E
l equipo de la misión se desplegó cuidadosamente en torno al satélite A. Un tercio permaneció a cuarenta klick de distancia, con el material pesado y los fardos de comunicaciones. Otro tercio exploró la superficie. No hallaron nada especial, verificaron la datación de Fraser y el escrutinio de cráteres, y reconocieron los orificios de entrada. El último tercio montó las máquinas de reconocimiento, examinó las oscuras aberturas en busca de sensores y líneas conmutadoras y, finalmente, resolvieron que todo estaba en orden. Ningún murmullo de vida electromagnética salía de los orificios, nada respondió a sus rudimentarios sondeos.
Las máquinas entraron, prudentes y silenciosas. Estaban bloqueados por un pasaje sellado a treinta y tres metros en el interior de la cresta rocosa.
Los robots quedaron constreñidos en el pasaje cuando se estrechó y no pudieron encontrar nada para abrir el sello. Dos mujeres se internaron para comprobar la situación.
Ajustaron monitores al negro sello de cerámica y prestaron atención a indicios acústicos que pudieran revelar un cierre.
La cuadrilla que se hallaba junto al borde del orificio de entrada estaba escuchando a las dos mujeres discutir cuestiones.
Sintieron una leve percusión. Al mismo instante las dos mujeres dejaron de hablar, para siempre.
Algo azul y blanco como el hielo salió del agujero oscuro. Un análisis escalonado en milisegundos de la lectura del vídeo mostró únicamente esta bruma blanquiazul, y luego —próximo encuadre— los inicios de una explosión anaranjada entre las tres figuras humanas que estaban más cerca del orificio. En dos encuadres más el naranja abrasador había alcanzado las lentes del vídeo mismo y cesó la transmisión.
El naranja se movía como un líquido, despejando la superficie del satélite en siete milisegundos. Una lengua anaranjada se desprendió de la superficie, en el punto más próximo al equipo de la misión en órbita. Se proyectó dieciocho klicks y después se trasladó, enroscando largas fibras, durante veintidós milisegundos. Para entonces la cuadrilla de la misión había registrado sólo un borrón de movimiento en sus monitores.
Dos tercios de la dotación, todos los que estaban en el satélite, habían muerto.
Las fibras naranjas se retorcieron, se ovillaron, y todas menos una se retrajeron para disiparse finalmente. Una creció, se extendió y asestó al aparato de la misión un golpe debilitado.
El plasma a alta temperatura cegó los sensores y perforó las pieles de acero.
Un gigavatio de muerte restallante, enmarañada, explotó sobre las naves de extremidades arácnidas.
Murieron más.
Lo anaranjado se contrajo, se consumió, oscureció y deshizo. En cuarenta y dos milisegundos, quedó reducido a un candente fulgor blanco en el orificio de entrada. La roca del satélite era ahora de un marrón bruñido. En una fracción de segundo ulterior, toda la actividad electromagnética del satélite cesó. Los doce miembros de la dotación restante todavía no habían tenido tiempo de girar la cabeza, para ver lo que había aparecido y desaparecido.
—Jesucristo, ¿has…?
—Está sobrecargado, no puedo ver nada salvo eyecciones… se han esfumado, he dicho que no hay rastro por ninguna…
—No, están esas escorias, las detecto ahora en el IR pero…
—Qué espanto, todos están deshechos, todos los módulos en órbita, como guisantes aplastados.
—El campamento está desparramado por toda la superficie como si algo lo hubiese chafado. Maldita sea, lanzad el dos ahora, nos impulsaremos y seguiremos…
—… la gente en órbita. No puedo ver mucho, pero olvídate de los demás, los supervivientes sólo van a estar en los módulos y no muy incólumes tampoco, apostaría…
—Sylvano, no recibo nada de los trajes del A14 al A36 inclusive, ¿tienes sobreimpresión de eso?
