7

C

uando despertó estaba muerto.

Una negrura extrema, un silencio total. Nada.

Ningún olor. Debería haber el aroma limpio, eficiente de un centro médico.

Ningún murmullo de pasos de fondo. Ningún zumbido de aire acondicionado, ningún susurro lejano de conversaciones. Ningún timbre de teléfono.

No podía sentir nada de la presión de su propio peso. Ninguna fría mesa o sábanas almidonadas le rozaban la piel.

Habían desconectado todos sus nervios externos.

Sintió un ramalazo de temor. Pérdida de los sentidos. Hacer eso requería encontrar los nervios mayores según se enroscaban por la columna. Entonces un técnico médico tenía que separarlos del nudo enmarañado que formaban en la nuca. Una labor delicada.

Le estaban preparando para las Cámaras de Sueño. Aislarlo hasta este punto significaba que le metían en almacenamiento semipermanente. Lo que significaba que no había pasado el examen del montaje médico, ni remotamente.

Pero nunca te metían en la cámara sin avisarte. Hasta la gente con una enfermedad crítica tenía que despedirse, retocar detalles, prepararse en la medida de lo posible.

Lo que significaba que Ted había mentido. Su conducta suave, casual, trayendo a Carlos para desviar la atención de Nigel sobre el otro hombre. Sí, ese era su estilo. Evitar la confrontación, luego actuar drásticamente. Con la Regla de Walmsley desacreditada, su argucia descubierta…, un buen momento para quitarse de encima el perorar molesto, insidioso, de Nigel.

El montaje médico probablemente había sacado a la luz alguna información incriminadora, pero eso, ciertamente, no bastaba para meterle en la cámara sin avisarle. No, tenía que ser un pretexto…, uno al que pudiera dar contestación sólo años más tarde, en la Tierra.

Luchó contra la creciente confusión de su mente. Tenía que explorar esto, pensar.

¿Estaba completamente muerto? Aguardó, dejando que su miedo se disipase.

Concéntrate. Piensa en la quietud, en la inmovilidad…

Sí. Allí.

Experimentó un rumor débil, regular, que podía ser su corazón.

Detrás, como desde muy lejos, venía un aletear de pulmones lento, tenue.

Eso era todo. Sabía que los nervios internos del cuerpo estaban escasamente distribuidos. Proporcionaban sensaciones vagas, indistintas. Pero era suficiente para indicarle que las funciones básicas seguían en activo.

Había una presión sofocada que podía ser la vejiga. No podía captar nada específico de brazos o piernas.

Intentó mover la cabeza. Nada. Ninguna retroalimentación.

¿Un ojo abierto? Negrura únicamente.

La piernas… probó con ambas, confiando en que sólo hubieran desaparecido las sensaciones. Podría ser capaz de detectar una pierna moviéndose por un cambio de presión en alguna parte de su cuerpo.

Ninguna respuesta. Pero, si podía sentir la vejiga, debería haber recibido algo de retorno procedente del peso desplazado de una pierna.

Eso implicaba que su control motriz inferior estaba desconectado.

Le atenazó el pánico. Era una sensación fría, quebradiza. Normalmente, una emoción tan fuerte entrañaría una respiración más honda, unos latidos más fuertes, la contracción de algunos músculos, una premura cosquilleante. No percibió nada de eso. Había sólo un torbellino de pensamientos en conflicto, una inquietante bifurcación en su mente cual un relámpago estival. Esto era ser un ente analítico, una máquina, una matriz móvil de cálculos, carente de enlaces químicos o glandulares.

No habían cesado o, de lo contrario, nunca hubiera vuelto a despertar. Algún técnico había desenchufado. Había apagado algún centro nervioso en alguna parte, utilizando interruptores como cabezas de alfiler, oprimiendo, tal vez, algún filamento de más.

Trabajan en la gran juntura entre el cerebro y la médula espinal, en la base del cráneo. Era como un gran cable, y los técnicos se orientaban mediante análisis retroactivos. Era fácil que las fibras nerviosas microscópicas se embrollasen. Si el técnico estaba trabajando deprisa, pendiente de la hora del café, podía reactivar las funciones cerebrales conscientes y no reparar en ello en el microscopio hasta más tarde.

Tenía que hacer algo.

El pánico extraño, frío, volvió a hacer presa en él. ¿Adrenalina, sobrante de momentos previos? ¿Una respuesta psicológica profunda? Tenía miedo ahora, pero no se daba ninguna sinfonía corporal por respuesta. Sus subsistemas de glándulas estaban fuera de servicio.

