Las Antípodas fueron utilizadas durante la época romana para justificar la expansión hacia tierras desconocidas, y esta idea reapareció con las exploraciones geográficas de la época moderna. Al menos a partir de Colón ya no se pusieron en duda, porque se empezaron a conocer tierras del hemisferio sur que antes eran consideradas inaccesibles, y de ellas habla Vespucio con la naturalidad de quien las ha visitado. En todo caso empezó a abrirse camino otra idea, que sobrevivió hasta el siglo XVIII: la de una Tierra Austral situada en el extremo sur del globo. Pero de esta hablaré en otro capítulo.
No obstante, incluso cuando las Antípodas son accesibles, sigue persistiendo otro aspecto de la leyenda, de orígenes antiquísimos, y de la que hallamos testimonio en Isidoro de Sevilla (entre muchísimos otros): si bien las Antípodas no albergan seres humanos, son en todo caso la tierra de los monstruos. E incluso después de la Edad Media, los exploradores (incluido Pigafetta) siempre estarán preparados para enfrentarse en sus viajes a los seres espantosos y deformes, o bien bondadosos pero curiosos, de los que hablaba la leyenda, y que todavía hoy, al ser excluidos de la Tierra que hoy conocemos hasta en su último detalle, la narrativa de ciencia ficción sitúa en otros planetas como bug-eyed-monster, monstruos de ojos de insecto, o como el entrañable ET.
Monstruos marinos de Cosmographia, de Sebastian Münster, Basilea, 1550.
LA TORTUGA
STEPHEN HAWKING
Historia del tiempo. Del big bang a los agujeros negros (1988)
Un conocido científico (algunos dicen que fue Bertrand Russell) daba una vez una conferencia sobre astronomía. En ella describía cómo la Tierra giraba alrededor del Sol y cómo este, a su vez, giraba alrededor del centro de una vasta colección de estrellas conocida como nuestra galaxia.
Al final de la charla, una simpática señora ya de edad se levantó y le dijo desde el fondo de la sala: «Lo que nos ha contado usted no son más que tonterías. El mundo es en realidad una plataforma plana sustentada por el caparazón de una tortuga gigante». El científico sonrió ampliamente antes de replicarle: «¿Y en qué se apoya la tortuga?». «Es usted muy inteligente, joven, muy inteligente —dijo la señora—. ¡Pero hay infinitas tortugas una debajo de otra!»
LA TIERRA PLANA DE LOS PRESOCRÁTICOS
ARISTÓTELES (siglo IV a. C.)
Del cielo, 294a
Otros creen que [la Tierra] es plana y tiene la forma de un tambor, y aducen como prueba que, cuando el Sol se pone o sale, la parte que es ocultada por la Tierra tiene un perfil rectilíneo y no curvo, mientras que si la Tierra fuese esférica, la secante debería ser curva.
[…] Otros afirman que descansa sobre el agua. Esta es la versión más antigua que se nos ha transmitido, formulada, según dicen, por Tales de Mileto. En su opinión, la Tierra se mantiene en reposo porque flota, como si fuera un madero o algo semejante; pues ninguna de estas cosas se mantiene en el aire en virtud de su propia naturaleza, pero sí en el agua.
HIPÓLITO (siglos II-III)
Refutatio, I, 6
[Para Anaximandro] la Tierra está suspendida y no está sostenida por nada. […] Es hueca y redonda y semejante a una columna de piedra; nosotros vivimos en una de sus dos caras, y la otra se halla en la parte opuesta.
HIPÓLITO (siglos II-III)
Refutatio, I, 7
La Tierra es plana y cabalga sobre el aire. De modo semejante el Sol, la Luna y los demás astros ígneos cabalgan en el aire porque también son planos. […] Anaxímenes dice que los astros no se mueven debajo de la Tierra, como han supuesto otros, sino alrededor de ella, como gira el gorro de fieltro alrededor de nuestra cabeza. […] El Sol no se oculta por estar debajo de la Tierra sino porque lo cubren las partes más elevadas de la Tierra.
LA TIERRA ESFÉRICA
PLATÓN (siglos V-IV a. C.)
Fedón, 99c y 109a
El uno implantando un torbellino en torno a la tierra hace que así se mantenga la tierra bajo el cielo, en tanto que otro, como a una ancha artesa le pone por debajo como apoyo el aire. […]
Estoy convencido yo, lo primero, de que, si está en medio del cielo siendo esférica, para nada necesita del aire ni de ningún soporte semejante para no caer, sino que es suficiente para sostenerla la homogeneidad del cielo en sí idéntica en todas direcciones y el equilibrio de la tierra misma. Pues un objeto situado en el centro de un medio homogéneo no podrá inclinarse más ni menos hacia ningún lado, sino que, manteniéndose equilibrado, permanecerá inmóvil.
