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LAS TIERRAS DE LA BIBLIA

LAS TRIBUS DISPERSAS. No hay nada que nos resulte más conocido que la geografía de la Palestina bíblica y de las tierras circundantes. Jericó y Belén todavía existen, así como el Sinaí, el lago de Tiberíades y el mar Rojo, que atravesaron Moisés y su pueblo. Sin embargo, en el relato bíblico se nombran algunos lugares cuya geografía hunde sus raíces en la leyenda.

Christian Adrichom, Las doce tribus de Israel, 1628.

Veamos la historia de las doce tribus de Israel. Conocemos perfectamente sus nombres: eran las tribus de Rubén, Simeón, Leví, Judá, Dan, Neftalí, Gad, Aser, Isacar, Zabulón, José y Benjamín. Cuando el pueblo de Israel, guiado por Josué, se estableció de nuevo en tierras de Israel (c. 1200 a. C.), el país se dividió en once partes y en cada una de ellas se afincó una tribu. A la tribu de Leví, cuyos miembros se dedicaban al sacerdocio, no se le asignó ningún territorio.

La tribu de Judá, la más numerosa, ocupó la parte meridional del país, y hubo dos reinos: el de Judá y el de Israel, habitado por diez de las tribus originarias. Pero el reino de Israel fue conquistado por los asirios en 721 a. C., y sus habitantes fueron deportados a otras regiones del imperio, donde los habitantes de las diez tribus se mezclaron poco a poco con los nativos y se perdió cualquier rastro seguro. Para muchos judíos, la reintegración de esos correligionarios perdidos es un proyecto que está por realizar, un ideal vinculado a la espera de la era mesiánica.

Tintoretto, Los judíos en el desierto, siglo XVI, Venecia, presbiterio de la basílica de San Giorgio Maggiore.

Según una tradición, las tribus dispersas no habrían podido regresar a Israel porque el Señor había cercado su camino con un río legendario, el Sambatión. Durante toda la semana, las aguas del Sambatión entraban en efervescencia, enormes rocas surgían del fondo y se alzaban por los aires para caer después sobre quien buscaba un vado. Solo el sábado el Sambatión estaba tranquilo, pero ningún judío habría violado el día del sábado intentando atravesar aquella corriente de agua ahora en calma. Otra tradición afirmaba que el Sambatión era un río compuesto tan solo de rocas y arena, un caos estruendoso de piedras y tierra que fluía sin parar, y quienes contemplaban aquel espectáculo desde las orillas tenían que cubrirse el rostro para no quedar marcados.

Durante la Edad Media, las noticias sobre las tribus dispersas nos las proporciona un viajero judío del siglo IX, Eldad ha-Dani, para quien las diez tribus se hallaban más allá de los ríos de Abisinia, o justamente en las márgenes del Sambatión. En 1165, Benjamín de Tudela, al describir uno de sus viajes a Persia y a la península Arábiga, cuenta que se encontró con algunas tribus de origen judío. Pero las tribus perdidas se han buscado en otros lugares más insólitos. Por ejemplo, en el siglo XVI Bartolomé de las Casas, al defender a los indígenas de América de las vejaciones de los conquistadores españoles, los presentaba como descendientes de las diez tribus perdidas; también en el siglo XVI, la realización de la era mesiánica y por tanto el retorno de las diez tribus perdidas fue anunciado por los seguidores de una singular figura de místico, profeta y cabalista, Shabbatai Zevi, que habría atravesado finalmente el Sambatión. Por desgracia, el anuncio de Zevi no tuvo mucho efecto porque poco después decidió hacerse musulmán y perdió credibilidad ante la comunidad judía.

Las tribus dispersas han sido identificadas a veces en Cachemira, basándose en posibles etimologías judías de algunos nombres de localidades o de grupos tribales, entre los tártaros de Asia central, en el Cáucaso, en Afganistán y en el imperio de los jázaros (que era un reino turco cuyos habitantes se convirtieron al judaismo en el siglo VIII). Por no citar otras identificaciones que implicaban a los zulús, a los japoneses, a los malayos, etc.

La hipótesis más extravagante que asoció las diez tribus a las islas Británicas a partir del siglo XVIII es obra de Richard Brothers (1757-1824), un falso profeta que pasó muchos años en un hospital psiquiátrico y que (definiéndose a sí mismo como sobrino de Dios) fundó un movimiento milenarista. Para Brothers, los descendientes de las tribus dispersas eran los habitantes de las islas Británicas. En el siglo siguiente un irlandés, John Wilson, fundó el movimiento del British Israelism, según el cual los judíos que sobrevivieron a las deportaciones emigraron de Asia central al mar Negro y luego a Inglaterra (donde la familia real sería descendiente de la estirpe de David); en este proceso adquirieron los cabellos rubios y los ojos azules y hay quien, con total desprecio hacia las ciencias etimológicas, interpretó saxons como Isaac’s sons. El movimiento gozó de cierta difusión en los países de habla inglesa donde todavía hoy existen algunos seguidores y aparecen publicaciones que defienden esa descendencia.

Como siempre, las leyendas se construyen sobre un fondo de verdad histórica. No es en absoluto descabellado que debido a las deportaciones y diásporas se hubieran formado entre Asia y África bolsas de población de origen judío. Se conocen tribus de judíos etíopes, los falashas, los «exiliados», que según una de sus tradiciones fueron deportados a Abisinia tras la destrucción del templo de Salomón, y hoy muchos han sido acogidos en Israel como descendientes de la tribu de Dan. Pero si bien los falashas existen en realidad, las leyendas que los relacionan con la búsqueda del Arca de la Alianza, que estaría guardada en Axum, en Etiopía, son totalmente absurdas.

