10


EL PAÍS DE JAUJA

En muchas leyendas, el Paraíso terrenal adopta una forma totalmente materialista y es la forma del País de Jauja o de Cucaña. Arturo Graf (1892-1893) recuerda que «entre las dos ficciones no hay una separación constante y segura, incluso se pasa de manera gradual de una a otra: el Paraíso a veces es algo más noble y algo más espiritual que el País de Jauja, y a veces el País de Jauja, idealizándose un poco, se convierte en un Paraíso».

Los griegos hablaban de tierras felices como la ciudad de los pájaros de Aristófanes, que abundaba en riquezas y felicidad, y Luciano describe en Relatos verídicos (que empieza afirmando que está llena de mentiras) una ciudad de los bienaventurados toda de oro, donde las espigas en vez de granos producen panes, por no hablar de la abundancia de los placeres de Venus. En un breve tratado, escrito originariamente en griego y traducido al latín en el siglo IV, titulado Expositio totius mundi, se describe un país donde un pueblo feliz, que no conoce la enfermedad, se alimenta de miel y de panes que caen del cielo.

En la Edad Media, Jauja aparece por primera vez en un poemilla del siglo X, Versus de Unibove. El protagonista, un campesino, hace creer a sus tres perseguidores que en el fondo del mar hay un reino felicísimo, y así les induce a precipitarse en él y se libera de su persecución. Otras fuentes de inspiración procedían en cambio de Oriente; en las novelas persas se recuerda a menudo el país feliz de Shadukian. Graf recuerda que en una poesía goliárdica del siglo XII se cita un abbas Cucaniensis y que en un mapa de 1188 aparece un Warnerius de Cucaña. La composición más antigua que ha llegado hasta nosotros es un fabliau del siglo XIII, titulado Li Fabliaus de Coquaigne, en el que el autor dice haber viajado como penitencia impuesta por el Papa, y enviado por él, al País de Jauja, donde aparecen todas las maravillas que luego se repiten en distintas versiones de la leyenda.

En El perro de Diógenes, de Francesco Fulvio Frugoni (1687), la isla de Jauja está situada en el mar del Calducho, «envuelta en una niebla blanca que parecía cuajada. […] Corren ríos de leche y manan fuentes de moscatel, malvasía, vino dulce y garganico. Los montes son de queso y los valles de mascarpone. De los árboles cuelgan marzolinos y mortadelas. Cuando hay tormenta, granizan confites y, cuando llueve, diluvian salsas».

John William Waterhouse, Decamerón, 1916, Liverpool, National Museums.

La tradición es imprecisa respecto a la ubicación de Jauja. La tierra de Bengodi, cuyas maravillas cuenta Maso a Calandrino en el Decamerón, tierra donde se atan los perros con longanizas, está situada en el país de los vascos, y dista de Florencia más de milenta millas.

En un drama religioso alemán, el Schlaraffenland (que es el nombre alemán de este país feliz) se encuentra entre Viena y Praga. En la Historia nueva de la ciudad de Cucaña,[20] de Alejandro de Siena, se dice que para ir a Cucaña hay que viajar veintiocho meses por mar y tres por tierra; y Teofilo Folengo sitúa el feliz país «en algún remoto rincón de la Tierra». En un poemilla inglés, compuesto entre los siglos XIII y XIV, el País de Jauja aparece en medio del mar, al oeste de España, y en ese poema se dice además que Jauja es mejor que el Paraíso, donde para comer solo hay fruta y para beber solo agua. Se trata de una observación que no hay que desdeñar; si bien en las almas devotas la idea del Paraíso terrenal suscitaba un deseo de felicidad e inocencia, para los pobres y hambrientos de todas las épocas la imagen de las delicias de Jauja siempre ha suscitado el deseo más terrenal de salir de la pobreza y saciar los apetitos más animales e imperiosos. Los variados relatos se dirigen a menudo a los desheredados, anunciándoles que también para ellos ha llegado por fin la hora de vivir regaladamente. La leyenda de Jauja no nace en ambientes imbuidos de misticismo, sino entre las masas populares que padecen un hambre secular.

La libertad de que se disfruta en Jauja es tal que, como en el carnaval, las cosas pueden ir felizmente al revés, y un rústico puede burlarse de un obispo. En efecto, asociado al de Jauja está el tema del mundo al revés, con hombres que arrastran un arado guiado por el buey, el molinero de un molino invertido que lleva la albarda en lugar de su asno, un pez que pesca al pescador o animales que admiran a dos seres humanos enjaulados. La idea de un país al revés aparece en las miniaturas marginales de códices medievales que tratan de temas muy serios, donde se ven, por ejemplo, liebres que dan caza al cazador; uno de los temas que ha dado lugar a muchos dibujos es el del castillo de los gatos cercado por los ratones.

