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igel se preguntaba cómo, en una sociedad tan meticulosamente regida como esta, «pavor» se había convertido en el término de argot aceptado por pavo relleno.

Trabajaba en el pavor mismo. Era una masa enorme, viscosa, anegada de nutrientes. Crecía tan deprisa que un equipo tenía que cortar tajadas, utilizando servobrazos, para que la carne no agotara sus suministros químicos. Pseudovida, con todas las verificaciones genéticas sobre excedentes hábilmente eliminadas. Malthus a la enésima potencia.

Cuando dispuso de tiempo, empleó parte de su preciado almacén de madera, dando forma y cepillando los tablones hasta que tuvieron un acabado lustroso. El aserrín exudaba su dulce peso en el aire impersonal de la nave. Escamoteó algunos de los soportes de celulosa de crecimiento forzado de los invernaderos, y trabajó los blandos pedazos con ardorosa energía, martilleando y cepillando y utilizando la sierra para dar textura al grano poroso. El material no era muy consistente, pero valdría para muebles. Le recordó que también él era tres cuartos de agua, corriendo y refrenándose a instancias del sordo palpitar de sus venas, un ser hidrostático. Con una pizca de sal añadida, para significar su origen.

Cada primavera, cuando era niño, rememoró Nigel, había ido de excursión por las húmedas praderas. Allí, y en las cunetas, escucharía un coro pequeño, estridente, que resonaba por todo el mundo como un «Estamos aquí, estamos aquí, estamos aquí», interminablemente repetido. Ranas, confiados animalejos, que anunciaban su ocupación de ese nicho ecológico concreto. Sospechaba que ahora, para algún oído mayor que el nuestro, la burbuja expansiva de chapurreo radial del hombre debía constituir una resonancia similar que se propalaba un corto trecho en la noche. Únicamente al hallarse cerca sería molesta, cuando cada vez se pudiera captar una voz estridente.

Desde las alturas de las encapotadas colinas cercanas, las ranas se confundían, no demasiado mal, con todas las otras voces ambiciosas que, croando y gorjeando, decían lo mismo: Estamos aquí, estamos aquí, estamos aquí. Un ciclista, pendiente de su meta, podía rodar por entre el coro de las ranas, sintiendo que estaba ahí aunque sin prestarle atención alguna, sin intentar distinguir la miríada de voces. Una civilización en la galaxia auténticamente avanzada, probablemente haría lo mismo ante el leve zumbido radial, o ante la sonda ocasional en vuelo de pasada, zumbando, como un mosquito, más allá de su oído.

Otras podían asestar un manotazo casual a tan irritante transeúnte. O incluso solicitar la intervención del control de plagas.

Wolf 359, era una estrella mortecina con sólo un minúsculo volumen cercano susceptible de mantener vida. No obstante, un mundo orbitaba allí, uno remarcablemente similar al que circundaba Epsilón Eridani: pequeño, árido, con una tenue miasma de atmósfera. No arcaico, como el mundo del «Gancho del Cielo», si bien había indicios de que había estado habitado. Ninguna biosfera subsistía. Los pequeños lagos se estaban desecando.

Las estrellas clase M son las que más tiempo han vivido, y los espectros de Wolf 359 decían que era tan vieja como la galaxia. Hubo sobrados eones para que la vida se alzara bajo este sol tibio.

Y tiempo para que sucumbiera. El aire y la tierra contenían rastros de los equilibrios químicos que eran la mínima definición de la vida. Estos rastros estaban declinando lentamente, pero hablaban en favor de una biosfera que debía haber existido en los últimos millones de años.

Alrededor del pequeño planeta había dos lunas. Una de considerable tamaño, apenas limitada a su primaria. La otra más pequeña, de unos cuantos kilómetros de anchura. Poseía marcas extrañas aquí y allá, marcas que podían ser el resultado natural del bombardeo de meteoritos a lo largo del tiempo e, igualmente, podían no serlo. La sonda captó sólo un fugaz atisbo de ella al trazar un arco en torno al mundo parduzco y erosionado de debajo, prosiguiendo luego. Pasó al lado de un gran gigante gaseoso en su trayecto de salida del sistema.

