H
acia abajo, en un océano de luz. El sumergible era un huevo de pascua brillante, vistoso, con lentejuelas de luces irisadas. Difundía un fulgor tenue sobre las voluminosas vertientes de hielo de dióxido de carbono que amurallaban el orificio. Los motores vibraban. En la angosta cabina, el aire era gélido y la presión subía.
El análisis de reconocimiento del Lancer había localizado docenas de zonas calientes en la superficie. Eran grietas en las capas de hielo, donde las corrientes calientes de debajo se habían abierto paso por las fallas fracturadas de los continentes de hielo. Las cadenas montañosas de hielo y roca se movían y desplazaban con gravidez tectónica, quebrándose, plegándose y disgregándose.
Esta luna era más grande que Ganímedes. Debajo de su piel de hielo circulaba un enorme volumen de aguanieve y líquido. En el centro, un núcleo de roca y metal se iba calentando con la descomposición de los elementos radiactivos. La Tierra misma adquiría la mayor parte de su calor interno de la descomposición del radio y el uranio. Aquí, el calor de abajo buscaba una salida, actuaba sobre el fino casquete esférico de hielo, se difundía hacia arriba, hallaba una abertura acá, un debilitamiento allá, y, por último, emergía a la superficie en una efímera victoria.
Cuando el flujo irrumpía con fuerza, los líquidos que escapaban erigían volcanes. Desde sus coronas y laderas, el vapor ascendía incesantemente. Creaban llanuras jalonadas de lagos cuando menguaban las corrientes. Las cuadrillas de tierra habían elegido un manantial en calma, para no tener que luchar contra fuertes turbulencias cuando el sumergible descendiera en su búsqueda.
La abertura se ensanchaba según procedía la inmersión. A la luz de los proyectores ambarinos, pasaban de largo fragmentos de hielo a la deriva. Descendieron varios kilómetros a través de soluciones de amoníaco, aguanieve de dióxido de carbono, cristales de metano, y resplandecientes cascotes de detritus. La rotación de la luna agitaba los granos de las rocas, manteniéndolos en suspensión liviana como una rielante cortina delante de las luces encendidas.
Alcanzaron una zona de agua razonablemente pura. Carlos desplegó un saco enorme y lo enfiló con la corriente. Se rizó, llenándose; era resistente a pesar de tener únicamente una molécula de grosor. Carlos enseñó a Nikka cómo enganchar flotadores al extremo del saco en tanto que operaba el tablero. Halló una fuerte corriente ascendente. A una indicación suya, ella soltó los flotadores y el saco autosellado. Conducido por los flotadores, ascendió por la abertura. Emergería a la superficie del lago, sería arrastrado a la orilla y un espectrómetro de masas separaría el raro deuterio. Los motores de fusión del Lancer podían hacer arder el deuterio, como apoyo a las reacciones que se producían en la antorcha de fusión.
—Un registro elevado en los detectores de impurezas —observó Nigel.
—Hay todo un corolario de sustancias ahí afuera —murmuró Carlos. Había guardado silencio desde la inmersión. Tenía el rostro crispado por pensamientos en conflicto y mantenía su atención puesta en la compleja media luna del tablero de control.
—¿A qué se asemeja? —Nikka se había adelantado después de liberar los flotadores manualmente.
—A un caldo de pollo, en efecto. O el equivalente de Ross 128 —repuso Nigel desde la litera de pared en la que yacía.
—La Sección Científica va a bajar dentro de unos días para tomar muestras de profundidad —dijo Carlos.
—Es interesante. Hay sustancias de gran peso molecular. Y radicales libres, también.
—Este agua es demasiado fría para producir radicales libres espontáneamente —remarcó Nikka—. No existe ninguna fuente de energía.
—Cierto. —Nigel frunció el ceño—. Os imagináis…
—Carlos, quiero hablar con esos pasajeros tuyos.
—Es la quinta vez que llama —anunció Carlos. Nigel bostezó.
—Pobre tipo. Pregunta si hay novedades.
