TAPROBANA. Para hacerse una idea de la confusión existente en la Antigüedad y en la Edad Media acerca del misterioso Oriente, veamos la historia de la isla de Taprobana.
De Taprobana habían hablado Eratóstenes, Estrabón, Plinio, Ptolomeo y Cosmas Indicopleustes. Según Plinio, Taprobana fue descubierta en tiempos de Alejandro; antes recibía la denominación genérica de tierra de los antíctonos y era considerada «otro mundo». La isla de Plinio se podía identificar con Ceilán, y así se deduce de los mapas de Ptolomeo, al menos en las ediciones del siglo XVI. Pomponio Mela, en De situ orbis, se preguntaba si se trataba de una isla o de las estribaciones de otro mundo, como aventuraba Plinio; en cambio, en autores orientales encontramos menciones de la isla.
También Isidoro de Sevilla la situaba al sur de la India; se limitaba a decir que era rica en piedras preciosas y que en ella había dos veranos y dos inviernos. Sin embargo, en un mapa del pseudo Isidoro hallamos Taprobana en el extremo oriental del mundo, justo en la posición del Paraíso terrenal. Y, según una reconstrucción de Arturo Graf, en «Ceilán» —según una leyenda— se encontraba la sepultura de Adán.
La isla de Taprobana de Mercator, Universalis tabula iuxta Ptolomeum, 1578, Londres, Geographical Society.
Sebastian Münster, Isla de Taprobana, 1574.
El problema es que durante mucho tiempo se creyó que Taprobana y Ceilán eran dos islas distintas, y esta duplicidad aparece claramente en los viajes de Mandeville, que habla de ellas en dos capítulos distintos. No dice con exactitud dónde se encuentra Ceilán, pero precisa que mide más de ochocientas millas de perímetro y que el territorio «está tan lleno de serpientes, dragones y cocodrilos que ningún hombre osa vivir allí. Los cocodrilos son una especie de serpientes, amarillos y con rayas en el dorso, con cuatro patas cortas y uñas largas como garras o espolones. Algunos miden cinco brazos, otros seis, ocho y hasta diez».
En cambio, según Mandeville, Taprobana se encontraba cerca del reino del Preste Juan, tenía dos veranos y dos inviernos y en ella se alzaban enormes montañas de oro custodiadas por hormigas gigantes (véase el fragmento en la antología).
A partir de ahí, de cartógrafo en cartógrafo, Taprobana gira como una peonza de un punto a otro del océano Índico, a veces sola, a veces duplicada con Ceilán. En el siglo XV, el viajero Niccolò de Conti la identificaba con Sumatra, pero otras veces la encontramos situada entre Sumatra e Indochina, junto a Borneo.
Taprobana de Tommaso Porcacchi, Le isole più famose del mondo, c. 1590, Venecia.
Tommaso Porcacchi, en Le isole più famose del mondo (1590), nos describe una Taprobana llena de riquezas, sus elefantes y sus enormes tortugas, y también habla de la característica atribuida por Diodoro Sículo a sus habitantes, que tendrían una especie de lengua bífida («doble hasta la raíz y dividida; con una parte hablan a uno, con la otra a otro»).
Tras haber reproducido distintas informaciones procedentes de la tradición, se excusaba ante los lectores porque en ninguna parte había encontrado una mención exacta de su ubicación geográfica, y concluía: «Pese a que muchos autores antiguos y modernos han tratado de esta isla, no encuentro a ninguno que le asigne las fronteras; por ello habrá que excusarme también a mí, si en esto falto a mi costumbre». En cuanto a su identificación con Ceilán, se mantenía dudoso: «En primer lugar fue llamada (según Ptolomeo) Simondi, y luego Salice y, por último, Taprobana; pero los modernos concluyen que hoy es denominada Sumatra, aunque no faltan quienes pretenden que Taprobana no sea Sumatra, sino la isla de Ceilán. […] Algunos modernos creen que nadie en la Antigüedad situó Taprobana correctamente; es más, mantienen que en el punto donde la situaron no hay isla alguna que pueda creerse que es aquella».
Así es como poco a poco Taprobana pasa de ser isla sobrante a isla que no existe, y como tal la trata Tomás Moro, que situará su Utopía «entre Ceilán y América», y Campanella levantará en ella su Ciudad del Sol.
Ulisse Aldovrandi, en Monstrorum historia, 1698, Bolonia, Ferroni.
Vista del Mont Saint-Michel con el arcángel Miguel y el dragón, de Pol de Limbourg, en Les très riches heures, detalle, siglo XV, Chantilly, Musée Condé.
EL ORIENTE DE HERÓDOTO
HERÓDOTO (484-425 a. C.)
Historias, III, 99-108
Otros indios, que habitan al este de estos últimos, son nómadas, comen carne cruda y se llaman padeos. Y, según dicen, poseen las siguientes costumbres: cuando un miembro de la tribu —sea hombre o mujer— enferma, si se trata de un hombre, los hombres más allegados a él lo matan, alegando que, si dicho sujeto acaba siendo consumido por la enfermedad, sus carnes se les echan a perder. Y aunque niegue estar enfermo, ellos, sin darle crédito, acaban con él y luego se dan un banquete a su costa. Igualmente, si es una mujer quien enferma, las mujeres más estrechamente ligadas a ella hacen lo mismo que los hombres. Pues el caso es que, a quien llega a la vejez, lo inmolan y luego se dan un banquete a su costa. Pero entre ellos no son muchos los que llegan a la condición de tal, dado que previamente matan a todo el que cae enfermo.
