Pero lo que aquí nos interesa son las tierras y los lugares que, ahora o en el pasado, han creado quimeras, utopías e ilusiones, porque mucha gente ha creído realmente que existen o han existido en alguna parte.

Una vez dicho esto, debemos establecer todavía bastantes distinciones. Ha habido leyendas sobre tierras que desde luego ya no existen, pero que no hay que excluir que hayan existido en tiempos muy remotos, como por ejemplo la Atlántida, cuyos últimos restos muchas mentes no delirantes han tratado de identificar. Hay tierras de las que hablan numerosas leyendas y cuya existencia (aunque sea remota) es dudosa, como Shambhala, a la que algunos atribuyen una existencia totalmente «espiritual», y otras que son producto indiscutible de una ficción narrativa, como Shangri-La, pero de la que surgen a menudo imitaciones para turistas contentadizos. Hay tierras cuya existencia solo está atestiguada por fuentes bíblicas, como el Paraíso terrenal o el país de la reina de Saba, aunque son muchos, incluido Cristóbal Colón, quienes creyendo en ellas se lanzaron al descubrimiento de tierras que existían en realidad. Hay tierras cuya creación es obra de un falso documento, como la tierra del Preste Juan, pero que incitaron a los viajeros a recorrer Asia y África. Hay, por último, tierras que realmente existen todavía hoy, si bien solo en forma de ruinas, pero en torno a las que se ha creado una mitología, como Alamut, sobre la que planea la sombra legendaria de los Asesinos, o como Glastonbury, vinculada ya al mito del Grial, o como Rennes-le-Château o Gisors, que han adquirido un carácter legendario debido a especulaciones comerciales muy recientes.

En resumen, las tierras y los lugares legendarios son de distinto género y solo tienen en común una característica: tanto si dependen de leyendas antiquísimas cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos, como si son producto de una invención moderna, han originado flujos de creencias.

Y de la realidad de estas ilusiones es de lo que se ocupa este libro.