ARISTÓTELES (siglo IV a. C.)
Del cielo, II, 14, 298a
Además, por la forma como aparecen los astros no solo resulta patente que la Tierra es esférica, sino también que su tamaño no es grande; en efecto, realizando un pequeño desplazamiento hacia el mediodía o hacia la Osa, surge ante nuestra vista un círculo de horizonte distinto, de modo que los astros situados sobre nuestra cabeza cambian considerablemente y hacia la Osa y hacia el mediodía no aparecen ya los mismos cuando uno se desplaza; pues en Egipto y en las inmediaciones de Chipre se ven ciertos astros, mientras que en las regiones situadas hacia la Osa ya no se ven, y los astros que en las regiones situadas hacia la Osa aparecen todo el tiempo se ponen, en cambio, en aquellos lugares.
De modo que no solo es evidente a partir de estas observaciones que la figura de la Tierra es redonda, sino también que dicha figura es la de una esfera no muy grande; pues, si no, no haría patentes tan deprisa aquellos cambios al desplazarse uno tan poca distancia.
Tierra esférica en una representación de Dios que mide el mundo con un compás, en una Bible moralisée, c. 1250.
DIÓGENES LAERCIO (siglos II-III)
Vidas de filósofos ilustres (IX, 21)
Parménides fue el primero que demostró que la Tierra es esférica y que está situada en el medio.
DIÓGENES LAERCIO (siglos II-III)
Vidas de filósofos ilustres (VIII, 24-25)
Alejandro en las Sucesiones de los filósofos dice haber hallado en los escritos pitagóricos también las cosas siguientes […] el mundo [es] animado, intelectual, esférico, que abraza en medio a la Tierra, también esférica y habitada en todo su alrededor. Que hay antípodas, nosotros debajo y ellos encima.
EL MUNDO ES UN TABERNÁCULO
COSMAS INDICOPLEUSTES (siglo VI)
Topografía cristiana (III, 1 y 53)
Cosmas Indicopleustes, El cosmos rectangular, ms. plut. 9.28, c.95v, Florencia, Biblioteca Medicea Laurenziana.
Después del Diluvio, en tiempos de la construcción de la torre [de Babel], que constituía un desafío a Dios, cuando los hombres, una vez llegados a gran altura, empezaron a observar continuadamente los astros, por primera vez concibieron la idea errónea de que el cielo era esférico. […] Entonces Dios ordenó a Moisés construir el Tabernáculo según el modelo que había visto en el Sinaí, un tabernáculo que sería la imagen del mundo entero. Moisés lo construyó, tratando de imitar al máximo la forma del mundo, y le dio una longitud de treinta codos y una anchura de diez. Entonces, interponiendo un velo en el centro del Tabernáculo, lo dividió en dos compartimientos, de los cuales el primero fue llamado el Santo y el segundo detrás del velo el Santo de los Santos. El tabernáculo exterior, según el Apóstol divino, era la imagen del mundo visible, desde la Tierra hasta el firmamento. Allí estaba la mesa, y sobre ella había doce panes; sobre la mesa, símbolo de la Tierra, había todo tipo de frutos, uno por cada uno de los meses del año. Alrededor de la mesa había una moldura labrada que representaba el mar que se llama Océano, y alrededor del Océano había a su vez un borde de un palmo de ancho, que representa la tierra más allá del Océano, en cuya parte oriental se encuentra el Paraíso y donde las extremidades del primer cielo, en forma de bóveda, por todas partes se apoyan en las extremidades de la Tierra. Y finalmente Moisés puso en la parte sur un candelabro que iluminaba la Tierra del sur al norte, y puso en él siete lámparas para indicar la semana, y estas lámparas simbolizan todas las luminarias del cielo.
LA TIERRA PLANA DE VOLIVA
L. SPRAGUE DE CAMP Y WILLY LEY
Las tierras legendarias (1952)
Si los pensadores del período anterior a los grandes viajes de descubrimiento podían tener algún argumento a su favor —por lo general, la autoridad de las Sagradas Escrituras, o más bien la interpretación que de ellas daban—, los intentos posteriores de revivir el concepto de un mundo plano murieron al nacer. El más reciente, y sin duda el más famoso, fue el llevado a cabo entre 1906 y 1942 por Wilbur Glen Voliva, jefe de la Iglesia cristiana católica apostólica de Zion, en Illinois.
El fundador de esta secta fue un menudo e inquieto escocés, un tal John Alexander Dowie, que renunció a su ministerio de pastor congregacionista en Australia para fundar una asociación para la renovación de la fe. En 1888 partió hacia Inglaterra para implantar una sucursal en aquel país pero, al pasar por Estados Unidos, percibió el olor de prados más verdes y fundó de inmediato una iglesia en Chicago.