Y hay otros indios que observan un régimen de vida distinto; se trata del siguiente: no matan a ningún ser vivo, no siembran nada, y no acostumbran a tener casas; simplemente, se alimentan de hierbas y disponen de cierta legumbre —aproximadamente del tamaño de un grano de mijo— provista de una vaina, que surge de la tierra en estado silvestre; esas gentes recogen dicha legumbre, la cuecen con vaina y todo y, luego, se la comen. […]
Todos estos indios de los que he hablado se aparean en público, exactamente igual que las reses; y todos tienen la piel del mismo color, un color semejante a los etíopes. Asimismo, el semen que estos individuos eyaculan al unirse a las mujeres no es blanco como el de los demás humanos, sino negro, como el color de su piel. […]
Pues bien, resulta que en ese desierto arenoso hay unas hormigas de unas dimensiones inferiores a las de los perros, pero superiores a las de los zorros (pues lo cierto es que en la propia residencia del rey de los persas hay algunos ejemplares que han sido capturados en dicho paraje). Estas hormigas, en suma, cuando se hacen su nido subterráneo, sacan a la superficie la arena, exactamente de la misma manera que las hormigas de Grecia (a las que, incluso en su aspecto, se asemejan extraordinariamente), pero la arena que sacan a la superficie es aurífera.
Justamente en busca de esa arena, organizan los indios sus expediciones al desierto. Cada uno apareja una recua de tres camellos, a ambos extremos un macho encabestrado [para poder desengancharlos], y en medio una hembra —sobre ella precisamente monta el indio, que, antes de uncirla, ha tomado la precaución de separarla de unas crías lo más jóvenes posible—, ya que los camellos de los indios no ceden en rapidez a los caballos e, independientemente de ello, están mucho mejor dotados para llevar fardos. […]
Pues bien, equipados con una recua aparejada de la forma que he dicho, los indios parten en busca del oro, después de haber hecho sus cálculos para estar en pleno saqueo en el momento en que más ardientes son los calores, pues, debido a lo elevado de la temperatura, las hormigas se esconden bajo tierra. […]
Cuando los indios, provistos de unos saquetes, llegan a su destino, los llenan de arena y emprenden el regreso a toda prisa, pues —según afirman los persas— las hormigas se percatan inmediatamente de su presencia, gracias a su olfato, y se lanzan en su persecución; y añaden que poseen una velocidad que no admite parangón con la de cualquier otro animal, de manera que, si, en su retirada, los indios no tomaran la delantera mientras las hormigas se reúnen, no lograría salvarse ni uno solo de ellos.
Es más, cuando los camellos empiezan a marchar con dificultades (pues, a la carrera, son inferiores a las hembras), los sueltan, pero no a ambos a la vez. Y por su parte las hembras, con el pensamiento puesto en las crías que dejaron, no se conceden el menor respiro. Así es, en definitiva, como los indios, al decir de los persas, obtienen la mayor parte de su oro; en su país, sin embargo, cuentan con otros recursos auríferos —aunque bastante más exiguos— que se extraen del subsuelo. […]
Los árabes obtienen todos estos productos, salvo la mirra, con arduo esfuerzo. En concreto, el incienso lo recogen sahumando estoraque, sustancia que los fenicios exportan a Grecia. Lo cogen sahumando ese bálsamo, pues los árboles que producen el incienso en cuestión los custodian unas serpientes aladas —alrededor de cada árbol hay una gran cantidad de ellas—, de pequeño tamaño y de piel moteada (se trata de los mismos ofidios que invaden Egipto). Y no hay medio de alejarlas de los árboles si no es con el humo del estoraque.
Los árabes aseguran también que toda la tierra se llenaría de esas serpientes, si no les sucediera el mismo tipo de percance que, según tengo entendido, les ocurre a las víboras. Y cabe pensar en buena lógica que la divina providencia, con su sabiduría, ha hecho muy prolíficos a todos los animales de natural pusilánime, y al mismo tiempo comestibles, para evitar que, a fuerza de ser devorados, resulten exterminados; y, en cambio, ha hecho poco fecundos a cuantos son feroces y dañinos.
Ulisse Aldovrandi, esciápodos y otras criaturas monstruosas, en Monstrorum historia, Bolonia, 1698.
Conrad von Megenberg, monstruos, Das Buch der Natur, Augsburgo, 1482.
MUCHAS COSAS QUE A MUCHOS RESULTAN INCREÍBLES
PLINIO (23-79 d. C.)
