La versión del mito por parte de Von Eschenbach, unida a la mística popular wagneriana, su interés por el ideal de «pureza» del catarismo, que a los ojos de Rahn evocaba la pureza de los caballeros templarios, la idea de que eran herederos de un saber «hiperbóreo» de los antiguos druidas y del otro ideal naciente de una pureza aria que se cultivaba en los ambientes protonazis, empujaron a Rahn a realizar, entre 1928 y 1932, una serie de investigaciones en España, Italia y Suiza, pero sobre todo en Languedoc, entre las ruinas de Montségur.
Allí Rahn tuvo conocimiento de una tradición según la cual la noche antes del asalto final a la fortaleza de los herejes, tres cátaros pusieron a salvo las reliquias del rey de los merovingios, Dagoberto. Rahn estaba convencido de que entre aquellas reliquias se encontraba también el Grial, puesto que ya había establecido una relación indiscutible entre druidas, cátaros, templarios y los caballeros de la tabla redonda.
Las conexiones herméticas siempre son fulgurantes y, a la luz de este fulgor, Rahn decidió que los cátaros de Montségur eran descendientes de los druidas que se habían convertido al maniqueísmo. La prueba, al menos para él, era el hecho de que sus sacerdotes fueran afines a los «perfectos» cátaros. La sabiduría secreta de los cátaros habría sido preservada por los últimos trovadores, cuyas canciones —en apariencia dedicadas a sus damas— se referían a Sofía, la sabiduría de los gnósticos.
Al explorar Montségur y sus alrededores, Rahn descubrió pasajes secretos subterráneos y cuevas en las que imaginó prodigiosos rituales del Grial, y afirmó que había encontrado cámaras con las paredes cubiertas de símbolos templarios junto a emblemas de los cátaros. El dibujo de una lanza le hizo pensar de inmediato en la lanza de Longino, poniendo de relieve una vez más las relaciones con la simbología del Grial.
De ahí (aunque distintos estudiosos de la mística del Grial y del catarismo han subrayado que en los textos que aún conservamos de los cátaros nunca se menciona el Grial), surge la leyenda de que Rahn había encontrado por fin el Grial y de que este estuvo custodiado hasta el final de la Segunda Guerra Mundial en Wewelsburg, el castillo de las SS próximo a Paderborn.
El hombre verde en la capilla de Rosslyn, Escocia.
A partir de 1933 Rahn vivió en Berlín. Su dedicación a nuevos estudios sobre el Grial y su búsqueda de una primigenia religión tradicional, la religión de la luz, atrajo la atención del jefe de las SS, Heinrich Himmler, quien convenció a Rahn de que ingresara oficialmente en las Schutzstaffel.
Sabemos que Otto Rahn cayó en desgracia ante la jerarquía nazi en 1937 (sospechoso de homosexualidad y, según se dice, de tener orígenes judíos) y por motivos disciplinarios se le asignaron distintas tareas en el campo de concentración de Dachau. No había sido un buen currículum, aunque en el invierno de 1938-1939 abandonó las SS. Pocos meses más tarde fue encontrado muerto entre las nieves de las montañas tirolesas, y el misterio de su muerte (¿accidente?, ¿suicidio?, ¿decisión de los jefes nazis de hacer callar al poseedor de secretos tan comprometidos?, ¿castigo a un disidente?) nunca se ha resuelto.[19]
Por otra parte, el mito de un Grial «pirenaico», como lo ha bautizado Zambon (2012) no sedujo solo a los nazis. Ya en los años treinta, se constituyó también en el sur de Francia una Société des Amis de Montségur et du Saint Graal (para la que el Grial, más que una realidad visible, como para Rahn, era un concepto místico), que pretendía luchar contra el nazismo en nombre de una espiritualidad occitana.
En cualquier caso y gracias a estas dos místicas opuestas, además de a los peregrinos que se dirigen a Glastonbury, o recorren: Galicia sin saber dónde identificar el Gralsburg, tenemos asimismo las peregrinaciones a Montségur, que compiten con las peregrinaciones a la vecina Lourdes.
Detalle de la iglesia de la Gran Madre de Dios, Turín.
