10

N

igel camina inquieto por la cumbre de la colina. Se le ha dicho que se mantenga en su puesto, que mantenga esta posición. El primer intento de contacto debe ser orquestado con cautela y cada persona cubrirá un trecho de este largo valle en declive. Pero, a pesar de ello, él ha sido quien ha apremiado, tranquilo y persistente, a Bob Millard y a Ray Landon hacia esta tentativa, y estima que debería intentarlo él mismo. Tiene una intuición sobre estas criaturas.

Ahora el momento se aproxima y está en un punto fijo, listo para flanquear el enjambre convergente de EM y para reforzar los movimientos de Daffler, atento a las voces según detallan las actividades de los EM. Espera junto con los demás.

A la primera oportunidad que consiga, me quedo fuera, le había dicho a Nikka esta mañana, medio en broma, mas los años trabajando en equipo han limado algo su oblicuo escepticismo, y así recorre con resonar metálico la cresta de la colina, escuchando, servoasistido en su caparazón, que arroja una sombra como de insecto en la pared cercana de un valle de un gris pizarra. Una bruma pasajera ha despejado el aire de polvo sulfuroso. Nigel acierta a oír a los animalillos reviviendo cuando el polvo que absorbe el oxígeno se convierte en barro. Las altas nubes dejan un claro al aleteo fluctuante de la luz directa de Ra, dando a la Tierra un fulgor de agria podredumbre.

Estoy abandonando la cobertura —la voz viene de Daffler—. Hay un grupo de ellos que dirige los ojos hacia arriba. Creo que van a empezar a emitir.

La voz gangosa de Bob Millard replica:

La Tierra acaba de alzarse por encima de esa colina grande. ¿Te parece que los EM han recargado?

—Lo garantizo —dijo Nigel—. Han estado junto al volcán en aquella cresta de allí arriba.

Pasando hacia atrás las posiciones radiales de los EM, incluyendo los hechos de sus pautas cazadoras, los exobiólogos habían extraído sentido de las sistemáticas correrías de los EM fuera de sus toscas «aldeas»: excursiones a por caza en las llanuras, a por agua en las corrientes fangosas, a por los matorrales y líquenes que lograban arrancar del suelo, pero, lo más importante, a por las elevaciones de corriente que se daban con las irregulares emanaciones volcánicas. Usaban todas las fuentes en una constante busca de masa corporal y de energía. Cuando llegaba el polvo, restando oxígeno al aire, únicamente ellos tenían energía eléctrica almacenada para proseguir, para continuar la caza de animales, ahora cada vez más torpes. El resto de la ecología de Isis era puramente orgánica, sin el sistema nervioso semiconductor. Un EM radiaba un haz focalizado a su presa, y después escuchaba la emisión dispersa lateralmente, aguardando el ligero desplazamiento en la resonancia de absorción que indicaba un blanco. Entonces encendía sus condensadores plenamente y abrasaba a la presa antes de que esta pudiera sentir el calentamiento de sus tejidos.

He detectado a uno —dice Bob—. Cuidado, ahora. Están levantando una tormenta de cánticos.

Nigel escucha atentamente las capas cromáticas según se insertan en las gradas de su pantalla de radio. Las pausas entre los veloces pitidos ruidosos se reducen, modulando una onda de motivos en contrapunto, un tiempo aglutinado que anula el bramar de las voces, trae una premura percusiva creciente.

Los EM están inclinados hacia atrás, puede verlos ahora, al descender la ladera de la colina. Miran a lo alto y cantan en gran armonía, lanzando una llamada como han estado haciendo durante años con una paciente necesidad de que algo atraviese los chasquidos extrañamente espaciados y las largas notas tintineantes. Con las cabezas de par en par, las piernas se mueven, se asientan en posición. Una señal ha recorrido el valle. A la luz ambarina, Nigel ve a otros EM detenerse e inclinarse y girar, aprestándose todos para la enaltecedora canción que les une. Nigel avanza, los cuenta, deseando estar más cerca de Daffler cuando emita la pauta de respuesta que han convenido.

Hay cientos de EM en el valle ahora. Salen de sus cuevas para buscar, para cazar, para cantar en el fino aire diáfano.