El castillo de los gatos asaltado por los ratones, grabado popular, siglo XIX, Londres, British Museum.

En la literatura rabínica se dice «he visto un mundo al revés. Los poderosos estaban abajo, los humildes en lo alto» (Talmud de Babilonia, Baba Bathra), y en un cuento de los hermanos Grimm (1812) encontramos una fusión entre fantasías sobre Jauja y visiones de un mundo al revés.

Por otra parte, las garantías evangélicas de que a los pobres les estará reservado un lugar en lo más alto del Paraíso tienden a la descripción de un mundo al revés. Aunque Lázaro, mientras el rico Epulón padece en el infierno, no come ricos manjares en su mesa, sino que se limita a sentarse, bienaventurado, junto a Abraham. Las fantasías de Jauja traducen respecto al vientre sueños de justicia que otros han cultivado respecto al espíritu.

Finalmente, que los sueños de Jauja pueden alejarnos de la realidad y que perseguir un placer desmedido puede llevar a embrutecernos nos lo recuerda en tono moralista Collodi, con la imagen del Edén degradado del país de Jauja, donde Pinocho en poco tiempo consuma el delito y cumple el castigo.

La historia de Pinocho es la negación del Paraíso terrenal, y con las últimas desventuras del gran muñeco puede acabar nuestra búsqueda de un Edén perdido y nunca más recuperado.

La locura de los hombres o El mundo al revés, grabado popular, siglo XVIII, Marsella, Musée des Civilisations de l’Europe et de la Méditerranée.

LA ISLA DE LOS SUEÑOS

LUCIANO

Relatos verídicos, II

Poco después dábamos vista a muchas islas. Cerca de nosotros, a babor, estaba Corcho, a la que aquellos se dirigían, ciudad edificada sobre un gran corcho redondo: lejos, y más a estribor, había cinco islas, muy grandes y elevadas, en las que ardían numerosas hogueras. Frente a proa había una, plana y baja, a una distancia no inferior a quinientos estadios.

Ya estábamos cerca, y una brisa encantadora soplaba en nuestro entorno, dulce y fragante cual aquella que, al decir del historiador Heródoto, exhala la Arabia feliz. La dulzura que llegaba hasta nosotros asemejábase a la de las rosas, narcisos, jacintos, azucenas y lirios, e incluso al mirto, el laurel y la flor de la vid. Deleitados por el aroma y con buenas esperanzas tras nuestras largas penalidades, arribamos poco después junto a la isla. En ella divisábamos muchos puertos en todo su derredor, amplios y al abrigo de las olas, y ríos cristalinos que vertían suavemente en el mar, y también praderas, bosques y pájaros canoros, cantando unos desde el litoral y muchos desde las ramas. Una atmósfera suave y agradable de respirar se extendía por la región, y dulces brisas de soplo suave agitaban el bosque, de suerte que el movimiento de las ramas silbaba una música deleitosa e incesante, cual las tonadas de flautas pastoriles en la soledad. Al tiempo, percibíase un rumor de voces confusas e incesantes, no perturbador, sino parecido al de una fiesta, en que unos tocan la flauta, otros cantan, y algunos marcan el compás de la flauta o la lira. […]