EL VIAJE DEL GRIAL. Por otra parte, según una tradición arraigada, muchos de los episodios de la vida de Merlín y Morgana no sucedieron en Inglaterra sino en Francia, en el bosque de Brocelandia, que hoy se suele identificar con el bosque de Paimpont, cercano a Rennes. Pero si no es Brocelandia el lugar que se relaciona tradicionalmente con el Grial, podemos citar otra docena de lugares donde las fuentes más dispares sostienen que se oculta la sagrada copa, desde el castillo de Gisors hasta el Castel del Monte en Apulia o el castillo de Roseto Capo Spulico en Calabria (por asociación del Grial con la leyenda federiciana), la capilla de Rosslyn en Escocia (al menos gracias a la fantasía de Dan Brown con el Código Da Vincí), Canadá, Narta Monga en las montañas del Cáucaso, la Gran Madre di Dio en Turín, San Juan de la Peña, etc.
La sombra de Montségur pesará sobre la última encarnación del Grial, la de Rennes-le-Château. Ahora bien, como lo que pretendemos hacer es una «historia» de las tierras legendarias, el respeto a la cronología nos obliga a tratar este hecho en el capítulo final, donde hablaremos de un lugar real que se convierte en legendario a través de una colosal mixtificación, signo de que las tradiciones no tienen por qué ser necesariamente muy antiguas, sino que pueden crearse ex novo para ser vendidas a compradores crédulos.
Puerta de la pescadería, arquivolta decorada con escenas del ciclo artúrico, 1100, cara norte, catedral de Módena.
EL GRIAL
HÉLINAND DE FROIDMONT (siglo XIII)
«Chronicon», en Patrología latina, 212, 814
En aquella época, en Britania, un eremita tuvo la visión de san José, el decurión que bajó el cuerpo de Nuestro Señor de la cruz, y de la escudilla o plato con la que el Señor cenó con sus discípulos. Ese mismo eremita contó la historia de esa escudilla, llamada la «historia del Grial». Con la palabra Gradals o gradale los franceses designan una escudilla ancha y más bien honda donde los ricos suelen disponer deliciosas viandas junto con su salsa, una después de otra (gradatim), un trozo después de otro, en distintas capas. La escudilla se denomina comúnmente Graalz, ya que es una cosa apetecible y agradable comer con ella, ya sea por el contenedor, por lo común de plata o de otro material precioso, ya sea por el contenido, una secuencia variada de deliciosas viandas. Esta historia no he podido hallarla en lengua latina, sino que solo se encuentra en lengua francesa; y tampoco se encuentra íntegra.
Los caballeros de la tabla redonda, pintura sobre papel, siglo XIII, París, Bibliothèque Nationale de France.
PALABRAS DE MERLÍN A ARTURO
ROBERT DE BORON (siglos XII-XIII)
Merlín
Merlín le dijo a Arturo: Arturo, sois rey por la gracia de Dios. Vuestro padre Uther fue un hombre de gran valor: en su época fue creada la tabla redonda, para simbolizar aquella en la que se sentó nuestro Señor el Jueves Santo, cuando anunció la traición de Judas. Se construyó sobre el modelo de la mesa de José, que a su vez fue instaurada por medio del Grial, cuando separó a los buenos de los malos. […]
Sucedió una vez que el Grial fue confiado a José mientras se hallaba en la cárcel: fue Nuestro Señor en persona quien se lo llevó. Una vez que salió de la prisión, José se adentró en un desierto junto con una gran parte del pueblo de Judea.
