SAN AGUSTÍN (siglo I a. C.)
La ciudad de Dios, XVI, 9
En cuanto a las leyendas relativas a las Antípodas, esto es, a los hombres de la otra parte de la Tierra donde el Sol nace cuando se pone respecto de nosotros, y que se hallan en posición exactamente antitética respecto a la nuestra, de ningún modo se pueden creer.
Estas cosas no proceden de ningún conocimiento histórico, sino que son meras conjeturas de la mente. Porque como la Tierra está suspensa dentro de la bóveda celeste, en el mundo lo que está debajo encaja con lo que está en medio, y por eso piensan que la otra parte de la Tierra que está debajo de nosotros también puede estar poblada de hombres. Pero no reparan en que, aun en la hipótesis de que el mundo tenga forma esférica y pueda ser demostrado apoyándose en algún principio, de ello no se sigue forzosamente que la parte inferior haya de estar libre de la masa de las aguas, y si lo estuviese, eso no significa que deba estar habitada. Ahora bien, puesto que la Escritura, en la que se fundamenta la fe en los hechos que describe sobre el cumplimiento de sus profecías, no miente en absoluto, es sin duda absurdo afirmar que algunos hombres pudieron navegar y llegar de esta parte a aquella, tras haber superado la inmensidad del Océano, trasplantando también allá el linaje humano que proviene de un solo hombre.
Ilustración en Macrobio, Comentario al Somnium Scipionis, 1526. Más allá del Océano aparece la tierra de las Antípodas, «para nosotros incógnitas».
MACROBIO
Comentario al Somnium Scipionis, II, 5, 23-26
Este mismo razonamiento no nos permite dudar de que, también en esa parte de la superficie terrestre que creemos que está debajo de nosotros, todo el perímetro de las zonas que de aquel lado son templadas no deba considerarse templado con el mismo trazado; y, por consiguiente, que existan allí abajo dos zonas, distantes entre sí e igualmente habitadas.
Y si hay alguien que prefiera oponerse a esta convicción, que nos diga qué es lo que le hace rechazar nuestra afirmación. En efecto, si la vida nos resulta posible en esta parte de la tierra en la que habitamos porque, pisando el suelo, vemos el cielo sobre nuestras cabezas, porque el sol sale y se pone para nosotros, porque gozamos del aire que nos rodea y lo respiramos inhalándolo, ¿por qué no creer que existen allí abajo otros habitantes que siempre tienen a su disposición las mismas condiciones?
Realmente hay que considerar que los llamados habitantes de allá abajo aspiran el mismo aire, porque el mismo clima templado reina en sus zonas en toda la extensión de la misma circunferencia: tienen el mismo sol, del que se dirá que para ellos se pone cuando sale para nosotros y que saldrá cuando debe ponerse para ellos; como nosotros, pisarán el suelo y sobre su cabeza verán también el cielo; y no temerán caer de la tierra al cielo, porque nunca nada puede caer hacia arriba. En efecto, si entre nosotros consideramos abajo donde está la tierra y arriba donde está el cielo (cosa que solo el decirla nos resulta ridícula), también para ellos arriba será aquello hacia lo que desde abajo levantan los ojos, y nunca podrán caer a las regiones que están sobre ellos. Incluso afirmaría que los menos instruidos entre ellos saben lo mismo a propósito de nosotros y no pueden creer que podamos vivir en el lugar donde estamos, convencidos de que si alguien intentara mantenerse en pie en la región que hay debajo de ellos acabaría cayendo. Sin embargo, ninguno de nosotros ha temido nunca caer al cielo: por tanto, ninguno de ellos caerá hacia arriba; porque hacia la tierra «son atraídos todos los graves, por una fuerza que les es propia».
LUCIO AMPELIO (siglo III d. C.)
Liber memorialis, VI
El globo terrestre está debajo del cielo y se divide en cuatro regiones habitadas. En la primera vivimos nosotros, en la segunda —la opuesta— los habitantes se llaman antíctonos.
Las otras dos regiones son opuestas a las dos primeras y sus habitantes se llaman antípodas.
LUIGI PULCI (1432-1484)
Morgante, XXV, 230-233
Rinaldo pues, reconocido el lugar,
porque otra vez lo había distinguido,
dice a Astarot: «Vamos a hablar
para qué este límite ha servido».
Dijo Astarot: «Por un error de tiempo atrás,
durante siglos no bien conocido,
a estas “de Hércules columnas” las llamaron
y allende muchos la muerte encontraron».
Has de saber que esta opinión es vana,
porque más lejos navegar se puede,
y así el agua por doquier es plana,
aunque de rueda la tierra forma tiene.
Más fuerte era entonces la gente humana,
tal que rubor en las mejillas siente
Hércules por haber puesto estas señales,
porque de allá traspasarán las naves.
Y se puede bajar al otro hemisferio,
ya que en el centro toda cosa reprime,
así que la tierra por divino misterio
suspendida está entre estrellas sublimes,
y allí abajo hay ciudades, castillos e imperio;
que no conocieron aquellas gentes antes:
mira que el sol a caminar se apresta
adonde yo te digo, que allá abajo se espera.
[…]
Antípodas se llama aquella gente;
adora al sol a Júpiter y a Marte,
y plantas y animales también tienen,
y grandes batallas entre sí emprenden.
Dijo Rinaldo: «Ya que en eso estamos,
dime, Astarot, todavía otra cosa:
si estos son de la estirpe de Adán;
y ya que cosas vanas adoran,
si como nosotros se pueden salvar».
Dijo Astarot: «No lo intentes ahora,
porque no puedo decir más de eso,
y tú preguntas como un hombre necio.
¿Así que habría sido partidario
en esta parte vuestro Redentor,
de que Adán aquí fuese creado,
y crucificado Él por vuestro amor?
Sabe que todos por la cruz fueron salvados;
y al verdadero quizá, tras largo error,
adoraréis todos en concordia,
y obtendréis así misericordia».
Maestro de las metopas, Las Antípodas, relieve, Módena, Museo Lapidario del Duomo.
MANGOLDO DE LAUTENBACH (1040-¿1119?)
Opusculum contra Wolfelmum Coloniensem, 1103 (Patrologia latina 155, col. 153-155)
Una vez que se acepta la idea de que existen cuatro zonas habitadas por los hombres, ninguna de las cuales tiene por naturaleza la posibilidad de comunicar con la otra, dime de qué modo puede ser verdadero lo que afirma según razón la santa Iglesia apostólica, esto es, que el Salvador […] vino para salvar a todo el género humano, si excluimos esas razas que Macrobio afirma que existen más allá de las zonas que nosotros habitamos […] a las que no ha llegado la noticia de esa salvación.
ANTONIO PIGAFETTA
Relatione del primo viaggio intorno al mondo (1524)
Dijo nuestro viejo piloto de Maluco que cerca de aquí había una isla, llamada Arucheto, cuyos hombres y mujeres no miden más de un codo y tienen las orejas tan grandes como ellos: con una se hacen la cama y con la otra se cubren, van rapados y totalmente desnudos; corren mucho, tienen la voz muy fina; viven en cuevas bajo tierra y comen pescado y una cosa que nace entre el árbol y la corteza, que es blanca y redonda como un confite, llamada «ambulon»; pero debido a las grandes corrientes de agua y los muchos bajíos, no fuimos.