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LAS TIERRAS DE HOMERO Y LAS SIETE MARAVILLAS

Andrea Mantegna, El parnaso, 1497, París, Louvre.

Conocemos bien todo el mundo de la mitología griega: el Ática, el Olimpo, los ríos, los lagos, los bosques, el mar. Sin embargo, la fantasía griega transformaba continuamente cualquier aspecto del mundo que conocía en lugar legendario. Imaginó el Olimpo habitado por los dioses, y las aguas y montañas pobladas de ninfas: las Oréadas, ninfas de las montañas; las Dríadas, que vivían en una planta; las Hidríadas, ninfas acuáticas; las Nereidas, ninfas del mar; las Creneas y las Pegeas, ninfas de las fuentes; y las ninfas celestes como las Pléyades.

Por no hablar de los sátiros, de los héroes, de tantas divinidades menores vinculadas a un lugar. Así que todo el mundo griego podría dar lugar a investigaciones sobre tierras de leyenda, si la mayor parte de esas tierras no nos fuese conocida, aunque ya abandonada por las criaturas divinas de antaño.

Poco podemos fantasear sobre el lugar donde se levantaban Troya o el palacio de Agamenón, y tenemos ideas bastante claras sobre dónde se situaba la Cólquida a la que llegó Jasón en pos del vellocino de oro.

Muchos turistas visitan Argos y Micenas; sin embargo, estos lugares poseen una vida propia en nuestro imaginario y gozan de las mismas propiedades que las tierras inexistentes.

Todavía se sigue discutiendo dónde estaban los lugares visitados por Ulises en el transcurso de sus peregrinaciones. Sabemos que tenían que estar al alcance de la mano, por así decirlo, entre el mar Jónico y el estrecho de Gibraltar, pero debatimos aún a qué lugares reales corresponden los lugares de la Odisea.

Agostino Annibale y Ludovico Carracci, Jasón conquista el vellocino de oro, siglo XVI, Bolonia, Palazzo Fava.

Agostino Annibale y Ludovico Carracci, Construcción de la nave de Argos, siglo XVI, Bolonia, Palazzo Fava.