Historia natural, VI
Muchas cosas resultan sin duda prodigiosas e increíbles para muchos. Porque, ¿quién creía en los etíopes antes de verlos? ¿Qué hecho no parece extraordinario cuando se conoce por primera vez? ¿Cuántas cosas no se consideran imposibles antes de que sucedan? El poder y la majestad de la naturaleza en todas las fases de su manifestación es increíble, si se la considera parcialmente y no en su conjunto. Por no hablar de los pavos reales, y de las manchas de los tigres y de las panteras, y de las vetas de tantos animales, hay una cosa que puede decirse pequeña pero que es enorme, si se mira bien: las muchas hablas de los pueblos, las muchas lenguas, una tan gran variedad de lenguajes que un extranjero, a los ojos de otro, ¡casi no parece un hombre! […]
Hay tribus de los escitas —y son numerosas— que se alimentan de carne humana. Esta circunstancia parecería tal vez increíble, si no pensáramos que, incluso en los lugares más centrales del mundo, han existido pueblos, los cíclopes y los lestrigones, que tenían la misma costumbre monstruosa; y en tiempos muy recientes, más allá de los Alpes, algunos pueblos solían inmolar hombres, lo que no difiere mucho de comérselos. Cerca de esos escitas que viven en el norte, no lejos del punto donde nace el aquilón, lugar llamado «cerradura de la tierra», se dice que viven los arimaspos, de los que ya he hablado, caracterizados por tener un solo ojo en medio de la frente. Muchos autores, entre ellos los más ilustres Heródoto y Aristeas de Proconeso, escriben que este pueblo está continuamente en guerra por las minas con los grifos, especie de fieras aladas (así los describe la tradición) que extraen oro de las entrañas de la tierra. Con gran ardor se lucha por ambas partes: las fieras tratan de custodiar el oro; los arimaspos de arrebatárselo.
Más allá de otros escitas antropófagos, en un gran valle del monte Imavo, está la región llamada Abarimo, donde viven hombres salvajes con las plantas de los pies vueltas hacia atrás; corren a extraordinaria velocidad y vagan de un lado a otro en compañía de fieras. […]
La India y la región de los etíopes son especialmente abundantes en prodigios. En la India nacen los seres más grandes: lo demuestran los perros, que alcanzan en aquella tierra un tamaño mayor que en cualquier otra parte. También se dice que los árboles llegan a tal altura que no pueden ser superados por el disparo de una flecha —y la fertilidad del suelo, la suavidad del clima y la abundancia de agua hacen que, si hay que dar crédito, una sola higuera baste para dar abrigo a escuadrones enteros de caballeros— y la altura alcanzada por las cañas es tal que de cada trozo comprendido entre dos nudos se puede obtener un bote capaz de transportar a tres hombres. Es cierto que en la India muchos hombres superan los cinco codos de altura, no esputan y no les afecta ningún dolor de cabeza, dientes u ojos, y solo raramente sufren otros males del cuerpo; están templados por una distribución muy equilibrada del calor del Sol. Sus filósofos, a los que llaman gimnosofistas, resisten desde el alba hasta el ocaso mirando el Sol con la mirada fija, y se pasan todo el día sobre la ardiente arena en equilibrio ora sobre un pie, ora sobre el otro.
Según Megástenes, en un monte llamado Nulo, hay unos hombres con las plantas de los pies vueltas hacia atrás y con ocho dedos en cada pie. En muchas otras montañas viven hombres con cabeza de perro, vestidos con pieles de fieras, que emiten tan solo ladridos y viven de la caza de pájaros, procurándose la presa utilizando las uñas como arma; afirma Ctesias que, en la época en que escribía, había más de ciento veinte mil individuos de esta raza; escribe también que en un pueblo de la India las mujeres solo dan a luz una vez en la vida, y sus hijos envejecen enseguida. El mismo Ctesias habla de una raza de hombres —los monocolos— que tienen una sola pierna y de extraordinaria agilidad para el salto. También se llaman esciápodos, porque en los mayores calores permanecen tumbados boca arriba en el suelo protegiéndose con la sombra de los pies. No lejos de ellos están los trogloditas; y siguiendo hacia occidente hay unos hombres sin cabeza que tienen los ojos en los hombros.
En los montes orientales de la India (en la región llamada de los Catarcludos) se encuentran asimismo los sátiros, unos seres con aspecto humano que a veces caminan a cuatro patas y otras, erguidos; son agilísimos; son tan veloces que no se dejan apresar, a no ser que sean viejos o estén enfermos.
Tauro llama coromandos a un pueblo salvaje, que carece de voz y emite unos gritos espantosos; tiene cuerpos hirsutos, ojos glaucos y dientes de perro. […]
Megástenes habla de un pueblo, entre los indios nómadas, que solo cuenta con agujeros en lugar de nariz y, como tiene los pies agarrotados, repta como las serpientes; estos se llaman esciratas. Dice también Megástenes que en los confines extremos de la India, en Oriente, junto a las fuentes del Ganges, habitan los ástomos, gentes que carecen de boca, con el cuerpo cubierto por completo de pelo y vestidos de copos de algodón; se alimentan tan solo del aire que respiran y de los olores. No toman alimento ni bebida alguna, sino que se nutren únicamente de los distintos perfumes de las raíces, de las flores y de los frutos silvestre, que se llevan consigo en los viajes largos para que no falte alimento al olfato; y si el olor es demasiado fuerte o apestoso, mueren.