«Dios, tener que medir esto y analizar aquello es realmente un trabajo de perros, y todo para que los de astronomía…», el planeta, ceñido por una banda, entra desde la izquierda… «Sí, cuando piensas en ello, ¿qué diferencia supone? En la Tierra están sumando la misma base de datos…», una salpicadura de luz en el plano de rotación… «Vale, vale. Dios, Nigel, sólo porque seas jefe de equipo no significa que no puedas burlar un…», puntos brillantes, algunos blancos y otros bermejos por el fulgor reflejado del mundo gigantesco… «Sí, la conozco…», la sonda cae en picado a una cita relámpago… «Trabaja en agro, creo, duerme en P4…», en un vuelo de pasada cronometrado de dos lunas… «No está muy buena, pero he oído…», cae sin energía… «Habló el viejo Aarons. ¿Dientes de conejo? Podría comerse una manzana a través de una raqueta de tenis, y todo el personal…», evalúa los vientos estelares y calibra partículas energéticas, densidad del plasma, flujo de UV… «Lavera, te estás rezagando…», se aproxima ahora a la primera luna… «Recibe curiosamente, cantidad de luz retrodispersa del plano de rotación, un disco de hielo probablemente. Es muy frío, a esta distancia…», retículas que se despliegan, lentes que oscilan para encarar la faz agujereada y moteada que se avecina… «¡Eh! He resuelto que el pretendido disco de hielo no es granuloso en absoluto. Es una larga sarta de materia, uniformemente espaciada como cuentas en un collar; perlas ciertamente, porque son muy blancas y el radar indica que lisas. Ninguna retrodispersión en las longitudes de onda de un centímetro…», valles de surcos profundos arrojan largas sombras al aniquilador azul… «Multitud de fuentes pequeñas en el plano, pero vienen únicamente de esta luna. Me refiero a que no la hay a mayor distancia en…», una costra de hielo veteada de negro… «La sonda pasará cerca de una de ellas dentro de unos minutos…», ningún cráter… «En el primer flash parece una estructura oblonga. Debe ser un asteroide, o tal vez una luna fracturada. Puede que las fuerzas de la marea la hicieran pedazos y dejaran toda esta basura a la deriva hacia la primaria…», un punto gris como los demás, aumentando… «Me inclino a pensar que no…», alargado… «Sí, ¿por qué?…», dos gotas de un gris más luminoso separadas de la imagen central… «¿Por qué iban a lanzarse contra esta luna los detritus de ese tipo?…». Las dos gotas se transforman ahora en círculos… «Una formación muy insólita…», el ángulo cambia según se mueve la sonda, que se acerca, se centra y de pronto, una esplendorosa llamarada arde en el campo visual… «¿Qué es eso tan veloz?…», por lo que la sonda reduce la entrada de información, aplicando polarizadores y filtros… «Es un reflejo, luz reflejada de Wolf 359…», hasta que su movimiento la lleva más allá, la luz mengua y logra ver mejor la minúscula cabina de control en el sitio exacto entre las dos enormes velas solares… «Debe estar utilizándolas para obtener algo de impulso…» y detrás de ella la oscura masa de hielo apelotonado y la urdimbre constrictora que sujeta la carga… «¿Lanzada desde esa luna, quiere decir?…», las velas captan pacientemente los rojos fotones del lejano sol y se ladean para que la inercia que imparten impela el hielo umbrío suavemente desde el gigante gaseoso… «Lavera, adjudica una línea visual a estos objetos, calcula sus trayectorias suponiendo, por simplificar, que algo los está sacando a intervalos de esa luna…», durante décadas, hasta que el tirón gravitacional del planeta es equilibrado por el impulso de la débil estrella roja… «Sí, se están deteniendo correctamente; una espiral pequeña y hermosa…», motas distantes extendidas en una amplia curva lisa… «Sólo que separa más afuera, y aquellos parece que se arraciman…», cuando titubean y evacúan luego sus reservas de combustible por toberas de baja tracción, liberando vapor que ha entrado en ebullición desde la superficie de los hielos que transportan… «Y parece que pierden la costra y vuelven a internarse moviéndose