No había forma alguna de apreciar cuan rápido pasaba el tiempo. Contó latidos del corazón, pero el ritmo de su pulso dependía de tantos factores…

Vale, entonces. ¿Cuánto tiempo le quedaba? Le constaba que hacían falta horas para desconectar un sistema nervioso, amortiguar las zonas linfáticas, drenar la sangre de residuos. Horas. Y los técnicos delegarían buena parte de la tarea en el automático.

Se apercibió de una tenue sensación de fondo de escalofrío. Pareció extenderse según le prestaba atención, inundando su cuerpo, acarreando una quietud plácida, suave…, un zozobrar…, un resbalar despacio hacia el sueño.

Muy dentro de él, algo dijo no. Se obligó a pensar en la negrura y el frío furtivo. Los técnicos siempre dejaban una vía libre al exterior, a fin de que, si algo iba mal, el paciente pudiese hacer una señal. Era una precaución a tomar en situaciones como esta.

¿Las pestañas? Probó con ellas, no sintió nada. ¿La boca? Igual.

Se puso a pensar en los pasos necesarios para formar una palabra. Constreñir la garganta. Expulsar el aire a un ritmo más rápido. Mover la lengua y los labios. Nada.

Ningún leve murmullo resonando en las cavidades de los senos para indicarle que los músculos funcionaban, que el aliento hacía vibrar las cuerdas vocales.

El método más fácil de meterte en la cámara era anular toda una sección del cuerpo. Debía de ser eso lo que estaba ocurriendo. Exacto. La cabeza bloqueada, las piernas bloqueadas. Los pies inertes, también. Y los genitales, pensó Nigel con ironía, no estaban bajo control consciente ni en los mejores momentos.

Los brazos, pues. Probó con el izquierdo. Ninguna variación de presiones internas por respuesta. Pero ¿cuán grande sería el efecto? Podía tener la mano levantada en el aire, y no lo sabría nunca. Intenta con el derecho. De nuevo, no había manera de apreciar si…

No, espera. Una sensación difusa de algo…

Procura recordar qué músculos hay que mover. Había ido por la vida con una retroacción inmediata de cada fibra, andándole a su cuerpo, cada gesto sugiriendo el siguiente. Ahora tenía que analizar con precisión.

¿Cómo hacía que se alzara el brazo? Los músculos se contraían para tirar en un extremo del brazo y el hombro. Otros se relajaban para dejar que este oscilara. Lo intentó.

¿Era aquello un peso por respuesta? Liviano, demasiado liviano. Tal vez fuese su imaginación.

El brazo derecho podía estar proyectándose para arriba, y él no lo sabría. Los asistentes lo verían, empero, y acudirían a él, preguntarían qué estaba pasando… a menos que no estuviesen por aquí. A menos que hubiesen salido a tomar café, dejando al cuerpo viejo y marchito sumiéndose gradualmente en un éxtasis a largo plazo, con el montaje médico comprobado para cerciorarse de que nada fallaba en la avejentada carcasa…

Supón que el brazo funciona. Aunque alguien lo viera, ¿era eso lo que quería? Si volvían a animar su cabeza, ¿qué haría? ¿Demandar sus derechos? Ted, indudablemente, había previsto esa coyuntura. Con toda seguridad los asistentes tenían órdenes de meterle en una cámara, sin importar lo que dijera. Por su propio bien, ya sabéis.

Desesperado, detuvo su concentración, obligó a los músculos a quedar fláccidos repentinamente.

Y fue recompensado con un tump por respuesta.

Había golpeado la mesa. Bien, funcionaba.

Esperó. Nada le llegó en la negrura. Ningún asistente vino presuroso a corregir el error.

Probablemente estaba solo. ¿Dónde?

No en una cámara, de lo contrario no hubiera sido capaz de pensar con claridad. En la mesa de operaciones de un montaje médico, pues.

Intentó recordar la disposición. Las terminales de acceso estaban a ambos lados, monitorizando el cuerpo. Así que, tal vez, si se extendía, la mano derecha podía alcanzar la mitad de los conmutadores de entrada.

Se concentró y volvió a levantar el brazo. Probablemente la mano funcionaba; habría sido demasiado complicado desconectarla mientras que el brazo continuaba animado. Hizo memoria meticulosamente, bajó el brazo, girándolo…

Un golpe. ¿Alguien aproximándose? No, demasiado cerca. El brazo había fallado.

El equilibrio iba a ser difícil. Practicó girando el brazo sin levantarlo. No había forma de saber si tenía éxito, pero algunos movimientos parecían correctos, familiares, en tanto que otros no. Procedía sin retroacción, tratando de suscitar la sensación exacta de girar el brazo. Inclinándolo hacia el lado, sobre el borde. Moviendo los dedos.