Más allá de los ástomos, por la parte más lejana de las montañas, se dice que habitan los pigmeos o trispítamos, que no sobrepasan los tres palmos de altura. Viven en un clima saludable y en una primavera continua, porque están resguardados al norte por los montes; les invaden las grullas, como dijo también Homero. Se cuenta que, sentados a lomos de carneros y cabras, armados con flechas, los pigmeos descienden en tropel hasta el mar en primavera y destruyen los huevos y polluelos de esas aves. Esta expedición se lleva a cabo todos los años en tres meses; de otro modo no resistirían las siguientes bandadas. Sus chozas están hechas de barro, plumas y cáscaras de huevo.
LAS AVENTURAS DE ALEJANDRO
La novela de Alejandro, II, 33 (siglo III)
Llegamos después a una tierra grisácea, donde había salvajes, parecidos a gigantes, completamente redondos, que tienen ojos de fuego y se asemejan a los leones. Había también con ellos otros seres, que se llaman oqulitas; no tienen un solo pelo en todo el cuerpo, miden cuatro codos y son anchos como una lanza. En cuanto nos vieron, empezaron a correr hacia nosotros; iban cubiertos con pieles de león, vigorosísimos y entrenados para combatir sin armas; nosotros les golpeábamos, pero ellos nos golpeaban a su vez con bastones y así mataron a muchos de los nuestros. Tuve miedo de que nos derrotaran y di la orden de prender fuego a la selva; a la vista del fuego, huyeron aquellos hombres vigorosísimos; pero antes habían matado a más de ciento ochenta de nuestros soldados.
Al día siguiente, decidí ir a sus cuevas; allí encontramos atadas a las puertas fieras que parecían leones, pero que tenían tres ojos. […] Luego nos fuimos de allí, y llegamos al país de los comemiel; había un hombre con el cuerpo completamente cubierto de pelo, era enorme y nos causaba espanto. Ordené que lo capturasen; fue hecho prisionero, pero seguía observándonos con mirada salvaje. Ordené entonces que le pusieran delante una mujer desnuda; aquel hombre la agarró e iba a comérsela; los soldados se apresuraron a quitársela de las manos, y él comenzó a gritar en su lengua. Al oír aquellos gritos, salieron del pantano y se lanzaron contra nosotros otros seres de su misma especie, a millares, y nuestro ejército estaba compuesto por cuarenta mil hombres; entonces ordené que prendieran fuego al pantano, y aquellos, a la vista del fuego, huyeron. Capturamos a tres, que estuvieron ocho días sin comer y acabaron muriendo. Esos seres no hablan como los humanos, sino que más bien ladran, como los perros.
El hombre-águila, reelaboración de una miniatura del Roman d’Alexandre, 1338, Oxford, Bodleian Library.
LOS MONSTRUOS DE ORIENTE
ISIDORO DE SEVILLA (560-636 d. C.)
Etimologías, XI, 3
Del mismo modo que en cada pueblo existen algunos seres humanos monstruosos, también en el género humano considerado en su conjunto existen algunos pueblos constituidos por monstruos, como los gigantes, los cinocéfalos, los cíclopes y otros parecidos. Los gigantes son llamados así en virtud de una etimología de la lengua griega. Los griegos consideran a los gigantes ghegeneis, o sea, terrígenas, que significa «nacidos de la tierra», porque la tierra misma, según su leyenda, los habría parido con su propia mole inmensa, generándolos semejantes a sí misma. […] De manera errónea algunos, que no conocen las Sagradas Escrituras, creen que, antes del diluvio, los ángeles prevaricadores se unieron a las hijas de los seres humanos y que de esta unión nacieron los gigantes, esto es, hombres extraordinariamente grandes y fuertes, que habrían llenado la tierra. Los cinocéfalos reciben ese nombre porque tienen cabeza canina y porque su ladrido revela una naturaleza más animal que humana: nacen en la India. La misma India engendra los cíclopes, así llamados porque se cree que tienen un único ojo en medio de la frente. Son llamados también agriophaghitai, porque solo se alimentan con carne de fieras. Algunos creen que en Libia nacen los blemmes, cuerpos carentes de cabeza, con la boca y los ojos en el pecho. Otras criaturas nacen sin cerviz y con los ojos en los hombros. Se ha escrito que en Extremo Oriente existen gentes de rostro monstruoso: algunas carecen de nariz y tienen la cara deforme y completamente plana; otras, con el labio inferior tan prominente que, cuando duermen se cubren con él todo el rostro para preservarse de los ardores del Sol; otras tienen la boca tan pequeña que solo pueden alimentarse a través de un pequeño agujero utilizando pajillas de avena; por último, otras carecen de lengua y se comunican por medio de signos y gestos. Dicen que junto a los escitas viven los panotii, que tienen unas orejas tan grandes que podrían cubrirse con ellas el cuerpo entero. […] Se dice que los artabatitae viven en Etiopía y caminan inclinados como las ovejas; ninguno de ellos supera los cuarenta años. Los sátiros son hombrecillos de nariz ganchuda, cuernos en la frente y patas semejantes a las de las cabras. San Antonio vio a uno en la soledad del desierto y, al ser interrogado por el siervo de Dios, respondió: «Yo soy un mortal, uno de los que habitan en el desierto y que los gentiles, engañados por numerosos errores, veneran como faunos o sátiros». Se habla también de la existencia de hombres silvestres, a los que algunos llaman Fauni ficari. Se dice que en Etiopía vive el pueblo de los esciápodos, dotados de piernas especiales y extraordinariamente veloces; los griegos los llaman skiòpodes porque, cuando se tumban de espaldas en el suelo debido al gran calor del sol, se hacen sombra con sus enormes pies. Los antípodas, habitantes de Libia, tienen las plantas de los pies del revés, esto es, vueltos hacia atrás, y con ocho dedos en cada pie. Los ippopodi viven en Escitia: tienen forma humana y pies de caballo. Dicen que en la India vive un pueblo llamado makròbioi, cuya estatura es de doce pies. En la misma India vive también un pueblo cuya estatura es de un codo, y los griegos los llaman pygmei, derivado precisamente de codo, y del que ya hemos hablado antes; viven en las regiones montañosas de la India, cerca del océano. Cuentan [también] que en la misma India vive un pueblo de mujeres que conciben a los cinco años y no superan los ocho años de vida.