—¿Estamos a salvo? ¿A salvo? Maldita sea, no lo sé, estamos a doscientos mil klicks de distancia, quizás. Esa es una distancia suficiente, pero ¿de qué más dispone el satélite? Respóndeme a eso y te diré…
—Nunca garanticé sellos de presión contra lo que quiera que fuese eso naranja. Demonios, Stein, llegué a medir tres kiloTorr en un par de milisegundos en un mamparo interior, luego toda la instrumentación se jodió y probablemente los aplastó. Estoy enviando las curvas ahora, ¿qué has hecho de ese…? No, todas sus antenas están destrozadas, no alcanzo a ver tanto. Es por eso que no podemos obtener…
—Al 4, A14, por favor, respondan.
—Mierda, no puedo captar nada en este alcance. Ningún disco…
—Se están desplomando, en cualquier caso. No puedo apuntar la antena rifle de a bordo hacia nosotros. Aunque mira, Nigel, te aseguro que no hay modo de poder descubrir eso, así que sal de mi banda y déjame…
—Míralo ahí en el IR, todo el costado del módulo A está calcinado, al parecer. Mira justo ahí cuando da la vuelta a la luz. Es como castaño y…
—Aquí Alex. Mira, he comprobado esas longitudes de onda de los trajes y sí, puedo sintonizar el disco grande para eso. Funcionamos en esa banda si empujamos los lóbulos para adentro un poco. Pero puedes estar seguro de que el contacto ordinario está desactivado. Ya sabes que estoy a la espera en emergencia, por lo…
—… por supuesto que está desactivado, cretino, sus antenas han desaparecido. Si queda algún elemento electrónico operando en sus trajes estarán emitiendo una señal de alarma con sólo el jodido cableado del traje y el único modo de recibirla, Alex, a este alcance, es a través de ti…
—Sí. Reynolds se está moviendo tan rápido como puede. Yo diría que ETA está a cuatro horas más. Despacio, pues…
—Sí, menudo aspecto tengo, lo sé, y menuda es la que le voy a dar al cabrón de Ted…
—Mira, he conseguido… ¡Eh!, aguanta un minuto, Nigel, un minuto. He conseguido mediante Nichols el traje ID y estoy al habla; tengo la lectura ya, puedes dejarlo. Mira, ahí es donde lo estamos obteniendo. 2,16 gigahertzios, correcto. Sí, espero que esto sea correcto. Sí, hay líneas aquí, tres, cuatro, cuento ocho. Las estoy intensificando un poco ahora, puedo captar los ID, tal vez directamente desde la cara del telescopio. Oye, espera un segundo…
—Nikka es el A27, Alex, eso es a 2,39 gigahertzios.
—¿Has dicho a 2,39? Sí, Nigel, recibo ese y el 2,41 al lado. Están en alarma, sólo el 2,43 está apagado.
—… y el 2,45 también.
—¿Cuánto tiempo crees…?
—Ted, estamos ya en impulsión, y eso está condenadamente bien dadas las condiciones me parece, considerando…
—Quiero cerciorarme de que no te vas a meter en lo que quiera que les haya sucedido, por tanto tendrás que hacer una aproximación lenta, nada demasiado…
—Vale, llevándonos allá en 2,68 horas, he elaborado una trayectoria con Ra a nuestras espaldas que puede ser de alguna ayuda…
—Reduce nuestra visibilidad, pero tendremos que maniobrar para alcanzar toda esa escoria, se está expandiendo rápido…
—Alex dice que ya no es necesario. Hay seis, no ocho, trajes respondiendo a nuestro interrogatorio médico retransmitido, y están en dos cápsulas…
—¡Jesús!, ocho de, ¿cuántos eran? ¿Treinta y seis?
—Sí, es por eso que quiero extrema precaución. Aunque, sabe Dios que con ese tiempo de respuesta las cuadrillas no pudieron haber hecho nada aun cuando hubieran estado armados. Sin advertencia, alguna ellos…
—A Nigel. ¡Oh!, Zak, ¿puedes buscarme a Nigel? Suena como… he dicho que soy Alex… suena como un manicomio la Central, ¿puedes…?
