L
levó una semana alcanzar el consenso de la nave completa, luego otra parte planear la incursión. El grupo, en el que todos eran voluntarios, descendió, cogió al alienígena y despegó a toda prisa. Todo en menos de dos horas.
Llevaron el gran saco de poliflex a la bahía esterilizada. La criatura EM yacía en ella como un monstruo de juguete que hubiese caído de costado con las piernas en ángulos extraños.
A la resplandeciente luz uniforme de la bahía el ser no arrojaba sombra alguna. No se movió. El equipo de dieciséis personas hizo rodar despacio y con cuidado la carretilla especialmente hecha para la ocasión, hasta su posición entre los bancos abarrotados de sensores y diagnosticadores e hileras destellantes de instrumentos quirúrgicos.
Nigel observaba atentamente a través de la gran tronera. Pudo distinguir a Nikka con un traje sellado de un blanco impoluto. Tiró de la plataforma rodante de la carretilla y el ser del interior se desplomó en una posición más adecuada. Todos habían sido instruidos y estaban seguros. Se precipitaron a colocar los instrumentos en torno a la criatura EM. Luego cortaron la bolsa.
Al introducirse el escalpelo, el saco exhaló una tenue bruma. El equipo retrocedió un instante y después, inquietos, observaron cómo el polvo se asentaba en la cubierta. El aire de la bahía era el normal de Isis, mas sin la leve calígine rica en azufre. Nikka aserró parte del saco y reculó tendiéndole el poliflex a un asistente que estaba detrás de ella.
—Espero que no precise ese viento y ese polvo para, vivir— dijo ella por el comunicador general.
—El ser ya está muerto —se oyó desde alguna otra parte de la bahía. Y los especialistas congregados comenzaron. Habían aguardado años para ver algo así, y ahora la piel cerúlea del EM yacía brillando bajo las luces penetrantes. Hubo un murmullo general.
Nigel respiró hondo, sin apercibirse del gentío que le rodeaba.
El aire en este corredor era tan insípido, puro y mortecino como lo era en la bahía. Los biocientíficos habían ordenado un higiénico equilibrio de presión positiva en los alrededores de la bahía, por si acaso. Él alzó la mano y dio un golpecito al monitor comunicador sujeto a sus orejas, y sintonizó todos los canales procedentes de la zona de trabajo.
De nuevo la multifase.
—Cuidado, cuidado ahí. Andreov, rasura esa espalda como si fuese el himen de tu hija.
—… de piel gruesa no es la palabra. Mira eso parecido a cuero de zapato.
—Los rayos X parecen en orden. Tiene una complicada estructura ósea, diría yo.
—Una especie de espina dorsal como un trípode descendiendo hasta el bajo vientre, ¿ves? ¿Qué es esa cosa grande y larga de ahí? ¿Debe estar en la cabeza?
—Sí, eso es parabólico, Jeffreys dice que en el despegue una antena longitudinal parabólica se encajó en el armazón rectangular de la cabeza, por lo que puede recibir microondas a todo lo largo del prolongado eje…
—… debe de ser para lo que sirve ese hueso. Aloja las terminaciones nerviosas para su visión radial, lo detecta todo y en alguna parte de aquí debe de haber un procesador a fin de adecuar la entrada a ese cerebro de curiosa forma.
—… vale, la materia espectral está entrando sobre estos tejidos; hasta ahora nada de gran tamaño, verdaderamente es algo muy fibroso.
—… Química dice que la toma de esa primera muestra es pura hemoglobina ferrosa grasa con enlace de oxígeno envuelta en un manto de corpúsculos. El mismo recurso bioquímico que la línea de los vertebrados sustenta en la Tierra.
—… esto son cromatóforos tal como yo dije, y lo que dijo McWilliams es una patraña, ¿te acuerdas? Pero, míralo. Responde, ¿ves?
—Hombre, fíjate, da brincos como ese y la superficie lisa se vuelve erizada. Deben de ser papilas de la piel.
—Quizá sirva para sacudirse el polvo.
—Es un reflejo probablemente no consciente, como lo es el estremecerse para nosotros.
