LAS MEDIDAS DEL TEMPLO

ANTIGUO TESTAMENTO

Ezequiel 40-41

El año veinticinco de nuestro cautiverio, al principio del año, el día diez del mes, catorce años después de haber sido tomada la ciudad, en aquel mismo día, la mano de Yahvéh se posó sobre mí y me llevó allá. En visiones divinas me llevó al país de Israel y me situó sobre un monte muy alto, encima del cual había, por la parte del mediodía una construcción a manera de ciudad. Me llevó allí y vi que allí había un hombre que parecía de bronce, con una cuerda de lino en la mano y una caña de medir. […]

Había un muro todo alrededor del área del templo por la parte exterior. El hombre tenía en la mano una caña de medir de seis codos —cada codo tiene de longitud codo y palmo—. Midió el espesor del muro: una caña; y la altura: también una caña. Fue después al pórtico que mira a oriente, subió las gradas y midió el umbral de la puerta: una caña de fondo; las habitaciones laterales: una caña de longitud y una caña de anchura; la pilastra entre las habitaciones: cinco codos; el umbral de la puerta, desde el vestíbulo hacia el interior: una caña. Después midió el vestíbulo de la puerta: ocho codos; y las jambas: dos codos. El vestíbulo de la puerta estaba en el interior. Las habitaciones laterales de la puerta oriental eran tres de un lado y tres de otro; las tres tenían una misma dimensión, como también era idéntica la dimensión de las jambas de uno y otro lado. Después midió la anchura de la entrada de la puerta: diez codos; y la longitud de la misma: trece codos. Delante de las habitaciones laterales había una mampara de un codo por un lado y de un codo por el otro; las habitaciones laterales eran de seis codos por un lado y de seis codos por el otro. Después midió la puerta desde el fondo de una habitación lateral hasta el fondo de la otra: había una anchura de veinticinco codos; una entrada estaba enfrente de la otra. Midió también el vestíbulo: veinte codos. En todo alrededor del vestíbulo de la puerta estaba el atrio. Desde el frontispicio de la puerta, a la entrada, hasta el frontispicio del vestíbulo interior de la puerta había cincuenta codos. El pórtico tenía todo alrededor saeteras que daban a las habitaciones laterales y a sus jambas; y también el vestíbulo tenía saeteras por dentro todo alrededor. En las jambas había figuras de palmeras.

Después me llevó al atrio exterior. Aquí había salas y un empedrado construido todo alrededor del atrio. A lo largo del empedrado había treinta salas. El empedrado estaba al lado de las puertas correspondiendo a la longitud de las mismas; era el empedrado inferior. Luego midió la distancia desde el frontispicio de la puerta inferior hasta el frontispicio externo del atrio interior: había cien codos al oriente y al norte.

Con respecto al pórtico del atrio exterior, que da al norte, midió su longitud y su anchura. Sus habitaciones laterales eran tres de un lado y tres del otro; sus jambas y su vestíbulo eran de la misma medida que los del primer pórtico: su longitud era de cincuenta codos, y la anchura de veinticinco codos. Sus saeteras, su vestíbulo y sus figuras de palmeras eran de la misma medida que los del pórtico que mira a oriente. Se subía a él por siete gradas, y su vestíbulo estaba por la parte de dentro. Frente al pórtico septentrional, como en el meridional, había una puerta que daba al atrio interior. Midió de puerta a puerta: cien codos.

Después me condujo al mediodía. Aquí había un pórtico orientado al mediodía. Midió sus habitaciones laterales, sus jambas y su vestíbulo; eran de las mismas medidas que los otros. Tenía, como su vestíbulo, saeteras todo alrededor, semejantes a las de los otros. Este pórtico era de cincuenta codos de largo por veinticinco codos de ancho. Había siete gradas para subir a él y su vestíbulo estaba por la parte de dentro. Tenía figuras de palmeras en las jambas, una a cada lado. El atrio interior tenía una puerta orientada al mediodía. Midió, de puerta a puerta hacia el mediodía: cien codos.

Después me llevó al atrio interior por la puerta del mediodía y midió el pórtico meridional. Tenía las mismas dimensiones que los otros. Sus habitaciones laterales, sus jambas y su vestíbulo eran de las mismas medidas que los otros. Tenía, como su vestíbulo, saeteras todo alrededor. Este era de cincuenta codos de largo por veinticinco codos de ancho. […]

Después me llevó a la nave y midió las pilastras: seis codos de ancho por un lado y seis codos de ancho por el otro era la anchura de cada pilastra. La anchura de la entrada era de diez codos; las paredes laterales de la entrada tenían cinco codos por un lado y cinco codos por el otro. Luego midió su longitud: cuarenta codos; y su anchura: veinte codos.