Si Isis posee una voz, esta es el viento. Nigel oye su discordancia estridente, soplando por su caparazón, y el sonido hueco parece amalgamarse con el batiburrillo de pulsaciones radiales hasta que Nigel capta una resonancia entre ellos, un tenue indicio de la naturaleza EM cuando se fusionan frases en contrapunto, intersecciones oblicuas de ritmo que vienen y van, atronan a través de las ondas reiterativas, sinfónicas, medidas, aunque sumiéndose en progresión…

Se desplazan abajo, a mi derecha.

… Y el trance se quiebra. Nigel lo siente escurrirse de sus manos, un rastro de una adicción que ha empezado a vislumbrar, se desmorona. Aparentemente los EM no pueden oír el fluir de los vientos de este lugar. En cualquier caso, eso afirman los biomecánicos, por lo que la comparación es probablemente fútil. Nigel se encoge de hombros. Es difícil asimilar el sentido de una palabra cuando necesariamente está dividida en pormenores, los hechos se acumulan hasta que, como una pintura impresionista hecha pincelada a pincelada, emerge la imagen de una vida enmarañada y triunfante, pues era una victoria vivir en esta esfera trabada en silenciosa pugna contra el motor calórico de Ra. Habían descubierto que la biosfera está imbricada de maneras sutiles: el porcentaje de carbón que se aposenta en las tierras húmedas, en los lodazales de las placas continentales, es precisamente el requerido para regular la concentración de oxígeno; el nitrógeno sirve para aumentar la presión hasta el útil grado respirable y para mantener apartado el fino polvo; el metano regula los niveles de oxígeno y ventila los lodazales sin oxígeno; el polvo suprime los niveles energéticos al soplar, dando a los EM su margen electromagnético decisivo, colocándolos en la cima de una frágil pirámide.

He elegido mi emplazamiento. El alcance para los sujetos es de unos doscientos metros. —Daffler suena seguro de sí mismo.

Bien —responde Bob Millard—. Te reproducimos más allá de su alcance letal.

Las observaciones de cerca han mostrado que un EM no puede enfocar y lanzar niveles energéticos mortales a distancias mayores de los 120 metros. Esto fue de suma importancia en la planificación de la táctica de Daffler, y de su traje. El tejido que viste reflejará por encima del noventa por ciento de la radiación incidental en las longitudes de onda del EM cazador-aniquilador. Nigel se encamina por un campo de grava desmenuzada y a través de un lóbulo arenoso, tratando de hacer visible a Daffler. Allí: ahora cruza una quebrada llena de surcos, parece una figura delgada a la luz decreciente, una figura que levanta polvaredas de arena bermeja. Nigel distingue otras formas servoasistidas en puntos distantes, diseminadas para no causar trastornos a los EM si se aperciben de algo extraño en los disfraces reflectores que usan los humanos.

Daffler se para, se arrodilla, levanta su aparato. «La energía dispuesta». El EM que Daffler ha seleccionado es un revoltijo rígido de piernas dobladas y cuerpo, rígido y cerúleo en la lejanía. Nigel suprime el coro EM cada vez más nutrido a fin de escuchar a Daffler. Los EM están cantando una compleja melodía de fugaces cimas, descendiendo con ahínco en una nota que forma parte de la palabra acaso, un fragmento todavía de ese viejo programa de la Tierra. «Acá…». Daffler pulsa la onda transportadora; Nigel puede oír su zumbido… «sooo».

—Ahí va.

La réplica de Daffler llega atronando. Inicia el antiguo programa de radio desde el principio: «Es la hora de Arthur Gidfrey…» y las notas reverberan desde el valle de surcos.

Nigel contiene el aliento, se inclina hacia delante hasta que el almohadillado se oprime contra sus hombros, recordándole dónde está (encapsulado en el Lancer) y las formas gélidas del valle ambarino nada revelan. El coro sigue pulsando durante un instante, dos, y luego de los EM dimana una aguda dispersión de notas, un rizo en las frecuencias más altas, que baja en cascada hasta su fuga central, difundiendo ruido y confusión a través de la siguiente palabra «dddd…», hasta que pierde coherencia… «dooonnnddeee», y se disuelve en la espuma de un millar de disonancias chasqueantes que resuena al azar. Como han planeado, Daffler pasa a un programa nuevo, ahora que ha concitado la atención de al menos unos cuantos alienígenas. Enfoca al frente, hacia el más próximo, e inicia la señal. Es un código sencillo, unos pocos impulsos. Por debajo de este, manteniendo el contacto, Daffler emite la continuación del programa, el presentador largo tiempo muerto cita los nombres de los invitados animosamente y la música de fondo se eleva, piano, luz como salpicaduras de agua.