—Mantenía. ¡Oh! Vale, aquí…
—Envía esas coordenadas a Reynolds pronto. Quiero…
—Nigel, me alegro de encontrarte. Mira, he estado monitorizando…
—No, no hay nada del satélite, ninguna interferencia. Por tanto eso no puede estar causándolo.
—Alex. Alex, soy Nigel. He realizado una verificación cruzada y no hay ninguna otra explicación. ¿Cuánto tiempo falta para que el equipo de rescate…?
—Una hora y veintisiete minutos más. Central dice…
—Diablos, ¿no pueden…?
—Lo siento, yo… Mira, acabamos de perder uno de los trajes, pensé que lo sabrías, llamaba porque es el 2,39 gigahertzios, uno, Nigel. Se ha desvanecido.
La blanca piel horneada estaba muerta y reseca, desprovista de color. Nigel alargó la mano y la palpó a modo de prueba. Se sentía anonadado y confuso, el residuo de muchas horas.
Ella tenía el párpado derecho cerrado. El izquierdo había sido presa de las llamas. El lado izquierdo del rostro aparecía cerúleo y endurecido. A la esmaltada luz impersonal y fosforescente, él recorrió con dedo trémulo las familiares líneas, las atezadas depresiones y cañones, y se maravilló de que los pliegues fluyeran suavemente en la nueva carne que se iba afirmando sin rastro alguno de transición.
—Volverán a… colocar… el párpado dentro de una hora… han dicho —musitó Nikka. La brillante piel estaba atirantada aún y tenía los labios hinchados, purpúreos. No podía articular bien.
—Calla.
—Sigo sin… recibir órdenes… Nigel.
Él la miraba, incapaz de pensar en algo que decir.
—Tú… tenías razón.
—No. Simplemente era precavido.
El esplendente montaje médico amarillo continuaba hurgándole el lado izquierdo, demorándose para fabricar más piel y volviendo a hurgar después, paciente y con aspecto perruno.
—Cuando mi traje intervino y… cerró la circulación… de mi brazo izquierdo creí…
—Lo sé.
—Todavía no entiendo… cómo…
—Te congeló aventando gases en las lumbreras apropiadas. Ingenioso. Era la única salida.
—No… no creía que los trajes pudieran…
—No pueden, no sin un procesador conmutado a un buen programa de control metabólico. Cuando tu traje dejó de emitir, calculamos que probablemente estaba intentando conservar su energía, usar sus reservas en medicina interna. Por ello, Alex enfocó el disco grande para transmitir, y yo activé los programas necesarios. Alex incrementó su nivel energético y se las arregló para anular tu traje. Lo interrogó, hizo que renunciara al control y delegara en nosotros. Los programas de la nave explicaron a la pequeña mente confusa de tu traje cómo aislarte, cómo situarte en el quemador posterior.
—Haces que suene… muy… liviano. Su fachada de visita a pacientes se esfumó en un instante.
—Siempre has sido un… actor malísimo.
—Sí. Espantoso. —Debería haber contado con que no podría mantener apartadas de su cara la tensión y la fatiga.
—Estaba convencida de que me moría allí, Nigel.
—Yo también.
—Deseaba llamarte…
—Lo sé. —No había nada que decir, por lo que le tomó la mano derecha. Tenía una textura suave, consumida y poco consistente. Contempló su rostro en tanto que pasajeras tormentas de emoción lo cruzaban silenciosamente, delatadas por ligeros cambios de expresión en la carne hinchada, descolorida, moteada.
Por una ventanita podía ver a los demás supervivientes que yacían sobre losas blancas, donde eran operados por grupos de figuras con bata. Estaban siendo preparados para las Cámaras de Retardo, sus lesiones eran demasiado exhaustivas para la capacidad del Lancer. Serían almacenados en una nada silente, onírica, hasta el regreso a la Tierra.
—¿Ha… ha salido algo más de ese…?
—No. Parece muerto como siempre. El otro satélite no muestra ningún signo de actividad, tampoco. Misterioso.
Ella le estudió.
—Poco convincente.
—¿Hum?