La ciudad propiamente dicha es toda de oro, y el muro que la circunda de esmeralda. Hay siete puertas, todas de una sola pieza de madera de cinamomo. Los cimientos de la ciudad y el suelo de intramuros son de marfil. Hay templos de todos los dioses, edificados con berilo, y enormes altares en ellos, de una sola piedra de amatista, sobre los cuales realizan sus hecatombes. En torno a la ciudad corre un río de la mirra más excelente, de cien codos regios de ancho y cinco de profundidad, de suerte que puede nadarse en él cómodamente. Por baños tienen grandes casas de cristal, caldeadas con brasas de cinamomo; en vez de agua hay rocío caliente en las bañeras. Por traje usan tejidos de araña suaves y purpúreos: en realidad, no tienen cuerpos, sino que son intangibles y carentes de carne, y solo muestran forma y aspecto. Pese a carecer de cuerpo, tienen, sin embargo, consistencia, se mueven, piensan y hablan: en una palabra, parece que sus almas desnudas vagan envueltas en la semejanza de sus cuerpos; por eso, de no tocarlos, nadie afirmaría no ser un cuerpo lo que ve, pues son cual sombras erguidas, no negras. Nadie envejece, sino que permanece en la edad en que llega. Además, no existe la noche entre ellos, ni tampoco el día muy brillante: como la penumbra que precede a la aurora cuando aún no ha salido el sol, así es la luz que se extiende sobre el país. Asimismo, solo conocen una estación del año, ya que siempre es primavera, y un único viento sopla allí, el céfiro. El país posee toda especie de flores y plantas cultivadas y silvestres. Las vides dan doce cosechas al año y vendimian cada mes; en cuanto a los granados, manzanos y otros árboles frutales, decían que producían trece cosechas, ya que durante un mes —el «minoico» de su calendario— dan fruto dos veces. En vez de granos de trigo, las espigas producen pan apto para el consumo en sus ápices, como setas. En los alrededores de la ciudad hay trescientas sesenta y cinco fuentes de agua y otras tantas de miel, quinientas de mirra —si bien estas son más pequeñas—, siete ríos de leche y ocho de vino. El festín lo celebran fuera de la ciudad, en la llanura llamada Elisio, un prado bellísimo, rodeado de un espeso bosque de variadas especies, que brinda su sombra a quienes en él se recuestan. Sus lechos están formados de flores, y les sirven y asisten en todo los vientos, excepto en escanciar vino: ello no es necesario, ya que hay en torno a las mesas grandes árboles del más transparente cristal, cuyo fruto son copas de todas las formas y dimensiones; cuando uno llega al festín, arranca una o dos copas y las pone a su lado, y estas se llenan al punto de vino. Así beben y, en vez de coronas, los ruiseñores y demás pájaros canoros recogen en sus picos flores de los prados vecinos, que expanden cual una nevada sobre ellos mientras revolotean cantando. Y este es su modo de perfumarse: espesas nubes extraen mirra de las fuentes y el río, se posan sobre el festín bajo una suave presión de los vientos, y desprenden lluvia suave como rocío.

Durante la comida se deleitan con poesía y cantos. Suelen cantar los versos épicos de Homero, que asiste en persona y se suma con ellos a la fiesta, reclinado en lugar superior al de Ulises. […]

Cuando estos cesan de cantar, aparece un segundo coro de cisnes, golondrinas y ruiseñores, y cuando canta todo el bosque lo acompaña, dirigido por los vientos.

Pero el mayor goce lo obtienen de las dos fuentes que hay junto a las mesas, la de la risa y la del placer. De ambas beben todos al comienzo de la fiesta, y a partir de ese momento permanecen gozosos y risueños. […]

En cuanto a la práctica del amor, mantienen el criterio de unirse abiertamente a la vista de todos, tanto con mujeres como con hombres, y en modo alguno ello les parece vergonzoso. Tan solo Sócrates se deshacía en juramentos, asegurando que sus relaciones con los jóvenes eran puras, más todos le acusaban de perjurio, ya que con frecuencia el propio Jacinto o Narciso habían confesado, mientras él lo negaba. Las mujeres son todas de la comunidad y nadie siente celos de su vecino: en eso son superplatónicos. En cuanto a los jóvenes, se ofrecen a quienes los solicitan sin oponer resistencia.

Pieter Brueghel el Viejo, El País de Jauja, 1567, Munich, Alte Pinakothek.

EL PAÍS DE JAUJA

Li Fabliaus de Coquaigne (siglo XIII)

En cierta ocasión fui a ver al Papa de Roma

a pedir la absolución de mis pecados,

y él me envió a hacer penitencia a un país

donde vi muchas cosas maravillosas:

escuchad ahora cómo vive la gente,

que habita en aquella región.

Creo que Dios y todos sus santos

la bendijeron y consagraron

más que a cualquier otro lugar.

El país se llama Cucaña,

donde más se duerme más se gana. […]

De lubinas, salmones y arenques

están hechas las paredes de las casas;

los cabrios son de esturiones, los

techos de tocino y las tablas

del suelo de salchichas.

El país tiene muchos atractivos,

porque de carne asada y espaldas de cordero

están rodeados todos los campos de trigo;

por las calles se doran

gruesas ocas que giran sobre sí mismas,

acompañadas de blancos ajetes,

y os digo que por todas partes,

por caminos y calzadas,

hay mesas con manteles blancos:

y cualquiera puede comer y beber libremente;

sin impedimento ni oposición

toman todos lo que desean,

pescado o carne,

y quien quisiera llevarse un carro

podría hacerlo según su deseo;

carne de ciervo o de pájaros

hay quien lo prefiere asado y quien hervido,

sin pagar ninguna factura,

y sin echar las cuentas de lo que se ha comido

según la costumbre de este país:

y es sacrosanta verdad

que en aquella bendita región

corre un río de vino. […]

La gente no es allí cobarde,

sino valiente y amable.