EL BASILISCO
BRUNETTO LATINI (1220-1294 o 1295)
Tesoro, IV, 3
Basilisco es una raza de serpientes tan llena de veneno que reluce por fuera, y no solo el veneno sino hasta el aliento envenena de cerca y de lejos, porque corrompe el aire y seca los árboles, y con su vista mata los pájaros que vuelan por los aires, y con su vista envenena al hombre cuando lo mira; todos los hombres ancianos dicen que no hace daño a quien lo ve antes. Su tamaño, y sus patas, y las manchas blancas sobre el dorso, y la cresta son como las de un gallo, y avanza mitad erguido sobre el suelo y la otra mitad arrastrándose como las otras serpientes. Pese a ser tan fiero, lo mata la comadreja. Sabed que cuando Alejandro se topó con ese animal, mandó fabricar botellas de vidrio colado en las que penetraban los hombres, de modo que los hombres veían a las serpientes, pero las serpientes no veían a los hombres y así las mataban con flechas, y mediante este ingenio fue dispuesto el ejército; esta es la cualidad del basilisco.
Maestro de Boucicaut, recolección de la pimienta, en el Livre des merveilles du monde, siglo XV, ms. fr. 2810, París, Bibliothèque Nationale de France.
MARAVILLAS ORIENTALES
De rebus in oriente mirabilibus (siglo VI)
Desde Babilonia se transportan con gran secreto hasta el mar Rojo, a causa de ciertas serpientes monstruosas llamadas corsia que crecen en aquellos lugares y que poseen cuernos de carnero; el mero roce con uno de esos animales provoca la muerte instantánea. Abunda allí la pimienta y las serpientes la custodian con gran celo; de modo que para cogerla se hace así: se prende fuego por todas partes para obligar a los reptiles a refugiarse bajo tierra. Y esta es la razón por la que la pimienta es negra. […]
También en aquellas regiones nacen los cinocéfalos, que nosotros llamamos conopenes; parecen caballos por las crines que exhiben, jabalíes por los dientes y perros por la cabeza; pueden incluso lanzar fuego y llamas por la boca. […]
El Nilo es el rey de los ríos y fluye a través de Egipto; la gente del lugar lo llama Arcoboleta, que significa «agua grande». En esas regiones nacen muchos elefantes. También viven allí hombres de quince pies de altura, de cuerpo blanco, con dos rostros en una sola cabeza y cabellos negros. Tienen además las rodillas rojas y la nariz larga. Cuando llega la estación de los nacimientos, emigran a la India y allí dan a luz a sus hijos, y nacen criaturas con el cuerpo de tres colores, que tienen cabeza leonina, una boca inmensa con veinte labios y al menos veinte pies; en cuanto ven a un hombre y si alguno intenta darles caza, huyen. […]
Más allá del río Brisonte, hacia Oriente, nacen hombres altos y gruesos que tienen fémures y tibias de doce pies, y los costados y el pecho llegan a siete. La piel es negra y no debemos sino guardarnos de ellos; comen, en efecto, todo lo que capturan. […]
Entre otras muchas, en las aguas de ese río existe una isla situada al mediodía, donde nacen hombres sin cabeza y que tienen en el pecho la boca y los ojos. […] También en esos mismos alrededores encontramos otras mujeres con dientes de jabalí, cabellos finos hasta los pies y una cola de buey situada en la extremidad de la espalda; miden trece pies de altura, poseen un cuerpo espléndido y casi blanco que parece de mármol, mientras que las piernas recuerdan las de un camello. Alejandro Magno, el Macedonio, disgustado por la descarada lascivia que ostentan aquellas formas procaces, mató a muchas, ya que no pudo capturarlas vivas. […]
Cerca de esta tierra, viven mujeres a las que crece una larga barba que les llega hasta los pechos y que suelen vestirse con pieles de caballo; son cazadoras inigualables y, en lugar de perros, crían tigres, leopardos y toda otra clase de fieras que engendra aquel monte; y con estas van a cazar. […]
El imperio del Preste Juan, de Abraham Ortelius, Theatrum orbis terrarum, detalle, 1564, Basilea, Basel University Library.