muy despacio, aunque…», esta vez moviéndose no en espirales sino en largas órbitas hiperbólicas de baja energía… «Y empiezan a diseminarse ganando velocidad. Supongo…», zambulléndose en la presa del mundo rodeado por una banda amarilla y naranja, rebasadas las giratorias bandas marrones a mayor velocidad de la que han visto nunca, corrigiendo sus rumbos en virtud de instrucciones de la arcaica y distante luna nodriza… «Después de eso las he ido perdiendo, supongo que se esparcen demasiado para poder detectarlas, pero ya no están limitadas por la gravedad, eso puedo precisarlo…», caen libres por fin hacia el mundo interior que lo había iniciado todo millones de años antes… «Me inclino a creer que con ese impulso tan leve el viaje…», transportando valioso hielo que intersectará la órbita del pequeño planeta y se adentrará en el vestigio de atmósfera… «Correcto, Nigel, le doy cinco, seis años hunnert para llegar al sistema interior. Parece que ese terratipo es la meta, asimismo, o próximo a ella…», de forma que el cielo empieza a brillar con una lluvia de meteoritos que vierten vapor cuando caen libres… «¿Todo esto únicamente para trasladar trozos de hielo?…», icebergs que se deshacen en lluvias que centellean en el cielo nocturno por encima de una llanura agreste… «Saca el promedio, puede que uno al mes…», el cielo se calienta… «y a ese ritmo llevaría cuarenta eternidades formar un océano…», suaves, húmedas brisas se levantan bajo un sol mortecino aunque perpetuo… «Cierto, pero ese es precisamente el tiempo del que muy bien pueden disponer…», los icebergs vienen en ayuda de una biosfera muerta desde hace mucho, pero que puede, con la presión constante de las leyes químicas, originar de nuevo… «Lo que es más, apreciarás que había lagos en ese lugar desahuciado…». La sonda pivota y, bajo una faz austera, pasa de largo rauda… «La cuestión es, ¿qué los está enviando?…». Llanuras cortadas de hielo y roca y regresar a una mancha central de un marrón acribillado de huellas… «Algo que puede usar energía solar debe de hacerlo para que perdure todo este tiempo…», vastas pantallas brillantes, plantas manufacturadoras desperdigadas, todas cubiertas de hielo… «Por el mismo argumento, las máquinas han de ser capaces de repararse a sí mismas, de construir otras idénticas a sí mismas cuando sea necesario, de guiarlas en vuelo…». Lento y uniforme, desmenuzando montañas veteadas de azul, cargando lanzaderas electromagnéticas catapultadas… «¿Quién pondría en marcha todo esto? Es decir, ¿qué objeto tiene…?», el hielo se ha dislocado y roto bajo fuerzas variables producidas al quitar el peso, y la luna está resquebrajada, llena de fallas y agujereada, según es corroída… «Lo que quiera o quienquiera que viviese ahí, en ese planeta, hace millones de años, y puso esto en marcha…», las máquinas continúan, se oxidan, se paran y son reemplazadas… «Pero se han extinguido, Nigel, la biosfera se ha consumido…», la sonda oscila junto a la luna y sobrepasa como una flecha el gigante gaseoso, cambiando su inercia para lanzarse hacia la próxima estrella que se cierne a una docena de años luz… «Seguramente, pero esas motas negras no saben que…», la antorcha de fusión interviene… «¿Siguen funcionando, pues? Cristo, no tiene sentido cuándo lo que sea que acabó con toda una maldita biosfera subsistió. Por qué no eliminar estas pequeñas…». Atronando, los campos magnéticos se expanden y atrapan iones para sazonar el nuevo fuego de fusión… «Me imagino que no es posible precisarlo partiendo de este cúmulo de hechos tan precario, pero ten en cuenta que había un Vigilante en torno a ese planeta…», el gigante gaseoso aparece indistinto en su exhausto… «Bueno, puede ser que no echamos una buena ojeada, y Landon dice que no ve tanta semejanza…», partiendo… «Lo bastante buena, pero ¿cómo va a explicar él el otro hecho?…», los mundos extintos muy atrás, la luna conmocionada… «¿Qué hecho? No…», hacia afuera… «Que no había ningún Vigilante alrededor de esa luna».