7

N

igel despertó cuando atracaban.

Dormir había sido de ayuda. Ahora estaba casi bien de la vista; girar velozmente la cabeza sólo le acarreaba una confusión momentánea.

Nikka le había llevado a una litera y él se había negado a hablar. Aún quedaba mucho por delante, podía percibirlo en el parloteo aturullado de las líneas del comunicador. Así pues, durmió durante la larga travesía de ascenso por la abertura. Ahora yacía descansando y escuchaba la línea del Lancer.

¡Maldita sea! Tenemos que movernos.

Sí, sin contar lo que nos va a hacer ese artefacto si intentamos partir después de esto.

¡Demonios! Sí, ese Vigilante ha recibido noticias de la Tierra. Está tan claro como que hemos

Obsérvalo, hay cosas desplazándose por su superficie de nuevo.

Me parece que sólo son luces.

Bob, ¿quieres enviar a una escuadra servoasistida ahí abajo para echar un vistazo?

No. ¿Es que no lo comprendes? No hay tiempo para medidas indirectas.

¡Ted! Mi opinión es que no deberíamos intentar nada tan peligroso. Me refiero a que el Vigilante de Isis nos dejó ir

Escuchadle, se está devanando los sesos sobre cómo puede dejarnos ir, el condenado artefacto, si somos buenos chicos y no causamos problemas. ¡Jesús!

De nada servía intervenir en la algarabía a bordo del Lancer. Su credibilidad era resueltamente escasa, a pesar de haberse demostrado cierta la Regla de Walmsley.

Abandonaron el sumergible y cruzaron el yermo hielo purpúreo. Carlos siguió perorando sobre el consenso del Lancer, sobre la rabia, el horror, pero las palabras alcanzaban a Nigel sin conmoverle.

Se reclinaba en Nikka para sustentarse según se distanciaban del lago, haciendo crujir el hielo a cada paso. Le atenazaba una insidiosa fatiga, que, al mismo tiempo, le acarreaba una vertiginosa claridad.

Su traje tenía marcas chamuscadas donde la gran criatura había intentado, aparentemente, hacer presa en él. No se había dado ni cuenta.

Cerca de las fisuras algo de un curioso gris pálido cubría el hielo. Se extendía por la planicie en largos canales. En algunos sitios daba la impresión de buscar el pleno fulgor solar de Ross.

—¿Qué es eso? —señaló Nigel.

—Una especie de planta que puede crecer en el vacío, supongo —contestó Nikka.

Nigel se detuvo para observarla. Tenía una costra en la parte superior. La golpeó con el puño. Se resquebrajó.

—Parece que aferra el hielo —dijo—. Es maravilloso.

Este leve vestigio le regocijó. La vida había emergido incluso hasta este lugar esquilmado, hostil. La vida, simplemente, proseguía. Ciegamente, sí, pero invicta.

—Se parece un poco a las algas —dijo, agachándose—. ¿Ves cómo se prende al hielo? —Trató de levantar el borde. Con considerable esfuerzo, logró levantar un trozo de un palmo de largo y del grosor de un puño. El hielo estaba agrietado por debajo. Rezumaba una pátina de líquido. Cuando soltó el alga parecida a una torta, cayó pesadamente sobre el hielo.

—Vamos —dijo Nikka, trabajadora siempre eficiente y cuidadosa—. Al refugio.

—Ya voy, amor —repuso Nigel en una parodia del acento inglés.

Se sentía extrañamente pictórico, lleno de encontradas emociones.