—… si sigues atosigándome con respecto a eso te voy a… ¡oh!, eso crees, ¡ja! Observa esa piel, no llegaremos a esas incisiones al menos hasta dentro de media hora, así que puedes estar esperando con tus microespéculos hasta que Kovaldy haga su corte.
—Me consta que hemos de movernos deprisa. No se puede apreciar si este ser está clínicamente muerto. Después de todo, lo que ello implica es que ya hemos pasado por todo eso antes, sólo que ahora mirando al condenado ser. ¡Jesús!, es impresionante lo grande que resulta, la 3D no te deja verlo realmente. Pero sigo pensando que tendríamos que aguardar a que acabe el equipo de superficie, no sabemos qué clase de pautas neurales vamos a encontrarnos…
—… ¡Eh! Eso es una especie de saco, has…
—Señor, hay fluido por allí en la incisión del equipo A: en gran cantidad, dicen.
—Lo cogió, estupendo. Sólo que no concibo qué…
—Observa ese Ph.
—No se asemeja a nada que haya visto antes. Es una sal metálica, una gran bolsa de ella transportada bajo esa…
—Fíjate…
—Admitió la aguja, bien.
—Aquí hay tejidos corrientes. Y tal como esperábamos una elevada capacidad de almacenamiento de agua…
—No, nadie va a tocar la cabeza, ni nada de la columna todavía. ¿No conviniste en ello cuando planeamos la…?
—Alárgame el otro. No puedo cortar. Mira, esto es como cuero…
—Los pliegues están por toda la hendidura, puede verlo en los rayos X debajo E. Fíjese, señor, eso es una boca a pesar de que los pliegues estén por debajo. Hay dientes ahí atrás.
—Espantosamente afilados. Pero ¡qué es lo que come!
—Avery, sujeta mejor esas piernas. No, no hemos penetrado todavía. No quiero que se mueva, eso es todo. Dile a Kajima que estamos casi listos.
—Límpido bien antes de…
—Enfoca tus lentes sobre esto. Estoy haciendo un corte de esta forma, hacia arriba y a través.
—Sostén la escudilla por si acaso.
—Nikka, coge tú una mano, yo…
—… algo resistente aquí. Creo que yo…
—¡Eh!
—¡Jesús!
—Eso no es tejido vivo en absoluto, Sam.
—… pequeñas hebras. Pensaba que a estas alturas ya deberíamos habernos topado con algunos nervios, pero esta materia no hace más que endurecerse por aquí.
—… correoso por dentro…
—Coge esa…
—¿Sabes lo que es esto? Es silicona, exacto. Filamentos de silicona con boro en el interior de todas las cosas…
—Esto es algo que no comprendo. Está todo entrelazado a través de este tejido vivo de aquí, tal vez alguna intrusión…
—¿Cómo el cáncer, tal vez?
—¡Eh! Singh, estamos recibiendo algo como débil ruido electroneural procedente de la cabeza. Creo que hemos de detenernos hasta que…
—Tiene ganglios. ¿Esa silicona forma tal vez parte de los huesos?
—… algo semejante a una panza aquí. Déjame ver esa instantánea del microscopio. Sí, está vacía, ¿ves? Mantenla presión y fíjate en cómo está conectada a ese amasijo de materia; por supuesto eso es un intestino, completamente hacinado. Es curioso lo regulares que son en su perfecto diseño a fin de obtener una máxima superficie digestiva para el espacio que desees, concéntricos…
—Sí, conchas concéntricas en vez del sinfín de tendones que tenemos en nuestras tripas.
—Mucho mejor construido, si quieres saber mi opinión.
—No, hemos de tener muestras separadas de cada una. Sé que están saliendo deprisa. Deshidrátalas por congelación o al vacío, cada una de ellas si es preciso; pero no te demores. Le dije a Ladunda que deberíamos contar con más apoyo en eso, pero ¿iba él…? Desde luego que no. Bueno, haz lo que…
—… el bajo porcentaje metabólico que tienen, sin embargo. Escucha, con tan poca sangre O2 tú serías un cadáver.
—Este está listo.
—Bueno, claro, pero no a causa de eso, debe haber habido alguna otra cosa.