—Ted, esta situación está realmente fuera de control y deseo hacer lo que es…
—Lo sé. Ese arrebato que os ha embargado a todos, realmente ha puesto en tela de juicio tu lealtad. Lo sé, Carlos.
Nigel susurró.
—Suena muy sensato y condescendiente. Es un hombre de recursos este Ted.
Nikka sonrió y le hizo callar.
—Es un maravilloso actor. No lo había apreciado hasta ahora.
Carlos había hablado poco en la última hora. El alivio de conversar con un tercer grupo le había hecho franquearse.
No podía ocultar su confusión e incertidumbre, mas esto aparecía como una resistencia a responsabilizarse de sus actos; o así lo interpretaría Landon, supuso Nigel. Landon escuchaba y conferenciaba con el director de la Operación «Viruelas». Los equipos de superficie estaban enojados por la violación de las reglas y el posible daño —principalmente al equipamiento; bueno era recordar lo que resultaba reemplazable— en el caso de que Carlos encallase.
Aunque, si se mantenía apartado de las paredes de la abertura, tenía sentido dejarle seguir adelante, localizando corrientes de agua pura y llenando los sacos como lágrimas. Landon conferenció un poco más y aprobó provisionalmente que Carlos siguiese abajo. Si algo cambiaba, o se deterioraba el estado de Nigel, sin embargo…
—He traído un filtro conmigo —intercaló Nigel.
—Me estaba preguntando cuándo iba a tener noticias del gran personaje. Debo decir que esto está en concordancia con toda tu carrera. Cuando estás bajo presión, te desmoronas.
Había una caballerosa gelidez en la voz de Landon. Ambos, por supuesto, estaban hablando en beneficio de cualquier revista de a bordo en el futuro.
—Estoy atravesando una fase de transición, diría más bien. Atemperándome. Se trata de un proceso maravilloso. Mitiga las flaquezas. Reduce las tensiones internas.
—Bien, aguardaremos hasta tu votación obligatoria. No creas que el consenso no vaya a tener en consideración esta escapada.
—Yo he venido con él, Ted —dijo Nikka—. ¿Quieres silenciarme a mí también?
—No te comprometas —le interrumpió Carlos—. Ted, espero que entiendas que ella está muy trastornada y que realmente no…
—Me hago cargo. Bueno, podría haberme pasado sin esta rodaja de porquería que me has puesto en el plato, Nigel. Las cosas están revueltas aquí de por sí, debido a las noticias de la Tierra. Ahora estamos esperando una actualización y tendré que replantearlo todo si…
—¿Qué noticias hay? —preguntó Nikka.
—Estamos recibiendo una onda transportadora desigual. Más actividad termonuclear, al parecer. Los satélites logísticos parecen haber corrido la suerte que todo el mundo predijo, anulados completamente. Hay también informes de vehículos alienígenas en órbita. Algunos están amerizando en los océanos.
—Dios mío —dijo Nikka quedamente.
—Sí. Y Nigel escoge este momento para sacar a relucir una de sus…
—Eres algo desdeñoso con la causalidad, ¿no te parece? —repuso Nigel con aspereza—. Tú ya tenías señales de advertencia sobre la situación en la Tierra, se ha estado fraguando durante una semana. Por lo que pensaste en meterme en una cámara mientras todo el mundo estaba distraído. No es accidental que todo esté ocurriendo a la vez. Sólo que no está saliendo como habías planeado, ¿verdad?
—Paranoide, Nigel, auténticamente paranoide.
—Está por ver. Si nos quedan amigos ahí que voten por mí…
—¿Después de esto? No apuestes por ello.
Nigel hizo una mueca de irritación.
—Esta charla no sirve de nada. Carlos, ¿qué es lo que hay en el sonar? Una estructura grande en el cuadrante izquierdo.
—Cierro la transmisión —masculló Carlos. El trabajo tenía prioridad sobre todo lo demás. Viró para ponerse a babor de una corriente descendente.