Un mes tiene seis semanas

y hay cuatro Pascuas en un año,

y cuatro fiestas de San Juan,

y cuatro vendimias,

todos los días son fiesta o domingo,

cuatro Todos los Santos y cuatro navidades,

y cuatro Candelarias al año,

y cuatro carnavales,

y solo una Cuaresma cada veinte años,

y es tan placentero ayunar,

que todos lo hacen de buen grado;

desde la mañana hasta la hora nona

comen lo que Dios manda,

carne o pescado u otra cosa

que a prohibir nadie se atreve.

No creáis que diga como en broma,

que de alto o bajo linaje no hay

persona que tenga que penar para ganarse la vida:

tres veces por semana

llueven flanes calientes

y esa lluvia cae tanto sobre pilosos

como sobre calvos, lo sé de cierto,

y todos los cogen a placer;

y el país es tan rico

que en cada esquina

hay bolsas repletas de dinero;

maravedís y bezantes

pueden todos cogerlos para nada,

porque nadie compra ni nadie vende.

Las mujeres son además bellísimas,

damas y damiselas

las toma quien lo desea,

sin que nadie se lo tome a mal,

y el placer se colma

como se quiere y con quien se elige;

y no por esto las mujeres son censuradas

sino más bien honradas por ello,

y si por casualidad una mujer

pone los ojos en un hombre que desea

puede tomarlo públicamente

y hacer con él lo que quiera. […]

Hay aún otra maravilla

de la que nunca oíste nada igual,

es la fuente de la eterna juventud

que hace rejuvenecer a la gente,

y ya os lo he dicho todo.

El Bosco, Los siete pecados capitales, finales del siglo XV, Madrid, Museo del Prado.

CALANDRINO Y EL HELIOTROPO

BOCCACCIO

Decamerón, octava jornada, tercera novela (1349-1353)

En nuestra ciudad, que siempre ha sido abundante de usanzas diversas y de gentes extrañas, no hace aún mucho tiempo, hubo un pintor llamado Calandrino, hombre simple y de hábitos extraños. Este pasaba la mayor parte del tiempo con otros dos pintores, llamados el uno Bruno y el otro Buffalmacco, hombres muy bromistas pero además astutos y sagaces, que trataban a Calandrino porque a menudo se divertían mucho con sus modales y su simpleza. Había también entonces en Florencia un joven de extraordinario agrado en todo lo que se proponía, astuto y hábil, llamado Maso del Saggio; el cual, oyendo algo de la simpleza de Calandrino, se propuso divertirse con sus cosas gastándole alguna broma o haciéndole creer algo extraño.

Y al encontrarle por caso un día en la iglesia de San Giovanni, y viéndole que estaba atento mirando las pinturas y los bajorrelieves del tabernáculo que está sobre el altar de la mencionada iglesia, puesto allí no hacía mucho tiempo, pensó que se le ofrecía el momento y la ocasión para su plan. E informando a un compañero suyo de lo que pretendía hacer, juntos se aproximaron a Calandrino donde estaba sentado solo, y fingiendo no verlo comenzaron a comentar entre ellos las propiedades de las distintas piedras, de las que Maso hablaba con tanta seguridad como si hubiese sido un experto y gran lapidario. Y Calandrino, poniendo la oreja a tales comentarios, y después de un rato, al ver que no era un secreto, levantándose se unió a ellos, lo que agradó muchísimo a Maso; y Calandrino le preguntó a este, siguiendo su conversación, dónde se encontraban esas piedras tan prodigiosas. Maso respondió que la mayoría se encontraban en Berlinzón, tierra de los vascos, en un país que se llama Jauja, en donde se atan los perros con longaniza, y se consigue una oca por un dinar, y además un ganso; y había allí una montaña toda de queso parmesano rallado, sobre la que había gentes que no hacían más que ñoquis y raviolis y los cocían en caldo de capones, y luego los echaban monte abajo, y quien más cogía más tenía; y cerca de allí corría un riachuelo de garnacha de la mejor que pueda beberse, sin gota de agua.

—¡Oh! —dijo Calandrino—, ese es un buen país; pero dime, ¿qué hacen con los capones que cuecen?

