre estos tenemos uno de agua a la cual llamamos del Paraíso, porque es un medio soberano para la salud y prolongación de la vida.
Tenemos grandes y espaciosos edificios, donde imitamos y demostramos meteoros —como nieve, granizo, lluvia, y hasta lluvias artificiales de cuerpos, truenos, relámpagos y también reproducimos en el aire cuerpos como ranas, moscas y otros varios.
Tenemos ciertas cámaras a las que llamamos cámaras de salud, donde modificamos el aire según creemos bueno y conveniente para la cura de diversas dolencias y para la conservación de la salud.
Tenemos amplios y hermosos baños de varias mezclas; unos para curar enfermedades y restablecer el cuerpo del hombre de arefacción, y otros para el fortalecimiento de los nervios, partes vitales y el propio jugo y sustancia del cuerpo.
Tenemos grandes y variados huertos y jardines, donde más que de la belleza nos preocupamos de la variedad de la tierra y de los abonos apropiados para los diversos árboles y yerbas. En algunos muy espaciosos plantamos árboles frutales y fresas, de los que hacemos diversas clases de bebidas, a más de vino de las viñas. En ellos ensayamos también todo género de injertos y fertilizaciones, así de árboles salvajes como de árboles frutales, consiguiendo gran variedad de efectos. […]
Conocemos los medios para hacer crecer a distintas plantas con mezclas de tierra sin semilla y también para crear diversas plantas nuevas diferentes de lo vulgar, y transformar un árbol o planta en otro.
Tenemos parques y corrales con toda suerte de bestias y pájaros, que no conservamos solo por recrearnos en su apariencia o rareza, sino también para disecciones y experimentos que esclarezcan ocultas dolencias del cuerpo humano; logrando así varios y extraños resultados como el de prolongarles la vida, paralizar y hacer morir diversos órganos que vosotros consideráis fundamentales, resucitar otros en apariencia muertos y cosas por el estilo. Hacemos también experimentos con los peces ensayando otros remedios, para el bien de la medicina y cirugía. Por artificio los hacemos más grandes o más pequeños de lo que corresponde a su especie, podemos impedir su crecimiento o hacerlos más fecundos y robustos o estériles e infecundos. […]
No quiero cansaros con la enumeración de nuestras fábricas de cerveza, de pan y cocinas donde se hacen diversas bebidas, panes y carnes raras de especiales efectos. Vinos los tenemos de uva y otros jugos de frutas, de granos, de raíces y de mezclas de miel, azúcar, maná y frutas secas cocidas; también de la resina de los árboles y de la pulpa de las cañas. […] También las tenemos elaboradas con varias yerbas, raíces y especias y hasta con varias pulpas y carnes blancas, algunas tan sustanciosas que hay quienes prefieren vivir de ellas sin apenas probar carne ni pan, sobre todo los viejos. Nos esmeramos especialmente en obtener bebidas compuestas de elementos en extremo sutiles para que se filtren en el cuerpo sin que se produzcan resquemor, acidez o ardor. […] También tenemos aguas que sazonamos de la misma manera, haciéndolas nutritivas hasta el punto de que son desde luego excelentes bebidas y hay quienes no toman otra cosa. […]
Tenemos naturalmente dispensarios y farmacias, pues, como supondréis, con tal variedad de plantas y criaturas vivientes que sobrepasan con mucho las que tenéis en Europa [estamos bien enterados de lo que tenéis], los elementos simples, drogas e ingredientes medicinales son también de una gran variedad. Los tenemos de diversas edades y elaborada fermentación. Con respecto a sus preparaciones, no solo realizamos todo género de destilaciones y exquisitas separaciones, principalmente mediante suaves calores y filtraciones a través de diversos coladores y sustancias, sino que tenemos también fórmulas exactas de composición por medio de las cuales se unen como si fueran simples y naturales.
Conocemos diversas artes mecánicas ignoradas por vosotros, que nos producen materiales tales como papel, lienzos, sedas, tisúes delicados y trabajos de pluma de brillo maravilloso, tintes excelentes y otras muchas cosas, y también tenemos tiendas así para aquellos artículos de uso corriente como para los que no lo son. Porque habéis de saber que de las cosas antes enumeradas muchas se han divulgado por todo el reino y, aunque fruto de nuestra imaginación, las tenemos al mismo tiempo por modelos y principios.
