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ada noche, luego de hacerse demasiado de noche para que Warren pudiera escribir a la luz amarilla del fuego, se trasladaban al interior de la isla. Los mosquitos se quedaban cerca de la playa y, asimismo, había otros insectos. Warren escuchaba a los peces en la laguna brincando a por los insectos, y los chapoteos cuando los Espumeantes, a su vez, cogían a los peces. Podía ver sus estelas fosforescentes en el agua.

Se embadurnaron de barro para mantener alejados a los mosquitos. Todas las mañanas, los hombres se inspeccionaban recíprocamente y siempre había unos cuantos puntos negros donde se amadrigaban las garrapatas. Un ascua del fuego aplicada contra las patas traseras de la garrapata la hacía desprenderse y, entonces, Warren podía sacar la garrapata con las uñas. Sabía que si la cabeza se quedaba suelta en la piel, se descompondría, y toda la zona se convertiría en un forúnculo. Reparó en que Gijan tenía pocas garrapatas y se preguntó si estaría relacionado con la piel oriental.

A la mañana siguiente, Warren consiguió una buena captura y, cuando la izó, se sintió dolorido por los días de trabajo en la balsa. Tras comer pescado, fue a por más cocos. Las hojas más blandas eran buenas, igualmente, para frotar la piel a fin de eliminar el escozor de las picaduras de mosquito y extraer la sal. Ahora era más difícil hallar buenos cocos y cruzó la isla laboriosamente, subiendo al promontorio y bajando a una área pantanosa en el extremo sur. Allí había hojas comestibles, masticó algunas despacio en el camino de vuelta, cavilando. Se encontraba casi al otro lado de una extensión de terreno pelado cuando vio que era el sitio en el que habían dispuesto el SOS. Las rocas de color claro estaban allí, aunque diseminadas. El SOS estaba deshecho.

Gijan estaba mirando en la caja de almacenamiento cuando Warren regresó al campamento.

—¡Eh! —llamó.

Gijan le miró, tranquilo y firme, y luego se puso en pie, tomándose su tiempo.

Warren señaló al sur, fulminó al hombre con la mirada y después se inclinó, dibujando el SOS en la arena. Lo borró y apuntó a Gijan.

Warren había esperado que el hombre le dirigiera una mirada inexpresiva o una expresión atónita. En lugar de ello, Gijan se metió una mano en el bolsillo.

Gijan dijo a continuación con gran claridad:

—No importa.

Warren permaneció absolutamente inmóvil. Gijan sacó la pistola del bolsillo casualmente, sin apuntar a nada. Warren inquirió con cautela.

—¿Porqué?

—¿Por qué engañarte? Para que prosiguieras con tu —hizo una pausa— buena labor. Has hecho notables progresos.

—Los Espumeantes.

—Sí.

—¿Y el SOS…?

—No deseaba que nadie que no debiera divisara la isla.

—¿De quién se trataría?

—Varios. Los japoneses. Los americanos. Hay informes de que los soviéticos están interesados.

—Así que tú eres…

—Chino, por supuesto.

—Por supuesto.

—Me gustaría saber cómo escribiste ese sumario. He leído los mensajes directos que obtuviste de ellos, los he leído muchas veces. No he podido ver mucho en ellos.

—Hay más en ellos de lo que escribieron.

—¿Estás seguro de haber traído todos sus mensajes a tierra?

—Claro. Los guardo todos.

—¿Cómo es que descubres cosas que no están en los mensajes?

—No creo poder contártelo.

—¿No puedes? ¿O no quieres?

—No puedo.

Gijan se mostró meditabundo, estudiando a Warren. Finalmente dijo:

—No puedo emitir un juicio al respecto. Tendrán que decidirlo otros, otros más sabios que yo. —Hizo una pausa—. ¿Estuviste de veras en un naufragio?

—Sí.

—Es extraordinario que hayas sobrevivido. Pensé que morirías cuando te vi la primera vez. ¿Eres marino?

—Maquinista. ¿Y tú qué eres?

—Soldado. Una especie de soldado.

—Una especie insólita, me da la impresión.

—No es este el cometido que yo hubiera escogido. Me siento en este sitio horrible y trato de hablar a esos seres.

—Ja, ja. ¿Ha habido suerte?

—Nada. No me responden. Los instrumentos que me dieron no sirven. Algo semejante a linternas. Productores de sonidos. Cosas que flotan en el agua. Me dijeron que estaban concebidos para estos seres.

—¿Qué ocurrirá si no responden?

—Mi trabajo habrá terminado, entonces.

—Bueno, supongo que te he dejado sin trabajo. Sin embargo, todavía vamos a necesitar algo para comer. —Indicó la balsa y se volvió hacia ella, y Gijan le encañonó con la pistola.

—Puedes descansar —dijo este—. No llevará mucho tiempo.