¿Qué ocurría en la fortaleza de Alamut? Al principio estaba dominada por un personaje fascinante, místico y feroz, Hasan-i Sabbah, que reunía allí e incluso criaba desde la infancia a sus acólitos, los fidã’iyyĩn o fedain, fieles hasta la muerte, que utilizaba para llevar a cabo sus asesinatos políticos.
Varios estudiosos modernos han intentado redimensionar la leyenda de Hasan, pero la leyenda ha sobrevivido hasta tal punto que todavía hoy utilizamos el término «asesino» —y en inglés assassination se refiere a la muerte de una figura pública por razones políticas— de modo que el término equivale a «sicario»; por no hablar de la aceptación de la discutida etimología según la cual «asesino» derivaría de hashish. Sobre la obediencia de los asesinos a su jefe, cuenta el Novellino que, estando Federico II de visita en Alamut, el terrible viejo Hasan, para demostrarle su poder, le señaló a dos de sus seguidores que se hallaban en lo más alto de una torre, se tocó la barba, y ambos se precipitaron en el vacío y se estrellaron contra el suelo.
Veamos brevemente algunos datos históricos, no legendarios.
Los habitantes de Alamut eran shiíes, es decir, seguidores del mayor cisma islámico: algunos fieles consideraban a Alí (primo de Mahoma y esposo de Fátima, hija del Profeta) el único y auténtico heredero de Mahoma, mientras que del poder y la sucesión se había apoderado Abu Bakr, que asumió el título de califa, título que luego pasó a Otmán, yerno de Mahoma. Esto dio lugar a una serie de luchas intestinas y de batallas, hasta que Alí fue asesinado. A partir de entonces los discípulos de Alí crearon la doctrina shií (que se opone a la doctrina suní, pretendidamente ortodoxa), permaneciendo fieles a la memoria de Alí como verdadero imán, guerrero y santo, elemento salvífico, al que correspondía el dominio supremo de todo el mundo islámico, y al que se reconocía un origen divino.
Cuando el califa fatimí de El Cairo, al-Mostansir Billah, transfirió la institución del imanato de su hijo al-Nizar al hijo menor al-Musta’li, los seguidores de al-Nizar se separaron como ismailíes de Persia. Al frente de estos fieles se puso Hasan-i Sabbah —convertido en devoto ismailí tras ciertas alternancias espirituales—, que se apoderó de la fortaleza de Alamut en 1090-1091.
La toma de Alamut, manuscrito persa, 1113, fol. 177v, París, Bibliothèque Nationale de France.
Para Henry Corbin (1964), el nombre del ismailismo fue ensombrecido por la «novela negra» construida por los cruzados, por Marco Polo, evidentemente por Hammer-Purgstall, y también Sylvestre de Sacy (1838), quien sostenía que el nombre de «asesinos» procedía de Hashashin, esto es, adictos al hashish. A decir verdad, muchas leyendas sobre los asesinos proceden de fuentes musulmanas, pero atengámonos a la reconstrucción no novelesca de los hechos.
Según Corbin, la predicación y el proselitismo de Hasan habrían sido estrictamente espirituales, inspirados en principios esotéricos. Sin embargo, parece que Corbin ignora otros datos históricos según los cuales Hasan no fue solo un maestro espiritual, sino también un político que, para defender sus principios religiosos, fue construyendo poco a poco una serie de fortificaciones desde las que podía controlar todo el territorio circundante; Alamut era considerada la fortaleza más importante, desde la que se vigilaban los caminos hacia Azerbaiyán e Irak. Allí vivió Hasan-i Sabbah y allí permaneció hasta su muerte rodeado de sus fieles.
Hasan era un jefe carismático de severa virtud, e incluso había condenado a muerte a dos de sus hijos: a uno porque bebía vino y al otro porque era culpable de un homicidio. Es cierto que practicó masivamente el asesinato político, y lo mismo hicieron sus sucesores, entre ellos el temible Sinan, conocido con el apelativo de Viejo de la Montaña, aunque al ir cobrando fuerza la leyenda el apelativo de Viejo de la Montaña se aplicó también a Hasan.
Pese a que los distintos textos medievales que conocemos son posteriores a la muerte de Hasan (1124) y se remontan a la época en que los reinos cruzados de Tierra Santa y Saladino habían mantenido relaciones con la secta dirigida por Sinan, se cuenta que Nizamu’lMulk, primer ministro del sultán, fue apuñalado hasta la muerte por un sicario que se le había acercado vestido de derviche por orden de Hasan, cuando los cruzados todavía luchaban por conquistar Jerusalén. A Sinan se le atribuyó en cambio el asesinato del marqués Conrado de Montferrato. Se dice que había dado instrucciones a dos de sus seguidores, que se introdujeron entre los infieles imitando sus costumbres y su lengua; disfrazados de monjes, mataron al marqués que, ajeno a todo, participaba en un banquete ofrecido por el obispo de Tiro. Pero la historia es confusa, porque algunas fuentes inducen a sospechar que Conrado había sido asesinado por orden de algunos compañeros suyos cristianos, e incluso corrían voces de que el responsable era Ricardo Corazón de León. Como se ve, es muy difícil separar la historia de la leyenda. No obstante, Sinan inspiraba miedo a Saladino y a los cruzados, mientras al mismo tiempo (y también respecto a este punto abundan las leyendas ocultistas) mantenía relaciones poco claras con los caballeros templarios.