—Estás atando cabos… ¿no?
—Lo intento, sí.
—No crees que los EM… situaran esas… cosas…
—No. Pero sólo tengo intuiciones. Nunca debía haber consentido que la maldita cretina de Carlotta…
—Lo… sé. —Ella le apretó la mano y esbozó una sonrisa—. Ambas… Carlotta y yo… reaccionamos… ante algo… no sé cómo lo expresas tú… así…
—Nada diplomático.
—Directo, al menos. —Ella fijó los ojos oscuros en el techo refulgente. El montaje médico alteró la inclinación en su constante labor y ella se rebulló, incómoda—. Tú… tú no eres el mismo ahora, Nigel. Tú… siempre percibí un equilibrio… en ti. Ahora…
—Sí. —La miró y se acordó de las largas noches juntos, cuando se encontraron por vez primera, tendidos en una angosta litera enterrada en la Luna. Nikka paciente y analítica, mientras que él machacaba, furioso y con los ojos enrojecidos, fustigando lo que parecía ser el problema y sin acertar a ver en él lo que representaba. El cariz que su vida tomó le llevó por extraños derroteros, continuó moldeándolo y remoldeándolo. En aquella época remota no había habido ningún equilibrio, ni siquiera un equilibrio dinámico como el caminar, consistente en un proceso de dejarse caer adelante y volver a afianzarse justo a tiempo. Ni siquiera eso era posible cuando el mundo se mostraba a sí mismo como un acertijo y se alambicaba, manifestando su aspecto más escurridizo, que era sólo una cara más, una cara a la que había que dar respuesta, que le amasaba y moldeaba como parte del acertijo mismo, oprimiendo…
—Vas a salir de nuevo… ¿verdad? Así pues, ella lo había percibido.
—No a los satélites, no.
—A la superficie. —Ella frunció el ceño. La materia pastosa que habían utilizado para fijar su cabello se arrugó y una pequeña burbuja estalló en su superficie, dejando un cráter gris abierto que se llenó rápidamente—. ¿En persona? ¿O en servo?
—Servo para mí. Resulto ser una tediosa ruina demasiado precaria para que me consientan en la superficie. He de resultar un adulador, en realidad. Daffler tiene que hacer los sondeos… es un tipo imperturbable.
—Al menos deberían… dejarte poner pie…
—Imposible, me temo. Pero Ted está accediendo finalmente a un contacto directo, así que eso hemos ganado. Es lo único bueno que va a salir de esta farsa del satélite. —Los ojos de Nigel danzaron anticipándose—. Además, he conseguido permiso para que Daffler haga los sondeos en persona. Con un mínimo de traje.
—¿Porqué?
—Para que los EM puedan ver que es una criatura viva. No otra condenada máquina.
—No lo comprendo. ¿Por qué no enviarles una señal meticulosamente codificada?
—Esa puede ser una proposición algo aventurada, realmente. Ted y sus teóricos resaltaron un interesante argumento en contra. El equipo de superficie en el satélite A halló una trama de materia metálica, radiosensitiva, por toda la roca, tejida dentro de ella de alguna forma. Parece extraordinariamente sensitiva. Puede resolver y monitorizar las transmisiones EM fácilmente.
—Y las nuestras.
—Bastante. Pero no nos ha molestado, no hasta que hicimos algo fuera de lo común. Aparentemente nuestras señales, viniendo desde la órbita más al exterior, no la molestan. Es…
—Un vigilante. Las transmisiones de ese cántico lento de los EM… están bien. Como las nuestras, puesto que están viniendo desde lejos. —Ella frunció el ceño.
—Sí, Vigilante… no es un mal nombre. La cuestión es, ¿qué ocurre si empezamos a devolver la señal salutatoria de los EM, ese viejo espectáculo de radio? ¿Cómo reaccionarán los Vigilantes?
—Así que el grupo estratégico de Ted cree… que deberíamos saludar a los EM desde la superficie. Donde no parezca… inusual.
—Esa es la teoría.
—¿Qué crees tú?
