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E

n el 2045, el Lancer había hecho una pausa en su uniforme aceleración de un g desde la Tierra, el tiempo suficiente para desplegar el mayor telescopio concebido jamás. Era una estructura de receptores ópticos y de microondas de la delgadez de una gasa, arrojado como una red de pesca. Nigel había ayudado durante días a lanzar los sensores en el orden adecuado, evitando el trabajo pesado por temor a que reflejase un aumento del agotamiento en su informe metabólico.

Hombres y mujeres arrojaron su red para capturar fotones, el telescopio mismo era abastecido por la distante mota blanca y luminosa de su sol. El espacio no es plano, como los vestíbulos de mármol italiano que Galileo imaginó, donde sus bloques deslizantes proseguían sempiternamente en experimentos ideales, llevados a cabo libres de fricción. La masa de esos bloques hipotéticos expandiría el espacio mismo, deformaría al dócil espacio plano. La masa tira de la luz. Obligada a curvarse, la luz se focaliza. La simetría de las tres dimensiones, a su vez, transforma cualquier masa considerable en una esfera, perfecta para una lente. Cada estrella es un refractor inmenso, una lente gravitacional.

El Lancer dejó caer redes sensoras, empezando a tres días luz del Sol. Las redes recolectaban imágenes como cosecha de primavera, compilaban nítidas imágenes de estrellas recónditas, resolviendo detalles de sólo diez kilómetros de anchura. Para cada astro la distancia focal del sol era diferente y, por tanto, las redes tenían que pugnar contra el viento de partículas que soplaba desde el sol, sirviéndose de los campos magnéticos más allá de los planetas para orientar y guiar sus prolongadas órbitas festoneadas.

El Lancer ronroneó y dividió en dos un puro arco de plasma de un ígneo azul, se impulsó lejos de la lente gravitacional que era su estrella nativa, y dejó atrás el colosal telescopio. Las primeras e indistintas imágenes tardarían seis años en estar elaboradas. Desde que el Sol se originara a partir de polvo en suspensión, se habían estado formando imágenes de mundos a cientos de parsecs de distancia en los espacios allende los planetas. Esas historias focalizadas, perdidas ahora para siempre, habían seguido sus cursos en la gigantesca pantalla hipotética, el plano figurativo. A lo largo de billones de años, hasta este momento, no había habido nadie en el teatro para contemplarlas.

El destino del Lancer era un tenue punto rojo conocido en el catálogo como Ross 128. Era el duodécimo en vecindad con el Sol, una insignificante estrella M-5. En las postrimerías del siglo veinte algunos astrónomos lo habían estudiado brevemente con rayos X, comparando su fuerte radiación con la de nuestro Sol. Era un poco más activo, pero una vez que los físicos solares, subvencionados por la NASA, le sacaron todo el jugo, lo olvidaron. Lo mismo hicieron los demás.

La matriz de lentes gravitacionales mostró, sin embargo, un sistema solar al completo: cinco gigantes gaseosos más dos mundos del tamaño de la Tierra. Una sonda robot alcanzó Ross 128 en la época en que el Lancer entró en órbita alrededor de Ra. Algo había silenciado sus transmisiones según se adentraba en el sistema.

El Lancer estaba «cerca». Podía estudiar un sistema mucho mejor que cualquier vuelo de pasada. La Tierra estimaba que la destrucción de la sonda robot merecía una segunda parte. Tal vez se había incrustado en una roca. O tal vez algo quería que diera esa impresión.

La estrategia de la Tierra era acumular información astronómica, aprisa, y agitarla en la olla con datos sobre los Pululantes y Espumeantes. Era este un compromiso alcanzado por las naciones importantes que tenían bagaje espacial, totalmente al margen de la añeja estructura de las Naciones Unidas. La facción asiática deseaba fomentar la colonización de las estrellas próximas a la mayor brevedad. De esa forma, la humanidad estaría diseminada. Si la flota Pululante-Espumeante regresaba y destruía los recursos espaciales de la humanidad, al menos la raza se habría extendido ya por las estrellas, y sólo sería relativamente vulnerable.

Los europeos y los americanos apoyaron un programa puramente exploratorio. Tras este había una ventaja calculada. A las economías asiáticas les estaba yendo mejor con el capitalismo que a las sociedades que habían inventado el concepto en primer término. Las economías occidentales estaban en quiebra. Si la colonización comenzaba de inmediato, las estrellas pertenecerían a los de ojos rasgados y corta estatura.

