EL AUTÓMATA BIZANTINO
LIUTPRANDO DE CREMONA (siglo X)
Antapodosis, VI, 5
Hay en Constantinopla una casa contigua al palacio, de maravillosa grandeza y belleza, a la que los griegos llaman Magnaura, como gran aura. […] Constantino mandó preparar esta casa tanto para los mensajeros de los hispanos, que acababan de llegar, como para mí y Liutifredo. Delante del trono del emperador había un árbol de bronce dorado, cuyas ramas estaban llenas de pájaros, también de bronce y dorados de distintas razas, que emitían cantos diferentes según su especie. El trono del emperador estaba construido de tal modo que en un momento parecía estar en el suelo, ora más arriba e inmediatamente en lo más elevado, y lo custodiaban, por así decirlo, unos leones de enorme tamaño, no se sabe si de bronce o de madera, pero recubiertos de oro, que al golpear el suelo con la cola rugían con la boca abierta y moviendo la lengua. Fui llevado en presencia del emperador a hombros de dos eunucos. Y aunque a mi llegada los leones emitieron un rugido y los pájaros alborotaron según su especie, no experimenté ningún temor ni ninguna sorpresa, porque de todo esto ya había sido informado por quien tenía noticia de ello. Tras haberme inclinado tres veces en acto de adoración al emperador, alcé la cabeza, y al que había visto poco antes apenas elevado del suelo, lo vi revestido de otros ropajes, sentado casi tocando el techo de la sala; no conseguí entender cómo había ocurrido tal cosa, si no es que tiraran de él con un cabrestante.
LA TAPROBANA DE MANDEVILLE
JOHN MANDEVILLE (siglo XIV)
Los viajes de sir John Mandeville, XXXIV
Hacia la parte oriental de las tierras del Preste Juan hay una buena isla, grande, muy noble y fértil, llamada Taprobana. Su rey es muy rico y es vasallo de Preste Juan. Su cargo no es hereditario, sino que siempre es resultado de una elección. En esa isla hay dos veranos y dos inviernos, siendo así que se cosechan cereales dos veces al año. En todas las estaciones del año hay jardines llenos de flores. Allí viven gentes buenas y sensatas, entre las cuales hay muchos cristianos que son tan ricos que no saben qué hacer con sus bienes. […]
Al este de esa isla hay otras dos más; una de las cuales se llama Orille y la otra Argyte. En ambas la tierra está llena de vetas de oro y de plata, y las dos se hallan cerca del punto donde el mar Rojo se une al mar Océano. En ninguna de las dos islas se pueden ver las estrellas tan nítidamente como en otros lugares; no se ve con claridad más que una estrella llamada Canopus. Tampoco se ve la luna en todas sus fases, sino solo en el segundo cuarto.
En la isla de Taprobana hay grandes montañas de oro guardadas celosamente por hormigas. Ellas purifican el oro quitándole las impurezas. Estas hormigas son tan grandes como perros de caza, de forma que nadie se atreve a acercarse a esas montañas, sin riesgo de ser atacado y devorado por ellas. Así que nadie puede hacerse con ese oro, a menos que se utilicen finas artimañas. Por eso, cuando hace mucho calor, desde la hora prima hasta la nona, y las hormigas descansan dentro de la tierra, los nativos, llevando consigo camellos, dromedarios, caballos y otros animales, se dirigen al lugar y cargan a toda prisa. Después huyen a toda velocidad antes de que las hormigas salgan de la tierra. En otras épocas del año, cuando no hace tanto calor y las hormigas no descansan bajo tierra, se hacen con el oro valiéndose de la siguiente argucia. Eligen a unas cuantas yeguas que tengan potrillos o potrillas y les cuelgan encima recipientes vacíos, de boca ancha que lleguen hasta el suelo. Luego envían a las yeguas solas a pastar en las proximidades de esas montañas, reteniendo en casa a los potrillos. Cuando las hormigas ven esos recipientes, saltan dentro al instante, pues es propio de su naturaleza llenar todo lo que las rodea y no dejar nada vacío, sea lo que sea; así que llenan los recipientes de oro. Cuando los nativos comprenden que los recipientes están llenos, sacan fuera a los potrillos procurando que relinchen para llamar a sus madres. Entonces las yeguas acuden inmediatamente a la llamada de sus potrillos con el cargamento de oro, del que son enseguida aliviadas. Valiéndose de esta treta los nativos se hacen con oro suficiente, pues las hormigas consienten que otros animales vayan a pastar entre ellas, pero no toleran la presencia del hombre.