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LAS MIGRACIONES DEL GRIAL

El cáliz de Ardagh, principios del siglo VIII, Dublín, National Museum of Ireland.

El tema de este libro son las tierras y los lugares legendarios. Si al abordar el tema del Grial y del ciclo artúrico tuviéramos que dar cuenta de la inmensa materia del llamado ciclo bretón, con todas sus contradicciones y sus diversas versiones, necesitaríamos cientos y cientos de páginas. Pero como solo tenemos que ocuparnos de los lugares, nuestra tarea resulta más fácil, porque solo debemos preguntarnos por dos lugares mágicos: el castillo del rey Arturo con su tabla redonda y la legendaria Avalon donde se guardaba el Grial.

LA LEYENDA ARTÚRICA. Debemos resumir, aunque sea a grandes rasgos, los principales temas de la leyenda artúrica. La materia del ciclo de Bretaña es sumamente contradictoria, empezando por la figura de los principales protagonistas cuyas gestas difieren a menudo según los textos. Envuelta entre las nieblas del mito está, por ejemplo, la figura de Arturo, que como caudillo aparece en textos galeses del siglo VI, y luego como Arturus Rex en la Historia Brittonum, atribuida al monje galés Nennio, que tal vez la escribió en torno al año 830. Arturo aparece también en varias vidas de santos del siglo VI, pero como personaje real no será citado hasta el siglo XII en la Historia regum britanniae de Godofredo de Monmouth. Finalmente, hace su entrada triunfal en el ciclo de Bretaña como el joven protegido por el mago Merlín, que se convierte en el rey de Logres tras haber sido el único que consigue extraer una espada aprisionada en la roca.

Como ejemplo de la intersección de textos y tradiciones legendarias, hay que tener en cuenta la cuestión de la espada llamada Excalibur, que en algunas reinterpretaciones de la leyenda se identifica con la que el jovencito Arturo había logrado extraer de la roca. En realidad (esto es, en las fuentes escritas de la leyenda), tal espada, mencionada por primera vez por Robert de Boron y Chrétien de Troyes (y que luego Arturo rompió en un combate con el rey Pellinor), no era Excalibur. Excalibur será descrita con más detalle por Thomas Malory en La muerte de Arturo, y entregada a Arturo por Viviane, la Dama del Lago; la espada se la da a Arturo un brazo que emerge de la superficie de un lago.

Aubrey Beardsley, ilustración para La muerte de Arturo de sir Thomas Malory, 1893-1894, litografía, colección particular. Walter Crane Arturo extrae la espada de la roca, 1911.

Esa espada garantizaba la invulnerabilidad del rey siempre que se guardara de nuevo en una vaina de plata. Pero la vaina se perdió a causa de Morgana (hermanastra de Arturo) y debido a esta circunstancia Arturo fue herido de muerte. Ordenó entonces que se arrojara de nuevo la espada al lago, y nadie pensó que pudiera ser recuperada algún día. Sin embargo, los obstinados seguidores del Grial creyeron haberla encontrado en la abadía de San Galgano, cerca de Siena, donde en una roca se halla una espada que san Galgano incrustó en la piedra en recuerdo de la cruz. Además de que resulta problemático vincular a san Galgano con la leyenda artúrica, también se requiere mucha buena voluntad para identificar ambas espadas, puesto que la de san Galgano fue colocada como protesta contra la guerra, mientras que, si damos crédito al ciclo de sus hazañas, con sus dos espadas Arturo había decapitado o abierto de un tajo a un buen número de enemigos.[16]

Igualmente ambigua es la figura del mago Merlín, hijo de un diablo, que aparece a menudo como el consejero amable de Arturo, y en cambio en otras tradiciones se muestra como un ser malvado.

