E
l restablecimiento de Nigel fue lento. Pasó largo tiempo antes de que pudiera volver a trabajar en los campos, recolectando, gruñendo por el esfuerzo e intentando no evidenciarlo. Pero le agradaba la labor y se atuvo a ella. Le recordaba momentos del pasado cuando, ensimismado en alguna abúlica tarea, se presionaba la muñeca con un dedo por casualidad y experimentaba, como un recordatorio repentino, el palpitar paciente de su pulso, una nota constante que le abstraía de algún detalle inquietante.
Su confusión interna, empero, no se esfumaba. Era un pensador lo bastante mecanicista para entender que las descargas súbitas contra el cuerpo entero podían actuar sobre la mente de formas desconocidas. La glacial templanza y la determinación que había poseído desde Marginis, le faltaban ahora, dejándole con ansiedades extrañas, variables.
Nunca había tenido teoría alguna sobre sus propios estados mentales. Se había negado a suscribir a místicos eruditos en la Tierra. Aquel hatajo había realizado un trabajo minucioso con Alexandria, gracias. Las cosas te ocurrían y aprendías de ellas lo supieras o no, pero la pretensión de un paisaje interior común susceptible de ser descrito, un maldito libro de viajes sobre el alma, eso era una falacia. Ninguna fórmula terminante podía atrapar la interioridad humana. Kafka, ese espíritu tortuoso, estaba en lo cierto. La vida queda definida por los espacios cerrados del ser.
Era por ese motivo que siempre se había negado a convertirse en una docta figura, intérprete de los alienígenas, largo tiempo muertos, del naufragio de Marginis. Se habría perdido a sí mismo de esa manera, cuando todo consistía en seguir siendo un hombre, en permanecer en el puñetero mundo y experimentarlo directamente, soslayando abstracciones. Le constaba que esto le hacía parecer más y más aislado, maniático, al margen de los tripulantes jóvenes. Poco hacía para atemperar esto, empero, y utilizó toda la influencia que pudo cuando Nikka obtuvo una asignación de trabajo en la piel del Lancer, para reparar los campos de la antorcha de fusión. Ted alegó el muy razonable argumento de que no podía gobernar una nave basándose en los amantes de la tripulación. Nigel replicó que, con la frecuencia de cambios de sexo en la tripulación, era jodidamente difícil precisar quién estaba inclinado a hacer qué, o a quién. Se apercibió, entonces, de por qué Ted sonreía benévolamente ante toda la autoalteración que resultaba tan a la moda en el Lancer.
—Se ha hecho con la situación, lisa y llanamente —dijo Nigel a Carlotta una tarde—. Gente clonando nuevos tejidos, gente cada vez más conectada a máquinas para aumentar la eficiencia. Así pueden tener más tiempo libre para sus pasatiempos, preocupaciones. ¡Dios mío! En una sociedad animada por el capricho como el Lancer, Ted parece tranquilo e inmutable. Maravilloso, el viejo Ted… dejemos que él mantenga una mano en el timón mientras nosotros nos vamos a consolarnos por tan largo viaje.
Carlotta meneó la cabeza.
—No tiene sentido. Las instrucciones sobre terapia de involución (ese es el término, no frunzas la nariz) vinieron de la Tierra. Ted no tuvo nada que ver con…
—Ridículo. Mira lo que estás bebiendo, jerez frappé carbonado, efervescente de microicebergs de naranja flotantes. ¿De dónde vienen los recursos?
Ella agitó la sedosa bebida.
—De la sección química, imagino.
—El viejo y bueno de Ted podría acabar con tales diversiones si quisiera, pasando de la Tierra. No, está a favor de un aire festivo, de una regresión a…
—¡Regresión! Mira, puedes creer…
—Sí, lo creo. Seguramente no necesitábamos prestarnos a ello.
—Me cuesta entender cómo puedes negarle a una persona el derecho de… una oportunidad de… encontrar nuevas definiciones de sí misma.