Tenemos gran diversidad de hornos con distintos grados de calor: violentos y rápidos, fuertes y constantes, suaves y tibios, arrebatados, tranquilos, secos, húmedos, etc. Pero sobre todo, calores que imitan al del sol y al de los cuerpos celestes, que admiten diversas desigualdades y que, como si fueran orbes, aumentan y vuelven a disminuir. Además, calores de estiércol y de vientres y buches de criaturas vivientes y de su sangre y cuerpos, y de hierbas y paja puestas sobre la humedad, de cal incandescente y otras cosas semejantes. También instrumentos que engendran calor por medio de rotaciones. Y nuevos lugares para realizar aislamientos absolutos, y otros, también bajo tierra, que por naturaleza o artificio producen calor. […]
Domenico Remps, Vitrina, siglo XVII, Florencia, Museo dell’Opificio delle Pietre Dure.
Tenemos salas perspectivas, donde hacemos demostraciones de luces e irradiaciones de todos los colores. A las cosas incoloras y transparentes, las podemos presentar ante vuestros ojos de todos los colores, no en forma de arco iris, como sucede con las gemas y prismas, sino emanando de ellas mismas. Multiplicamos las luces, que podemos llevar a grandes distancias y las hacemos tan penetrantes que se pueden distinguir las líneas y puntos más pequeños. Combinamos todas las coloraciones de la luz logrando infinidad de ilusiones y engaños de la vista, en figuras, magnitudes y colores; hacemos demostraciones de juegos de sombras. Encontramos también diversos medios, desconocidos todavía para vosotros, de producir luz originalmente de diversos cuerpos. Nos procuramos los medios de ver objetos a gran distancia, como en el cielo o lugares remotos. Podemos presentar las cosas cercanas como distantes y las lejanas como próximas. Tenemos auxiliares para la vista muy superiores a las gafas y anteojos en uso; y lentes e instrumentos para ver cuerpos pequeños y diminutos como la forma y color de pequeñas moscas y gusanos, granos y las imperfecciones de las gemas, que de otro modo no sería posible ver; indispensables también para hacer exámenes de la sangre y orina. Hacemos arco iris artificiales, halos y círculos alrededor de la luz. Presentamos todo género de reflejos, refracciones y multiplicaciones de objetos por medio de los rayos visuales.
Tenemos piedras preciosas de todas clases, muchas de gran belleza y desconocidas para vosotros, así como cristales y espejos de diversos géneros; algunos de metales y otros de materiales vitrificados. Un gran número de fósiles y materiales en bruto, que vosotros no tenéis, como piedra imán de prodigiosas virtudes; y otras raras, tanto naturales como artificiales.
Tenemos cámaras sonoras, donde practicamos y demostramos toda clase de sonidos y sus derivados. Armonías de cuarto de sonido y aun de menos, que vosotros desconocéis. Diversos instrumentos originales de música, algunos de los cuales producen sonidos más suaves que ninguno de los vuestros, tañidos de campanas y campanillas de exquisita delicadeza. Podemos producir sonidos casi imperceptibles y amplios y profundos, prolongados, atenuados y agudos. […] Imitamos las voces de las bestias y pájaros y toda clase de sonidos articulados. Tenemos ciertos aparatos que aplicados a la oreja aumentan notablemente el alcance del oído. También diversos y singulares ecos artificiales que repiten la voz varias veces como si rebotara, y otros que la devuelven más alta que la reciben. Instrumentos especiales para transferir sonidos por conductos y tuberías en las más singulares direcciones y distancias.
Fábricas de perfumes, con los cuales hacemos a la vez ensayos de sabores. Podemos, aunque parezca extraño, multiplicar los olores; imitamos olores que extraemos de otras mezclas distintas de aquellas de las que están compuestos. Hacemos imitaciones de sabores que son capaces de engañar el paladar de cualquier hombre. En estas fábricas incluimos también una confitería, donde se elabora toda clase de dulces secos y jugosos, diversos vinos muy agradables, leches, caldos y ensaladas de mucha más variedad que las que tenéis vosotros.