[…] José se puso delante del vaso y rogó a nuestro Señor que le revelara lo que debía hacer. Y entonces se manifestó la voz del Espíritu Santo y le dijo que construyera una mesa. Así lo hizo José. Cuando estuvo hecha, puso sobre ella su vaso y ordenó a la gente que se sentara; los que estaban libres de pecado se sentaron a la mesa, en cambio los que eran culpables se marcharon, incapaces de permanecer a su lado. En esta mesa había un puesto vacío: creyó José que nadie debía ocupar el sitio que había pertenecido a nuestro Señor. […]
Sabed, pues, que nuestro Señor instituyó la primera mesa; José creó la segunda; y yo, en tiempos de vuestro padre Uther Pendragon, hice construir la tercera, que está destinada a ser muy gloriosa: en todo el mundo se hablará de la caballería que reuniréis a su alrededor en vuestro tiempo. Sabed además que José, a quien se le había confiado el Grial, lo dejó a su muerte a su cuñado, que se llamaba Bron. Este tenía doce hijos, uno de los cuales se llamaba Alán: a él le confió Bron, el Rey Pescador, la custodia de sus hermanos. Por orden de nuestro Señor, Alán, que había partido de Judea, se dirigió hacia estas islas de Occidente y llegó con su pueblo a nuestro país. El rey Pescador reside en las islas de Irlanda, en uno de los más bellos lugares del mundo. Pero sabed que se encuentra en la peor situación que jamás haya conocido un hombre, pues está gravemente enfermo. Sin embargo, puedo aseguraros que, por viejo y enfermo que esté, no puede morir hasta que un caballero de la tabla redonda haya realizado tantas gestas de guerra y de caballería —en torneos y en la búsqueda de aventuras— que se convierta en el más famoso del mundo.
Cuando haya alcanzado tal gloria que pueda ir a la corte del rico Rey Pescador y le haya preguntado para qué fin sirvió el Grial y para cuál sirve, el rey quedará inmediatamente curado y, tras haberle revelado las palabras secretas de nuestro Señor, pasará de la vida a la muerte. Este caballero tendrá la custodia de la sangre de Jesucristo. Así se romperán los encantamientos en la tierra de Bretaña y la profecía se habrá cumplido por completo.
Wilhelm Hauschild, El milagro del Graal, siglo XIX, castillo de Neuschwanstein.
LAS APARICIONES DEL GRIAL
CHRÉTIEN DE TROYES (siglo XII)
El cuento del Grial
Había dentro tanta luz como se podría conseguir con velas en un albergue. Mientras hablaban de una cosa y otra, un criado vino de una habitación sujetando una blanca lanza empuñada por el centro, pasa entre el fuego y los que estaban sentados en la cama, y todos los de allí vieron la lanza blanca y el hierro blanco, y desde la punta salía una gota de sangre que corría hasta la mano del criado. Esta cosa admirable vio el muchacho, que allí había llegado aquella misma noche, y se abstiene de preguntar cómo ocurría aquello, pues se acordaba del consejo que le había dado el caballero al enseñarle y recomendarle que se guardara de hablar mucho; teme que si preguntaba se lo tomaran como simpleza, y por eso no pregunta nada.
Entonces llegaron otros dos criados, con candelabros de oro puro en la mano, trabajado con nieles. Los criados que llevaban los candelabros eran muy bellos. En cada candelabro ardían al menos diez velas; una doncella que venía con los criados, bella, agradable y bien ataviada, sujetaba un grial entre las dos manos. Cuando entró allí con el grial que llevaba sobrevino tan gran claridad que todas las velas perdieron su luz como las estrellas y la luna cuando sale el sol. Detrás de ella venía otra que llevaba un plato de plata. El grial, que iba delante, era de fino oro puro; tenía piedras preciosas de muchas clases, de las más ricas, de las más caras que hay en el mar y en la tierra: a todas las demás piedras superaban las del grial, sin duda. Igual que la lanza, pasaron por delante de él y fueron de una habitación a otra.
El muchacho los vio pasar y no se atrevió a preguntar a quién servían con el grial, pues él siempre recordaba en el corazón las palabras del noble sabio.