—Simplemente estoy intentando comprender al amigo Ted. Estoy enterado de que el cambio de sexo llegó a ser corriente en la Tierra como un método para ayudar a los adolescentes con sus ajustes sexuales. Y que la búsqueda de la variedad lo ha convenido con mucho en la máxima moda allí. Pero aquí…
—Creo que es magnífico que Ted y los demás permitan el uso de los recursos de la nave para ello. Eso ciertamente le muestra en una apreciación imparcial como una mente abierta.
—O, de forma alternativa, en una comprometidamente franca y sorprendentemente imparcial apreciación. Con él siempre se da una apreciación u otra, como ha de ver.
—Estás en plan cínico.
—Hum. «Cínico» es un término inventado por los optimistas para describir a los realistas.
—Eres imposible.
—¡Hum! Generalmente.
Transcurrió un mes sin que apenas se percatara de ello.
Una tarde, cuando llegó Carlotta, murmuró un saludo y continuó viendo una imagen Fourier tridimensional, cromáticamente factorizada, de las señales de los EM.
Todavía eran casi opacas para él. Estaba columbrando una historia anterior, sobre sus breves escarceos con las naves espaciales y la astronomía. Había aquí algo rayano en la poesía, una sugerencia de un tiempo fracturado, atisbos de los seres que habían reunido fuerzas para rehacerse a sí mismos.
—¿Qué crees que deberíamos votar en este caso que se presenta? —inquirió Nikka… dientes de rueda fragmentados en la señal…
—¡Eh!, ¿qué?
—Esta mujer que robó todos esos créditos nave.
—¿Cómo?
—Haciendo un índice falso, por supuesto.
—¿Qué dices tú, Carlotta?
—Es culpable de pecado.
—¡Hum! Siempre me he preguntado qué significa eso. ¿De qué pecado se supone que es culpable?
… le hace a uno cuestionarse si la cultura pre-EM salió alguna vez de su propio sistema solar. Estas imágenes de aquí, podrían representar extremidades que se extienden hacia afuera, trazadores hacia otras estrellas, o el brote de una descomunal semilla de diente de león, para el caso…
—Puedes creerme, lo hizo.
—Hum. Eso dictaminó el tribunal.
—La tripulación completa ha de decidir qué hacer con ella, no obstante —dijo Nikka.
… la tripulación está más desconcertada de lo que imagina con este continuo aluvión de malas noticias de la Tierra. Los Pululantes por todas partes, ni siquiera los elementos químicos parecen surtir efecto en ellos y, entretanto, el trabajo prosigue en órbita por encima de los océanos plagados, se construyen las astronaves, utilizando máquinas autoprogramadas para hacer el trabajo difícil. La humanidad se apresta para desperdigarse entre las estrellas como semillas de diente de león, un efecto de escape…
Carlotta dijo:
—Creo que debería ser confinada en las Cámaras;
—Eso no es castigo —repuso Nikka.
—Por supuesto que lo es —musito Nigel—. Despertará en la Tierra desacreditada, sin haber conseguido nada.
… un éxodo incontenible ahora, en el momento preciso…
—Yo creo que debería ser condenada al ostracismo —intercaló Carlotta.
—¿Una solución colectiva? —Nikka apretó los labios—. Me pregunto…
… lo que justamente podía pretender llevar a cabo el abandono del naufragio del arcaico Mare Marginis, una cripta de las edades que descansaba en la piedra pómez lunar; y el Snark lo había activado «accidentalmente», el viejo y necio renegado del Snark, demasiado tiempo descarriado de sus amos, traidor para con el torno que lo engendró. Sabía que sólo nos quedaban décadas una vez que retransmitiera lo que había descubierto, sabía que sus Señores de la Antigüedad se guardaban algo en la manga y nos dio una leve oportunidad de afrontarlo, sólo si llegábamos a comprender…
Se estaban peleando.