Respondió Maso:

—Se los comen todos los vascos.

Dijo entonces Calandrino:

—¿Has estado allí alguna vez?

A lo que Maso repuso:

—¿Dices que si he estado alguna vez? Sí que he estado, una vez como mil.

Dijo entonces Calandrino:

—¿Y a cuántas millas está?

Maso respondió:

—Hay de aquí más de milenta, que toda la noche cuenta.

Dijo Calandrino:

—Luego debe estar más allá de los Abrazos.

—Bastante —respondió Maso—, o sea una nonada.

El simple Calandrino, al ver que Maso decía estas palabras con un rostro impasible y sin reírse, se las creía como podía creerse la verdad más evidente, y por ello las tenía por ciertas; y dijo:

—Está demasiado lejos para mí; pero si estuviera más cerca, bien te digo que iría allí contigo una vez para ver hacer el trompo a esos ñoquis y traerme para un atracón. Pero dime, y ojalá que seas feliz, ¿en esos parajes no se encuentra ninguna de esas piedras tan prodigiosas?

A lo que Maso respondió:

—Sí se encuentran dos tipos de piedras de enorme poder. Una son los pedernales de Settignano y de Montisci, por cuyo poder, cuando se los convierte en muelas de molino, se hace la harina, y por eso se dice en los países de allá que de Dios vienen los favores y de Montisci las muelas de molino; pero de esos pedernales hay tan gran cantidad que entre nosotros es poco apreciada, como entre ellos las esmeraldas, de las que tienen montañas más grandes que el monte Morello, que reluce a medianoche, y vete con Dios; y has de saber que quien hiciese pulir y ensartar en anillo las muelas de molino antes de hacerles el agujero, y se las llevase al sultán, obtendría lo que quisiera. La otra es una piedra a la que nosotros los lapidarios llamamos heliotropo, piedra de muy gran poder, porque a cualquiera que la lleve encima, mientras la tenga, nadie le verá dónde no está.

Entonces Calandrino dijo:

—Grandes propiedades son estas; pero esta segunda ¿dónde se encuentra?

A lo que Maso respondió que se solía encontrar en el Mugnone.

Dijo Calandrino:

—¿De qué grosor es esa piedra? ¿O qué color tiene?

Respondió Maso:

—Es de varios grosores, porque unas son más, otras menos, pero todas son de color casi como negro.

Calandrino, habiendo tomado buena nota de todas estas cosas, fingiendo que tenía otras cosas que hacer, se alejó de Maso y decidió buscar esa piedra.

Cucaña, el país donde quien más duerme más gana, grabado popular, 1871, Londres, British Museum.

UNA JAUJA AL REVÉS

JAKOB Y WILHELM GRIMM

Cuentos (1812-1822)

En los tiempos de Jauja iba yo andando y vi que en un pequeño hilo de seda estaban colgadas Roma y Letrán, y un hombre cojo, con un caballo rápido y una espada afilada atravesaba un puente. Vi también a un joven asno con una nariz de plata, que iba persiguiendo a dos liebres veloces, y un tilo muy ancho en el que crecían tortas calientes. Luego vi una cabra vieja y flaca que llevaba encima cien carretadas de manteca y sesenta de sal. ¿No son ya suficientes mentiras? Luego vi arar un arado sin caballo ni bueyes, y un niño de un año que lanzaba cuatro piedras de molino desde Ratisbona hasta Tréveris y desde Tréveris hasta Estrasburgo, y un azor nadando en el Rin con mucha desenvoltura. Luego oí que los peces empezaban a hacer tal ruido que llegó hasta el cielo, mientras una miel dulce fluía desde un valle profundo hasta un elevado monte: son extrañas historias. Luego había dos cornejas segando una pradera y vi dos moscas construyendo un puente, dos palomas despedazando a un lobo y dos niños lanzando dos cabritas, mientras dos ranas trillaban trigo una contra otra. Lugo vi dos ratones entronizar a un obispo y dos gatos rascándole la lengua a un oso. Luego vi venir corriendo un caracol mientras se engullía dos leones salvajes. Había allí un barbero que afeitaba a una mujer la barba y dos niños de pecho intentando callar a sus madres. Luego vi dos galgos, que traían un molino de agua, y una vieja desolladora decía que estaba bien hecho. Y en la corte había cuatro caballeros, que trillaban grano con todas sus fuerzas, y dos cabras que calentaban la estufa y una vaca roja que metía el pan en el horno. Entonces gritó un gallo: Quiquiriquí, el cuento se ha acabado aquiiií.