¿QUÉ ERA EL GRIAL? No son menores las incertidumbres que envuelven el objeto central del ciclo de Bretaña: el Grial. ¿Qué era el Grial? Al parecer era un vaso, un cáliz, un plato (en varios textos se dice que escudilla o plato era un «gradale», un contenedor de alimentos refinados; véase el texto de Hélinand de Froidmont). Este plato o escudilla podía haber contenido la sangre derramada por Jesucristo en la cruz, o ser la copa que utilizó el Señor en la última cena; otras veces se ha sugerido que fue la lanza de Longino que hirió al Señor en el costado. En el Parzival de Wolfram von Eschenbach se dice que era una piedra, llamada lapsit exillis (nombre que luego los estudiosos del Grial entendieron como lapis exillis, originando así las más variadas etimologías e interpretaciones). En El cuento del Grial, de Chrétien de Troyes (y estamos en 1180 aproximadamente), ni siquiera se habla del Grial, sino de «un grial», y este objeto solo adquirirá un carácter singular en otras obras del ciclo.

Arturo y Parsifal, mosaico del pavimento de la nave central, 1163, catedral de Otranto.

En Chrétien de Troyes no hay referencias a la sangre de Cristo; estas aparecen pocos años más tarde en el José de Arimatea, de Robert de Boron: el Grial es, en efecto, la copa usada en la última cena, pero luego José de Arimatea recoge en ella la sangre del crucifijo. José emigra a Occidente y tras varias vicisitudes el Grial será custodiado en Avalon y entregado a un Rey Pescador, que sufre una misteriosa herida que solo podrá sanar cuando un caballero completamente puro (y en Boron será Parsifal) llegue a Avalon y plantee al rey una pregunta ritual sobre el misterio del Grial.

Véase en la antología una selección de distintos autores que describen la aparición del Grial y se entenderá cómo la comparación de los distintos textos contribuye a aumentar el incierto misterio; sobre todo porque a partir de la versión de Boron el Grial irá adquiriendo cada vez más significados simbólicos, y su posesión tenderá a identificarse con la participación en una comunidad de elegidos conocedores de los secretos que Jesús le reveló a José, ignorados en cambio por los discípulos «oficiales» que edificaron la Iglesia. Esto nos permite entender por qué el mito del Grial ha fascinado hasta nuestros días a gnósticos y ocultistas de toda clase, siempre en busca de un secreto que, por ser indecible y oculto precisamente bajo el símbolo místico del Grial permanecerá inalcanzable para siempre.

Para Julius Evola (1937), el Grial es algo que está «más allá de los límites de la conciencia ordinaria» y que en cualquier caso se vincula a una tradición nórdica opuesta a la cristiana. Para Jessie Weston (1920), es un símbolo de fertilidad que procede de la mitología celta.[17] Para René Guénon (1950), es el símbolo de una verdad tradicional perdida, o sea, de esa verdad que siempre ha fascinado a los esoteristas de todos los tiempos, y que se habría conocido en el pasado para desaparecer luego en los tiempos modernos. En este sentido el Grial ha sido a lo largo de los siglos el prototipo de secreto «vacío», cuya fascinación aumentará en la medida en que sea capaz de eludir siempre cualquier intento de ser desvelado y se mantenga como principio de la búsqueda infinita de un saber perdido.

El santo Grial se aparece a los caballeros de la tabla redonda, en el Libro de Lanzarote del Lago, de Gauthier Moab, siglo XV, ms. fr. 120, fol. 524v, París, Bibliothèque Nationale de France.

¿DÓNDE ESTÁ EL GRIAL? En cualquier caso, a partir de Boron el Grial estará en Avalon, y los caballeros de la tabla redonda, los grandes personajes del ciclo de Bretaña como Perceval, Lancelot, Galaad y otros, emprenderán su búsqueda en varias ocasiones. Luego la leyenda posterior presentará a estos caballeros como héroes dedicados exclusivamente a la protección de doncellas indefensas, si bien en el ciclo artúrico no solo aparecen también doncellas un tanto agresivas, sino que la máxima ocupación de un caballero será vagar por tierras de Cornualles en busca de otros caballeros para retarlos en duelo, que a veces es a muerte, por el puro placer de la lucha caballeresca.

¿Dónde estaba Avalon? Sobre este punto la tradición ha dado rienda suelta a la imaginación, pero la tradición que aún hoy mueve a miles de turistas o de devotos del Grial la identifica con la ciudad de Glastonbury, en Somerset.