Nigel se percató de esto despacio. Comenzó con Carlotta diciendo:
—Sabes, hace semanas que no vengo por aquí —dijo casualmente en el curso de la conversación.
Pero Nikka malinterpretó algo en ello, se incorporó rígidamente y replicó.
—¿A qué te refieres?
—Bueno, sólo a que no os veo mucho a las dos, eso es todo.
—Hemos estado ocupadas.
Carlotta no iba a ser despachada con una vaga generalidad.
—Vosotros dos no os enrolláis conmigo como lo hacíamos antes.
—Tú no te enrollas con nosotros lo más mínimo.
—Mi apartamento está atestado y, ya sabes, el vuestro es mucho mejor. Nigel terció.
—Es bastante cierto.
—Una de mis compañeras de habitación, Doris, ha rotado y esta, Lydia, la nueva, no coopera en absoluto. Creo que por eso la puso con nosotras el Concejo de Bloque. Necesita relacionarse después de haber roto con algún amante, no sé quién, pero…
—Carlotta, no es de eso de lo que querías hablar —dijo Nikka con voz exaltada.
—¿No?
—Has estado viniendo a verme al trabajo, dejándome mensajes, tirándome de la manga, exigiéndome atención.
—Bueno, la necesito. Nigel dijo:
—¿No la necesitamos todos?
—Me parece que no comprendes. Nikka observó.
—Quien no comprende es ese de ahí.
Nigel levantó la cabeza.
Acababa de terminar con los puñeteros platos y creía merecer un momento de respiro. Aparentemente, no iba a ser así.
—¿Qué?
—Al menos ha dicho algo pertinente —replicó Nikka.
Nigel murmuró.
—Lo lamento. No estoy al tanto de los chismes.
—¿Chismes? ¡Nada de chismes! Quiero que digas algo, no que te sientes ahí y te enfrasques en esas malditas transcripciones.
—No son transcripciones. Son cuadernos de bitácora. De…
—Sí, sí, Alex apunta obedientemente nuestras antenas desplegadas hacia atrás cada día, a fin de que puedas obtener tu ración de parloteo EM. Pero eso no significa que tengas que ignorarme.
Rígidamente: No me he dado cuenta de que lo estaba haciendo.
CARLOTTA: Por supuesto que lo haces.
Defensivamente: Trabajo mucho. Mi concentración ya no es tan buena. Las cosas pasan por mi lado. Yo…
CARLOTTA: No estás respondiendo.
NIGEL: ¿Qué es esto? ¿Pensamiento en grupo?
NIKKA: Si esto es un trío hemos de hablar.
NIGEL: Desde luego. Pero estoy explicando…
CARLOTTA: ¿Cómo has estado descuidando la relación?
NIGEL: ¿Es así como lo ves?
NIKKA: Desgraciadamente, sí.
NIGEL: Es más difícil mantener tres bolas en el aire que dos.
CARLOTTA: Eso es un cliché. ¿Qué significa?
NIGEL: Estoy completamente agobiado y rendido, eso significa.
NIKKA: No, es más profundo que eso.
NIGEL: Por apropiarme de una frase, ¿qué diablos significa eso?
NIKKA: Significa que no me gusta ser tratada como un zapato viejo.
CARLOTTA: No estás en onda aquí.
NIKKA: Las relaciones en tres sentidos son espinosas, pero cada miembro debe dar tanto de sí como…
NIGEL: Suena a jodido libro de texto de sociología.
CARLOTTA: Empatiza.
NIGEL: Lo hago. Realmente lo hago.
NIKKA: Estas sentado por ahí, leyendo las actualizaciones astrofísicas pero ya no te escucho nunca como a un hombre corriente.
NIGEL: Existe la posibilidad de que no lo sea.
CARLOTTA: No vuelvas a envararte con nosotras.
NIGEL: ¿Lo estoy imaginando, o hemos pasado de Carlotta a mí?
CARLOTTA: Quizá sea el mismo problema.
