—¿Q
ué crees que quiere decir Ted en realidad? —inquirió Nikka.
Paseaban por un sendero que cubría todo el ámbito en torno al interior de la cúpula. En su mayor parte era una extensión de cien metros de bosque, cuajada de pinos, de robles y frondosos matorrales. Podía ser fruto de su imaginación, pero el aire parecía mejor allí, menos rancio.
—Probablemente no más de lo que dice. Por ahora.
—¿Crees que me harán a mí lo mismo?
Una tenue bruma se acumulaba sobre las copas de los árboles y oscurecía los campos que pendían directamente sobre sus cabezas. En la distancia, a lo largo del eje, Nigel acertaba a divisar el otro extremo de la cúpula. Nubes como bolas de algodón se amontonaban a lo largo del eje de cero g de la cúpula, y a través de ellas pudo avistar la distante alfombra verde, tan remota que sólo las rayas euclidianas de las hileras de cultivos resultaban evidentes. Era una zona ajardinada.
—No dijo nada al respecto. —Nigel se volvió hacia ella, extendiendo las manos—. Y en cualquier caso, ¿qué más da?
—Junto contigo, soy el miembro más viejo de la tripulación.
—¡Maldita sea! Tú no eres vieja.
—Nigel, aventajamos en dos décadas a cualquier otro miembro de la tripulación. Él se encogió de hombros.
—Mi labor requiere habilidades motoras. Y están consumidas, me estoy volviendo torpe y pesado. Pero tú eres de las que se mantienen ágiles. No hay ningún…
—Los años que has pasado en las Cámaras de Retardo han atrasado eso.
—Algo. No mucho.
Nikka caminó más aprisa. Su enérgica irritación se traslucía en el modo particularmente cargante que tenía de contonear las caderas al dar cada zancada. Se hallaba todavía en magnífica forma, pensó él. Su cabello negro y liso estaba recogido en un moño espartano enmarcado sobre el franco rostro. Confluía en cascada natural en la coronilla, para convertirse en negro torrente saltarín a mitad de la espalda. Nigel se obligó a mirarla como si fuese una extraña, intentó verla desde la perspectiva de Ted.
Con la edad, la piel se había atirantado sobre sus altos pómulos. Era verdad que ya no poseía toda su fortaleza, o el esplendor de la mediana edad inicial que una vez tuvo. Pero disfrutaba de un magnífico y esbelto edificio que no mostraba signo alguno de estar venciéndose o desmoronándose.
Ella aspiró el aire con evidente regocijo. Se estaba mejor allí, junto a las plantas y cubetas de algas. Si cerrabas los ojos casi podías llegar a creer que te encontrabas en un bosque auténtico. Podías ignorar el grave rumor amortiguado de la interminable llama de fusión.
—Nigel, ¡parece que haga tanto tiempo! —dijo ella súbita y quejumbrosamente.
Él asintió. Doce años desde que el Lancer encendiera sus aceleradores de despegue y se impeliera dolorosamente hasta la velocidad de la luz. Él le cogió la mano y la apretó. Todos habían pasado prolongados períodos de tiempo en el trabajo; en el estudio; en los experimentos, como las Cámaras de Retardo, y en las observaciones astronómicas. Mas los años poseían peso y presencia.
El Lancer fue un trabajo rápido. En el 2021 una gigantesca red de radio, enlazada a través de la cara oculta de la Luna, recogió una extraña señal. Era una pauta débil, variable, de amplitud modulada. Llegó de improviso en 120 megahertzios y dio de lleno en el centro de la banda de radio comercial. Al principio, la red radiofónica del lado oculto había sido prevista para llevar a cabo estudios astrofísicos en el alcance de la baja frecuencia, hasta la región de los 10 kilohertzios. Sólo recientemente los diseñadores de Goldstone, Bonn y Beijing habían instalado un equipo para ampliar el sistema hasta un alcance de megahertzios, porque las atestadas bandas comerciales resultaban ya tan ruidosas que la sensible labor astrofísica era imposible desde la superficie de la Tierra. La Luna era un escudo eficaz.