Contempló a las cuadrillas que se afanaban en la planicie, bajo un cielo negro. Por un instante, trató de verlas como las vería el Vigilante: sacos de nudosas vísceras, la piel brillante de grasa, con comida adherida entre los dientes, escamosos por el continuo declinar de las células que caían de ellos mientras caminaban, desplazando inmundicias, sacos de tejido adiposo amarillo atrapado entre blancos huesos quebradizos, masas de músculos fibrosos contrayéndose y alargándose para mover una jaula de varillas de calcio, rezumante y hediondos…

Se estremeció. Las culturas de la máquina habían existido en la galaxia desde hacía largo tiempo, desde que el primer mundo habitado cometió el suicido nuclear. Eran un hecho accidental del universo, que había surgido de la respuesta inadecuada de los seres orgánicos. Pero eso no significaba que fuesen a reinar con supremacía absoluta, que su visión fuese más cierta que la oblicua perspectiva de él.

La, Tierra, necesita, toda, la, información que pueda obtener.

¿Con nueve años de retraso?

Ya has oído ese mensaje que recibieron del Pacífico. Allí hay gente a flote. Trabajan con los Espumeantes, hablan con ellos, esperan a que esos objetos anfibios grises asciendan a la superficie después de hundirse en el mar

Tiene razón, hemos de obtener información, descubrirlo que está ocurriendo, cómo funcionan estos Vigilantes, y enviarlo a la Tierra para ayudarles.

Es cierto, Ted, tenemos que

Escuchad, yo estoy tan abrumado como cualquiera de vosotros por toda esta demora, pero creedme, deseo que alcancemos un consenso pleno.

¿Qué demonios estás diciendo?

Si no actúas, Ted, podemos reemplazarte rápido, muy rápido

Mucha gente puede hacerse cargo de inmediato, tomar el mando.

Claro, escuchad, podría ocurrir que el Vigilante todavía no haya recibido la historia completa desde la Tierra. Esas naves grises deben estar muy atareadas.

El Vigilante es viejo, lento.

Si lo atacamos ahora puede que lo cojamos por sorpresa.

Deja de andarte con rodeos, Ted.

Sí, ya tienes el criterio general de la reunión.

O haces algo, y rápido, o votamos tu destitución.

Es tan simple como eso.

Entiendo vuestra inquietud y si solamente me dejarais pensar.

Lo pongo en duda, señor Presidente.

No. Esperad, dejadme preguntar… ¿Bob?

¡Ah! Sí, ¿Ted?

¿Tenemos vía libre?

Todo está revisado.

De acuerdo, pues. Voy a ordenar a Propulsión que ponga en ignición la antorcha de fusión.

¡Eso es magnífico!

¿Doy por sentado que tengo la aprobación de todos vosotros? ¿Tiene alguien algo más que añadir?

Todo está en regla, Ted.

El equipo está preparado.

Nigel se estremeció. Ted había utilizado el consenso durante mucho tiempo, y ahora este lo estaba utilizando a él.

—¿No creéis que deberíamos entrar? —inquirió Nikka.

—Esa burbuja de aire no nos suministrará protección alguna. Todo lo contrarío, si te despojases del casco.

Carlos exclamó.

—¡Mirad! Están poniendo en marcha el Lancer. —Luego, quejumbrosamente añadió—: No nos van a evacuar primero.

—El Vigilante está en activo. Puede destrozar nuestra lanzadera —repuso Nigel, mirando a Carlos.

El hombre estaba haciendo un esfuerzo por resultar más autoritario ahora, hablaba con mayor intensidad y usaba frases más abruptas. Sin embargo, no era convincente. Respuesta inadecuada. Sí, ese era el quid de la cuestión, la respuesta errónea a uno de los problemas inherentes a la vida orgánica. Las máquinas carecían de necesidades sexuales; podían reproducirse mediante un molde.

Y podían alterarse a sí mismas a voluntad, una forma de evolución voluntaria.

Los seres orgánicos estaban divididos para siempre por los vínculos, eficientes pero también aislantes que se creaban entre los dos sexos. Dos visiones del mundo dos dinámicas que coincidían sólo parcialmente. Dos seres que deseaban al otro, aunque nunca podían ser totalmente el otro, sin importar que la cirugía o las simulaciones prometieran una liberación fugaz, falsa. Nunca se deja de ser quien eres en realidad, separado, diverso y anhelante, en la oscuridad que forjas para ti mismo.