Luego entró en la sala interior y midió las jambas de la entrada; eran de dos codos. La entrada tenía seis codos, y las paredes laterales de la entrada siete codos. Midió su longitud: veinte codos; y su anchura: veinte codos delante de la nave. Y me dijo: «Este es el lugar santísimo».

Después midió el muro del templo: era de seis codos; y la anchura del edificio lateral, de cuatro codos, todo alrededor del templo. Las estancias laterales, una sobre otra, eran treinta y formaban tres pisos. En el muro del templo había salientes, para que sirvieran de apoyo a las estancias laterales todo alrededor y para que así estas no estuvieran apoyadas en el muro del templo. Las estancias laterales se ensanchaban a medida que se subía de un piso a otro, correspondiendo al ensanche del estribo de un piso a otro todo alrededor del templo; por eso el edificio era más ancho por arriba. Del piso inferior se subía al superior por el intermedio. Noté, pues, que el templo tenía un talud todo alrededor. Los cimientos de las estancias laterales medían una caña entera; había seis codos de desnivel. La anchura del muro que la edificación lateral tenía por fuera era de cinco codos, como la del patio que quedaba. Entre las estancias laterales del templo y las habitaciones había una anchura de veinte codos todo alrededor del templo. Las entradas de las estancias laterales daban al patio: una entrada hacia el norte y la otra hacia el sur. La anchura del espacio del patio era de cinco codos todo alrededor.

El edificio que había enfrente de la lonja por el lado que mira a poniente tenía una anchura de setenta codos; el muro del edificio tenía cinco codos de ancho todo alrededor y su longitud era de noventa codos.

Después midió el templo. Longitud: cien codos. La lonja y el edificio con sus muros, longitud: cien codos. Anchura de la fachada oriental del templo con su lonja: cien codos. Por fin midió la longitud del edificio que había frente a la lonja por la parte de atrás y las galerías situadas a uno y otro lado: había cien codos.

La nave, la sala interior y su vestíbulo exterior tenían artesonados, y en los tres pisos había todo alrededor saeteras y galerías, de frente al umbral, que estaban recubiertas de madera desde el suelo hasta las ventanas —las ventanas estaban recubiertas—, llegando hasta por encima de la entrada y hasta la parte interior y exterior del templo; y en todo alrededor del muro por dentro y por fuera había imágenes de querubines esculpidos y de figuras de palmeras, una palmera entre querubín y querubín. Cada querubín tenía dos rostros: rostro de hombre hacia la palmera de un lado y rostro de león hacia la palmera del otro lado; estaban esculpidos todo alrededor del templo. Desde el suelo hasta por encima de la entrada había querubines y figuras de palmeras esculpidos sobre el muro. […]

Delante del lugar santísimo se veía algo parecido a un altar de madera, de tres codos de alto, dos codos de largo y dos codos de ancho; sus ángulos, su zócalo y sus lados eran de madera. Me dijo: «Esta es la mesa que está delante de Yahvéh».

La nave tenía una doble puerta, y el lugar santísimo tenía también una doble puerta. Las puertas tenían dos batientes giratorios: dos batientes una puerta y dos batientes la otra. Sobre ellas, sobre las puertas de la nave, había querubines esculpidos y figuras de palmeras, como los esculpidos en los muros. En la fachada del vestíbulo por la parte de fuera había un arquitrabe de madera. Las saeteras y las figuras de palmeras estaban a uno y otro lado, en las paredes laterales del vestíbulo y en las estancias laterales con los arquitrabes.

Los Reyes Magos, siglo VI d. C., Rávena, Sant’Apollinare Nuovo.

DE DÓNDE VENÍAN LOS MAGOS

EVANGELIO SEGÚN MATEO 2, 1-14

Después de nacer Jesús en Belén de Judea, en tiempos del rey Herodes, unos magos llegaron de Oriente a Jerusalén, preguntando: «¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto su estrella en Oriente y venimos a adorarlo». Cuando lo oyó el rey Herodes se sobresaltó, y toda Jerusalén con él. Y convocando a todos los pontífices y escribas del pueblo, les estuvo preguntando dónde había de nacer el Cristo.

Ellos le respondieron: «En Belén de Judea; pues así está escrito por el profeta: “Y tú, Belén, tierra de Judá, de ningún modo eres la menor entre las ciudades de Judá; porque de ti saldrá un jefe que gobernará a mi pueblo Israel”».