Se detuvo. Si golpeaba el control equivocado podía desactivar el brazo. Sin nervios externos, no había modo de apreciar si estaba haciendo lo apropiado.

Pura suerte. De haber sido capaz, Nigel se hubiera encogido de hombros.

Qué demonios.

Probó fortuna con los dedos estirados. Nada.

Manipuló y, de alguna forma, tuvo la certeza mediante pautas indiferenciadas, de que sus dedos estaban tocando el costado de la mesa.

La certidumbre venía de abajo, una sensación holística de alguna índole que procedía de la fina trama de nervios que tenía en su interior. El cuerpo no podía ser completamente separado en pedazos; la información se propagaba, y el riñón, el hígado, los intestinos enmudecidos sabían de alguna difusa manera lo que sucedía en el exterior.

Una tenue presión por respuesta le indicó que sus dedos se habían cerrado sobre algo, apretándolo. Hizo que los dedos girasen.

Nada ocurrió. No era un mando. ¿Un botón?

Probó para abajo. En las cavidades de los senos experimentó ligeras sacudidas. Debía de estar golpeando la mesa con fuerza, para hacer eso. Sin retroacción no había forma de juzgar la potencia. Aporreó, una sacudida. De nuevo. De nuevo.

Un frío temblor recorrió su pantorrilla derecha. Lo inundó el dolor. Su pierna sufrió espasmos. Trepidaba sobre la mesa, golpeando el montaje médico. La súbita avalancha de sensaciones le dejó atónito. En la impetuosa avalancha apenas podía distinguir el dolor del placer.

La pierna golpeaba la mesa como un animal frenético. Su sistema autónomo estaba procurando mantener la temperatura corporal con espasmos musculares, absorbiendo la energía del azúcar restante en los tejidos. Una reacción normal; ese era un motivo por el que estaba desconectado. Pero había activado una red neural, esa era la cuestión. Golpeó ciegamente con los dedos de nuevo.

Frío en aumento en su sección media. De nuevo.

Más frío, ahora en el pie derecho. De nuevo.

Una picazón en los labios, en las mejillas. Aunque no eran sensaciones plenas; no podía percibir el pecho ni los brazos. Empezó a presionar otro botón y, seguidamente, se detuvo, reflexionando.

Hasta ahora había tenido suerte. Estaba abriendo las redes sensoriales. La mayor parte de su lado derecho estaba transmitiendo datos externos.

Su pierna estaba trepidando menos ahora, según la sometía a control.

Pero si a continuación tocaba el botón interruptor de su brazo derecho, estaba acabado. Yacería allí desvalido hasta que volviesen los técnicos.

Nigel movió el brazo sobre la mesa. Lo hizo desplazarse torpemente por el pecho. Su control motriz debía extenderse hasta el pecho superior y los hombros para permitirle hacer esto, aunque, sin ninguna entrada procedente de allí, no sabía cuánto podía moverlo.

Instó a los músculos a desplazarse a la izquierda. Le asaltó una extraña impresión de balanceo. Una tensión en alguna parte. Músculos esforzándose, trabados, apretando y alargándose, una distensión… Más…

Un cálido endurecimiento en la mejilla. La nariz oprimida contra algo, pero no percibía ningún olor. La tapa de la mesa. Se había volteado parcialmente.

Sintió un cansancio creciente, difuso. Los músculos del brazo estaban transmitiendo al cuerpo circundante su agonía, nutrida por el incremento de moléculas portadoras de azúcar consumidas.

No había tiempo para descansar. Los músculos tendrían que seguir funcionando. Instó el brazo a tenderse por encima del costado izquierdo de la mesa. No lograba experimentar nada, pero ahora no podía incurrir en ningún error fatal.

Golpeó hacia abajo al azar, buscando. Una punzada de dolor atravesó su lado izquierdo. Tras ella, vino un frío cortante. Racimos de músculos empezaron a agitarse violentamente, enviando un dolor ondulante por su lado izquierdo.

Volvió a golpear con los dedos. La luz se derramó sobre él. Había acertado a la red del nervio óptico. Un color rojo intenso, pleno. Se percató de que sus ojos seguían cerrados. Los abrió. Penetró el amarillo. Los cerró de nuevo ante el resplandor y aporreó de nuevo. Un olor seco, frío a hospital. Otro golpe. Le inundó el sonido. Un resonar mecánico, un zumbido remoto, el rumor de los ventiladores de aire. Ninguna voz.

Entornó los ojos. Estaba tendido en una mesa blanca, mirando a las luces fluorescentes. Ahora que podía ver, reactivó el resto de sus redes velozmente.