—Dejó de moverse al igual que los demás del valle.
—¡Mierda!, ahora mira justo a cuatro centímetros de distancia de ese filamento de borosilicona. Observa las líneas, eso es fósforo, no cabe duda, en cantidad, todo mezclado con la silicona.
—Estimo que deberíamos detenernos aquí, hasta que hayamos solventado esto.
—Debe de estar pudriéndose ya. ¿Quieres romperte el traje y darle un soplido? Adelante.
—Vamos.
—Por supuesto después tendremos que ponerte al vacío, pero en aras de la ciencia sabes que deberías estar orgulloso…
—Deja de hacer el tonto, Kafafahin, y asegura eso.
—Si lo atraviesas con un descenso de potencial obtienes características curiosas, ¿ves?
—¿Qué estás haciendo, Jeffreys?
—Las características eléctricas de estas hebras de silicona son condenadamente curiosas, de hecho. Si quieres saber mi opinión, diría que es un transistor, montones de ellos.
—Sí, eso es lo que hace flexible a la hebra. Está compuesta de pequeñas chapitas ensartadas juntas, de una longitud máxima de dos milímetros, y tienen dentro algo que cede.
—No lo entiendo.
—Se trata de una red neural transistorizada, es por eso que no puedes hallar nervio alguno en esos tejidos. Eso no son huesos, ni nada que se le parezca, es un puñado de condenados chips llevando información arriba y abajo.
—Los vasos sanguíneos son tan pequeños que seguramente no aportan mucho oxígeno a los tejidos de esta manera.
—Únicamente hemos penetrado unos centímetros, no te precipites…
—Chapitas, me refiero a chapitas de silicona. ¡Dios mío!, eso es un disparate. ¿Cómo vas a depositar silicona en un cuerpo cuando…?
—… en el ADN, no es tan obvio que haya multitud de formas de transferir la información del ácido nucleico a la estructura proteínica y desarrollar estructuras inorgánicas si el código que hay…
—Secciones de cada una. He de tener secciones de cada incisión. Tráeme a Hendricks, él puede ser de ayuda, con todo este ajetreo cómo se supone que voy a… ¿Qué significa ese cuchicheo de ahí, en cualquier caso? Se supone que tenemos que trabajar y no hablar cuando…
—La oportunidad, quiero decir.
—A buen seguro esto son electroplacas, boro para los transistores del tipo p, fósforo para el tipo n, estimuladas por los ajustes de potencial en los mismos tejidos, idénticas a nuestros nervios sólo que yo diría que con mayor control, como la diferencia entre un transistor semiconductor y un simple alambre. Puedes hacer mucho más de ese modo que con meros nervios como los nuestros, al igual que la diferencia entre esos viejos conductos de vacío y un microchip, por lo menos.
—Mantén eso firme.
—Mierda, juraría que ese brazo se ha movido.
—No me extraña, están hurgando en su interior.
—Posee transistores del tipo p y n por diferentes…
—¿No crees que deberíamos suspender todo esto hasta que comprendamos de qué demonios se trata?
—Hendricks, dame esas grapas dobles. Creo que hay algo más, parece…
—Atiende, te ayudaré a cogerlo.
—Una especie de vaina de mielina aunque más gruesa, también está revestida de silicona. Escucha, sostenlo allí, ten cuidado de tu…
—Sí, vale, aquí hay tejidos espantosamente secos.
