EL SIMBOLISMO DEL POLO

JULIUS EVOLA

Rebelión contra el mundo moderno, cap. 3 (1934)

Ya hemos hablado del simbolismo del «polo». Tanto la isla o tierra firme que representa la estabilidad espiritual opuesta a la contingencia de las aguas, que es sede de hombres trascendentes, de héroes y de inmortales, como el monte o «altura», con los significados olímpicos relacionados con ella, se vincularon a menudo en las antiguas tradiciones con el simbolismo «polar», aplicado al centro supremo del mundo, por tanto también al arquetipo de todo «regere» en sentido superior.

Sin embargo, además del símbolo, algunos datos tradicionales recurrentes y precisos apuntan al Norte como el lugar de una isla, tierra firme o monte, cuyo significado se confunde con el del lugar de la primera edad. Es decir, nos encontramos ante un motivo que tiene a la vez un significado espiritual y un significado real para remitirse a alguna cosa, en el que el símbolo fue realidad y la realidad fue símbolo, en el que historia y superhistoria fueron dos partes no separadas, sino más bien transparentes la una en la otra. Precisamente este es el punto en el que puede insertarse en los acontecimientos condicionados por el tiempo. Según la tradición, en una época de la alta prehistoria, que se corresponde más o menos con la misma edad de oro o del «ser», la simbólica isla o tierra «polar» habría sido una región real situada en el norte, en la zona donde hoy está situado el polo ártico de la tierra; región habitada por seres que, estando en posesión de esa espiritualidad no humana (para la que existen las ya indicadas nociones de oro, «gloria», luz y vida) evocada tiempo después por el simbolismo sugerido precisamente por su sede, constituyeron la raza que poseyó la tradición uránica en estado puro y fue el origen central y más directo de las formas y de las expresiones varias que esta tradición tuvo en otras razas y civilizaciones. […]