NIKKA: No, no lo es. Todos nos ayudamos recíprocamente. Pero Nigel se ha estado sumiendo en estos estudios neuroantropológicos de la matriz y cerrándose al mundo.
NIGEL: Es verdad.
CARLOTTA: No tan rápido. Mi impresión es que vosotros dos giráis tanto uno alrededor del otro que no puedo entrar ni de lado.
NIKKA: Admito que he estado preocupada por él. Acaso sea menos, menos accesible para ti. Pero él se está distanciando de mí. Y de ti.
CARLOTTA: A veces creo que es sólo una táctica. Nigel: ¿Ganar en virtud de la retirada?
CARLOTTA: No exactamente, pero…
NIGEL: ¿Entonces qué? Soy un renegado, lo he admitido. Y me bebo el tiempo en grandes gotas ocupado en mis obsesiones. Pero son mis obsesiones. ¿No me he merecido ya el derecho a…?
NIKKA: No, en esta relación, no lo has hecho. Tienes que participar.
CARLOTTA: Mira, creo que deberías considerar lo que estás haciendo con, o haciéndole a Nikka. Ella no es ahora la misma persona que cuando abandonamos la Tierra. No responde a la gente, a mí, de la manera en que lo hacía entonces, y creo que es…
Nikka se volvió hacia Carlotta.
—¿Por qué no haces lo que tú deseas? Lo que tú realmente sientas, en vez de ser un eco y reaccionar en virtud de nosotros, de mí, de…
Nigel dijo lentamente:
—Sí, me parece…
—¡Y tú…! —gritó Nikka—. ¡Se supone que hemos de estar andando de puntillas suavemente a tu alrededor mientras estás murmurando profundos pensamientos sobre quién sabe qué!
Carlotta empezó:
—Mira…
Nikka se revolvió hacia ella.
—Cada uno hemos de tener nuestra propia vida. ¿No lo ves? Las cosas a tres bandas son más difíciles. Sólo funcionan si una pareja no es más importante que la otra.
Carlotta dijo:
—Pero tú y Nigel sois más importantes que tú y yo, o que Nigel y yo.
—Dale tiempo —añadió Nigel.
Aunque, realmente, no pensaba de ese modo.
Nikka suspiró. Dijo serenamente a Carlotta:
—Haz lo que realmente desees. Esa es la respuesta. Es la única forma de que seas feliz.
Nigel asintió, algo atónito. La tormenta de las dos mujeres le había pillado por sorpresa y no estaba seguro de lo que significaba.
—Y yo, a mi vez, procuraré no retraerme tanto —dijo seriamente. Ni remotamente veía cómo, sin embargo.
Estaba haciendo terapia cuando Bob pasó, sudoroso de correr.
—Todavía metiéndote en esa caja, ¿eh? —preguntó Bob. —Golpeó el metal gris—. ¿Esta es la de neurosincronía?
—Exacto. —Nigel hizo una mueca—. No es mi favorita. Te produce sensaciones de picor por los nervios, como ratones helados corriendo hacia tu corazón.
Bob se estremeció.
—Yo me mantengo apartado de estos trastos.
—Hazlo, sí.
—Cada vez que tengo que entrar por alguna tarea médica, siento como si estuviese poniendo los huevos en una fresadora. Algo va mal y ¡puf!
—A mí no me queda elección. Me temo que no volveré a trabajar para ti. De hecho, me sorprendió que me consintieras en el equipo de rascado de la tobera.
Bob se apoyó contra el voluminoso armario y se enjugó el sudor de la cara, haciendo una mueca.
—No fui yo. Ted anuló mi dictamen. Ojalá no le hubiera dejado.
—No es culpa tuya. Mi informe médico era bueno, después de todo.
—Regular. Sólo regular.
—¡Oh!
—El asunto fue que te rechacé de inmediato. Ted vino y se me echó encima, realmente encima. Invocó cierto compromiso, hizo que Sánchez, de Medicina, me engatusara. Funcionó. Finalmente, cedí.
—¡Ah!