ROBERT DE BORON (siglos XII-XIII)
Perceval
Mientras estaban a la mesa y se servía el primer plato, vieron salir de una habitación una joven magníficamente ataviada, que llevaba un paño en torno al cuello y sujetaba con las dos manos dos pequeños platos de plata. Detrás de ella entró un muchacho que llevaba una lanza: del hierro de la lanza caían tres gotas de sangre. Entraron en la habitación pasando por delante de Perceval. Luego entró otro joven, que llevaba en la mano el vaso que nuestro Señor le dio a José en la cárcel; lo sostenía entre las manos con gran reverencia. Cuando el señor lo vio, se inclinó ante él y recitó el mea culpa; la gente del castillo hizo lo mismo. Perceval se quedó muy sorprendido ante esta escena y de buen grado hubiera hecho alguna pregunta a su huésped si no hubiese temido contrariarle. Estuvo pensando en ello toda la noche, pero se acordó de que su madre le había recomendado que no hablara demasiado y no hiciera demasiadas preguntas. Por eso decidió no preguntar nada; el señor dirigía la conversación hacia temas que pudieran inducir a Perceval a preguntarle, pero este no lo hizo; estaba tan exhausto por las dos noches que llevaba sin dormir que temía caer sobre la mesa. Entretanto volvió el joven que portaba el Grial y regresó de nuevo a la habitación de la que había salido antes; lo mismo hizo el joven que sostenía la lanza, y la muchacha les siguió. Tampoco en esta ocasión Perceval hizo pregunta alguna. Viendo que seguía sin preguntar, Bron, el rey Pescador, se quedó muy afligido. Hacía que llevaran el Grial ante todos los caballeros que hospedaba, porque nuestro Señor le había hecho saber que solo se curaría cuando un caballero le preguntara para qué servía; ese caballero sería el mejor del mundo. Perceval era el destinado a cumplir esta misión; si hubiera hecho la pregunta, el rey se habría curado.
Perlesvaus (siglo XIII), cap. VI
Precisamente entonces salieron de una capilla dos damiselas, caminando la una al lado de la otra. Una sostenía entre las manos el Santísimo Grial, y la otra la lanza de cuya punta gotea la sangre. Entraron en la sala donde los caballeros y Galván estaban comiendo. La fragancia que exhalaba el Vaso era tan dulce y santa que todos se olvidaron de comer. Galván miró el Grial, y le pareció ver un cáliz de una forma inusitada en aquellos tiempos. Al mirar la punta de la lanza que goteaba sangre bermeja, le pareció reconocer dos ángeles que llevaban dos candelabros de oro con velas encendidas. Las muchachas pasaron por delante de Galván y entraron en otra capilla. Galván estaba totalmente absorto en sus pensamientos, embargado por una felicidad tan intensa que solo lograba pensar en Dios. Los caballeros le miraron con tristeza y preocupación. Las dos damiselas salieron en aquel momento de la capilla y volvieron a pasar por delante de Galván. A este le pareció ver tres ángeles, y antes solo había visto dos, y también le pareció ver en el Grial el perfil de un niño. […]
Edward Burne-Jones, El descubrimiento del Santo Grial, 1894, Birmingham Museums and Art Gallery.
Cuando alzó la vista, le pareció que el Grial estaba suspendido en el aire, que había sobre él un hombre crucificado, con una lanza clavada en el costado. Galván la vio, su corazón está henchido de piedad, y no consiguió ver otra cosa que no fuera el dolor del rey.
La queste del sant Graal (siglo XIII)
Estaban ya todos sentados y en silencio cuando resonó el fragor de un trueno tan fuerte y violento que temieron que el palacio fuera a derrumbarse. Inmediatamente penetró un rayo de Sol que esparció por toda la sala una extraordinaria claridad. Todos se sintieron como si hubieran sido iluminados por la gracia del Espíritu Santo y empezaron a mirarse el uno al otro, preguntándose de dónde provenía esa luz; pero ninguno de los presentes estaba en condiciones de pronunciar palabra; todos se quedaron mudos. Permanecieron largo tiempo sin poder hablar, mirándose unos a otros como bestias mudas; entró entonces en la sala el Santo Grial cubierto con un paño de seda blanca, pero nadie pudo ver quién lo llevaba.