También talleres donde se fabrican máquinas e instrumentos para toda clase de fines. En ellos nos ejercitamos en acelerar y perfeccionar el funcionamiento de nuestras maquinarias y en hacerlas y multiplicarlas más fácilmente y con menos esfuerzo por medio de ruedas y otros recursos, logrando construirlas más fuertes y violentas que vosotros, aventajando a vuestros más grandes cañones y basiliscos. Presentamos sistemas e instrumentos de guerra y máquinas de todas clases, así como nuevas mezclas y composiciones de pólvora; como fuegos fatuos inextinguibles que arden en el agua y toda variedad de fuegos artificiales, lo mismo para empleos útiles como de recreo. Imitamos el vuelo de los pájaros, podemos sostenernos unos grados en el aire. Buques y barcos para ir debajo del agua que aguantan las violencias de los mares, cinturones natatorios y soportes. Diversos y curiosos relojes, unos con movimientos de retroceso y otros de movimientos perpetuos. Imitamos los movimientos de las criaturas vivientes con imágenes de hombres, bestias, pájaros, peces y serpientes; tenemos también gran número de otros varios movimientos raros tanto por su uniformidad como por su fineza y sutileza.
Casas-matemáticas, donde están expuestos todos los instrumentos así de geometría como de astronomía, exquisitamente hechos.
Teatros de magia, donde se ejecutan los más complicados juegos de manos, apariciones falsas, imposturas e ilusiones con sus falacias. Y, como seguramente comprenderéis, ya que tenemos tantas cosas naturales que mueven admiración, podemos en un mundo de singularidades engañar los sentidos desfigurando las cosas y esforzándonos en hacerlas más milagrosas. Pero detestamos tanto toda impostura y mentira que bajo pena de ignominia y multas, hemos prohibido estas prácticas a todos nuestros compañeros, para que no se muestre ninguna obra o cosa falseada ni aumentada, sino solo en su natural pureza y sin ninguna afectación de maravilla.
Estas son, hijo mío, las riquezas de la Casa de Salomón.
Contraportada de Johannes Valentin Andreae, Rei publicae christiapolitanae descriptio, 1619.
CHRISTIANOPOLIS
JOHANN VALENTIN ANDREAE
Christianopolis, 7 (1619)
Si os describo antes que nada el aspecto de la ciudad, no cometeré sin duda un error. Es de planta tetragonal y uno de sus lados mide 700 pies. Está fuertemente fortificada por cuatro contrafuertes y por murallas. Tiene apariencia regular en los cuatro puntos cardinales. También es defendible desde ocho grandes torres que se hallan repartidas por la ciudad, amén de otras dieciséis más pequeñas, pero no despreciables, y la casi invencible ciudadela en el centro. […]
El aspecto de las cosas es igual en todas partes, ni lujoso ni miserable, y tan planificado que se disfruta de aire libre y fresco. Viven aquí unos 400 ciudadanos, perfectos en la religión, perfectos en su carácter pacífico.
LA JERUSALÉN CELESTIAL
Apocalipsis, 21,12-23
Tenía una muralla grande y elevada, en la que había doce puertas; y sobre las puertas, doce ángeles; y nombres escritos encima, que son los de las doce tribus de los hijos de Israel. Al oriente, tres puertas; al norte, tres puertas; al sur, tres puertas; y al occidente, tres puertas. La muralla de la ciudad tenía doce bases; y sobre ellas, doce nombres, los de los doce apóstoles del Cordero.
El que hablaba conmigo usaba como medida una caña de oro para medir la ciudad, sus puertas y su muralla. La ciudad está asentada en forma cuadrangular; y su longitud es tanta como su anchura. Y midió la ciudad con la caña, y tenía doce mil estadios. Su longitud, su anchura y su altura son iguales. Y midió la muralla y tenía ciento cuarenta y cuatro codos, según la medida humana, que era la del ángel. El material de su muralla es jaspe, y la ciudad es oro puro, semejante al cristal puro. Las bases de la muralla de la ciudad están adornadas con toda clase de piedras preciosas. La primera base es de jaspe; la segunda, zafiro; la tercera, calcedonia; la cuarta, esmeralda; la quinta, sardónice; la sexta, cornalina; la séptima, crisólito; la octava, berilo; la novena, topacio; la décima, ágata; la undécima, Jacinto, y la duodécima, amatista. Las doce puertas eran doce perlas; cada una de las puertas era de una sola perla. Y la plaza de la ciudad, oro puro, como cristal brillante.
