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n el 2046, la Tierra había lanzado una serie de sondas exploratorias a las estrellas próximas. Ahora estaban llegando, husmeando la miríada de misterios de Epsilon Eridani, Ross 128, Cygni, y otros nombres crípticos que una vez fueran símbolos anodinos de catálogo y ahora eran blancos luminosos. Las sondas transmitían sus datos tanto a la Tierra como al Lancer, para ahorrar años de demora en la retransmisión. Para filtrar y comprender el flujo multicanal, Ted Landon había formado equipos compuestos de analistas de datos de alto flujo, variados científicos, y cualquiera con experiencia de campo.

Nigel entró en la lista. Para dominar los procesadores colectivos tuvo que aislarse completamente, abierto únicamente al uniforme tecleteo salutatorio de los datos de la sonda, enfocando el declinar y surgir de sensaciones provenientes de las sondas según atravesaban sistemas estelares, se zambullían en densas atmósferas y, finalmente, avanzaban desde sus cápsulas y recorrían incluso las tierras alienígenas.

La primera sonda automatizada alcanzó la estrella Barnard y redujo su velocidad rebasando dos planetas pequeños. Las señales llegaron sólo unos meses después de que el Lancer abandonara Isis. Los mundos, del tamaño de Mercurio, eran baldíos, carentes de interés. No parecía haber nada interesante en relación a las estrellas, aparte de las mediciones rutinarias de arcos de ondas de choque, escrutinio de cometas y análisis de manchas solares. A medio camino del sistema, la sonda dejó de transmitir bruscamente. No volvió a dejarse oír. Los astrónomos sospechaban que, al estar cruzando el plano eclíptico del sistema por aquel entonces, la sonda no había logrado esquivar un asteroide.

Nigel se pasaba el tiempo en una cápsula de aislamiento, monitorizando caudales de datos de Epsilón Eridani. La sonda se internó, localizando el distante brillo móvil que eran los planetas, cartografiando el plano de la eclíptica de Eridani, bosquejando las historias orbitales con diestras pinceladas newtonianas. Las tres personas, en sus frías vainas oscuras, enlazados con datos holográficos, de plenitud sensorial, vieron a la sonda pasar rutilante junto a un reducido punto lumínico de un gris oscuro.

Antes de que pudieran conjuntar sus impresiones propias, los programas astrométricos de a bordo de la sonda examinaron el volumen cercano, escucharon en busca de murmullo infrarrojo o chasquidos similares del gris, y hallaron cuatro: una nube Oort de protocometas que trazaban sus lentos picados en mortaja de polvo. La sonda con forma de araña continuó veloz, siguiendo su propia lógica. Los receptores humanos insertos en el flujo de números y espectros, compusieron una semblanza con implicaciones humanas. Masa de la estrella: 0,83 solar. Seis planetas. Tipo espectral K2, manchas solares visibles. Dos gigantes gaseosos; un mundo del tamaño de Marte; el resto, meras rocas. Ningún océano, ausencia de vida.

