LA TIERRA PLANA Y LAS ANTÍPODAS
En distintas mitologías, la Tierra adopta formas poéticas, a menudo antropomórficas, como la Gea griega. Según una leyenda oriental, la Tierra se apoyaba sobre el dorso de una ballena, sostenida a su vez por un toro, que descansaba sobre una roca, y esta era sustentada por polvo, bajo el que nadie sabía lo que había, solo el gran mar del infinito. En otras versiones la Tierra se apoyaba sobre el dorso de una tortuga.
LA TIERRA PLANA. Cuando se empieza a reflexionar «científicamente» sobre la forma de la Tierra, la opción más realista para los antiguos era creer que se trataba de un disco. Para Homero, el disco estaba rodeado por el Océano y cubierto por el casquete de los cielos, y —según los fragmentos de los presocráticos, a veces imprecisos y contradictorios según los testimonios— para Tales era un disco plano; para Anaximandro tenía forma cilíndrica y Anaxímenes hablaba de una superficie plana, rodeada por el Océano, que navegaba sobre una especie de cojín de aire comprimido.
Parece que solo Parménides intuyó la esfericidad de la tierra, y Pitágoras la consideraba esférica por razones místico-matemáticas.
En cambio, las posteriores demostraciones de la redondez de la Tierra se basaban en observaciones empíricas; véanse, a tal efecto, los textos de Platón y Aristóteles.
Subsisten dudas sobre la esfericidad en Demócrito y Epicuro, y Lucrecio niega la existencia de las Antípodas, pero en general para toda la Antigüedad posterior la esfericidad de la Tierra no es objeto de discusión. Que la Tierra era redonda lo sabía por supuesto Ptolomeo, pues de no ser así no habría podido dividirla en trescientos sesenta grados de meridiano; lo sabía también Eratóstenes, quien en el siglo III a. C. había calculado con bastante aproximación la longitud del meridiano terrestre, considerando la distinta inclinación del Sol, a mediodía del solsticio de verano, cuando se reflejaba en el fondo de los pozos de Alejandría y de Siena, en Egipto, cuya distancia entre sí conocía.
A pesar de las numerosas leyendas que todavía circulan por internet, todos los estudiosos de la Edad Media sabían que la Tierra era una esfera. Hasta un estudiante de bachillerato puede deducir fácilmente que, si Dante penetra en el embudo infernal y sale por el lado opuesto viendo estrellas desconocidas al pie de la montaña del Purgatorio, esto significa que sabía perfectamente que la Tierra era redonda. Y de la misma opinión habían sido Orígenes y Ambrosio, Alberto Magno y Tomás de Aquino, Roger Bacon y Juan de Sacrobosco, por citar tan solo algunos nombres.
En el siglo VII, Isidoro de Sevilla (que no era precisamente un modelo de precisión científica) calculaba la longitud del ecuador en ochenta mil estadios. Quien se plantea el problema de la longitud del ecuador sin duda sabe y cree que la Tierra es esférica. Por otra parte, la medida de Isidoro, aunque aproximada, no difiere tantísimo de las actuales.
Si esto es así, ¿por qué se ha creído durante tanto tiempo, y todavía hoy lo siguen creyendo muchos, incluso autores de libros muy serios sobre la historia de la ciencia, que el mundo cristiano de los orígenes se había alejado de la astronomía griega y había recuperado la idea de la Tierra plana?
Intenten hacer un experimento y pregunten a una persona incluso culta qué quería demostrar Cristóbal Colón cuando pretendía llegar al este por el oeste, y qué se obstinaban en negar los sabios de Salamanca. La respuesta, en la mayoría de los casos, será que Colón creía que la Tierra era redonda, mientras que los sabios de Salamanca creían que era plana y que tras un breve trecho las tres carabelas se precipitarían en el abismo cósmico.
Sandro Botticelli, El abismo infernal, ilustración para la Divina comedia, c. 1480, Ciudad del Vaticano, Biblioteca Apostólica Vaticana.
El pensamiento laico del siglo XIX, irritado por el hecho de que varias confesiones religiosas se oponían al evolucionismo, atribuyó a todo el pensamiento cristiano (patrístico y escolástico) la idea de que la Tierra era plana. Se trataba de demostrar que, del mismo modo que se habían equivocado respecto a la esfericidad de la Tierra, también las Iglesias podían equivocarse respecto al origen de las especies. Así que se aprovechó el hecho de que un autor cristiano del siglo IV como Lactancio (en Institutiones divinae), basándose en que en la Biblia el universo es descrito sobre el modelo del tabernáculo, y por tanto de forma cuadrangular, se opusiera a las teorías paganas de la redondez de la Tierra, porque además no podía aceptar la idea de que existieran las Antípodas, donde los hombres deberían caminar cabeza abajo.
Reconstrucción del cosmos en forma de tabernáculo, en Topographia christiana, de Cosmas Indicopleustes.
Por último, se descubrió que un geógrafo bizantino del siglo VI, Cosmas Indicopleustes, en Topografía cristiana, inspirándose también en el tabernáculo bíblico, había sostenido que el cosmos era rectangular, con una bóveda que se elevaba sobre la superficie plana de la Tierra.
En el modelo de Cosmas, la bóveda curva permanece oculta a nuestros ojos por el stereoma, esto es, por el velo del firmamento. Por debajo se extiende el ecumene, es decir, toda la tierra sobre la que habitamos, que se apoya sobre el Océano y asciende por una pendiente imperceptible y continua hacia el noroeste, donde se alza una montaña tan alta que su presencia escapa a nuestra vista y su cima se confunde con las nubes. El Sol, movido por los ángeles —causantes asimismo de las lluvias, los terremotos y todos los demás fenómenos atmosféricos—, por la mañana cruza de este a sur, por delante de la montaña, e ilumina el mundo, y por la tarde sale de nuevo por el oeste y desaparece por detrás de la montaña. La Luna y las estrellas realizan el ciclo inverso.
Como ha demostrado Jeffrey Burton Russell (1991), muchos libros autorizados de historia de la astronomía que todavía se estudian en las escuelas afirman que la Edad Media no tuvo conocimiento de las obras de Ptolomeo (algo que es históricamente falso) y que la teoría de Cosmas fue la que dominó hasta el descubrimiento de América. Sin embargo, el texto de Cosmas, escrito en griego (lengua que en la Edad Media cristiana solo conocían unos pocos traductores interesados en la filosofía aristotélica), no se dio a conocer en el mundo occidental hasta 1706 y se publicó en inglés en 1897. Ningún autor medieval lo conocía.