—Ojalá no lo hubiera hecho.
Era, desde luego, el tipo de cosa de la que nunca podías estar seguro. No obstante, desde el punto de vista de Ted, el cálculo era bastante simple: ¿cómo podía perder Ted? Si a Nigel le iba bien en el trabajo, la situación habría continuado como antes. Por el contrario, con el fracaso su largo restablecimiento reducía su efectividad política.
¿O esto era paranoia? Difícil de decir. Decidió guardarse sus pensamientos para sí mismo. En última instancia, siempre existía la posibilidad de que aquello fuese meramente un movimiento de apertura.
Carlotta dijo:
—Sigo sin estar de acuerdo —y dio un sorbo a su bebida. Era otro brebaje efervescente, que colmaba el aire de un dulzor hormigueante.
Nigel insistió.
—Las máquinas pueden evolucionar, al igual que los animales.
—Mira… esos trastos que hemos encontrado, orbitando mundos espantosos, inextricables. Claro, son artefactos automáticos. Pero ¿inteligentes? Autorreproductores, vale. El tiempo que se requiere para crear una entidad realmente inteligente es…
—Enorme. Concedido. No hemos dado fecha a la mayoría de esos mundos. No podemos, con un solo vuelo de pasada. Podrían ser billones de años más antiguos que la Tierra.
Ese era el meollo. Resultaba difícil pensar en lo que podría ser la galaxia si la inteligencia orgánicamente derivada era una simple chispa transitoria, si la evolución de la máquina dominaba a largo plazo. Las ruinas que el Lancer y las ondas estaban hallando parecían afirmar que incluso las sociedades que habían colonizado otros mundos podían ser vulnerables al suicidio de la especie. Los sistemas complejos en órbita contarían con la mejor oportunidad de sobrevivir. Una guerra sería una poderosa presión selectiva para la supervivencia entre máquinas que poseían, por débil que fuese, un deseo de supervivencia. Con tiempo…
Esa era la cuestión. Los acontecimientos a escala galáctica eran lentos, majestuosos. Ese hecho había sido escrito en la estructura del universo, desde el principio.
Para que las galaxias llegaran a formarse, la energía expansiva del Big Bang tenía que darse en la cantidad exacta. Para que las estrellas se aglutinaran a partir de nubes de polvo, ciertas constantes físicas tenían que darse en la medida precisa. De lo contrario, el hidrógeno común no se propagaría tanto y la evolución estelar sería muy diferente. De ser las fuerzas nucleares un poco más débiles de lo que son, ningún elemento químico complejo sería posible. Los planetas serían lugares indistintos, sin una variedad de elementos para fraguar la vida.
El tamaño de las estrellas, y sus distancias unas de otras, no eran arbitrarios. Si no estuviesen ligeramente extendidas, las colisiones entre ellas pronto habrían trastornado los sistemas planetarios que las orbitan. El tamaño de la galaxia estaba establecido, entre otras cosas, por la fuerza de la gravedad. El hecho de que la gravedad sea relativamente débil, comparada con el electromagnetismo y otras fuerzas, permitía a la galaxia contener cien billones de estrellas. La misma debilidad permitía a las entidades vivas, mayores que los microbios, evolucionar sin ser aplastadas por la gravedad de su planeta. Eso entrañaba que podían ser lo bastante grandes, y lo bastante complejas, para soñar con viajar a los recónditos puntos de luz de un negro firmamento.
Estos soñadores orgánicos estaban condenados a un fin patético. La evolución obraba implacablemente en un ciclo de nacimiento, procreación y muerte. Cada forma de vida tenía que hacer sitio a su prole, si no el peso del pasado generaría cualquier mutación, cualquier cambio diezmador. Así pues, la muerte estaba inscrita en el código genético. El arbitrio indiferente de la evolución seleccionaba tanto la muerte como la vida.