El EM más próximo empieza a bajar la cabeza. Por el valle, las demás figuras estiradas se están moviendo también. Grandes cabezas cuadradas gachas desde el amortajado rielar rojizo de arriba, con su distante punto de radio indicador, vivas con el alboroto de la vida. Las piernas se ponen en marcha, irguiéndolos cuando el más cercano se mueve de improviso, dando un paso, y una nueva voz se vierte en el espectro radial, alta y clara: una cháchara veloz de pitidos que se ondulan y remontan en amplitud, obviamente algo que porta un código complejo.

Nigel se adelanta instintivamente. Repiquetean las rocas debajo suyo mientras corre colina abajo sin pensar en la pendiente, mientras los hidráulicos protestan con un batir bisbiseante.

—Es una respuesta… —empieza, y una manera creciente de cliqueteos ansiosos balbucea por el espectro de la radio— estructurada —grita.

Daffler está transmitiendo su paciente entrada mentora debajo de las silabas dilatadas de programa, «eso ess…». Se trata de una sencilla pauta aritmética con implicaciones geométricas, una fórmula que los exobiólogos especialistas consideraron bastante general y obvia.

Clank. Súbitamente Nigel se ladea a la izquierda y gira, con los sensores abruptamente inclinados colina arriba, mientras siente cómo las piernas y los brazos oscilantes pierden el asidero. Los guijarros repiquetean contra él, derrapa en la estela de una pequeña avalancha que ha iniciado, el polvo enturbia las lentes, choca contra un peñasco, sus pisadas despiden grava, el eje central se inclina y comienza a volcar. Pisa los frenos a fondo, deja que el robot se balancee hacia atrás y acelera bruscamente, arrojándose a la izquierda en tanto que las piernas giran, los garfios pugnan por un asidero y el eje se nivela. Se detiene con un golpe sordo, «Cristo, Nigel, ¿qué estás…?», piensa suspendido a un tercio del camino sobre el reborde de una quebrada.

En los últimos dos segundos la señal salutatoria geométrica de Daffler ha articulado otra cima de amplitud modulada, «ttooo…» y una refrescante nota de piano brinca en el aire, cada lapso temporal gravita, cristalizado. El espectro radial es un bosque de picos erizados, una pauta que Nigel no ha visto antes, agrupándose y reagrupándose, en un agitarse furioso como de abejas en tropel en torno a la amplitud lineal sobria, con forma de campana, que es el envoltorio de la señal constante de Daffler… «ddooo…». Por encima suyo la nota de piano se subsume, cayendo en un grave «uuummmmm» y Nigel nota que los EM han dejado de transmitir su retazo del viejo programa, su energía está ahora convergiendo y aglutinándose en la turbulencia variable, acuciante, que se cierra sobre la línea de Daffler.

Nigel otea el valle. Las cabezas de los EM oscilan hacia Daffler. Sus brazos se bambolean, hendiendo el aire en arcos elaborados. Se ponen en pie y las flacas piernas zanquivanas golpean el suelo ritualmente, martilleando, martilleando. Algunos corren arriba y abajo, meneando las cabezas con ansiosa energía. Nigel hace un alto para observar y pierde la sujeción de los puntales anteriores. Se ase a un saliente de piedra, falla, lo aprieta, y se escora más allá sobre el borde. La quebrada es rocosa y profunda. Si cae…

—¡Daffler! —emite—. Creo que están tratando de obtener una señal coherente juntos.

Sí. Bien. Al menos me abro paso. Justo

—Deben haber planeado alguna respuesta, al igual que nosotros. Pueden triangular sobre ti, por lo que saben que eres local, pero…

El saliente se desploma y cae por la quebrada. Nigel empuja hacia abajo sobre sus brazos anteriores, agarrándose al suelo chamuscado para ganar un incremento de inercia, y se lanza para atrás, rugiendo los motores cuando un penacho de polvo es expelido por sus pisadas. El contacto de acero aferra, se desliza, aferra y él sale impelido para atrás, poniéndose a salvo con dificultad en tanto que la voz de Bob repite:

Cristo, Nigel, ¿qué demonios es todo eso? Tienes que permanecer

—Están agitados, míralos…

Sí Dale a Daffler un minuto y veremos.