El Lancer tenía orden de investigar a Ross 128 y después retornar a casa. Pero Ra no había terminado para ellos. Tras un año de aceleración, el Lancer se estabilizó a 0,98 de la velocidad de la luz. Cuando amortiguó su penacho de fusión, la emanación de plasma que se desplegaba tras él perdió densidad. Cuanto más tenue es el plasma, más fácilmente pueden penetrar las ondas de radio.

A las 15.46 horas del 11 de junio, las antenas de a bordo de la nave detectaron una intensa irrupción de emisión de microondas. Procedía de la popa y duró 73 segundos. Después de eso, nada.

No, mira, no puedo disociarla más. Como te estaba diciendo, los datos están por todo el tablero.

Hay dispersión en los impulsos por toda esa basura que estamos lanzando detrás nuestro que distorsiona completamente la señal.

No procede de los EM, sin embargo, esa no es su frecuencia. Nunca recibimos nada de ellos por encima de los diez MGz.

Bien, cierto, pero Ted quiere saber si hay alguna posibilidad de que la emitieran.

¿Quién puede saberlo? Cristo, no hay ni la más mínima información en esa irrupción.

Sí, correcto, pero fíjate en la energía, hombre. Yo diría que no se parece a una llamarada solar ni a nada natural.

Por supuesto que no, es una banda demasiado estrecha, y una estrella pequeña como Ra no puede dar lugar más que a megahertzios hunnert. Nunca llegó a los diez gigahertzios; y tienes razón en cuanto a la energía. De ninguna forma puede tratarse de esos EM.

Ted, lo he calibrado y esa irrupción contiene una descarga energética bestial. No tiene sentido.

Demasiada energía. Sí. Ninguna fuente artificial produciría tanta. Es descabellado

Exacto, si piensas que están transmitiendo en todas direcciones, una onda esférica, entonces haría falta una avalancha energética descomunal para que se registrara al nivel que estamos recibiendo.

¿Quién está en la línea?

Parece Walmsley. Mira, Nigel, esto es sólo una charla técnica.

Estoy meramente haciendo acto de presencia. No me prestéis ninguna atención.

Debe de ser artificial, aunque la irrupción es tan corta

Soy Ted. Estoy seguro de que tus resultados son correctos globalmente, pero, con toda honestidad, damas y caballeros, no creo que podamos atribuir un nivel energético como ese a los EM, ni a nadie más. Debe de ser de la misma Ra, una irrupción ocasional de alguna índole, o

Es absurdo, yo digo

Bueno, Nigel, no entiendo cómo puedes simplemente desestimar

Interesante. ¿No es cierto que nuestro penacho de emanación distorsiona la señal lo bastante para que no podamos leerla? Decididamente conveniente.

Bien, así es, pero eso es sólo un accidente de

En una irrupción de setenta y tres segundos se puede atesorar mucho.

Si hay contenido informativo, sí, claro. Pero ¿quién dice que…?

Ted, soy Nigel. Si alguien hubiera de emitir una-señal estrechamente enfocada a lo largo de nuestra trayectoria, daría la impresión de poseer una enorme energía, porque estamos analizándola como si la emisión estuviese fluyendo por todo el espacio, en vez de estar constreñida a un ángulo reducido.

Bien, cierto, supongo. Pero las emisiones naturales procedentes de Ra… ¡Oh!, ya entiendo.

Así pues, esto nos dice que alguien envió un mensaje en nuestra dirección, pero lanzado en una frecuencia que resultaría muy absorbida por nuestra propia emanación para que no lográramos desentrañarla.

Bien, cierto. Quiero decir que constituye una hipótesis alternativa.

Soy Ted. Te importa darme la visual de eso. Supongo que tienes razón. No hay forma de decodificar un embrollo semejante. Pero, mira Nigel, no la sustento. ¿Por qué iban los EM a emitir en una frecuencia tan elevada? No pueden, con su estructura corporal, y cualquiera que quisiese comunicar utilizaría algo que, al menos, nos fuera posible decodificar.

Así es, si quisieran que lo hiciéramos.

No comprendo.

Nos hallamos en línea visual desde Ra, recuerda.

¿Te refieres a que no ha sido dirigida a nosotros, sino…?