El Grial entró por la puerta principal del palacio y, en cuanto estuvo dentro, el palacio se llenó de fragancias como si se hubieran esparcido todas las especias del mundo. Fue hasta el centro de la sala y dio la vuelta alrededor de cada mesa; y a medida que pasaba, en cada sitio se disponía el alimento deseado por el comensal. En cuanto estuvieron todos servidos, el Santo Grial desapareció de tal modo que nadie supo qué había sido de él ni adonde había ido. […]
«Sir —dijo Galván—, hay otra cosa que todavía no sabéis: a cada uno de los aquí presentes le ha sido servido lo que en su corazón deseaba, como solo ha sucedido en la corte del Rey Herido. Pero todos nosotros estamos tan corrompidos que no hemos podido ver de forma clara y distinta el Santo Grial, es más, su verdadero aspecto se nos ha mantenido oculto. Por eso hago votos ahora de empezar mañana por la mañana sin más tardanza la búsqueda, que prolongaré durante un año y un día y, si es necesario, incluso más; y no regresaré a la corte, pase lo que pase, antes de haber visto de nuevo el Santo Grial mejor de lo que lo he podido ver hoy, si es que es justo que pueda o deba verlo. Y si tal privilegio no me corresponde, regresaré.»
WOLFRAM VON ESCHENBACH (1170-1220)
Parzival, IX, 454, 1-30
El pagano Flegetanis
descubrió en la constelación de las estrellas
ocultos secretos
de los que hablaba con temor.
Habló de un objeto que se llamaba Grial;
este nombre lo leyó claramente en las estrellas:
«Un grupo de ángeles lo dejó en tierra
y luego se elevó más allá de las estrellas,
y, tal vez limpios de su culpa,
entraron otra vez en el cielo.
Desde entonces lo custodian
cristianos de corazón también puro.
El que es designado por el Grial
es hombre de gran valor».
WOLFRAM VON ESCHENBACH (1170-1220)
Parzival, IX, 469, 2-8
Quiero deciros de qué se alimentan:
viven de una piedra, que es toda pureza.
Si no la conocéis,
debemos nombrarla.
Se llama lapsit exillis.
También lleva el nombre de Grial.
THOMAS MALORY
La muerte de Arturo, XIII (1485)
Walter Crane, Sir Galaad frente al rey Arturo, c. 1911, colección particular.
Una vez dentro ya de los muros de Camelot, el rey y los barones fueron a rezar las vísperas a la catedral y luego a cenar, donde cada uno de los caballeros ocupó su puesto, como antes. Pero he aquí que, entre repentinos estallidos y fragor de truenos que hicieron temer que el palacio se estuviera derrumbando, penetró en la sala un rayo de Sol siete veces más vívido de lo que jamás se había visto y todos fueron investidos de la gracia del Espíritu Santo. Mirando a su alrededor, los caballeros observaron que los otros parecían irradiados de belleza, pero no pudieron pronunciar una sola palabra. Luego, apareció el Santo Grial cubierto por un manto de terciopelo blanco, de modo que nadie pudo verlo o saber quién lo llevaba, y la sala se llenó de perfumes. […] Tras haber cruzado toda la sala, el sagrado vaso desapareció de golpe, y solo entonces recuperaron los presentes la voz, y el rey dio gracias a Dios por la benevolencia que había mostrado con ellos. «Hoy nos han servido las viandas y bebidas que preferimos —declaró luego sir Galván— pero no hemos podido ver el Santo Grial, que se ha presentado cubierto por un manto precioso. Hago pues voto de que a partir de mañana por la mañana comenzaré la búsqueda del sagrado vaso y permaneceré alejado de la corte durante un año y un día, o más si fuera preciso, hasta que lo haya visto con mayor claridad. Si esto no me fuera posible, regresaré aquí aceptando la voluntad de Dios.» Entonces los caballeros de la tabla redonda se pusieron en pie y pronunciaron el mismo juramento, con gran pesar del rey que comprendió que no podría impedirles hacer aquello a lo que se habían comprometido.
Edwin Austin Abbey, Galaad y el Santo Grial, 1895, colección particular.
EL GRIAL NO ESTA EN NINGUNA PARTE
JULIUS EVOLA
El misterio del Grial (1937)
Dijo Píndaro que al país de los hiperbóreos no se llega ni por mar ni por tierra y que solo a héroes como Hércules les fue concedido encontrar el camino. En la tradición extremo-oriental, se dice que la isla, en el extremo de la región septentrional, solo se puede alcanzar con el vuelo del espíritu, y en la tradición tibetana se dice que Sambhala, el místico lugar septentrional que ya hemos visto que guarda relación con el Kalkiavatara, «se encuentra en mi espíritu». Este tema también aparece en la saga del Grial. El castillo del Grial, en la Queste, es denominado palais spirituel, y en el Perceval li Gallois, «castillo de las almas» (en el sentido de seres espirituales). […] Y si Plutarco refiere que en el reino hiperbóreo la visión de Cronos se produce en el estado de sueño, en La muerte de Arturo, Lanzarote tiene la visión del Grial en un estado de muerte aparente, y en un estado, que no se sabe si es de sueño o de vigilia, en la Queste tiene la visión del caballero herido que se arrastra hasta el Grial para aliviar sus sufrimientos. Son experiencias que van más allá de los límites de la conciencia ordinaria.