El advenimiento de las entidades inteligentes implicaba el nacimiento de la tragedia, la aprehensión primera de la finitud personal. Dada la distancia de los planetas habitables a una estrella, se podía deducir la temperatura de la superficie, contando como factores las constantes físicas que predicaba la química, no resultaba difícil calcular el tiempo de vida aproximado que la evolución dictaba para la vida inteligente de tamaño humano: un siglo más o menos. Lo cual comportaba que apenas había tiempo para mirar en torno, comprender y trabajar durante unas pocas décadas frenéticas, antes de que se cerrase la oscuridad. A lo sumo, un organismo inteligente podía dejar su huella en una o dos áreas del pensamiento. Venía y desaparecía en un parpadeo. A lo largo de su vida, el cielo nocturno parecería no moverse en absoluto. La galaxia parecía congelada, inmutable.
Estrellas inmóviles, metas recónditas. Los seres orgánicos, sabedores de su propia muerte venidera, todavía podían soñar en ir allí. Aunque, en sus viajes, estaban sujetos al límite de velocidad fijado por la luz. De haber sido mayor la velocidad de la luz, permitiendo vuelos rápidos entre estrellas, el precio a pagar hubiera sido inmenso. Las fuerzas nucleares serían diferentes; el lento filtrar en las estrellas de los elementos pesados no funcionaría. La larga marcha ascendente que conducía a las criaturas de tamaño humano nunca se habría iniciado.
Así pues, todo se entretejía. Surgir en este universo de modo natural implicaba un conocimiento fidedigno de la muerte inminente. Eso menguaba todas las perspectivas, obligando a una criatura a pensar en cortas escalas de tiempo: tiempos tan truncados que una travesía entre estrellas constituía una odisea que periclitaba la vida.
—… No da explicación de los Pululantes, no da cuenta adecuadamente de los EM —estaba diciendo Carlotta—. Tu explicación tiene demasiadas lagunas. Demasiados supuestos infundados.
—No ha dispuesto de ayuda para un análisis detallado, recuérdalo —intercaló Nikka.
—No —repuso Nigel—. Carlotta tiene razón. Requiere trabajo. Trabajo conceptual.
Se arrellanó mientras las mujeres discutían las últimas imágenes de la lente gravitacional, dejó que su mente vagara. Contempló los movimientos veloces, hábiles, de Carlotta. Dedicaba un montón de tiempo a su vestido, realizando ingeniosas confecciones con los escasos suministros disponibles. Estaba perdiendo contacto con ella. Esta veía más a Nikka que a él, y conocía a muchos tripulantes que ahora estaban multiacoplados. Esa gente se pasaba no sólo sus horas de trabajo, sino también las de esparcimiento, conectados, tomando parte en —¿cómo era la frase?— una «socialización asistida por computadora». Entretanto, la Sección Teórica no estaba produciendo ninguna hipótesis nueva, nada aparte de una abúlica compilación de datos. Según se sumaban los años luz, la tripulación se replegaba hacia dentro, lejos del abominable vacío que había más allá de los límites de piedra del Lancer. Pocos salían ya al exterior, desasistidos, para contemplar el arco iris relativizado por el Doppler. Las semanas se sucedían sin que oyese mencionar siquiera a la Tierra en una conversación casual. Frente a la inmensidad, algo inveterado en los humanos les hacía reducir los asuntos a lo local, lo presente, lo específico.
Ciertamente, el Lancer estaba abarrotado de personas ambiciosas, inteligentes.
Dados los años de vuelo, las diversiones sociales hicieron su aparición, indudablemente, desde el principio. Pero, esto… No, algo iba mal. Algo ajeno a su recelo puntilloso. Ted Landon y los demás podían dar pie a cosas de esta índole si lo deseaban. Pero una tripulación distraída era una tripulación fácilmente engañada, fácilmente manipulada. Y, de semejante batiburrillo, emergía con frecuencia un líder fuerte cuando finalmente llegaba una crisis.