Pasemos ahora a la leyenda. Según algunos escritores árabes de la línea suní, y también según los cronistas cristianos, el Viejo de la Montaña había descubierto un método atroz para fidelizar a sus caballeros hasta el sacrificio extremo y convertirlos en invencibles máquinas de guerra. Los llevaba muy jovencitos (otros dicen que desde que nacían) a lo alto de la fortaleza, y en jardines espléndidos los debilitaba a base de placeres, vino, mujeres y flores, los aturdía con hashish; cuando ya no eran capaces de renunciar al éxtasis perverso de aquel paraíso fingido, los despertaba de su sueño, los hacía experimentar por primera vez una vida normal y gris, y les planteaba la alternativa: «Si matas a quien te diga, el paraíso que has abandonado volverá a ser tuyo para siempre; si fracasas, caerás de nuevo en la sordidez».
Los jóvenes, aturdidos por la droga, se sacrificaban para sacrificar, asesinos inevitablemente condenados a ser a su vez asesinados.
En estos términos se propagó a través de los siglos la leyenda de Alamut, que ha inspirado hasta hoy poemas, novelas y películas.
Plano de la película El príncipe de Persia: las arenas del tiempo, 2010.
LOS HASSASSINS
ARNALDO DE LÜBECK (1150-1211 o 1214)
Chronica Slavorum, VII
En tierras de Damasco, Antioquía y Alepo, vive en las montañas una raza de sarracenos que son llamados en vulgar hassassins y en lengua romance segnors de montana. Esta raza vive sin reglas, y come carne de cerdo, en contra de las leyes de los sarracenos, y cada uno se une sin distinción con cualquier mujer, incluso con la madre o la hermana. Habitan en las montañas, y son casi inexpugnables, porque viven en castillos extraordinariamente protegidos y su tierra no es muy fértil, de modo que viven del ganado. Tienen un señor que infunde un gran temor a todos los príncipes sarracenos próximos o lejanos, y a los cristianos próximos y poderosos, porque acostumbra a hacerlos matar del modo que os explicaré. Su señor posee bellísimos palacios en las montañas, encerrados entre muros de gran altura, de manera que solo se puede acceder a ellos por un paso que siempre está muy vigilado. En estos palacios, el amo se encarga de la crianza de muchos hijos de campesinos, y los educa enseñándoles diversas lenguas como el latín, el griego, el árabe y otras. Desde la infancia hasta la edad viril, los maestros enseñan a estos jóvenes a obedecer cualquier mandato del señor de aquellas tierras. Si lo hacen, el señor les hará gozar de los placeres del Paraíso por el poder que tiene sobre las cosas divinas. Y se les enseña que no pueden salvarse si se someten a la voluntad de cualquier otro príncipe de la tierra. Encerrados en aquellos palacios desde su nacimiento, no ven otras personas que no sean sus doctores y maestros, ni reciben otra enseñanza hasta que son llamados en presencia de su señor para que maten a alguien. Cuando son recibidos por el príncipe, se les pregunta si prefieren obedecer sus mandatos para obtener el Paraíso. […] Si aceptan, el señor les entrega un puñal de oro, y les envía a matar a algún poderoso.
MARCO POLO (1254-1324)
Viajes, 41-42
Muleet es una región donde tenía por costumbre vivir el Viejo de la Montaña. Os contaré su historia, tal como la oyó repetidas veces micer Marcos. Al Viejo le llamaban en su lengua Aladino. Había hecho construir entre dos montañas, en un valle, el más bello jardín que jamás se vio. En él había los mejores frutos de la tierra. En medio del parque había hecho edificar las más suntuosas mansiones y palacios que jamás vieron los hombres, dorados y pintados de los más maravillosos colores. Había en el centro del jardín una fuente, por cuyas cañerías pasaba el vino, por otra la leche, por otra la miel y por otra el agua. Había recogido en él a las doncellas más bellas del mundo, que sabían tañer todos los instrumentos y cantaban como los ángeles, y el Viejo hacía creer a sus súbditos que aquello era el Paraíso. Lo había hecho creer porque Mahoma dejó escrito a los sarracenos que los que van al cielo tendrán cuantas mujeres hermosas apetezcan y encontrarán en él caños manando agua, miel, vino y leche. Por esa razón había mandado construir ese jardín, semejante al Paraíso descrito por Mahoma, y los sarracenos creían realmente que aquel jardín era el Paraíso.