LA CARTA DEL PRESTE JUAN
Carta del Preste Juan (siglo XII)
El Preste Juan, Señor de los Señores por el poder y la virtud de Dios y de Nuestro Señor Jesucristo, saluda a Manuel, Gobernador de los Romanos, deseándole que tenga salud y que prevalezca en sus empresas.
Ya había sido anunciado a Nuestra Majestad que te complacías en Nuestra Excelencia y que Nuestra Alteza no te era extraña. Hemos sabido, además, por nuestro emisario que deseabas enviarnos algo agradable y divertido con lo que deleitar a Nuestra Clemencia. Siendo hombre, lo aceptamos con agrado y, con nuestro emisario, te enviamos algo de lo nuestro, pues queremos y deseamos saber si compartes con Nos la verdadera fe y si crees en Nuestro Señor Jesucristo por encima de todo. […] Yo, el Preste Juan, soy Señor de los Señores y supero en toda suerte de riquezas que hay bajo el cielo, así como en virtud y en poder, a todos los reyes del universo mundo. Setenta y dos reyes son tributarios nuestros. […] Las tres Indias se hallan dominadas por Nuestra Magnificencia y desde la India Ulterior, donde descansa el cuerpo de Santo Tomás Apóstol, nuestra tierra se extiende por el desierto y progresa hacia el orto del Sol, volviendo como él, por el oeste, hasta Babilonia la Desierta, junto a la Torre de Babel. […] En nuestra tierra viven y se alimentan elefantes, dromedarios, camellos, hipopótamos, cocodrilos, methagallinarii, cametheternis, thinsiretae, panteras, onagros, leones albos y rojizos, osos blancos, mirlos blancos, cigarras mudas, grifos, tigres, lamias, hienas, bueyes salvajes, sagitarios, hombres salvajes, hombres cornudos, faunos, sátiros y mujeres de la misma especie, pigmeos, cinocéfalos, gigantes cuya estatura es de cuarenta codos, monóculos, cíclopes y aves, entre ellas la denominada fénix, y todo género de animales que hay bajo el cielo. […]
En nuestra tierra fluye la miel y abunda la leche. En otra de nuestras tierras, los venenos pierden su poder y la dicharachera rana no croa, allí no hay escorpión ni sierpe que serpentee por la hierba. Los animales venenosos no pueden habitar en aquel lugar ni herir a nadie.
Por una de nuestras provincias de paganos corre un río que ellos llaman Indo. Este río procede del Paraíso y, por toda aquella provincia, reparte su corriente en varios riachuelos, en los que podrán hallarse piedras naturales, esmeraldas, zafiros, carbunclos topacios, crisolitos, ónices, berilos, amatistas, sardónices y otras muchas piedras preciosas. Allí mismo nace una hierba que llaman assidios, cuya raíz, con tal de que alguien la lleve encima, expulsa al espíritu inmundo y le obliga a decir quién es, de dónde viene y cuál es su nombre. […]
En las partes extremas del mundo, hacia Mediodía, tenemos una ínsula grande e inhabitable en la que el Señor hace llover dos veces por semana, y esto durante todo el año, maná en abundancia, que las naciones circundantes también recogen y comen. […] En verdad no aran, no siembran, no recogen la mies ni alteran la tierra en modo alguno para obtener de ella sus mejores frutos. Ciertamente, este maná les sabe igual que el que tomaron los hijos de Israel a su salida de Egipto. En verdad que aquella gente no conoce a otras mujeres que no sean sus esposas. No tienen envidia ni odio, viven pacíficamente, no litigan entre sí por lo que es o no suyo; no tienen a nadie por encima de ellos que no sea aquel que les enviamos para recoger nuestro tributo. En verdad que cada año entregan a Nuestra Majestad, como tributo, cincuenta elefantes y otros tantos hipopótamos, cargados con piedras preciosas y oro purísimo. Ciertamente, los hombres de aquella tierra poseen abundancia de piedras preciosas y de rojísimo oro. Estos hombres, que de tal suerte viven del pan celestial, alcanzan la edad de quinientos años. Sin embargo, al cumplir los cien años rejuvenecen y se renuevan bebiendo por tres veces de cierta fuente que brota de las raíces de un árbol que se encuentra en aquel lugar. […] Y después de haber cogido el agua con las manos o de haberla bebido por tres veces, se quitan de encima, como se ha dicho, cien años de edad, perdiéndolos y despojándose de ellos hasta tal punto que quienquiera que los vea no dudará de que tengan treinta o cuarenta años de edad, y no más. De este modo, cada cien años rejuvenecen y se remozan por completo. Finalmente, cumplidos los quinientos años, mueren y, como es costumbre de aquella gente, no son enterrados sino llevados a la antedicha ínsula y dispuestos encima de los árboles que crecen en ella, cuyas hojas que no decaen en ninguna de las estaciones son muy afiladas. La sombra de dichas hojas es muy grata y muy agradable el olor de los frutos de estos árboles. La carne de aquellos muertos no pierde el color, no se pudre, no se macera, no se convierte en polvo ni en ceniza sino que permanece tan fresca y de tan buen aspecto como en vida, y así seguirá hasta la llegada del Anticristo, como predijo algún profeta. […]
A tres días de distancia de este mar se encuentran ciertos montes de los que desciende un río de piedras, también sin agua, que corre por nuestra tierra hasta el Mar Arenoso. Fluye tres días a la semana, llevando piedras grandes y pequeñas que arrastran consigo troncos de madera hasta el Mar Arenoso; y después de que el río desemboque en el mar, las piedras y los troncos desaparecen y no vuelven a verse. Mientras el susodicho río fluye, nadie puede atravesarlo, pero durante los cuatro días restantes permite el tránsito. […]
Al otro lado del río de las piedras viven las Diez Tribus de los judíos, que, aunque propalen que son gobernados por reyes, son nuestros siervos y tributarios de Nuestra Excelencia.