Contemplaba a Carlotta agitando los trozos de hielo naranja en su ruidosa bebida. Pensaba en Magallanes, viajando con exiguas esperanzas y sin naranjas suficientes para evitar el escorbuto. Y en el Titanic, que navegara con absoluta certeza y naranjas en abundancia.
—¿… no lo harían? —Carlotta le estaba formulando una pregunta.
—No capto la derivación —repuso para encubrir su ensoñación.
—¿Qué va a forzarlas a desarrollar una mayor inteligencia?
—Las máquinas autoduplicadoras pueden recoger materias primas en cualquier parte. Sabe Dios que trabajan mejor en el espacio que nosotros. Somos tipejos desvalidos, atribulados. Los recursos siempre se agotan, no obstante. Eso asegurará la competitividad.
—Lleva tanto esquilmar todo un sistema solar —dijo Nikka.
—Hum. Sí. Para nosotros es difícil pensar en esa escala temporal, ¿no? Sin embargo, acaso una máquina razonablemente lista no tenga que esperar a que la evolución haga su trabajo. Puede aumentar su inteligencia añadiendo unidades, delegando tareas en sus nuevos subsistemas. Incrementa la velocidad del pensamiento, lo cual es, al menos, un paso en la dirección adecuada. Es más sencillo que desear poseer más células cerebrales, que es lo que nosotros tendremos que hacer.
—Mira, aquí soy yo la que maneja ordenadores —repuso Carlotta—. Y yo digo que la inteligencia artificial no es tan fácil. Las enormes máquinas de la Tierra son inteligentes, cierto, pero no es sólo una cuestión de añadir capacidad.
—Concedido. Aunque estamos hablando de millones de años de evolución, tal vez billones.
—Lo que estás haciendo es una generalización de envergadura, brillante.
—Así es. Supongo que tendré que analizar mejor el asunto.
—Escucha —le hostigó Carlotta—. Esto es ciencia. Debes hacer una predicción si quieres que la gente te preste atención.
—Exacto. Aquí está. Aparecerá un Vigilante alrededor de cada mundo en el que sea posible la tecnología. O donde una vez lo fue y puede retornar. Son policías, entiendes. Pero únicamente custodian zonas en las que la tecnología puede proceder de una especie que surge de modo natural. Una especie orgánica.
Carlotta frunció el ceño.
—Veamos… Eso encaja…
Nigel prorrumpió impacientemente.
—Los robots que estaban acarreando hielo en Wolf 359, por ejemplo. Allí no había ningún Vigilante, porque aquellos pacientes aparatos son una forma primitiva de una sociedad de máquinas. Dales unos millones de años de exposición a los rayos cósmicos, escasez de materiales y evolucionarán. Se convertirán en un miembro del club.
—¿Club? —inquirió Nikka.
—Una red de arcaicas civilizaciones de máquinas. Ellas envían a los Vigilantes.
—Todavía no comprendo el porqué te concentras en ese tema de las máquinas contra nosotros —repuso Nikka.
—En parte me baso en lo que dijo el Snark, y en hechos posteriores.
—Bien, Nigel —comentó Carlotta diplomáticamente—, la mayoría de la gente piensa que estabas, ya sabes, fuera de ti entonces…
—Nunca he proclamado ser un republicano conservador. Pero hay buenas razones para creer que las máquinas que quedarán tras un Armagedón nuclear no serán amistosas como perritos falderos.
—¿Porqué?
—Partirán de un genocidio. Uno que causamos nosotros. Lo recordarán.
Puso por escrito su teoría y, debidamente, impartió un seminario para las secciones de Exobiología y Teórica. Fue cortésmente recibido.
El Vigilante en torno a Epsilón Eridani, dijo, estaba allí para cerciorarse de que no volviera a surgir ninguna forma orgánica (o retornase de estrellas próximas donde podía haber colonias). Algo, ¿el Vigilante?, había destruido la civilización orgánica nativa. Había calcinado el planeta de forma tal que perdurase el Gancho del Cielo.