A veces, el castillo se presenta como invisible e inalcanzable. Solo a los elegidos les es dado encontrarlo, o por una feliz casualidad, o por un encantamiento; de no ser así, se sustrae a los ojos del que lo busca. […]
La sede del Grial siempre aparece como un castillo o como un palacio real fortificado, nunca como una iglesia o un templo. Solo en los textos más tardíos se empieza a hablar de un altar, o capilla, del Grial, en relación con la forma más cristianizada de la saga, en la que el Grial acaba confundiéndose con el cáliz de la Eucaristía. Sin embargo, en las redacciones más antiguas de la leyenda no hay nada parecido; y la conocida estrecha relación del Grial con la espada y la lanza, además de con una figura de rey, o de rasgos reales, basta para permitirnos considerar extrínseca esta posterior formulación cristianizada. El centro del Grial hay que defenderlo «hasta con la última gota de sangre» y, sobre esta base, no solo no puede ponerse en relación con el cristianismo y con la Iglesia que, como se ha dicho, pretende ignorar constantemente este ciclo de mitos, sino, más en general, tampoco con un centro de tipo religioso o místico. Se trata más bien de un centro iniciático que conserva el legado de la tradición primordial, según la unidad indivisa, que le es propia, de las dos dignidades: la real y la espiritual.
John William Waterhouse, La dama de Shalott, 1888, Londres, Tate Gallery.
LA DAMA DE SHALOTT
ALFRED TENNYSON
La dama de Shalott (1842)
A ambos lados del río se despliegan
sembrados de cebada y de centeno
que visten la meseta y el cielo tocan;
y corre junto al campo la calzada
que va hasta Camelot la de las torres;
y va la gente en idas y venidas,
donde los lirios crecen contemplando,
en torno de la isla de allí abajo,
la isla de Shalott.
El sauce palidece, tiembla el álamo,
cae en sombras la brisa, y se estremece
en esa ola que corre sin cesar
a orillas de la isla por el río
que fluye descendiendo a Camelot.
Cuatro muros y cuatro torres grises
dominan un lugar lleno de flores,
y en la isla silenciosa vive oculta
la dama de Shalott.
Junto al margen velado por los sauces
deslízanse las gabarras tiradas
por morosos caballos. Sin saludos,
pasa como volando la falúa.
con su vela de seda a Camelot:
mas ¿quién la ha visto hacer un ademán
o la ha visto asomada a la ventana?
¿O es que es conocida en todo el reino,
la dama de Shalott?
Solo al amanecer, los segadores
que siegan las espigas de cebada
escuchan la canción que trae el eco
del río que serpea, transparente,
y que va a Camelot la de las torres.
Y con la luna, el segador cansado,
que apila las gavillas en la tierra,
susurra al escucharla: «Esa es el hada,
la dama de Shalott».
Allí está ella, que teje noche y día
una mágica tela de colores.
Ha escuchado un susurro que le anuncia
que alguna horrible maldición le aguarda
si mira en dirección a Camelot.
No sabe qué será el encantamiento,
y así sigue tejiendo sin parar,
y ya solo de eso se preocupa
la dama de Shalott.
Y moviéndose en un límpido espejo
que está delante de ella todo el año,
se aparecen del mundo las tinieblas.
Allí ve la cercana carretera
que abajo serpea hasta Camelot:
allí gira del río el remolino,
y allí los más cerriles aldeanos
y las capas encarnadas de las mozas
pasan junto a Shalott.