Se llevó la mano al cuello y esta fue en la otra dirección. La paró, movió los dedos para probarlos. El brazo partía de encima de la cabeza, alargándose hacia abajo… pero eso era imposible. Movió el otro brazo. Se hizo visible del mismo modo, desde arriba.

Algo iba mal en él. Cerró los ojos. ¿Qué podría producir…?

Se volteó parcialmente y abarcó con la mirada la dependencia del montaje médico. El letrero de la puerta se destacó. Estaba invertido. Alargó la mano, apretó el borde de la mesa. Estaba invertido, igualmente.

Eso era. Cuando el ojo recibía luz y la proyectaba en la retina, la óptica ordinaria invertía la imagen. Los nervios de la retina filtraban esa señal y la enderezaban para el cerebro.

Así pues, el montaje médico había embrollado también eso. Los nervios de la retina no estaban funcionando correctamente. Podía ser fácil de arreglar, sólo mover una fracción de milímetro una juntura fibrosa fina como un punto. Pero Nigel no podía, no sabía cómo. Tendría que ingeniárselas.

Nigel comenzó a manipular el amasijo de sondas que serpenteaban por su cuerpo. Resultaría más sencillo si no veía lo que estaba haciendo. Tenía que desconectar cuidadosamente los acoplamientos en los nexos nerviosos. El gran nudo que formaban en la nuca era difícil de desprender. Se soltó.

Percibió un dolor candente, difuso, procedente de la zona, propagándose hasta el cráneo. Los nervios estaban al descubierto, mandando impresiones diseminadas por el área, provocando espasmos nerviosos.

Se volvió para estudiar el banco de trabajo que había junto a la mesa. Era un revoltijo de conectores, elementos microelectrónicos, bobinas de alambre casi invisibles. Había una mancha de la forma idónea. Alargó la mano hacia ella y erró. Su cerebro percibió el brazo yendo para arriba y corrigió, siempre en la dirección equivocada.

Precisó de tres intentos para anular su propia coordinación. Asió la mancha y casi la dejó caer. Cautelosamente, se la llevó a la cabeza. El fláccido óvalo de cables encajaba en el orificio abierto de la nuca. Fue probando con él hasta que se deslizó, snick, en su sitio. El dolor se esfumó.

Se incorporó. Se vio recorrido por espasmos. Resolló. Brotaba el dolor con cada movimiento. Pero se sintió completamente despierto y enormemente colérico. Se hallaba en una sala médica desierta.

Estudió las lecturas opticolíquidas de su monitor médico. El perfil del programa estaba compuesto de números, sobre todo. No podía asomar la cabeza lo suficiente para leerlos directamente. Al cabo de un momento, no fue tan difícil. El centelleo del perfil del programa digital le indicó que su desconexión estaba prevista que durase otros cincuenta y siete minutos.

Se puso en pie, trémulo y mareado. Era estupendo volver a disponer de su propia química. Se sintió tentado a descansar un rato, dejando que el interminable río de sensaciones le arrollase. Incluso esta habitación estéril de inhóspita luz blanca aparecía fantástica, repleta de detalles, olores, impresiones. Nunca había amado tanto la vida. Pero no estaba a salvo. Los descansos para el café no duraban eternamente. Tendría que encontrar su ropa, salir…

Se encaminó a una puerta lateral. Los primeros pasos le enseñaron a mantener la cabeza gacha, hacia los pies. Tenía que mover los ojos para el lado contrario, no obstante, a fin de desplazar la visión. Tropezó con el montaje médico y por poco cayó sobre un escritorio. Al cabo de un momento, pudo orientarse alrededor de las cosas. Avanzó cuidadosamente, sintiendo cada punzada lacerante de dolor según protestaba su lado izquierdo. El brazo derecho se arqueaba y temblaba debido a los espasmos.

Alcanzó la puerta, la entreabrió, atisbo. El equipamiento que había al otro lado era difícil de reconocer boca abajo. La ropa colgada de las perchas se proyectaba para arriba. Las sillas colgaban del techo. Contuvo una sensación de vértigo. Sus ojos le decían al cerebro que estaba de pie en el techo y dentro de él los sistemas de alarma pedían a gritos ser oídos.

Había cajones abiertos con instrumentos quirúrgicos, una estación higiénica, equipo electrónico. Una sala de preparación. La traspuso.

Encontró su ropa colgando en un armario, desafiando a la gravedad. Le era más fácil ponérsela si cerraba los ojos, empleando sólo el tacto. Lástima que no pudiese caminar de ese modo.