Entonces Herodes llamó en secreto a los Magos y averiguó cuidadosamente el tiempo transcurrido desde la aparición de la estrella. Y encaminándolos hacia Belén, les dijo: «Id e informaos puntualmente acerca de ese niño; y cuando lo encontréis, avisadme, para que yo también vaya a adorarlo». Después de oír al rey, se fueron. Y la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que vino a pararse encima del lugar donde estaba el niño. Al ver la estrella, sintieron una inmensa alegría. Entrando en la casa, vieron al niño con María, su madre, y postrados en tierra, lo adoraron; […] y le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Y advertidos en sueños de que no volvieran a ver a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino.

Después de partir ellos, un ángel del Señor se le apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y quédate allí hasta que yo te avise. Porque Herodes se pondrá a buscar al niño para matarlo». José se levantó, y tomó consigo, de noche, al niño y a su madre, y partió para Egipto.

JUAN DE HILDESHEIM

Historia de gestis et translatione trium regum (1477)

Acerca de los reinos y de las tierras de estos tres reyes, hay que saber que son las Indias, y que todos sus territorios están constituidos, en su mayor parte, por islas, llenas de horribles ciénagas, en las que crecen cañas tan recias que con ellas construyen casas y naves. Y en estas tierras e islas crecen plantas y animales diferentes a los demás, de modo que es muy difícil y peligroso pasar de una isla a otra. […]

En la primera India está el reino de Nubia, en el que reinaba Melchor. Y poseía también la Arabia, donde se encuentran el monte Sinaí y el mar Rojo, a través del cual es fácil navegar desde Siria y Egipto hacia la India. Pero el sultán no permite que al Preste Juan, señor de las Indias, le llegue ninguna carta de los reyes cristianos, para evitar que tramen conspiraciones entre sí. Por el mismo motivo el Preste Juan controla que nadie atraviese sus territorios para llegar hasta el sultán. Y por eso, el que se dirige a la India, se ve obligado a dar un largo y complicado rodeo a través de Persia.

Quienes han atravesado el mar Rojo cuentan que rojo es el color de su fondo, de modo que el agua, en la superficie, semeja vino tinto, aunque por sí misma es del mismo color que cualquier otra agua. Es salada, y tan transparente que se ven en su fondo piedras y peces. Tiene una anchura de unas cuatro o cinco millas, es de forma triangular y refluye del Océano. Se extiende más por el lado del que partieron los hijos de Israel, cuando lo atravesaron en seco. De él deriva otro río, por el que se navega para llegar a Egipto desde la India.

Toda la tierra de Arabia es también rojiza, y las rocas, las maderas y todos los productos de la región son, por lo general, de color rojo. Hay en esa tierra excelente oro en forma de delgados filones y, además, en una montaña, hay una mina de esmeraldas que se excava con gran dificultad y artificio.

Esta tierra de Arabia pertenecía antes enteramente al Preste Juan, pero ahora está casi toda bajo el dominio del sultán. No obstante, el sultán sigue pagando por ella un tributo al Preste Juan, para que se le permita pasar pacíficamente las mercancías que proceden de la India. […]

La segunda India fue el reino de Godolia en el que reinaba Baltasar, que ofreció incienso al Señor. Le pertenecía también el reino de Saba, donde crecen en especial muchos nobles aromas y el incienso que destilan ciertos árboles a modo de goma.

La tercera India es el reino de Tharsis en el que reinaba Gaspar, que ofreció la mirra, y bajo su dominio estaba también la isla Egriseula, donde reposa el cuerpo del beato Tomás. Allí crece, más que en ninguna otra parte, la mirra en grandes cantidades, en plantas que parecen espigas tostadas.

Los tres reyes de estos tres reinos llevaron al Señor esos regalos, obtenidos de productos de sus tierras, como dice el pasaje de David: «Los monarcas de Tarsis y las islas le pagarán tributo, y los reyes de Sabá y de Seba le traerán presentes». En ese pasaje no se mencionan los nombres de los reinos más grandes, porque cada uno de los tres reyes posee dos reinos. Melchor es rey de Nubia y de los árabes, Baltasar es rey de Godolia y de Saba, Gaspar es rey de Tharsis y de la isla Egriseula.

MARCO POLO Y LA TUMBA DE LOS MAGOS

MARCO POLO

Viajes, 30-31 (1298)

En Persia se halla la ciudad de Sava, de donde partieron los tres Reyes Magos cuando vinieron a adorar a Jesucristo. En esta ciudad están enterrados en tres grandes y magníficos sepulcros. Los cuerpos de los reyes están intactos, con sus barbas y sus cabellos. El uno se llamaba Baltasar, el otro Gaspar y el tercero Melchor. Micer Marcos interrogó a varias personas con respecto a estos tres Reyes Magos, y nadie supo dar razón de ellos, exceptuando que eran reyes y que fueron sepultados ahí en la Antigüedad. Pero os voy a referir lo que averiguó más tarde sobre el particular.