Perseguido, se vio obligado a replegarse hacia Zion, a unos sesenta kilómetros más al norte, donde reinó sin oposición durante casi cuatro lustros, gracias a sus dotes de «consejero de almas», unidas a la habilidad comercial y a la firme oposición a todas las formas de vicio, entre las que se incluía el humo, las ostras, la medicina y los seguros de vida.
El declive de Dowie comenzó cuando se autoproclamó Elias III (es decir, la segunda encarnación de Elias, el profeta; Juan Bautista habría sido la primera), e intentó el asalto a Nueva York. Con este fin, se lanzó sobre la pecaminosa metrópoli junto con sus seguidores apretujados en ocho trenes, y alquiló durante una semana el Madison Square Garden. Los neoyorquinos acudieron en masa a ver al hombre del milagro, pero ante sus ojos apareció una especie de Papá Noel que vociferaba sartas de improperios con un fuerte acento irlandés. Acabaron aburriéndose y se marcharon, dejando plantado al profeta que seguía profiriendo amenazas e insultos.
Pero su destino se lo marcó Dowie con la venta de «acciones» (en realidad obligaciones al diez por ciento de interés), destinada a su vez al pago de intereses sobre acciones ya vendidas. Como era inevitable, quedó atrapado en las leyes de la matemática. Wilbin Voliva, al que Dowie había nombrado imprudentemente su apoderado, mientras él se encontraba en México para comprar una propiedad a la que pretendía retirarse, aprovechó su poder para organizar una rebelión entre los dirigentes de la secta, y de un solo golpe arrebató a Dowie el poder y el dinero. Al poco tiempo Elias III subió al cielo.
Voliva, el sucesor, era un hombre de austera belleza y espesas cejas que, tras haber comenzado su carrera como aprendiz en una fábrica de Indiana y convertirse luego en ministro de la Iglesia, colgó los hábitos y se entregó al dowieísmo. Bajo su férula, se dio una nueva vuelta de tuerca a las ya siniestras y rigurosísimas leyes de la comunidad de Zion, por las que quien fuera sorprendido fumando o mascando chicle por las calles embarradas de la pequeña ciudad se exponía a acabar en la cárcel. Una vez consumado su golpe de Estado, Voliva se dispuso a reorganizar las maltrechas finanzas de la comunidad, y lo hizo tan bien que hacia 1930 el beneficio de las empresas industriales de Zion, que incluían, además de la fábrica de encajes creada por Dowie, una fábrica de barnices, otra de golosinas y otras más, ascendía a seis millones de dólares anuales. […]
En la cosmogonía de Voliva, aparecía el concepto de una Tierra en forma de disco, con el polo norte situado en el centro y a cuyo alrededor se levantaba un muro de hielo. Los que circunnavegaban la Tierra (y el propio Voliva lo hizo varias veces) avanzaban en círculo en torno al centro del disco. Cuando se le preguntaba qué diablos había más allá del muro de hielo que correspondía a la Antártida de los réprobos, Voliva respondía que «no hace falta saberlo»; si se le hacía observar que, según su concepción, el círculo polar antártico (y con él la línea costera del continente antártico) tendría unos sesenta y ocho mil kilómetros, mientras que los que habían circunnavegado la Antártida habían registrado distancias bastante más modestas, Voliva simplemente cambiaba de tema.
Las Antípodas según Cosmas Indicopleustes.
LAS ANTÍPODAS
ARISTÓTELES (siglo IV a. C.)
Metafísica, I, 986a
Basándose en que el número diez parece ser perfecto y abarcar la naturaleza toda de los números, afirman también que son diez los cuerpos que se mueven en el firmamento, y puesto que son visibles solamente nueve, hacen de la antitierra el décimo.
ARISTÓTELES (siglo IV a. C.)
Del cielo, II, 13, 293a
[Los pitagóricos] afirman que en el centro hay fuego y que la tierra, que es uno de los astros, al desplazarse en círculo alrededor del centro, produce la noche y el día. Además postulan otra tierra opuesta a esta, que designan con el nombre de antitierra.
MARCO MANILIO (siglos I a. C.-I d. C.)
Astronómica, 1, 236-246, 377-381
En torno a la Tierra varias estirpes de hombres y de animales
viven, y los pájaros del cielo. Una parte se eleva hasta las Osas
y la otra parte habitable se extiende hacia las regiones australes:
se halla bajo nuestros pies, pero a ellos les parece estar encima
porque su suelo disimula su curvatura
y la superficie del globo se eleva y desciende a la vez.
Cuando el Sol, en el ocaso para nosotros, mira esta región
allí el nuevo día despierta a las ciudades dormidas
y con la luz devuelve a aquellas tierras actividades y fatigas;
nosotros estamos inmersos en la noche y abandonamos nuestros miembros al sueño:
a unos y a otros el mar separa y une con sus olas.