«Sí, pero el del tipo terrestre tiene atmósfera, ¿ves?…», cuando todos sintieron a la sonda que aminoraba la velocidad, maniobraba… «Claro, aunque no hay nada de oxígeno y nada de gases en desequilibrio hasta donde alcanzo…», el mundo estaba aumentando ante ellos… «Convincente, pero eso es pura teoría…», un amasijo de grises y marrones y negros abigarrados… «Mira, eso es una cubierta de nubes, cierto; el preliminar lo pasó por alto…», campos de piedra que destellan como las ventanas distantes de una ciudad al reflejar el amarillo sol poniente… «No lo sé, mica tal vez…», cadenas montañosas escarpadas, valles sinuosos… «Algunos indicios de actividad tectónica y, yo diría, que algo de actividad volcánica por allí, junto al borde…», el azote del viento y mesetas ruinosas, grises y llenas de recovecos… «Un planeta insignificante en realidad, tenue atmósfera, sobre el 0,32 de la masa terrestre…», ninguna salpidacura de verdor a la vera de los ríos que van labrando… «Mira esa lectura, C02 más las trazas esperadas…», tormentas ululantes, azules sobre las fruncidas tierras pardas; ningún oído que preste atención a su paso… «Todo el sistema es un desastre, si este es el mejor…», la sonda describe un arco sobre el planeta, pondera para sí la utilidad de desplegar un aparato de superficie… «No, espera, vuelve a esa última imagen…», la curva de este mundo es de un esplendoroso color plateado sobre negro… «Exacto, la toma, del horizonte…», una esquirla de un gris acerado como un fino cable… «Curioso, un planeta pequeño como este con un anillo de…», brillando tenuemente, pero, cuando la sonda sigue trazando el arco, la supuesta línea recta se niega a engrosarse, a mostrar un disco… «No, míralo, baja directamente a la Superficie…», anclada al ecuador… «Estoy hecho polvo, es un Gancho del Cielo…», el silencio gélido por respuesta, mientras observan el enorme artefacto, siendo visible ahora su larga curva, como un pelo aún, fino y atrasándose hasta el ecuador… «¿Por qué?, ¿por qué levantaría nadie un Gancho de Cielo en un desierto?…», nada se mueve sobre la fibra. Pueden constatarlo en las exposiciones sucesivas que envía la sonda, centrando su propia evaluación en la fina cuña de color gris contra las estrellas… «¿Minería? Ninguna otra cosa vale una mierda ahí abajo…», la sonda retrocede ahora, cambia la visión… «Tal vez no fue siempre de esa forma…», vuela en círculo por campos de estrellas… «¿Quieres decir que hay rastros de vida ahí abajo? ¿Una civilización? Pero, no hay traza alguna de…», una mota que crece… «Ahora no, no…», la sonda rodea el árido horizonte… «En una escala de tiempo geológica, ¿qué perduraría?…», un punto redondo incrementándose… «Es por algo que, bueno no hay nada de vida, qué podría…», la media luna informe, mordisqueada… «Sí, si los nativos construyeron eso, hace tiempo que desaparecieron, estamos hablando de decenas de millones de años fácilmente y no creo…», irregular, grises y negros, un lado aplastado como por un impacto lateral, líneas de tensión en la roca arcaica de la pequeña luna de este mundo… «Es lógico, claro, hay algunos cráteres pero no tantos y, en cualquier caso, ¿cómo puedes exterminar toda una biosfera…?», algo destella con súbita luz naranja en las fosas ensombrecidas de la luna… «Eh, ¿estás viendo eso…?», una llama intermitente… «Justo como…», se proyecta al exterior, crece hacia la sonda… «Un objeto como el anterior, un Vigilante…», abarca la lente… «Debe ser de un alcance de doscientos klicks, incluso más…», un caos naranja punteado de rojo encendido… «Dios, espero…», las manos crispadas, aunque todos eran sabedores de que esto había ocurrido ya años antes, a parsecs de distancia… «Nos ha alcanzado…», pero la rauda propagación les atrapa cuando los brazos anaranjados se alargan y envuelven las antenas disco… «Cristo, si abrasa a esos, nosotros…», el acústico de a bordo registra una descarga ondulante que viene hacia los tres como un rumor… «Perdiendo la baja frecuencia…», una sensación hiriente, fulminante… «Lo freirá, sin duda, si eso alcanza el equipcom…», plasma ionizando los interferómetros alineados con precisión… «La telemetría está fluctuando…», lentes que han encarado el vacío extremo durante una década, empañadas, agujereadas y fracturadas… «Pérdida de presión en el criotanque derecho…», un calor menguante se difunde a través de los delgados sellos… «Maldita sea, maldita sea, mira eso…», las nubes ensortijadas se disipan, refulgen unos chorros violáceos, el hidrógeno ionizado escinde y decolora los UV… «La microonda prácticamente ha cesado…», las estrellas retornan… «Las funciones principales están averiadas…», el punto decreciente absorbe su propia lengua de un rojo sangre… «Era esa velocidad de pasada y rebote, lo alcanzó a más de nueve klicks por segundo…», la consumida superficie de debajo semejante a una cripta, se enturbia y brilla con la distancia… «Sobrepasada, es todo…», cae la sonda hacia las estrellas, cegada en la negrura, y paralizada… «Me pregunto por qué aquello dejó el Gancho del Cielo…». Parados sus motores… «¿Aquello? ¿Qué aquello?…» y vuelve abnegadamente a medir las miasmas de vientos solares… «El aquello que puso el pie en ese yermo, dejando detrás a nuestro Vigilante…», la mujer inserta la imagen de él en su plexo, le mira… «Quizá sea demasiado problemático derribarlo…». Se desembarazan, cada uno, del laberinto acoplativo… «¿Después de hacer eso a la superficie?…». Trastornados, macilentos, estremecidos todos… «Sabe Dios cómo, pero…», interrogantes luces verdes de Control destellan sin ser percibidas… «Eso es una suposición, claro. Vale, puede que teniendo un ascensor a mano…». La cabeza de Nigel está agachada, su mano mesa su pelo cano abstraídamente… «¿Para qué? ¿Para trabajar en superficie?…». Frío fulgor de esmalte… «O para subir materias primas, ¿cómo voy a saberlo…?». Golpea preocupado la escotilla de cada uno del equipo externo… «Ha estado ahí una inmensidad de tiempo, yo diría que para hacer reparaciones, acuérdate del armatoste chafado que iba de pasada. Era de esperar; así pues, se arregla a sí mismo…», sudoroso y confinado, entonces la escotilla se abre… «Bueno, podría ser, pero ¿por qué tomarnos una instantánea?…», desenredando el espagueti electrónico… «Cuando el de Isis simplemente dejó al Lancer que se fuera, ¿quieres decir? Hum, tal vez, tal vez este consideró que no tenía nada más que averiguar. Hum».