Piero della Francesca, Encuentro de Salomón y la reina de Saba, 1452-1466, Arezzo, basílica de San Francesco.

SALOMÓN, LA REINA DE SABA, OPHIR, EL TEMPLO. Cuenta la Biblia que la reina de Saba fue a conocer a Salomón, atraída por la fama de su sabiduría y la suntuosidad de su palacio; entre las numerosas obras maestras inspiradas en aquella visita se conserva el famoso fresco de Piero della Francesca en Arezzo. Sabemos dónde estaba Salomón: en Jerusalén. Pero ¿de dónde procedía la reina? En esta cuestión la leyenda prevalece sobre la historia y, en cuanto a la historia, el documento más completo que tenemos es el Antiguo Testamento, el Libro de los Reyes.

Más tarde se supo que los árabes la conocían como la reina Bilqis y los etíopes la llamaban Makeda; existe una versión persa de la historia y también la encontramos mencionada en el Corán. Pero es en Etiopía donde es considerada un mito nacional; de hecho, aparece citada en el Kebra Nagast (Libro de la Gloria de los Reyes), escrito precisamente en Etiopía en el siglo XIV.

Aunque la Biblia habla con entusiasmo de aquella visita, no nos dice si entre Salomón y la reina hubo algo más que una mera relación diplomática; en cambio, en el Kebra Nagast se dice, por un lado, que después de la visita la reina decidió que ya no adoraría al Sol sino al Dios de Israel; y, por el otro, que tuvieron una intensa relación amorosa de la que nació Menelik, cuyo nombre significa algo así como «hijo del hombre sabio», fundador de una dinastía salomónica; de ahí el símbolo del león de Judá que caracterizaba al imperio etíope, y el sello de Salomón que todavía aparece en el centro de la bandera actual, como reivindicación orgullosa de una descendencia directa del gran rey. Naturalmente, puesto que en las leyendas bíblicas (como nos muestran también las películas de Indiana Jones) no puede faltar nunca el Arca de la Alianza, esta habría llegado a Axum tras varias peripecias, ya que Menelik visitó en una ocasión a su padre y se la sustrajo, dejando en su lugar una copia de madera.

Banderas del antiguo Imperio etíope con el león de Judá y la nueva bandera con el sello de Salomón.

Tratemos de sacar algunas conclusiones: según una tradición, la reina procedía de Etiopía, pero Saba se hallaba en el punto en que se cruzaban las caravanas que transportaban incienso en dirección al mar Rojo, en la Arabia Felix, que corresponde más o menos al actual Yemen; esto nos indica que la propia noción de Etiopía era en aquella época un tanto confusa (precisamente, como veremos, a una Etiopía asimismo legendaria fue trasladado, desde Extremo Oriente, el reino del Preste Juan). Ahora bien, el hecho de que Etiopía haya dado lugar a tantas leyendas nos indica que debía de ser un reino más bien rico y poderoso.

Sin embargo, en el Segundo Libro de las Crónicas (9), al narrar el episodio de la reina de Saba se dice, a propósito de los regalos que esta le había ofrecido a Salomón, que «los hombres de Hiram y los de Salomón cargaban oro de Ofhir». ¿Dónde estaba Ofir u Ophir? Aparece citado varias veces en la Biblia y era sin duda un puerto. Tres fuentes preislámicas, árabes y etíopes refieren que la reina de Saba lo había anexionado a su reino y lo había construido con piedras de oro, metal precioso que abundaba en los montes circundantes. Flavio Josefo en Antigüedades judías (I, 6) situaba Ofir en Afganistán; Tomé Lopes, compañero de Vasco da Gama, planteó la hipótesis de que fuera el antiguo nombre de Zimbabue, que era el principal centro del comercio del oro en el Renacimiento, pero sus ruinas se remontan tan solo a la Edad Media. En 1568, Álvaro de Mendaña —del que hablaré a propósito de las tierras australes—, cuando descubrió las islas Salomón, dijo que había encontrado Ofir; Milton, El paraíso perdido (11, 399-401), habla de Mozambique; el teólogo Benito Arias Montano (en el siglo XVI) propuso el Perú; y en el siglo XIX varios estudiosos identificaron Ofir con Abhira, en la desembocadura del Indo, en el actual Pakistán. Otros lo trasladaban a Yemen, con lo que se volvía a Saba sin haber concluido nada.

Cuando en 1970 Israel ocupó Sharm el-Sheij en el Sinaí (en la actualidad un floreciente centro turístico egipcio), lo bautizó con el nombre de Ofira, que significa «hacia Ofir», ya que se veía en ese lugar una de las vías que siguió la flota de Salomón para cargar las riquezas de las que habla la Biblia. Encontramos Ofir en la novela Las minas del rey Salomón, de Rider Haggard, salvo que en ese libro se sitúa en Sudáfrica, y en Ofir está inspirada la misteriosa Opar, ciudad de la selva africana que aparece en las historias de Tarzán.

Por tanto, el país de la reina de Saba se desvanece en la confusa geografía del mito y resulta inencontrable, como muchas de las islas perdidas de las que se ocupará este libro.

Salomón deslumbró a la reina de Saba con el esplendor del templo de Jerusalén, conocido comúnmente como Primer Templo, que el rey había mandado construir en el siglo X a. C. y que fue destruido por Nabucodonosor II en 586 a. C. El Segundo Templo fue erigido al regreso del exilio babilónico, a partir de 536 a. C., y luego fue ampliado por Herodes el Grande hacia 19 a. C. y destruido por Tito en el año 70 d. C. Pero el objeto de tantas leyendas y nostalgias fue sin duda el Primer Templo.