Exacto. Nos hallamos en una línea recta precisa, y

Ross 128 es otro punto en esa línea.

Bien, lo tomaremos en consideración, Nigel. Gracias, de veras. Sí, gracias.

—Bueno, no, no sé —dijo Nigel.

—Vamos. Eres decididamente tímido. —Nikka sonreía burlona.

—Del todo cierto. —Le gustaba ella con este humor, aunque, en ocasiones, bueno, se pasaba. Era tímido, y bien que así fuera. Miró en derredor a las esmeradas hileras de vegetales inverosímilmente altos—. Es demasiado público para mi gusto.

Arriba, pudo ver una figura lejana trabajando en un campo de trigo en el otro extremo del cilindro que rotaba lentamente. A lo largo del eje discurría una flota de nubes rollizas, naves con un único destino. Nikka dijo:

—Vamos a esos árboles, ahí. Obedientemente, la siguió.

—¿No violentaremos a God?

—¿A God? Ella procura estimular este tipo de cosas.

—¡Hum! —Nigel agradecía que lo metiera en esto; precisamente por ser disparatado le haría olvidarse de sí mismo durante un rato. Entraron en un cultivo de abedules. En lo alto, nubes frescas dispersaban una luz azul. Los ingenieros habían montado espejos y lentes para traer la potente luminosidad de la llamarada de emanación al volumen vital, donde su fulgor otorgaba un calor iridiscente al aire.

—Aquí —dijo Nikka, y se quitó rápidamente el mono. Bajo los pies, la tierra crujía con un hálito de pseudoprimavera, floreciente gracias a los mecanismos microambientales en vida nueva. El ritmo de variación era instigado por una ajustada sintonización en el nivel molecular. No obstante, Nigel percibió, al tenderse, la saturada madurez otoñal de las hojas antiguas, mezclada con un aroma vigoroso de brotes nuevos en los abedules de arriba y, realzándolo todo, una fragancia húmeda y seca de las cosechas de verano que florecían al otro lado del eje, donde la siega estaba pronta a llegar. En la Tierra, celosa de las tradiciones, uno nunca caminaba en medio de tal contracorriente de estaciones.

Al arrodillarse, Nigel apreció que ambos habían empezado a sudar. Lamió el reguero que corría entre los pechos de ella y lo encontró tibio, salado. La rodeó, libó de ella, trazó rastros arremolinados que dejaron algunas gotas de saliva que espejeaba en su vello púbico. Los dardos levemente violáceos de un sol hecho por el hombre pasaban a través de las ramas e iban a parar a los labios, cárdenos como tajadas de salmón, mientras se perdía en ella, buscando algún sabor más hondo. Sus manos recorrieron la cadera que descendía ondulante hasta sus esbeltas piernas, hasta el punto donde el cuerpo se bifurca. Este portal de bucles se convirtió en lo esencial del teorema de Euclides de ella, punto axial en el que todas las líneas deben cortarse. Ella parecía precipitarse desde el aire hasta él en esta gravedad controlada, respirando superficialmente, desbocado el corazón. La tomó con la sencillez que permitía la edad de ambos. Aferró su centro como copa de vino y la estrechó contra sí. Sintió que la percepción que ella tenía de él se ensanchaba paulatinamente. Cerró los ojos. Una brisa agitó las ramas por encima de ellos. Abrió los ojos cuando ella le apretó y, absorto, estudió sus párpados, de sinuosas venas purpúreas, y contempló la sonrisa de sus labios. A ella la embargó un sentimiento de alegría y prorrumpió en un torbellino de risas. La besó en el hombro y lo sintió tan redondo como una luna. Ella torció la cara a un lado y le hizo alzarse, por lo que la experimentó como una barca debajo suyo, bogando en sus propias corrientes, algo inmenso procedente de la oscuridad natural, y, en ese extraño abismo, saltó y volvió a saltar para unirse a ella.

—¡Oh! —exclamó ella, en un grito repetido.

Al cabo de un rato, él se encontró tendido de espaldas, estudiando solemnemente a los cuidadores de los campos que, a un kilómetro de distancia, se afanaban cabeza abajo.

Ella estaba tendida como un juguete roto, aceptando plenamente los dardos de la luz del sol. Nigel contemplaba a unos polluelos que bajaban por el eje, de paseo, en busca de granos de trigo. Aquí y allá, caían de ellos pequeños glóbulos. Excrementos que descendían en línea recta. Desde su marco rotatorio, las deyecciones se curvaban en espirales. Giros newtonianos.