Un poco más lejos, y a tres días de viaje, se halla un alcázar llamado Cala Atapereistan, lo que en español significa «Castillo de los adoradores del fuego». Y esto es la verdad, pues estos hombres adoran el fuego. Os diré por qué lo adoran: Las gentes de ese castillo cuentan que en la Antigüedad tres Reyes de esta región fueron a adorar a un profeta que acababa de nacer y llevarle tres presentes: el oro, el incienso y la mirra, para saber si ese profeta era Dios, rey terrestre o médico, pues dijeron que si tomaba el oro, era rey terrenal; si el incienso, era un Dios; si la mirra, entonces era un médico. Cuando llegaron al sitio en donde había nacido el niño, el más joven de los Reyes se destacó de la caravana y fue solo a ver al niño y vio que era semejante a él, pues tenía su edad y estaba hecho como él, y esto lo llenó de asombro. Luego fue el segundo de los Reyes, que era de la misma edad, y contestó lo mismo. Y creció al punto su sorpresa. Por fin, fue el tercero, que era el más anciano, y le sucedió lo que a los otros dos. Y quedáronse pensativos. […] Cuando se reunieron, se contaron uno a otro lo que habían visto y se maravillaron de ello. Entonces decidieron ir los tres a un tiempo, encontrando al niño del tamaño y la edad que le correspondía (pues no tenía más que trece días). Ante él se postraron ofreciéndole oro, incienso y mirra. El niño cogió las tres cosas y, en cambio, les entregó un cofrecillo cerrado. Los Reyes Magos volvieron después de esto a sus respectivos países.

Cuando hubieron cabalgado algunas jornadas, se dijeron que querían ver lo que el niño les había dado. Abriendo el cofrecillo, se encontraron que contenía una piedra. Sorprendidos, preguntáronse qué significaría aquello, pues habiendo cogido el niño las tres ofrendas, comprendieron que el niño era Dios, Rey terrestre y Médico, y debía de tener aquello un sentido oculto y, en efecto, el niño dio a los tres reyes la piedra, significándoles que fueran firmes y constantes en su fe. Los tres Reyes tomaron la piedra y la echaron a un pozo, ignorando aún su significado, y cuando la piedra cayó al pozo, un fuego ardiente bajó del cielo y penetró en el pozo. Cuando tal vieron los Reyes, quedaron estupefactos y se arrepintieron de haber tirado la piedra, pues era un talismán. Cogieron del fuego que salía del pozo para llevarlo a sus respectivos países y ponerlo en un magnífico y rico templo. Y desde entonces está ardiendo y le adoran como si fuera un dios. Y los sacrificios y holocaustos que hacen son con ese fuego sagrado. Jamás toman de otro fuego que no sea de este maravilloso, caminando leguas y leguas para conseguirlo, cuando se les acaba, por la razón que ya os dije. Y son numerosos los que adoran el fuego en esta región. Todo esto le contaron a mi señor Marco Polo, y también que de los tres Reyes Magos, el uno era de Sava, el otro de Ava y el tercero de Cashan.

Nicolás de Verdún, Relicario de los Reyes Magos, 1181, catedral de Colonia.

EL ROBO DE LOS MAGOS

BONVESIN DE LA RIVA (siglo XIII)

De magnalibus urbis Mediolani, VI

A ella [Milán], después que fueron destruidas sus murallas por Federico I, también como castigo a su fidelidad, a ella —¡oh vergüenza!, ¡oh dolor!— por la misma razón los enemigos de la Iglesia robaron los restos mortales de los tres Magos, que había llevado a la ciudad san Eustorgio en el año 314. Esa fue toda la recompensa a nuestros esfuerzos: por haber combatido fielmente contra los rebeldes de la Iglesia ¡sufrimos la pérdida de semejante tesoro! ¡Ay de los ciudadanos de esta tierra que, aun habiendo sido despojados de tal y tan grande tesoro, prefieren dedicarse a destruirse mutuamente, en vez de buscar el medio de poder remediar su vergüenza y recuperar con gloria la riqueza de la que han sido despojados, haciendo valer la ley canónica! Y si me fuera consentido hablar contra mis señores, los pastores de esta ciudad, diría más bien: «¡Ay de los arzobispos de esta tierra, por cuyo desinterés las reliquias no han sido recuperadas todavía haciendo valer la espada de la Iglesia, esas reliquias que fueron perdidas no por culpa de los ciudadanos, sino por la defensa de la Iglesia en virtud de una absoluta e inquebrantable fidelidad!». Desde el día en que esta ciudad fue fundada, esto es —por cuanto se lee— desde el año 504 antes del nacimiento de nuestro Salvador, doscientos años después de la fundación de Roma, de ningún honor más grande, a mi parecer, jamás fue despojada.