—Eso lo has hecho para cortarle la comunicación —repuso Nigel amablemente—. No hace falta que nos aislemos de todo.
—Si chocamos con uno de esos icebergs…
—Eso no significa que tengamos que mantenernos alejados varios kilómetros. Bien podemos explorar un poco mientras estamos esperando al verdugo.
—Nikka, ¿te importaría desplegar una bolsa? Estamos obteniendo buenos porcentajes aquí.
Ella retrocedió hasta los mandos. Los bastidores de los flotadores y los sacos estaban esmeradamente ordenados en el gran pañol que ocupaba la mayor parte del volumen de la nave. Operó los grandes controles que estaban en la parte frontal del pañol.
—¡Fuera! —Se oyó un dump seguido de un uuuush a modo de respuesta.
Carlos asintió con la cabeza. Nigel avanzó hasta el asiento del copiloto y se arrellanó en él, estudiando el tablero. Le recorrió una cosquilleante sensación. Carlos se inclinó sobre los controles dispuestos en media luna, ensimismado. Había mostrado unas respuestas típicamente masculinas durante la charla con Landon. Sucedía así con frecuencia cuando la conversación implicaba sobre todo a hombres; cada uno estaba ansioso por decir algo, esperando a que el otro acabase para tener la preciada oportunidad de imponer su criterio personal. Nigel lo había hecho con la frecuencia suficiente para reconocer el modelo. Pero lo nuevo para él era, de hecho, el reconocerlo. Se había pasado la vida dirigiendo, manipulando la conversación del modo en que quería que se desarrollase. Delimitando, siempre delimitando. Había otras formas de proceder, senderos menos fatigosos. Esos los había aprendido lenta, gradualmente. El hecho de que Carlos mostrase signos reconocibles significaba que extraía por sí mismo una sensación de identidad. Bien. Aunque ello prometía problemas en las próximas horas.
—¿Lista para soltarlo? —dijo Carlos.
—Cierre desplegado. Uno, dos, ya. —Nikka se dirigió a la parte delantera, restregándose las manos en el suéter carmesí.
—¿Te importaría girar un poco al noroeste? —preguntó Nigel afablemente.
—¿Para qué? La corriente está discurriendo hacia el cuadrante mayor.
—Hay un espectro óptico procedente de allí.
—¡Ah! Vale.
Hacia la tiniebla. Se sumieron en la oscuridad, con el gemido servicial de los motores como un lamento agudo, estridente, en el que apenas si reparaban. La oscuridad les atenazó y sustrajo toda sensación de dirección salvo la presión de la gravedad amortiguada de Viruelas. Buscaron un destello, pero en las cambiantes corrientes el vehículo no lograba mantener el rumbo.
Constituía una de las sutiles ironías de la historia, pensó Nigel, que este vehículo fuese, a la postre, el resultado clásico del arte de la guerra, restringido. Los submarinos se habían convertido en los portadores de la muerte termonuclear casi un siglo antes. Las superpotencias construyeron sofisticadas naves que podían resistir inmensas presiones, buscar a cualquier enemigo, sobrevivir y rastrear en una oscuridad extrema. Cuando fueron exploradas las lunas jovianas, fue natural utilizar semejante tecnología para penetrar la costra de hielo, hurgando en los mares que se hallaban bajo la misma. El emparejamiento entre la guerra y la ciencia continuaba, a pesar de ocasionales disputas domésticas. Así pues, el Lancer había transportado un equipo de sumergibles, para el caso de que los océanos abiertos fuesen escasos en los planetas y tuvieran que penetrar en una luna.
Entrecerró los ojos ante la tenebrosa negrura que tenían ante ellos. Sabía, con terminante certidumbre, que esto era todo lo lejos que iba a ir. Había resistido durante un tiempo, pero ahora se estaba cansando. Unas cuantas horas, un gesto desdeñable de desafío y, seguidamente, un regreso triste, amargo.
Al carajo, pensó inusitadamente, no voy.
Había algunas cosas que un hombre no estaba dispuesto a hacer.