—Pareces contento —murmuró Nikka.

—Esto ha sido una magnífica idea.

—Me alegro de que la apruebes. Iba a pedirle a Carlotta que viniera también, pero tiene un turno ahora.

—Bien está. Ella y yo, bueno, no congeniamos últimamente.

—Algo así me parecía… ¿Alguna razón en particular?

—Ninguna que yo pueda precisar. Simplemente tiene un aire de inquietud.

—Ha estado muy ocupada, desde luego.

—Cierto. Creo que, sexualmente, ya no estamos en la misma longitud de onda. Fue agudo e intenso mientras duró, no obstante. —Se desperezó indolentemente y rodó por la hierba—. ¿Quién fue el que dijo que los placeres sencillos son el último refugio de lo complejo?

—Oscar Wilde. —La voz de Carlotta procedía de detrás de ellos. Se aproximó; al parecer, se había perdido la charla anterior. Su cabello oscuro se meció al dirigir la mirada de Nigel a Nikka.

—Nunca antes en mi vida había visto a esta mujer, oficial —dijo Nigel.

—Una historia plausible. Los vecinos me han pedido que viniera a regaros.

—¿Por qué no te apuntas? —preguntó Nikka.

—Da la impresión de que el principal acontecimiento ha concluido. Siempre creí que los caballeros se ponían en pie al entrar una dama en la habitación.

—¿Yo? Soy un viejo y marchito caso de ansiedad. No soy ningún caballero, tampoco. Nunca aprendí a cazar ni a cabalgar ni a insultar a los camareros.

Nikka dijo:

—Lo siento, deberíamos haber esperado, pero creí que todavía estarías trabajando.

—Es igual. No estoy de humor —repuso Carlotta bruscamente—. Me escabullí cuando obtuve estas copias. —Agitó un puñado de fotografías—. Un conjunto de resultados de la lente gravitacional. Recién salidas del programa de borrado de ruidos.

—¡Ah! —exclamó Nigel, preguntándose por qué se había presentado ella precisamente en este momento, sabiendo que ellos dos estarían… pero, no, eso era descabellado. ¿Podía Carlotta conocerlos lo bastante bien para imaginar que Nikka planearía una retozona seducción aquí? Bueno, pensó con rencor, podía ser. De haber sincronizado un poco mejor, les habría interrumpido. Y, aunque seguían estando ostensiblemente en términos muy íntimos, se percató de que la llegada de Carlotta les hubiera violentado a todos. Hubiera creado una mayor fricción. Y la trama resultante habría sido… ¿qué? Difícil de decir. Se preguntó si Carlotta sabía lo que estaba haciendo, o por qué. Fuera como fuese, él ciertamente no tenía ni idea.

—Numerosos planetas —observó Carlotta—. Alrededor de Wolf 359, Ross 154, Luyten 789-6, Sigma 2398, en la Estrella de Kapteyn. En todas partes.

Puntos apagados cerca de cada estrella. Las ampliaciones revelaban esferas rocosas, gigantes gaseosos o yermos mundos nubosos semejantes a Venus.

—Ninguna Tierra —apuntó Carlotta.

—Con tantos planetas alrededor de cada estrella —dijo Nikka—, la probabilidad de emplazamientos vitales en algún lugar cercano es buena.

—Así reza en el evangelio. Carlotta dijo:

—Lo respaldan cantidad de análisis. Y de datos, también.

—Sí. Datos perfectamente plausibles.

—Vale ya —repuso Carlotta—. Quieres explicarlo todo, valiéndote de un par de minutos de charla tergiversada con el Snark, sin nada constatado al respecto…

—Sin constatar, sí, por no intentarlo. Ted no asignará recursos para interpretar el lenguaje EM. Podríamos averiguar un montón de…

—Dios, el ordenador necesitó hacerse con todo eso y procesarlo. Yo realicé el estudio, deberías saberlo. Utilizando los sistemas de a bordo, no nos restaría espacio para almacenar el menú de un almuerzo.

Nikka dijo apaciblemente:

—Espero que los equipos de la Tierra…

—¡Ja! —estalló Nigel—. Están ocupados con los estudios de los Pululantes y los Espumeantes. Dándose cabezazos contra el mismo tipo de pared que hay entre nosotros y los delfines. ¡Es inútil!