La Jerusalén celeste, en Comentario al Apocalipsis del Beato de Liébana, c. 950, León ms. 644, fol. 222v, Nueva York, The Pierpont Morgan Library.
LUGARES INHALLABLES
JORGE LUIS BORGES
Tlön, Uqbar, Orbis Tertius (1940)
Debo a la conjunción de un espejo y de una enciclopedia el descubrimiento de Uqbar. El espejo inquietaba el fondo de un corredor en una quinta de la calle Gaona […]. El hecho se produjo hará unos cinco años. Bioy Casares había cenado conmigo esa noche y nos demoró una vasta polémica sobre la ejecución de una novela en primera persona, cuyo narrador omitiera o desfigurara los hechos e incurriera en diversas contradicciones que permitieran a unos pocos lectores —a muy pocos lectores— la adivinación de una realidad atroz o banal. Desde el fondo remoto del corredor, el espejo nos acechaba. Descubrimos (en la alta noche ese descubrimiento es inevitable) que los espejos tienen algo de monstruoso. Entonces Bioy Casares recordó que uno de los heresiarcas de Uqbar había declarado que los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres. Le pregunté el origen de esa memorable sentencia y me contestó que The Anglo-American Cyclopaedia Britannica la registraba, en su artículo sobre Uqbar. La quinta (que habíamos alquilado amueblada) poseía un ejemplar de esa obra. En las últimas páginas del volumen XLVI dimos con un artículo sobre Upsala; en las primeras del XLVII, con uno sobre Ural-Altaic Languages, pero ni una palabra sobre Uqbar. Bioy, un poco azorado, interrogó los tomos del índice. Agotó en vano todas las lecciones imaginables: Ukbar, Ucbar, Ooqbar, Oukbahr… Antes de irse, me dijo que era una región del Irak o del Asia Menor. Confieso que asentí con alguna incomodidad. […]
Al día siguiente, Bioy me llamó desde Buenos Aires. Me dijo que tenía a la vista el artículo sobre Uqbar, en el volumen XLVI de la Enciclopedia. No constaba el nombre del heresiarca, pero sí la noticia de su doctrina, formulada en palabras casi idénticas a las repetidas por él, aunque —tal vez— literariamente inferiores. Él había recordado: Copulation and mirrors are abominable. El texto de la Enciclopedia decía: Para uno de esos gnósticos, el visible universo era una ilusión o (más precisamente) un sofisma. Los espejos y la paternidad son abominables (mirrors and fatherhood are hateful) porque lo multiplican y lo divulgan.
Leímos con algún cuidado el artículo. […] Releyéndolo, descubrimos bajo su rigurosa escritura una fundamental vaguedad. De los catorce nombres que figuraban en la parte geográfica, solo reconocimos tres —Jorasán, Armenia, Erzerum—, interpolados en el texto de un modo ambiguo. De los nombres históricos, uno solo: el impostor Esmerdis el mago, invocado más bien como una metáfora. La nota parecía precisar las fronteras de Uqbar, pero sus nebulosos puntos de referencias eran ríos y cráteres y cadenas de esa misma región. […]
Hacía dos años que yo había descubierto en un tomo de cierta enciclopedia pirática una somera descripción de un falso país; ahora me deparaba el azar algo más preciso y más arduo. Ahora tenía en las manos un vasto fragmento metódico de la historia total de un planeta desconocido, con sus arquitecturas y sus barajas, con el pavor de sus mitologías y el rumor de sus lenguas, con sus emperadores y sus mares, con sus minerales y sus pájaros y sus peces, con su álgebra y su fuego, con su controversia teológica y metafísica. […]