—He de atravesarlo cortando. Alárgame ese…
—Bien, me pregunto qué…
—Algo duro aquí, al…
El restallar violento y seco, hizo que se alzaran las cabezas alrededor de la enorme carcasa, mientras que el hombre se estremecía y agitaba desaforadamente, con el voltaje precipitándose por su cuerpo y abriéndole de golpe su boca, de la que se escapó un suspiro entrecortado. Su asistente compartió también la corriente durante un momento, al expandirse, clavándole en el suelo. Acto seguido la mano del asistente y el brazo sufrieron un espasmo y este se desprendió de la grapa que sostenía, con lo que la corriente dejó de circular por él y se desplomó en la cubierta, sin que los demás casi se apercibieran, pues el primer hombre se sacudía y temblaba tan violentamente que todo el mundo le observaba, petrificado. En su interior las cámaras centrales de bombeo, que habían estado comenzando a relajarse en su ciclo, fueron objeto de una fibrilación ventricular, se agitaron y entrechocaron, deteniendo el flujo sanguíneo. Los ojos del hombre estaban en blanco, mientras la corriente se precipitaba por su brazo hasta el pie y hacia la masa de la nave, inmóvil aún el gentío que le rodeaba, mirando, hasta que finalmente una mujer asió un instrumento de plastiforme y le golpeó, con fuerza. La mano se soltó y el hombre cayó fláccido sobre cubierta. Nikka soltó el instrumento y se arrodilló junto a él. La estancia se llenó de murmullos.
Comprende que no hay nada que él pueda hacer. Al caer, el hombre era ya una marioneta con los hilos cortados y con los ojos en blanco. Luego, el golpe de Nikka, pégale siempre a la bola de pleno, había dicho su padre, y Nigel intuye lo que ocurrirá seguidamente. Las boqueadas y los ronquidos disipan el estupor en torno al enorme cuerpo, ve el apelotonamiento súbito que se forma para sacar al hombre y llevarle al vacío y a un entorno retroesterilizado, donde se pueda abrir los trajes de malla y dar tratamiento a la carne chamuscada.
Podrán salvar probablemente a uno de los hombres, sí, pero no al otro.
Debe de haber corriente de alta tensión, la clase más peligrosa de descarga; habría resultado más fácil de haber sido únicamente alto voltaje, pero no es eso…
… parpadea, percibe su propia respiración pausada y el olor rancio de la gente asustada que susurra y arrastra los pies en torno a él. Nota el acre sudor repentino que vicia el aire antes de que puedan sentirlo ellos mismos.
… eso es inverosímil, ha tenido que ser una descarga eléctrica apropiada a un sistema biológico, de bajo voltaje y alta corriente, almacenada en alguna parte. Tal vez en las baterías electroquímicas que llevaban con los salinos fluidos metálicos en sacos aislados. Una manera muy condensada de almacenar energía en un mundo pobre en oxígeno, lóbrego, sofocado de polvo rojo, por lo que el ser de la carretilla…
Nigel retrocede, deja que los demás se agolpen a su lado para ver la singular tensión liberada, se mueven en desorden y sin objeto, disolviéndose en una afanosa actividad más allá de la tronera, y siente en las aletas de la nariz la oleada enardecida del animal humano como si fuera una tribu. El ser está vivo, vivo aunque mudo, todavía debe percibir el cosquilleo de lo exterior, pero a través de una turbia bruma de hibernación. Una táctica con eones de antigüedad, para dejar que el horno interior mengüe, evitando los apogeos de los mamíferos y los excesos de la desesperación provocada por el hambre, para someterse a una prolongada inactividad vigilante. Eso es lo que enseñaría el frío cálculo, no pertenecer a la clase caliente como nosotros, no ser un esclavo de un metabolismo constante, no cuando el devenir de la historia es tan lento, tan delicado.
… la muchedumbre vuelve ahora a irrumpir sin titubear desde la portilla con las bocas redondas como una o. Se escuchan broncos resoplidos y se forma un calor fugaz en el aire liviano. Al darse la vuelta, Nigel adivina, ve la humana dispersión desde la carretilla. Nikka, delante de todos, ayuda a transportar a los siniestrados y mira atrás ahora con los ojos muy abiertos tras la burbuja del casco, en tanto que la criatura EM acapara las líneas del comunicador con un vibrante crepitar en un agudo sonido, y con dolorosa lentitud levanta una pierna, se debate, encuentra un asidero, gira la gran cabeza rectangular… ¡Ah!, sí, el eje más prolongado puede resolver todas las longitudes de onda, menores que su propia longitud. A fin de obtener la mejor visión y enfocar la imagen, giras la cabeza hasta que el borde alargado se alinea con la dirección que deseas percibir y, por instinto, el cerebro almacena la imagen, despeja la bruma de imprecisión, y la cabeza —bamboleante, débil, alzada sólo por una amenaza mortal— vuelve a girar. La piel, palmeada y cerúlea, refleja la luz. Sacude los brazos en busca de una presa, pataleando en pos de un punto de apoyo para erguirse. Otro iracundo estallido de ruido radial atraviesa las líneas del comunicador.
