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LAS MARAVILLAS DE ORIENTE,
DE ALEJANDRO AL PRESTE JUAN

EL ORIENTE DE LOS ANTIGUOS. El mundo griego siempre sintió fascinación por Oriente. Ya en tiempos de Heródoto (c. 475 a. C.), Persia estaba unida por vías comerciales con la India y Asia central, y a los griegos se les abrieron nuevos caminos con las conquistas de Alejandro Magno, hasta el valle del Indo (más allá del actual Afganistán). Nearco, almirante de Alejandro, abrió una ruta desde el delta del Indo hasta el golfo Pérsico, y a partir de entonces la influencia helenística se extendió incluso más allá de ese lugar. Ahora bien, quién sabe qué contaban los mercaderes y soldados a su regreso. A pesar de que esas tierras ya habían sido visitadas, sus exploraciones habían sido precedidas de muchas leyendas que perduraron durante siglos, incluso cuando viajeros más de fiar como Juan de Plano Carpini o Marco Polo en la Edad Media redactaron extensas relaciones de sus viajes. En definitiva, los relatos sobre las maravillas o mirabilia de Oriente se convirtieron, desde la Antigüedad hasta la Edad Media, en un género literario que sobrevivía a cualquier descubrimiento geográfico.

Sobre las maravillas de la India escribió Ctesias de Cnido en el siglo IV a. C., aunque su obra se perdió; en cambio, es rica en criaturas extraordinarias la Historia natural de Plinio (siglo I d. C.), que inspiró una enorme cantidad de compendios posteriores, de los Collectanea rerum memorabilium (compilaciones de cosas memorables) de Solino en el siglo III, al libro sobre las artes liberales De nuptiis philologiae et Mercurii, de Marcio Capella, entre los siglos IV y V.

En el siglo II d. C., Luciano de Samosata, en Relatos verídicos, aunque fuera para parodiar la credulidad tradicional, representa hipogrifos, pájaros con alas de hojas de lechuga, minotauros y pulgas arquero del tamaño de doce elefantes.[4]

Alejandro Magno sobre su máquina voladora, del Roman d’Alexandre, 1486, ms. 651, Chantilly, Musée Condé.

Sea lo que fuere lo que vio Alejandro Magno, los relatos fantásticos de sus viajes siguieron fascinando a los medievales, y en la Novela de Alejandro (que circulaba en distintas versiones latinas a partir del siglo IV, pero que nacía de fuentes griegas que se remontan al Pseudo-Calístenes del siglo III d. C.) el conquistador macedonio visitaba tierras asombrosas y tenía que enfrentarse a gentes espantosas.

A través de las distintas historias de Alejandro, se desarrollaba así un subgénero de mirabilia orientales, que consistía en la enumeración o en la descripción de los monstruos que allí podían encontrarse. Descripciones de este tipo las hallamos también en Agustín, Isidoro de Sevilla o Mandeville.

Los mismos seres fabulosos, animales o humanoides, poblarían las enciclopedias medievales a través de la influencia del Fisiólogo, escrito en griego entre los siglos II y III de nuestra era, y traducido luego al latín y a varias lenguas orientales, que enumera unos cuarenta animales, árboles y piedras. Tras haber descrito esos seres, el Fisiólogo muestra cómo y por qué cada uno de ellos es portador de una enseñanza ética y teológica. Por ejemplo, el león que, según la leyenda, borra sus huellas con la cola para evitar a los cazadores, se convierte en símbolo de Cristo que borra los pecados de los hombres.