En otra provincia próxima a la zona tórrida hay unos gusanos que en nuestra lengua llamamos salamandras. Estos gusanos, que solo pueden vivir en el fuego, se rodean de una suerte de película, como los otros gusanos que hacen seda. Esta película es elaborada delicadamente por las dueñas de nuestro palacio, que fabrican con ella trajes y paños para todo lo que precise Nuestra Excelencia. Estos paños solo podrán lavarse en un fuego que sea muy ardiente.
Nuestra Serenidad abunda en oro, plata y piedras preciosas, elefantes, dromedarios, camellos y canes. Nuestra Mansedumbre acoge por huéspedes a todos los hombres extranjeros y a todos los peregrinos. Entre nosotros no hay pobres. Ni el ladrón ni el saqueador se encuentran entre nosotros, ni el adulador ni la avaricia hallan aquí lugar. Nosotros no nos repartimos las propiedades. Nuestros hombres tienen todo tipo de riquezas. […]
El palacio donde habita Nuestra Sublimidad es, ciertamente, a imagen y semejanza del que el apóstol Tomás hizo para Gondoforo, rey de los indios, y en todo es similar a él, tanto en sus dependencias como en el resto de su estructura. […]
Tenemos otro palacio de menor tamaño que el primero, aunque tenga mayor altura y belleza, construido después de la revelación que, antes de que naciéramos, tuvo nuestro padre, al cual, a causa de la santidad y de la justicia que habitaban en él, llamaban Casidiós. Esto se lo dijo en sueños: «Haz un palacio para el hijo que nacerá de ti, que será rey de todos los reyes terrenales y señor de todos los señores de la Tierra entera. Y a aquel palacio le otorgará Dios la siguiente gracia: que en él nadie sufrirá hambre ni enfermedad, y que ninguno de los que entren en su interior podrá morir en el transcurso de aquel mismo día. Y que cualquiera, con un hambre atroz o una enfermedad mortal, que entre en el palacio y permanezca allí algún tiempo, saldrá tan saciado de él como si hubiera comido cien viandas o tan sano como si no hubiera tenido enfermedad alguna en su vida».
De su interior brotará una fuente más sabrosa y aromática que todas las demás y no se derramará fuera del palacio, pues, desde el rincón del que brotará, discurrirá por el palacio hasta el rincón opuesto, donde la tierra la acogerá para devolverla subterráneamente al lugar de donde nació, del mismo modo que el Sol, desde Occidente, regresa, bajo tierra, hasta Oriente. Y a los que la beban les sabrá igual que aquello que les apetecería comer y beber. En verdad que difundirá por el palacio un aroma tan intenso como si en él hubieran apilado toda suerte de perfumes, aromas y ungüentos, e incluso aún más. Si alguien, en el plazo de tres años, tres meses, tres semanas, tres días y tres horas, bebiera de la antedicha fuente, y esto a diario y tres veces en ayunas, durante tres horas —aunque no antes ni después de dichas horas sino en el espacio comprendido entre el principio y el fin de estas tres horas, y por tres veces en ayunas—, en verdad que no morirá antes de trescientos años, tres meses, tres semanas, tres días y tres horas, y siempre mantendrá la edad de la primera juventud. […]
Si quieres saber más, puesto que el Creador de todos nos ha hecho el más poderoso y glorioso de los mortales, la razón por la que Nuestra Sublimidad no permite que se le dé un tratamiento más digno que el de Preste no deberá maravillarte. Es muy cierto que en nuestra corte hay muchos ministeriales, los cuales, con mayor nombre y oficio, en lo que atañe a la dignidad eclesiástica, que Nos, nos sobrepasan en lo concerniente al servicio divino. En verdad que nuestro senescal es primado y rey, nuestro copero es arzobispo y rey, nuestro chambelán es obispo y rey, nuestro mariscal es rey y archimandrita, el jefe de los cocineros es rey y abad. Por esta razón, Nuestra Alteza no ha permitido que se le adjudicaran estos nombres o que se asignara uno de los grados que, como se ha visto, llenan nuestra corte, de suerte que, por humildad, ha preferido ser llamado con un nombre menos noble y tener un grado inferior.
Por ahora no podemos contarte nada más de nuestro poder y de nuestra gloria. Pero cuando vengas a Nos, verás que somos Señor de los Señores de toda la tierra. Mientras tanto, has de saber que para recorrer en toda su amplitud una de las partes de nuestra tierra se tardan cuatro meses, así que, en verdad, nadie puede decir hasta dónde se extienden las demás partes de nuestros dominios.