[…]
Debajo de estas [las constelaciones australes] yace otra parte del mundo, inalcanzable para nosotros
y desconocidas estirpes de hombres, y reinos jamás hollados
que reciben la luz de nuestro mismo Sol
y sombras opuestas a las nuestras, con astros que se ponen por la izquierda
y surgen por la derecha, en un cielo inverso al nuestro.
LUCRECIO (siglo I a. C.)
De la naturaleza, I, 1052 y ss.
A este propósito, guárdate bien de creer, Memmio, que todas las cosas tiendan hacia lo que llaman el centro del mundo, y que gracias a ello el universo se sostiene sin ayuda de choques externos, y que ninguna parte de él, ni de arriba ni de abajo, puede escaparse en ninguna dirección, puesto que todo tiende hacia el centro (si realmente crees que hay algo que pueda apoyarse en sí mismo), y que los cuerpos pesados que están en la parte inferior de la tierra tienden todos hacia arriba y descansan al revés, colgados de la tierra, como las imágenes que vemos reflejarse en el agua. Del mismo modo pretenden que los animales andan cabeza abajo, y tan imposible les es caer desde el suelo a las regiones celestes que están más abajo, como a nuestros cuerpos volar por sí mismos hacia los templos del cielo; y que cuando ellos contemplan el sol, nosotros vemos los astros nocturnos, que alternan con nosotros en el cambio de las estaciones, y que sus noches corresponden a nuestros días. Pero esto son quimeras que el vano error hace imaginar a los necios porque han adoptado una teoría absurda.
LACTANCIO (siglos III-IV)
Divinae institutiones, III, 24
¿Y qué decir de quien piensa que existen antípodas opuestas al lugar donde ponemos los pies? ¿Dicen algo convincente o hay alguien tan insensato que crea que existen hombres con los pies más arriba que su cabeza? ¿O que las cosas que entre nosotros están boca arriba allí cuelgan? ¿Que allá los cereales y los árboles crecen hacia abajo? ¿Que lluvia, nieve y granizo caen de abajo arriba? Y se ha dicho que los jardines colgantes son una de las siete maravillas del mundo, ¿y esos filósofos imaginan campos colgantes, mares colgantes, ciudades y montañas colgantes?
¿Qué razonamiento les ha inducido a creer en las Antípodas? Y sin embargo, han visto que el curso de las estrellas va hacia el este, y que el Sol y la Luna se ponen siempre por un lado y salen por el otro. Pero como no saben qué ley regula su curso, ni cómo vuelven de oeste a este, han supuesto que los cielos penden en todas direcciones […] y creyeron que el mundo es redondo como una pelota, y que los cielos giran de acuerdo con el movimiento de los cuerpos celestes; y así el Sol y las estrellas por la rapidez del movimiento de la Tierra retrocederían hacia el este.
COSMAS INDICOPLEUSTES (siglo VI)
Topografía cristiana, I, 14-20
Así rivalizan en evitar que alguien los supere en su descaro o, mejor aún, en su impiedad, ya que no se ruborizan al afirmar que existen hombres que viven en la otra parte de la tierra (esférica). Y cuando un objetor perplejo les pregunta si el Sol va sin propósito por debajo de la Tierra, responden de inmediato y sin preocuparse del ridículo que en la otra parte existen antictonianos con la cabeza hacia abajo, y ríos que van al revés que los ríos de aquí. Y se esfuerzan en ponerlo todo del revés en lugar de seguir las doctrinas de la verdad que muestran la vanidad de los sofismas, y que son fáciles de comprender y llenas de temor de Dios, y procuran la salvación a quienes reverentemente las consultan. […]
Si uno quisiera rebatir mejor el asunto de los antípodas lo desenmascararía de inmediato como viejas fábulas de mujeres. Supongamos que los pies de un hombre sean opuestos a los pies de otro hombre, y que sus dos pies los sostengan a ambos sobre la tierra, en el agua, en el aire, o donde queráis, ¿cómo sería posible que estos dos hombres se mantuvieran ambos de pie? ¿Cómo podría ser que uno estuviera viviendo según la naturaleza y el otro (con la cabeza hacia abajo) contra la naturaleza? Como además, cuando llueve lo hace sobre ambos, ¿es posible decir que la lluvia cae sobre los dos y no que cae hacia abajo sobre el uno o que cae hacia arriba sobre el otro, o que llueve hacia ellos o contra ellos o lejos de ellos? Pero el considerar que hay antípodas nos obliga a pensar también que existe la antilluvia, y cualquiera podrá con una buena razón reírse de estas teorías ridículas, que sostienen cosas incongruentes, desordenadas y contrarias a la naturaleza.