EL PARAÍSO DE MANDEVILLE
JOHN MANDEVILLE (siglo XIV)
Los viajes de sir John Mandeville, XXXIV
Acerca del Paraíso no puedo hablar con propiedad porque nunca estuve allí. Está demasiado lejos, pero me arrepiento de no haber ido, aunque no fuera digno. Sin embargo, os hablaré gustoso de este tema, tomando como testimonio lo que he oído a sabios de ultramar. El Paraíso terrestre, según esos sabios, se halla en el punto más alto de la tierra. Está tan alto que casi roza el círculo de la luna. Está tan alto que el diluvio de Noé no pudo llegar hasta allí. El diluvio cubrió toda la tierra del mundo, excepto el Paraíso. Este Paraíso está completamente rodeado por una muralla, que no se sabe de qué está hecha porque las paredes de la muralla, según parece, están completamente cubiertas de musgo. Se cree que la muralla no está hecha de piedra, ni de ningún otro material del que se hacen las murallas. La muralla del Paraíso se extiende de sur a norte y solo tiene una entrada, que es infranqueable porque despide llamas, de forma que ningún mortal se atrevería a traspasarla. […]
Por tierra no se puede ir, a causa de las fieras salvajes que hay en la zona desértica, las altas montañas y los enormes riscos, que son infranqueables, y, además, a causa de los muchos lugares tenebrosos que existen allí. Tampoco se puede ir navegando por los ríos, a causa de los peligrosos rápidos que se producen al caer el agua desde tanta altura, formándose olas tan inmensas que ninguna embarcación, ni de remos ni de vela, podría remontar su curso. El agua ruge con un ruido tan estrepitoso y tan de temporal que dentro de un barco nadie podría oír a nadie, aunque gritasen con toda la fuerza de que fueran capaces.
LA VISIÓN DE THURCILL
MATTHEW PARIS
Chronica majora, II, 4 (1840)
En la gran basílica había magníficas estancias donde residían las almas de los justos, más blancas que la nieve. Sus rostros y sus aureolas brillaban como iluminados por rayos de oro. Todos los días, a una hora determinada, escuchaban los conciertos del cielo y se diría que se oían los acordes reunidos de todos los instrumentos conocidos. Esta armonía, gracias a su suave dulzura, anima y nutre a quienes habitan este templo, del mismo modo que son alimentados con los manjares más delicados. Las almas que permanecían fuera en el vestíbulo de la basílica no eran dignas todavía de asistir a esos conciertos celestiales. […] Thurcill y sus guías se dirigieron luego hacia la llanura que se extendía al oriente del templo, y llegaron a un lugar delicioso, esmaltado de las flores más variadas; las plantas, los árboles y los frutos exhalaban suaves perfumes. Este lugar era regado por una límpida fuente, de la que nacían cuatro riachuelos de diferentes colores. Por encima de esta fuente se levantaba un árbol soberbio de inmensas ramas y altura prodigiosa. Este árbol se encontraba cargado de frutos de toda clase que deleitaban el olfato y la vista. Bajo el árbol y junto a la fuente había un hombre de formas bellas y gigantescas, cubierto de los pies hasta el pecho con una túnica de variados colores, tejida con arte soberbio. Con un ojo parecía reír y con el otro llorar: «Este que ves —dijo san Miguel— es el primer padre del género humano, Adán, que, riendo con un ojo, expresa la gran alegría que siente por la inefable gloria de aquellos hijos suyos que serán salvados; y llorando con el otro se lamenta con dolor por los que deberán ser rechazados y condenados por sentencia del Dios de justicia. No viste aún una túnica completa; lleva el vestido de la inmortalidad y de la gloria del que fue despojado a causa de su desobediencia. Pero después de Abel, el justo entre sus hijos, este vestido ha sido rehecho por las generaciones de los justos que se han sucedido. Y según las distintas virtudes por las que han brillado estos justos, esta vestidura está compuesta de diversos colores. Cuando el número de los elegidos esté completo, el ropaje de la gloria y de la inmortalidad estará completo; y entonces se acabará el mundo».