LOS AUTÓMATAS. Una de las maravillas que mencionaban con frecuencia los viajeros eran los autómatas. En la cultura helenística abundaban los autómatas, y las máquinas descritas en el Spiritalia de Herón (siglos I-II a. C.) dan fe del interés que ya entonces despertaban los organismos semovientes, en los que se combinaban fuerzas motrices naturales (descenso de pesos y caída del agua) y artificiales (expansión del agua caliente), como ocurría por ejemplo con un altar donde el fuego que calentaba un recipiente con agua producía un vapor que, circulando bajo tierra, accionaba otro mecanismo que abría las puertas de un templo. Ejecutados o tan solo proyectados, estos prodigios de la cultura alejandrina inspiraron tanto al mundo bizantino como al mundo islámico.
De Bizancio se recordaba un reloj monumental situado en el mercado de Gaza, descrito en el siglo VII por Procopio, decorado en el frontón con una cabeza de Gorgona que giraba los ojos al sonar la hora. Debajo había doce ventanas que marcaban las horas nocturnas, y doce puertas que se abrían cada hora al paso de una estatua de Helios y por las que salía Hércules coronado por un águila voladora. Para la Edad Media occidental, Bizancio también formaba parte de Oriente; y véase la narración maravillada que en el siglo X hace Liutprando, quien, como embajador imperial en Constantinopla, aun habiendo descrito en cierta ocasión con acritud al emperador Nicéforo II y su corte, en su Antapodosis detalla admirado el prodigioso trono que, al rugido de dos grandes leones de oro situados en los escalones, se alzaba mecánicamente, mientras en el recorrido el emperador se cubría con nuevas vestiduras.
Del interés musulmán por los autómatas poseemos numerosos testimonios, desde las traducciones árabes de la obra de Herón, hasta la memoria de un árbol mecánico de plata y oro que había pertenecido al califa de Bagdad al-Mamún, y el reloj hidráulico que Harún al-Raschid envió como regalo a Carlomagno, con esferas metálicas que marcaban las horas cayendo en una cubeta, coronado por doce ventanas de las que salían doce figuras de caballeros.
Entre 1204 y 1206, un científico árabe experto en mecánica, al-Jazari, redactaba un Compendio útil de la teoría y práctica de los procedimientos ingeniosos, del que conservamos todavía algunos diseños que dan fe de los progresos alcanzados en la construcción de los autómatas.
Tampoco faltaban en Occidente artesanos capaces de construir autómatas, y la leyenda habla del papa Silvestre II (999-1003), al que se le atribuye la creación de una cabeza de oro parlante que murmuraba consejos secretos.
Villard de Honnecourt, Livre de portraiture, c. 1230, París, Bibliothèque Nationale de France.
Según los Otia imperialia de Gervasio de Tilbury (siglo XIII), Virgilio, obispo de Nápoles, inventó una mosca mecánica que protegía de los insectos los bancos de los carniceros partenopeos, y de Alberto Magno se decía que había fabricado una especie de robot de hierro que abría la puerta a los huéspedes. En el Livre de portraiture, Villard de Honnecourt (siglo XIII) dibujó varios ingenios mecánicos. En la catedral de Estrasburgo, un reloj fabricado en el siglo XIV mostraba a los Magos inclinándose ante la Virgen con el Niño, y en las novelas de caballerías se mencionan distintos tipos de autómatas.
Si tanta era la fascinación que ejercían los autómatas, con mayor razón había que descubrirlos en el fabuloso Oriente, porque además en la carta del Preste Juan se prometían autómatas extraordinarios. Así, Odorico de Pordenone ve una piña de jade cubierta de hilos de oro de la que salían cuatro serpientes también de oro, de cuyas bocas fluían líquidos de distinta clase; y ve pavos reales de oro que parecían vivos y sacudían las alas cuando alguien daba palmadas (y se pregunta si eso es obra del arte diabólico o de algún mecanismo subterráneo). Tal vez no un autómata, pero bastante parecido al trono bizantino descrito por Liutprando es el que Juan de Plano Carpini ve en el palacio del emperador de los tártaros Cuyuccan, construido en marfil y adornado de oro, piedras preciosas y perlas (Historia mongolorum, IX, 35).
Guillermo de Rubruk, en la corte de Mangu Kan en Caracorum, ve un árbol de plata cuyas raíces son cuatro leones de plata pura, cuyas bocas escupen leche de yegua. De la cima del árbol surgen cuatro serpientes doradas que se enroscan con la cola en el tronco; de una serpiente mana vino, de la otra leche, de la tercera una bebida hecha con miel, de la cuarta cerveza de arroz. Entre las cuatro serpientes que coronan el árbol se yergue un ángel con una trompeta en la mano. Cuando falta bebida, el jefe de los coperos ordena al ángel que toque la trompeta, y un hombre oculto en una cavidad sopla en un conducto secreto que conduce al ángel y le hace tocar la trompeta; entonces los criados vierten la bebida correspondiente a cada uno de los cuatro conductos que conducen a las serpientes, y los coperos recogen los líquidos que manan para ofrecérselos a los invitados. Maravilla oriental, sin duda, aunque Guillermo sabe que el artífice de estos portentos es un orfebre francés, Guillermo Buchier. Prueba de que muchas maravillas de Oriente procedían de Occidente y eran conocidas allí, pero no importaba, lo que emocionaba era descubrirlas en países lejanos sobre los que se podía fantasear.