Una de las razones que han inducido a fantasear sobre Glastonbury es que en 1191, en las cercanías de la vieja iglesia los monjes encontraron una piedra con la siguiente inscripción (latina): «Aquí yace el famoso rey Arturo, con su segunda mujer Ginebra, en la isla de Avalon».

Como reza una lápida que todavía se puede ver en el lugar, en 1278 los restos mortales de Arturo y Ginebra fueron enterrados en el interior de la abadía, en presencia del rey Eduardo I, y desaparecieron con la destrucción de la abadía en 1539. En efecto, Robert de Boron cuenta que Arturo, profundamente abatido por la traición de su mujer Ginebra y la muerte del amado Galván, cae herido de muerte en su último combate, pero afirma que no morirá, sino que mandará que le lleven a Avalon para que su hermanastra Morgana le cure las heridas. Prometió volver, pero desde entonces ya no se supo más de él. En cualquier caso, si se retiró a Glastonbury, nadie podrá rezar ya sobre su tumba.

George Arnald, Ruinas de la abadía de Glastonbury, siglo XIX, colección particular.

Debemos preguntarnos aún dónde estaba el palacio de Camelot. Ausente en los primeros textos del ciclo artúrico, el nombre aparece en las novelas francesas del siglo XII (lo cita por primera vez Chrétien de Troyes en El caballero de la carreta). Robert de Boron habla del reino artúrico en Logres, pero en galés Lloegr es un nombre de origen incierto que significa Inglaterra en general. Luego, poco a poco va apareciendo el nombre de Camelot y, por ejemplo, Thomas Malory lo cita repetidas veces en La muerte de Arturo. Un pasaje de este texto hace pensar en Winchester, y efectivamente en Winchester se expone en el Grand Hall una tabla redonda que, según una reciente datación hecha con carbono 14, fue construida con árboles cortados en el siglo XIII (y que en su forma actual fue pintada de nuevo entre los siglos XV-XVI).[18] Sin embargo Caxton, el editor de La muerte de Arturo, se inclinaba por situar Camelot en Gales.

La tabla redonda de Arturo montada en el Grand Hall del castillo de Winchester.

En resumen, la ubicación de Camelot, incluso para los devotos del Grial, es más imprecisa que la de Avalon, pero en la imaginación popular ha arraigado la imagen de un Camelot fabuloso difundida (por no hablar de la obra de Mark Twain de 1889 Un yanqui en la corte del rey Arturo) por la industria cinematográfica y televisiva, que ha creado infinitas historias sobre el palacio de Arturo, desde el Parsifal de 1904, al famosísimo musical Camelot de 1960, y hasta nuestros días.

Las vicisitudes de Camelot no se limitan a los textos franceses e ingleses, sino que intervienen también autores alemanes, sin duda poco interesados en celebrar los fastos de la cultura anglo-normanda, de modo que en el Parzival de Wolfram von Eschenbach (del siglo XIII) no solo el cáliz se convierte en una piedra, como hemos visto, sino que el rey herido se convierte en Amfortas y el lapis se conserva en un lugar de difícil ubicación, el Muntsalväsche. En otra novela, Jüngerer Titurel de Albrecht von Scharfenberg, el Muntsalväsche aparece en Galicia, y el Grial es custodiado en un inmenso templo circular, el Gralsburg. Desde esta perspectiva, al margen del considerable desplazamiento geográfico, el templo recuerda al de Jerusalén, y no es casual que en el Parzival los caballeros que custodian el Grial sean templarios, de modo que en el futuro se fundirán a la vez los dos mitos, aunque en tiempos de Wolfram los templarios vivían aún tranquilos y satisfechos en sus encomiendas y no se habían convertido todavía en mártires y fundadores de sectas tan misteriosas como inexistentes. En el Titurel, el Grial incluso es trasladado al reino del Preste Juan, y es entonces cuando se funden realmente dos mitos: el de la sagrada piedra y el del fabuloso reino del Preste.

Por no hablar del cúmulo de interpretaciones alquimistas que interpretarán el lapis exillis como lapis elisir, esto es, como piedra filosofal, mientras que otros lo interpretarán como lapis ex coelis y hablarán de una estrella caída que habría adornado la corona de Lucifer.