En el jardín no entraba hombre alguno, más que aquellos que habían de convertirse en asesinos. Había un alcázar a la entrada, tan inexpugnable, que nadie podía entrar en él, ni por él. El Viejo tenía consigo a una corte de jóvenes de doce a veinte años, a los que adiestraba en el manejo de las armas, convencidos ellos también por lo que dice Mahoma de que aquello era el Paraíso. El Viejo los hacía introducir de a cuatro, de a diez y de a veinte en su mansión; les daba un brebaje para adormecerlos, y cuando despertaban se hallaban en el jardín, sin saber por dónde habían entrado.
Cuando los jóvenes despertaban y se encontraban en el recinto, creían, por las cosas que os he dicho, que se hallaban en el cielo. Damas y damiselas vivían todo el día con ellos, tocando y cantando y dándoles todos los gustos, sometidas a su albedrío. De suerte que estos jóvenes tenían cuanto deseaban, y jamás se hubieran ido de allí voluntariamente. El Viejo, que tenía su corte en una espléndida morada, hacía creer a esos simples montañeses que era el Profeta. Y así lo creían en verdad.
Théodore Chassériau, Tepidarium, 1853, París, Musée d’Orsay.
Cuando el Viejo quería enviar un emisario a cierto lugar para matar a un hombre, hacía que tomaran el brebaje un determinado número de ellos, y cuando estaban dormidos los hacía llevar a su palacio. Cuando despertaban y les decía que debían ir en misión, se asombraban, y no siempre estaban contentos, pues por su voluntad ninguno quería alejarse del Paraíso donde se hallaban. Sin embargo, se humillaban ante el Viejo, pues creían que era el Profeta. El Viejo les preguntaba de dónde venían; ellos contestaban: «del Paraíso», y aseguraban que ese Paraíso era realmente como el que Mahoma describió a sus antepasados, haciéndoles lenguas de cuántas maravillas contenía. Y los que no lo conocían aún tenían deseos de morir y de ir al cielo para alcanzarlo pronto. Así es que cuando el Viejo quería que mataran a un gran señor, escogía por asesinos a los mozos más garridos. Los enviaba por el país y les ordenaba matar a ese hombre. Ellos ejecutaban el mandato de su señor y volvían luego a su corte (por lo menos los que escapaban con vida, pues había muchos de ellos que eran ejecutados después de haber cometido el reato).
JOSEPH VON HAMMER-PURGSTALL
Historia de los Asesinos, IV (1818)
En el centro del territorio de los Asesinos tanto en Persia como en Siria, esto es, en Alamut y en Massiat, crecían rodeados de muros espléndidos jardines, auténticos paraísos de Oriente. Macizos de flores y bosquecillos de frutales cruzados por canales, pastos umbrosos y prados verdes, con caudalosos riachuelos plateados, pérgolas de rosas y pretiles de pámpanos, aireadas salas y glorietas de porcelana adornadas con alfombras persas y telas griegas, tazas y copas de oro, de plata, de cristal, hermosas doncellas, voluptuosos muchachos de ojos negros y seductores como las huríes y los jóvenes del Paraíso del Profeta, suaves y embriagadores como los cojines sobre los que descansaban y el vino que escanciaban. Todo respiraba placer, ebriedad de los sentidos y voluptuosidad. El joven que, por su fuerza y por su espíritu resuelto, era considerado digno de ser dedicado al oficio de sicario era invitado a la mesa del gran maestro o gran prior y entretenido con conversaciones.
Una vez embriagado con un bebedizo opiado, el muchacho era conducido al jardín, donde al despertar se creía transportado al Paraíso, especialmente al ver cuanto le rodeaba, sobre todo las huríes que le convencían con palabras y con actos. Cuando había gozado de los placeres del Paraíso prometidos por el Profeta a los bienaventurados, según su talento y sus fuerzas, y tras haber bebido la suma delicia de los ojos centelleantes de las huríes, y un vino excitante de las brillantes copas, caía otra vez en el sueño por efecto del cansancio y del opio y, al despertarse unas horas más tarde, se encontraba de nuevo junto a su superior. Este le aseguraba que su cuerpo no se había movido nunca de aquel lugar, sino que había sido transportado espiritualmente al Paraíso, donde había saboreado parte de los goces que esperaban a los fieles que sacrificaban su vida al servicio de la fe, obedeciendo a sus superiores. Así estos jóvenes ilusos se entregaban ciegamente para ser instrumentos del homicidio, y marchaban ávidos a sacrificar su vida terrenal para participar en la celestial y eterna. […] Todavía hoy muestran en Constantinopla y en El Cairo cuán increíblemente estimulante es el opio de beleño para la soñolienta indolencia del turco y la fogosa imaginación del árabe, y justo esto nos explica el furor con que aquellos jóvenes buscaban el placer de esas pastillas de hierbas embriagadoras (hashish) por las que eran capaces de todo. Del consumo de estas pastillas les viene el nombre de hascisdin, esto es, erbolaj.