Por encima, en la noche cerrada, el Lancer entró en movimiento. Giró sobre su eje y dirigió la emanación de la antorcha en dirección al Vigilante. Hombres y mujeres permanecían en la planicie baldía y contemplaban el punto plateado que era su hogar. El Lancer trepidó con renovada energía. Los campos magnéticos se aglutinaron, impelidos por el flujo vital activado.

—Espero que reduzcan a cenizas al maldito artefacto —dijo Carlos furiosamente.

—Nigel, no me gusta esto —susurró Nikka. Nigel repuso lacónicamente.

—Escucha. Lo están llamando un ataque exploratorio.

—Es venganza —dijo Nikka.

—No seas tan cobarde —imprecó Carlos con rudeza—. Ya era hora de que alguien hiciera algo.

Nigel enarcó las cejas como orugas de un gris acerado.

—En efecto. Aunque no esto.

Ásperas luces anaranjadas recorrían al Vigilante. Lo entrecruzaban franjas azules. Un halo de rutilantes motas de un amarillo encendido apareció en torno al Lancer al cobrar vida la impulsión. La antorcha de fusión requería una mezcla de deuterio y otros isótopos para iniciar la combustión.

Carlos empezó a decir:

—Apuesto a que nunca antes ha visto un propulsor de fusión, o habría sido más… —Y el cielo explotó.

Una gota flamígera brotó de la emanación del Lancer. El activado de la fusión exhaló plasma ionizado en una línea rugiente que golpeó al Vigilante.

—¡Jesús! —gritó Carlos—. Eso va a calcinarlo, sin duda.

Inaudible, el torrente manaba hacia el frente, salpicando de gallardetes azules, dorados y carmesíes, la piedra gris y el metal deslucido del Vigilante.

—Esto es un mero espectáculo —comentó Nigel. El plasma arqueado iluminó la llanura que les rodeaba, arrojando sombras grotescas—. En realidad son los rayos gamma de alta energía los que están haciendo el auténtico daño.

—¿Cuánto tiempo puede…? —preguntó Nikka.

—El Lancer puede prolongar esto durante horas, pero… ¡Ah! ¿Ves?, ya está alterando la órbita debido a la reacción.

—Esa condenada cosa ya estará frita. Adiós…

Hubo una agitación procedente del Vigilante.

Un fino chorro de crepitantes llamas naranjas salió disparado hacia delante, cubriendo la distancia hasta el Lancer tan raudo que al instante pareció una barra de luz entre los dos. Envolvió las líneas de flujo de la tobera magnética y la emanación. Lamía y devoraba la nave, ovillándose por los largos túneles magnéticos, difundiéndose hasta los conductos impulsores, quemándolo todo, corroyendo los elementos electrónicos, el flujo vital y a los humanos del interior.

El propulsor del Lancer chisporroteó. Se apagó. La llama naranja del Vigilante prosiguió en su silencio profundo, letal, cortando, calcinando e hirviendo.

Un grave lamento surgió del grupo de la línea del comunicador. Nigel permaneció rígido, el pecho comprimido. Al hacerlo buscaba un punto de apoyo.

Deberíamos haberla llamado Sífilis[3], pensó. Miró a los cráteres ciegos de alrededor: cuencas que no parpadeaban.

En lo alto, una zona del Vigilante estalló en una lluvia carmesí violeta. El humo silencioso y los escombros hicieron que se propagara una niebla gris.

—Algo en el haz de rayos gamma ha desencadenado una reacción retardada —murmuró Nigel.

… y se experimentó a sí mismo de nuevo, después de tantos años, viviendo en un lugar absolutamente en blanco y esperando a que algo ocurriera para escribir en él. El tiempo era como agua vertida en una canción alegre y sublime. Esa calidad que los alienígenas de Marginis habían intentado aportar a los humanos y de la que Nigel había conseguido un fragmento, ellos habían venido portando la revelación, esa unión con el mundo de la que carecían las máquinas, esa unión que las máquinas perseguían y conocían únicamente como una ausencia abismal.