—No, no…

En el espectro, los picos convergen por centenares en la gruesa línea de Daffler. Los EM están sintonizando sus frecuencias individuales, flexionando músculos interiores para ajustar las longitudes de sus columnas entrelazadas de metal. Sus señales balbucean con detalle, desplazan las amplitudes en las ondas portadoras en pautas complejas, se esparcen en la línea de Daffler, «caahhnnn…» enfocan hacia él, muchos de ellos ejecutan la curiosa danza exaltada, arriba y abajo, agitados de un modo nunca visto antes, embargados de pasión, gastando sus reservas eléctricas en un torrente arrasador. Cada uno tiende hacia Daffler, alargándose con su frenético balbuceo planificado.

Nigel los percibe como tratando de ver a Daffler, de darle resolución, de desempañarlo, pero sus bajas frecuencias no logran ver detalles más reducidos que sus amplitudes de onda, no pueden identificar los brazos y piernas que distinguirían a Daffler de los animales nativos de Isis, y por ello la tormenta de emisiones se alza hacia frecuencias más altas, en busca de una definición. Los EM están emitiendo su respuesta premeditada y al mismo tiempo intentan ver a Daffler, el portador de las mareas, ladeando las cabezas levemente, inclinándose en ángulos, vertiendo energía en el espectro. Daffler grita.

-Jesús… es… estoy regís

Un aullido chisporroteante emerge del hombre con intensidad creciente. Chilla. Daffler cae, ovillándose. El disco parabólico que está junto a él se hace pedazos. Daffler se retuerce, oscurecido por las nubes de polvo. El grito se troca en un gorgoteo.

Nigel salva un angosto barranco y desciende la ladera de la colina, desperdigando piedras mientras que el espectro EM se llena de notas discordantes y la banda del comunicador dice:

No recibo de él ninguna lesión… Me estoy moviendo para flanquear al grupo más próximo de ellos. No me gusta… Su equipamiento está averiado… No puedo ver nada. Procuraré acercarme más… Nigel, ¿vislumbras algún movimiento?

Y las emisiones EM disminuyen, el amasijo de cimas se apaga. Nigel encuentra un sendero seguro y se precipita ladera abajo, hacia el palio de fino polvo de hierro que amortaja el área. Se aproxima.

El traje de Daffler tiene un armazón de metal en los puntos de tensión. Han desaparecido. El disco está hundido en su montura. Y Daffler… es como un pollo asado en un horno desatendido, grasiento y calcinado y cauterizado de un marrón negruzco por todas partes, toda la cara chamuscada, el pelo, incluso las orejas. Los muñones de los brazos y las piernas están doblados en las rodillas y los codos, apretados con fuerza, en el último instante de vida, esto que había sido una gloria para los ojos de una madre se ve reducido ahora a una masa consumida.

Jesús, mira

Esos bastardos no le dieron una oportunidad, sólo

¿Cuánto tiempo hace falta para traer ese congelador? Podríamos

No lo he contado, le daré unos diez minutos

Cancélalo, el cerebro está frito, por descontado. No podríamos de ningún modo

Le han abrasado. No le dieron

¡Jodidas arañas!

Nigel, vigila ahí, esos seres podrían

Sí, bueno, no están disponiendo de una oportunidad

Mira a ese, todavía le está apuntando

Digo que los destrocemos

Sí, ese que está cerca de ti, Phillips.

Estoy sobre él. Se me averiaron los garfios

—Espera, todavía no sabemos qué ha pasado, creo que ellos simplemente…

Esos dos, Guthridge, las piernas son lo mejor que

Míralo cómo cae, ¡jodidas arañas! Cortadles esos accesorios de debajo

—Maldita sea, se exaltaron, es un craso error…

Holtz, rodea a ese.

Derríbalo, derríbalo.

Míralos, no pueden saber qué les golpea.

Malditos bichos de mierda

Le has dado. Le has dado. Observa, no cae sobre ti.

Quemaron a Daffler como a un

Están huyendo. Están corriendo.

¡Bastardos! Derribad a todo el que mantenga enfocado

Sí, nunca se puede saberlo que estos seres

Jodidas arañas, no parecen tan grandes sin piernas

Coge a ese, está inmóvil.

—… Condenados idiotas, ellos…

¡Derríbalo, derríbalo! Es

¡Perseguidlos, perseguidlos! Eso es.

¡Mierda! Ese mejunje atasca los garfios donde frenas las piernas. Observa esa

¡Eh!, a la izquierda.

¡Jodidas arañas!