A veces, un tropel de damiselas,
un abad tendido en almohadones,
un zagal con el pelo ensortijado,
o un paje con vestido carmesí
van hacia Camelot la de las torres.
[…]
Pero aún ella goza cuando teje
las mágicas visiones del espejo:
a menudo en las noches silenciosas
un funeral con velas y penachos
con su música iba a Camelot;
o cuando estaba la Luna en el cielo
venían dos amantes ya casados.
«harta estoy de tinieblas», se decía
la dama de Shalott.
A un tiro de flecha de su alero
cabalgaba él en medio de las mieses:
venía el Sol brillando entre las hojas,
llameando en las broncíneas grebas
del audaz y valiente Lanzarote.
Un cruzado por siempre de rodillas
ante una dama fulgía en su escudo
por los remotos campos amarillos
cercanos a Shalott.
Lucía libre la enjoyada brida
como un ramal de estrellas que se
ve prendido de la áurea galaxia.
Sonaban los alegres cascabeles
mientras él cabalgaba a Camelot:
y de su heráldica trena colgaba
un potente clarín todo de plata;
tintineaba, al trote, su armadura
muy cerca de Shalott.
Bajo el azul del cielo despejado
su silla tan lujosa refulgía
el yelmo y la alta pluma sobre el yelmo
como una sola llama ardían juntos
mientras él cabalgaba a Camelot.
Tal sucede en la noche purpúrea
bajo constelaciones luminosas,
un barbado meteoro se aproxima
a la quieta Shalott.
Su clara frente al Sol resplandecía,
montado en su corcel de hermosos cascos;
pendían de debajo de su yelmo
sus bucles que eran negros cual tizones
mientras él cabalgaba a Camelot.
Al pasar por la orilla y junto al río
brillaba en el espejo de cristal.
«tiroliro», por la margen del río
cantaba Lanzarote.
Ella dejó el paño, dejó el telar,
a través de la estancia dio tres pasos,
vio que su lirio de agua florecía,
contempló el yelmo y contempló la pluma,
dirigió su mirada a Camelot.
Salió volando el hilo por los aires,
de lado a lado se quebró el espejo.
«Es esta ya la maldición», gritó
la dama de Shalott.
Al soplo huracanado del levante,
los bosques sin color languidecían;
las aguas lamentábanse en la orilla;
con un cielo plomizo y bajo, estaba
lloviendo en Camelot la de las torres.
Ella descendió y encontró una barca
bajo un sauce flotando entre las aguas,
y en torno de la proa dejó escrito
la dama de Shalott.
Y a través de la niebla, río abajo,
cual temerario vidente en un trance
que ve todos sus propios infortunios,
vidriada la expresión de su semblante,
dirigió su mirada a Camelot.
Y luego, a la caída de la tarde,
retiró la cadena y se tendió;
muy lejos la arrastró el ancho caudal,
la dama de Shalott.
Echada, toda de un níveo blanco
que flotaba a los lados libremente
—leves hojas cayendo sobre ella—,
a través de los ruidos de la noche
fue deslizándose hasta Camelot.
Y en tanto que la barca serpeaba
entre cerros de sauces y sembrados,
cantar la oyeron su canción postrera,
la dama de Shalott.
Oyeron un himno doliente y sacro
cantado en alto, cantado quedamente,
hasta que se heló su sangre despacio
y sus ojos se nublaron del todo
vueltos a Camelot la de las torres.
Cuando llegaba ya con la corriente
a la primera casa junto al agua,
cantando su canción, ella murió,
la dama de Shalott.
Por debajo de torres y balcones,
junto a muros de calles y jardines,
su forma resplandeciente flotaba,
su mortal palidez entre las casas,
ya silenciosamente en Camelot.
Viniendo de los muelles se acercaron
caballero y burgués, señor y dama,
y su nombre leyeron en la proa,
la dama de Shalott.
¿Quién es esta? ¿Y qué es lo que hace aquí?
Y en el cercano palacio encendido
se extinguió la alegría cortesana,
y llenos de temor se santiguaron
en Camelot los caballeros todos.
Pero quedó pensativo Lanzarote;
luego dijo: «Tiene un hermoso rostro;
que Dios se apiade de ella, en su clemencia,
la dama de Shalott».