… pero esta señal debe ser únicamente para definir, para percibir, para ver, recuerda Nigel…
Agarra el extremo de la carretilla, se vuelca hacia un lado, con los brazos extendidos y la cabeza gacha ahora, descendiendo las piernas hasta la cubierta, pesado, insonoro de no ser por el zumbido atiplado de las líneas del comunicador. Y se yergue, rígida y bruscamente, descollando en la bahía.
… Nigel sabe a qué se parece. Por todas partes las superficies metálicas reflejan sus pulsaciones, cegándole con una identidad diseminada cuando el ser emite impulsos de radar para percibir su mundo y al mismo tiempo se da nombre a sí mismo, el pulso era su rúbrica, por lo que ahora el universo, tan firme bajo sus pies, salmodia y hace pedazos el nombre devolviéndoselo, despedazado e inaprensible; no del modo en que sus compañeros le devolverían el sonsonete, no, sino a la manera reverberante, de aguzados bordes del metal arrojándole el nombre como reprimenda y rechazo indiferente; no acogiendo silencio celeste en las alturas, sino una algarabía de ecos acumulándose en su ausencia, voces y voces todas haciendo añicos un tartamudeante caos indiscriminado, duro y hostil, un vacío bullicioso.
Se tambaleaba. Habían pasado dieciocho minutos ya, y continuaba de pie. Las piernas, como varas, le temblaban. Dio un paso vacilante, tanteando la lisa cubierta de piedra en busca de asidero. Lento, dolorosamente lento. Las leves sacudidas le hacían voltear la cabeza, inclinándose a un lado y otro. Estaba intentando intensificar su definición de este mundo revestido de metal.
—Mira cómo le tiemblan las rodillas —observó un hombre cercano. Nigel echó una mirada al hombre y a sus compañeros. Vestían trajes lisos y llevaban pesados fardos de equipamiento.
—Se está quedando sin energía —dijo Nigel a Ted, quien se hallaba próximo, escuchando atentamente su comunicador acoplado a la oreja.
Ted asintió una vez, dos, y apagó el comunicador.
—Eso es lo que nosotros creemos —repuso.
—Estaba en una especie de fase durmiente —dijo Nigel—. Aunque tiene reservas de emergencia, eso es evidente. Algo…
—Lo averiguaremos cuando lo desmembremos —alegó Ted.
—¿Desmem…?
—Hendricks y Kafafahin están muertos. Electrocutados.
—¡Hum!
—Es hora de dejar de hacer tonterías —dijo el pelirrojo.
—Lo que yo digo es que podéis dejar que el ser se agote y ser más cuidadosos la próxima vez. No hay ningún motivo…
Ted se volvió abruptamente hacia Nigel.
—Míralo por ti mismo. Hay dos hombres muertos y no voy a correr más riesgos. Las directrices son que sigamos las convenciones sobre las formas de vida alienígenas (las grandes, en cualquier caso) a menos que la vida humana se vea amenazada.
—Bien cierto. Pero…
—Nada de peros, Nigel. Fritz —Ted hizo un gesto al pelirrojo—, cuando caiga, dale cinco minutos antes de entrar. Luego sigue esa rutina de biopsia preliminar, la determinada como último recurso.
—No hay necesidad alguna de matarlo —repuso Nigel sosegadamente—. Creo que podemos entender qué causó esa…
—No voy a arriesgarme —alegó Ted de forma terminante. Una comisura de su boca se alzó en un rictus—. Manteneos alejados de él cuando entréis —indicó a la patrulla cercana—. Ningún contacto.
Nigel se interpuso entre Ted y los demás hombres. Si simplemente lograse desviar la atención del hombre de los preparativos, haciéndole entrar en razón por encima de la adrenalina.