—Mira —repuso Carlotta—. Ted trabajó en mis proyecciones concienzudamente, conferenció con todos los interesados, fue una buena decisión. Te escucharon, tuvieron contigo la mayor consideración. Si continúas con esta manía estrafalaria, todo el mundo empezará a creer lo que Ted dijo el otro… —Se detuvo.

—¡Ah!, sí. Ted siempre es mordaz con gente que ha salido de la habitación.

—¿Y tú no lo eres? —inquirió Carlotta con acritud.

—No puedo soportar la estrechez de miras, simplemente.

—¡Tú eres más estrecho de miras que Ted, por el amor de Dios!

Nikka repuso tajantemente:

—¡No, no lo es!

Nigel esbozó una sonrisa.

—Acaso la realidad no sea mi camisa de fuerza.

—Ted ha de equilibrar presiones —adujo Carlotta—. Tú eres respetado, ni que decir tiene, y si solamente le dieras algo de apoyo público…

Nigel prorrumpió con voz pomposa.

—Habla por el micrófono, di que eres feliz, Ivan, a pesar de algunas cosas reprobables que has hecho, y ten buen cuidado de la publicidad.

Carlotta resopló.

—Estás eludiendo la cuestión.

—Probablemente. No he tenido apetito últimamente. Este saco de huesos podría hacerse una puesta a punto.

Nikka preguntó cautelosamente.

—¿A qué te refieres?

—Mira mi último promedio de trabajo. Estoy convencido de que Ted lo ha memorizado. Nikka repuso.

—Estás exagerando. Ted no ha tenido tiempo…

—No, tiene razón —dijo Carlotta—. Ted probablemente está «formando un archivo», como dicen los funcionarios.

Nikka alegó.

—Pero los problemas de salud no es terreno para…

—Si la mayoría de nuestros estimados compañeros de tripulación creen que lo es, lo es —repuso Nigel tajante.

Su cara parecía demacrada por una fatiga interior.

Nikka preguntó quedamente.

—¿Pueden meterte en las Cámaras, entonces?

—La hibernación puede devolverte a un rendimiento apto para un trabajo manual —dijo Carlotta, cavilosa. Nigel suspiró y se encogió de hombros.

—Mira —Carlotta se inclinó adelante—. Cuando menos, te hará vivir más tiempo.

—Y perderme la mayor parte del viaje a Ross 128.

—Es un precio pequeño —repuso Carlotta—. No creo que tengas que hacerlo, sin embargo. Es mucha la aprobación con la que cuentas. Quizá no estén de acuerdo con tus teorías, pero la tripulación se acuerda de que todo esto comenzó con el Snarky Mare Marginis y…

—Ya te lo he dicho, no quiero ganar poniéndome mis medallas y desfilando por la nave.

—Quieres convencerlos, ¿no? —dijo Carlotta con dureza—. Sólo que ellos ven las cosas de forma diferente. Bueno…

—Basta, los dos. —Espetó Nikka, esbelta, y ágil y distante sobre la hierba—. Nigel, si vas a las Cámaras, yo voy contigo.

—¡Qué! —Carlotta se puso en pie de un salto.

—No me vendría mal una revisión.

—No se trata de eso. —Carlotta alzó la voz—. ¡Quieres permanecer con él aunque esté dormido!

—Mi índice en el montaje médico tampoco es muy alto —repuso Nikka de modo neutro.

—Me dejaréis atrás sólo para…

—Joder, ¿siempre tienes que pensar en ti misma? —Nigel sacudió la cabeza, irritado—. No estaríamos en la cámara más que unos cuantos años a lo sumo.

—¡Unos cuantos…! Pero nosotros, nuestro…

—Lo sé —dijo Nikka apaciguadoramente—. He pensado en ello, y lo siento, pero debo permanecer en buenas condiciones físicas. Es distinto cuando eres vieja. No serviré de mucho a Nigel cuando salga si estoy decrépita y…

—Vosotros… ambos… me abandonáis…

Nigel asintió. Con aire resuelto, Carlotta añadió:

—He de hacerlo. Si Nikka me sigue… bueno, eso es cosa suya. Cada uno de nosotros sigue disponiendo de algo de libertad, ya sabes.

—Pero estaré sola.

—Es irremediable —repuso Nikka firmemente—. Me voy con él.

Eso fue cuanto dijo sobre el particular.