¿Por qué dejar el Gancho del Cielo? Muy probablemente, porque el Vigilante quería un medio económico de mandar expediciones a la superficie, donde era posible buscar y exterminar cualquier vestigio.
Repasó las observaciones sobre los remolcadores de petróleo de Proción. A la máxima ampliación, las máquinas parecían bien diseñadas, provistas de antenas y compuertas. Nigel dedujo que estaban algo más avanzadas, tal vez, que los lugares de hielo de Wolf 359. Aún llevaban a cabo tareas mecánicas, pero no funcionaban gracias a instrucciones dejadas por una civilización largo tiempo muerta. En vez de ello, parecían estar integradas en algún esquema económico interestelar. Un océano de petróleo era un gran regalo, desde luego, aunque no meramente para producir energía. Cualquier cosa que pudiera cruzar las estrellas no se sustentaría mediante una economía de energía química. Sin embargo, bien podía necesitar cantidades ingentes de lubricantes.
Isis resultaba más difícil de explicar. Los EM se habían modificado a sí mismos para utilizar la radio como su sentido básico. ¿Iba esto a engañar a los dos Vigilantes llevándolos a considerarles una sociedad protomáquina?
Eso implicaría una cierta rigidez y literalidad en aquellos Vigilantes. ¿Se habían hecho viejos acaso y habían degenerado? O aguardaban el momento propicio, estudiando a los EM. El hecho de que un Vigilante repeliera cualquier intento de examinarlos tendía a apoyar el segundo punto de vista.
Nigel utilizó cuantos datos pudo reunir. Comparó espectros y diagnósticos de los diversos Vigilantes, estimó sus edades (todos daban límites superiores al billón de años) y correlacionó tantas variables como pudo justificar de modo plausible. No había ninguna forma fehaciente de demostrar un origen común para los Vigilantes. Por otra parte, indicó, no había razón alguna para creer que los Vigilantes hubieran sido construidos en el mismo lugar o tiempo.
Su teoría no encontró mucho respaldo. No esperaba encontrarlo.
La noción que prevalecía en la Sección Teórica era la más simple, triunfaba la navaja de Occam. Todos estos mundos, afirmaba Teórica, eran las cáscaras de culturas obliteradas por la guerra. Probaban que la vida inteligente era pródiga pero suicida. Los Vigilantes eran simplemente una forma común de arma, reinventada una y otra vez por sociedades que evolucionaron separadamente. Estaciones bélicas. Para cuando una raza desarrollaba una, estaba próxima a la aniquilación.
En cuanto a Isis, lo específico de la gran guerra que asoló ese mundo estaba ahora sepultado en las leyendas EM. Y las leyendas eran fuentes notoriamente inciertas de hechos innegables. Los EM habían alterado sus propios cuerpos para sobrevivir, lisa y llanamente, a los estragos que causaron.
Ningún bando pudo dar explicación de los Pululantes y Espumeantes. Nigel se irguió ante la audiencia y opuso argumentos lo mejor que pudo. Tenía la vaga impresión de que los Espumeantes y los EM eran, de alguna forma, similares; pero fue lo bastante juicioso para no aventurar semejante idea sin el apoyo de una explicación irrefutable.
Alguien de Exobiología señaló que los Pululantes, al menos, demostraban el predominio de la violencia y la guerra en otras formas de vida. Hubo un aplauso tras su observación. Nigel guardó silencio, sin saber cómo contrarrestarlo.
Vio la incredulidad cortés, bien oculta en sus caras y la aceptó. Meramente recalcó de nuevo su predicción: fuera lo que fuese que encontraran en Ross 128, si se daba la posibilidad de que un mundo generase vida orgánica, o lo hubiera hecho, tendría un Vigilante en torno. La Regla de Walmsley, lo llamó alguien.
Cumplido su objetivo, se sentó ante un aplauso moderado. El seminario pasó a otros temas de astrofísica y biología. Nadie apreció ni sacó a colación la excepción obvia a la Regla de Walmsley: la Tierra.