—Creo que si me permites entrar podré esclarecer lo que ha sucedido. El ser debe tener puntos de almacenamiento, condensadores internos. Podemos localizarlos mediante los rayos X. Después puedo eliminar los restantes…
—No voy a poner en peligro a nadie por ese ser. Particularmente a ti, Nigel. —Hizo un amago de sonrisa.
—¡Si retrasaras esa orden durante diez jodidos minutos!
—No. Ahora cállate y déjame pensar. —Ted apretó la mandíbula y frunció la boca, rozándose los pies. Los restregaba cuidadosamente arriba y abajo, mientras formaba ondas con los músculos de su mandíbula.
Hubo un movimiento abrupto a través de la portilla. Nigel observó cómo la criatura EM se balanceaba, oscilando la cabeza. Dio una patada a un conjunto de elementos electrónicos. Los brazos se agitaban inútilmente, asiendo fantasmagóricas imágenes reflejadas desde las paredes, incapaz de hallar la llave que abriría este mundo informe.
Cayó.
El equipamiento se desperdigó en todas direcciones. La alta figura se desplomó despacio, tratando de aferrarse a sí mismo y de mantenerse erecto. No pudo encontrar el equilibrio. Sus manos se crisparon y las uñas afiladas de los seis dedos ahusados y nudosos extrajeron chispas de la piedra. No hubo ruido. Pataleó una, dos veces, haciendo añicos una unidad de bioalmacenamiento.
—Preparados —dijo Ted, con un aflautado hilo de voz.
Nigel contempló a los hombres y a sus caras tensas y concentradas. Se dio la vuelta para alejarse, cansado y disgustado.
Nigel activó el foco del microscopio de contraste de fase. Los de biología habían repasado las incisiones de tejido millares de veces y él había leído el informe preliminar, pero deseaba verlo por sí mismo.
La criatura poseía muchos sistemas de órganos en común con las especies terrestres. Un hígado, con células de doble membrana, salpicado de ribosomas e intrincado. Un cerebro gris con circunvoluciones. Y el cuerpo achatado se servía del mismo equilibrio económico, de haces de tubos, varillas de apoyo y alvéolos giratorios, ora desplegándose, ora contrayéndose.
Pero la firme mano de la evolución había eliminado los ineficaces combustibles químicos que sustentan a los animales terrestres. Los EM almacenaban energía eléctrica en grandes condensadores cilíndricos y la liberaban en descargas cuando era preciso. Los condensadores eran películas de membranas con finos pliegues de acordeón, envueltos todos por una textura de toalla turca, relato pictórico de una pugna por emerger a la superficie. Cada condensador era un bosque de condensadores mas pequeños, todos aislados y amortiguados para que una torcedura fortuita del cuerpo no pudiese descargar el preciado tesoro.
Nigel apagó el microscopio. Una vez vislumbrada una idea, esta parecía natural. El oxígeno era poco abundante en Isis, con todo el azufre emitido que enrarecía el aire. Así pues, la naturaleza se había servido de un método completamente aquímico de crear un animal grande y derrochador de energía. No encierres la energía en enlaces químicos y traslades la masa con el cuerpo. En vez de ello, ingiere los alimentos que puedas encontrar, y procesa después los elementos químicos, guardando la energía en cargas separadas, positivas y negativas. Los nervios de chapitas de silicona realizaban una parte, y el estómago, de extraño aspecto, se encargaba del resto del trabajo.
Nadie en la Tierra había anticipado nunca un ciclo digestivo electrodinámico. Sin embargo, cuando llegabas a ver la lógica…
Nigel se rascó la nariz, estupefacto. Era del todo conveniente y loable conocer los entresijos, pero ¿cómo vivían los EM en realidad? ¿Cómo habían seguido esa dirección? Las únicas claves debían de descansar allá, en el crudo y lóbrego paisaje.
Bob Millard había establecido nuevos cometidos para los equipos de exploración, a la luz de los descubrimientos debidos a la muerte del EM.
Nigel disponía de una labor secundaria en la exploración, emparejado a un tipo llamado Daffler. Volvió a rascarse la nariz.
Quizá se presentase una oportunidad y vislumbrar alguna clave.
Quizá.