Nigel vio en un instante, según se enfriaba la llama del Vigilante, que la había perdido hacía años, al atarse a los hechos mediante las cuerdas de la cautela que le llevaron a pique, arrastrándole debajo de las olas y la había vuelto a encontrar ahora, al caer en esa gran noche perpetua que había debajo de sus pies.

Ahora se sentía vacío, el pasado le había sido arrebatado, estaba libre del bagaje de la edad y de la muerte y tenía que ser el Iluso de Walmsley, de nuevo libre para calibrar cada momento por lo que era, escabullámonos todos de aquí una, de estas noches.

¡Heridos! ¡Dios!, cuántos son. Mira esos indicadores.

¿Qué ha sucedido? ¿Qué ha ido mal?

… una interminable conversación cruzada y bulliciosa, de humanos o Espumeantes o EM. Todos emergiendo de las profundidades, con el atronador parloteo de las mentes, privados para siempre de la integración recíproca aunque buscaban, hablaban, gimoteaban…

Fallo eléctrico general a bordo. Parece que

¿Dónde están los índices de Soporte Vital? Recibo muy pocos.

Aspiró una bocanada de aire, y se dio cuenta de que había estado conteniendo el aliento.

Pensó en las bestias de abajo. Había la posibilidad de una alianza natural, ellas conocían lo acuciante de la mortalidad, sentían el acicate inmemorial que llevaba hacia adelante y vayamos en busca de emocionantes aventuras entre los Injuns.

… en medio de toda la vorágine y el desmoronamiento…

… en el territorio… pero ahora todos estaban en el territorio, en la región de lo extraño. Aunque, vinculados a la Tierra y a los Espumeantes y a los seres mudos, enormes y pródigos en sangre de debajo, mediante ciclos de comunicación, y de muerte inevitable.

El Vigilante ha sufrido daños, señor, pero sigue en activo. Registro señales procedentes de él.

Maldita sea. No lo hemos conseguido.

Una señal débil del Lancer, nada en el comunicador de la nave.

Montones de heridos, les cogió a la mayoría en la sala.

¿Ted? ¿Qué pasa con Ted?

Nada.

Ted nunca había sido capitán y nunca había tenido una nave.

¡El propulsor está apagado! ¡Lo ha hecho estallar! No disponemos de ningún medio para ir a casa.

Las voces continuaron resonando, llenas de pánico.

Él había estado aquí antes, en la tierra de la derrota decorosa. Pero ellos no.

Rememoró el clamor de radio que llevaba a los EM por su agostado mundo rojo. Rememoró las atronantes canciones que había oído en el océano situado debajo de sus pies. Rememoró el atropellado mensaje recibido desde la Tierra sólo unas horas antes, acerca del hombre, Warren, y sus palabras deslabazadas sobre los Espumeantes.

Rememoró cómo la humanidad le parecía un mar interminable de conversaciones irreflexivas y automáticas como el respirar.

Toda la miríada de voces, y yo dije: de acuerdo, eso me conviene. Podía oírlos a todos —EM, Espumeantes, humanos— desde Viruelas, no era preciso viajar de regreso a la Tierra, y el diálogo orgánico, incesante y demencial, proseguiría.

Nikka musitó.

—Tantos… desaparecidos…

—Sí.

—Ahora estamos… estamos como los Espumeantes. Lejos de casa y sin medio alguno de volver.

Carlos comenzó a sollozar.

Se derrumbó sobre el arenoso hielo púrpura. Lo golpeó con el puño.

—¡Estamos solos! —gritó—. Todos moriremos aquí.

Hubo un silencio prolongado en la inhóspita llanura pelada. Luego:

—Probablemente —repuso Nigel. Y, por alguna razón, sonrió.