Si puedes contar las estrellas del cielo y la arena del mar, podrás calcular nuestros dominios y nuestro poder.
LA VERSIÓN DE MANDEVILLE
JOHN MANDEVILLE (siglo XIV)
Los viajes de sir John Mandeville, XXX
El Preste Juan, en Des Conrad Grünenberg’s Wappenbuch, 1483, Munich, Bayerische Staatsbibliothek.
Bajo la potestad de Preste Juan están muchos reyes, muchas islas y muchos pueblos diferentes. La tierra es muy buena y rica, pero no tan rica como la del Gran Kan, y los mercaderes no van tan frecuentemente allí a comprar mercancías, como van a la tierra del Gran Kan, porque el viaje es más largo. Además, en la isla de Catay se encuentra todo lo que el hombre puede necesitar: telas de oro y de seda, especias y otros productos que se venden al peso. Y aunque todo eso es mucho más barato en la Isla del Preste Juan, sin embargo, los mercaderes temen el largo viaje y los grandes peligros del mar de aquellos lugares, pues en muchos lugares del mar hay grandes rocas de piedras magnéticas, cuya propia naturaleza es la de atraer hacia sí al hierro, de ahí que no naveguen por allí barcos que tengan clavos o agarres de hierro. Si los tuvieran, al instante los barcos serían atraídos hacia esas rocas y no se podrían alejar nunca jamás de allí. Yo mismo he visto un montón de amasijos de hierro en ese mar, que parecía una isla llena de árboles y de matorrales y de gran cantidad de espinos y zarzas; y los marineros me dijeron que eran restos de los barcos que habían sido atraídos hasta allí por las rocas magnéticas a causa del hierro que tenían, y que, al pudrirse la madera de los barcos y todo su cargamento, crecieron matorrales, espinos, zarzas, césped y otras hierbas, y que los mástiles y palos de las velas hacen que parezca un gran bosque o una arboleda. Hay rocas como estas en muchas partes de los alrededores y, por eso, los mercaderes no se atreven a navegar por allí, a menos que conozcan bien las rutas o que tengan buenos guías. Además de esto, también les asusta el que sea un viaje tan largo. […]
En la tierra de Preste Juan hay gran diversidad de cosas y muchas piedras preciosas de un tamaño tan grande que con ellas hacen recipientes, como, por ejemplo, bandejas, platos y tazas. Existen allí tantas maravillas que sería enojoso y largo incluirlas a todas en la narración de un libro. […]
En ese desierto hay muchos hombres salvajes de horroroso aspecto, pues tienen cuernos; no hablan, sino que gruñen como los cerdos. Hay también gran cantidad de perros asilvestrados. Y hay muchos papagayos, a los que llaman psitakes en su lengua. Es propio de la naturaleza de estos pájaros el hablar, y así saludan a las gentes que atraviesan los desiertos y les hablan con una voz tan clara como si fuese la de un hombre. Los que hablan tan bien tienen una lengua ancha y cinco dedos en cada pata. Hay otros que solo tienen tres dedos en cada pata; estos no hablan apenas, lo único que saben hacer es gritar.
Criaturas monstruosas, en John Mandeville, Viajes, o Tratado de las cosas más maravillosas y notables que se encuentran en el mundo, siglo XIV.
LA RELACIÓN DE ÁLVARES
FRANCISCO ÁLVARES
Verdadeira informação das terras do Preste João das Indias (1540)
Y vimos allí al Preste Juan sentado sobre una plataforma a la que se accedía por seis escalones, ricamente adornada. Ceñía su cabeza una corona de oro y de plata, esto es, una parte de oro y otra parte de plata, y llevaba una cruz de plata en la mano, y ocultaba el rostro con una tela de tafetán azul, que se subía y se bajaba, de modo que a veces se le veía toda la cara, y luego volvía a cubrirse. A su derecha se hallaba un paje vestido de seda con una cruz de plata en la mano, adornada con figuras en relieve. […] Iba vestido con suntuosos ropajes de brocado de oro, y la camisa de seda con mangas largas, ceñido con un rico paño de seda y de oro, como el gremial de un obispo, y se sentaba en majestad, tal como aparece pintado en los frescos Dios Padre. Además del paje que sostenía la cruz, había a cada lado otro paje vestido de forma similar, con una espada desenvainada en la mano. Por edad, color y estatura, el preste parece joven, no muy negro, diríamos que de color castaño. […] de mediana estatura, y aparenta veintitrés años. Tiene el rostro redondo, los ojos grandes, la nariz aguileña, y le empezaba a crecer la barba. […]
Los días siguientes nadie podía saber qué camino debía seguir, sino que cada uno se alojaba donde veía levantada su tienda blanca. […] Cabalgaba con la corona en la cabeza, rodeado de colgaduras rojas. Los que llevaban estas colgaduras las portaban alzadas sobre delgadas lanzas. Por delante del preste van veinte pajes y delante de ellos van seis caballos ricamente engalanados, y por delante de estos caballos caminan seis mulas ensilladas y muy bien guarnecidas, y cada una es conducida por cuatro hombres. Delante de estas mulas van veinte gentileshombres sobre otras mulas, y no pueden acercarse otras gentes a pie o a caballo.