Nigel se encogió de hombros.
—Esas cosas son enormemente peligrosas. Es mejor ser cuidadosos.
—Si sólo… supiéramos más sobre ellas…
—¡Ah!, pero lo sabemos. Algo, en cualquier caso. El equipo de superficie transmitió un análisis espectral de la roca. Fue fundida en algún proceso de alta temperatura, hace aproximadamente 1,17 millones de años.
—¡Hum! Cuadra con la estimación de la duración de sus órbitas.
—Sí. Pero son unos doscientos mil años más antiguas que el límite máximo de su duración orbital.
Los párpados de ella aletearon; la estaba embargando el sopor, se relajaban en su rostro los nudos de la tensión. Nigel mismo sintió una oleada de regocijo, una convicción de que para ella la crisis había pasado.
—Ya… veo. Interesante… pero…
—Exactamente. ¿Dónde estuvieron los Vigilantes durante esos doscientos mil años que sobran?
Nigel estaba ayudando a enfriar un compartimiento de invernadero cuando Carlotta le encontró. Él contemplaba un retazo de paisaje invernal según el aire forzaba un ciclo rápido.
La condensación de la mera humedad, meditó, era una fuente infinita de belleza. La primera escarcha formaba sus bosquejos en los vidrios de la estación de observación. Ovilladas hojas aplaudían el viento invernal. Vino el otoño, produciendo hielo como la mejor porcelana china.
—He metido la pata —dijo Carlotta. Él la miró y se encogió de hombros—. Tu autoservicio ha sido revocado. Creí que tenía todos los programas administrativos bloqueados, pero…
—¡Ah, bueno! Díscolo de mí, en cualquier caso, queriendo escurrirme de debajo del microscopio. Ella le rodeó con el brazo.
—¿Crees que te excluirán del trabajo de servos?
—Depende de mi próximo chequeo. —Se restregó las manos, escrutando los nudillos—. Las articulaciones han estado protestando últimamente.
—No, mantendrán en la brecha al Gran Vejestorio.
—El Gran Velatorio suena mejor. En las reuniones del personal no dejo de perorar sobre el Snark y Marginis y civilizaciones de la máquina en la galaxia. Historias todas muy inverificables, insustanciales. Yo…
—Se rehizo, dejó de frotarse las manos, y se enderezó.
—Nigel, pareces cansado.
—Una ilusión óptica. Observa, déjame lanzar algo de ese tonelaje de Gran Monigote y te conseguiré gente de más. Creo conocer la palanca precisa que hay que utilizar.
—Escucha, lamento haberlo estropeado.
—Carlotta, aquello no fue una simple conversación banal. Nunca pensé que me saldría con la mía mucho tiempo, de todas formas.
—Si yo hubiera tenido en cuenta esa opción reparadora. Yo… —Se apoyó contra un mamparo—. ¡Madre de Dios!
—Eres tú quien necesita ayuda. Trabajo extra para la misión. El apuro de Nikka… Te conseguiré un turno libre.
—No, de veras, yo… —Le tocó a él rodearla con un brazo.
—Es absurdo. Servirá para alguna otra cosa, para empezar. Justo lo que hace falta para captar la atención de Ted. Un toque de influencia especial disuasoria, del modo en que lo haría un Gran Intrigante.
—¡Hum! —murmuró ella cansinamente. ¿Y bien?
—Me hará parecer un poco más activo, avivando la política de la nave y demás.
—¡Oh! Escucha, creo que, de cualquier forma, el montaje médico no te va a requerir hasta después de esta misión de superficie.
—Excelente. ¿Hay alguna posibilidad de retomar esa, ¡ah!, «opción reparadora» en el futuro? Ella frunció el ceño.
—Bueno, si yo… hum, tal vez.
—Excelente. Puedo necesitarla más adelante. ¿Puedes hacer que parezca que nunca hemos intentado este ardid?
—Si me muevo deprisa… ¡Eh! ¿Imaginas que puedes volver a necesitarlo?
—Podría ser —dijo él despreocupadamente.