La pauta de emisión tenía, al decir de la jerga, significativos elementos no achacables al azar y recordaba, quizás, al decamétrico farfullar de Júpiter. La radiación provenía de enjambres de electrones en los cinturones magnéticos de Júpiter. El paso de las ondas a través de los cinturones hacía que los electrones se aglutinasen, por lo que irradiaban como una antena natural. Las emisiones de Júpiter tenían longitudes de onda de cientos de metros, muy por debajo del alcance de los megahertzios. Para explicar estas nuevas emisiones, los astrónomos invocaron a un gigante gaseoso con campos magnéticos mucho más potentes, o densidades electrónicas más elevadas.
Cuando localizaron la fuente, este modelo cobró sentido. Era BD +36o 2147, una oscura estrella roja a 8,1 años luz de distancia, y parecía poseer un planeta grande. Esto resultó algo embarazoso.
La agencia patrocinadora, AIE, se preguntaba por qué una estrella tan próxima no había sido examinada rutinariamente en busca de emisiones inusuales. Una explicación obvia era que la actividad y los fondos se concentraban en los objetos espectaculares de alta energía: pulsares, quásares y emanaciones de radio. Asimismo, las enanas rojas eran un fastidio. Resultaba difícil verlas y llevaban una vida anodina. BD +36o 2147 nunca había recibido un nombre. El batiburrillo de letras y números significaba meramente que la estrella había aparecido por vez primera en el catálogo Bonne Durchmeisterung en el siglo diecinueve. El ángulo de declinación era de +36 grados y 2147 correspondía al número de serie del catálogo, relacionado con la otra coordenada de la estrella, la ascensión vertical.
Por la leve oscilación de la estrella, se podía inferir que algo grande y oscuro giraba a su alrededor. Era una candidata perfectamente lógica para la superjoviana. Los telescopios ópticos orbitales habían descubierto, hasta la fecha, cientos de compañeras oscuras en torno a estrellas cercanas, se había demostrado que esos sistemas planetarios eran bastante comunes, finalizando una controversia centenaria.
Este primer hecho perturbador salió a relucir cuando la AIE hurgaba en los viejos informes de reconocimiento de los radiotelescopios con base en la Tierra. Se evidenció que BD +36o 2147 había sido observada, repetidamente. No había habido emisión detectable alguna. Las ondas de radio actuales debían haberse iniciado en algún momento de los últimos tres años.
La segunda sorpresa se presentó unos meses más tarde. Durante un anómalo intervalo de dos minutos, se filtró una potente pauta ondulatoria. La señal de amplitud modulada era una onda portadora, como la radio comercial de AM. Cribada, acelerada e insertada en una salida de audio, dijo claramente la palabra «y». Nada más. Una semana después, otro fragmento de tres minutos dijo «Nilo». La gran antena de radio se hallaba ahora continuamente orientada a BD +36o 2 1 47. Siete meses más tarde interceptó la palabra «después».
Las palabras se sucedían con exasperante lentitud. Algunos radioastrónomos aseguraban que podía ser debido a un modo extraño de reducción del costo. Dado que la señal se extinguía y reaparecía, un oyente que se perdiese una parte de un largo sonido podía aún reconocer la palabra. Mas esta teoría no explicaba por qué la señal se volvía difusa y variaba de modo tan frustrante. Era como si la remota estación comenzara a transmitir una palabra y luego cambiase a otra antes de que la primera hubiese acabado.
Las señales continuaron. Escupían ocasionalmente un fragmento, una sílaba, pero nunca lo suficiente para dar lugar a un mensaje claro. No obstante, tenían que ser artificiales. Eso erradicó la teoría de la magnetosfera superjoviana. Se mantuvieron en una frecuencia bastante alta, sin embargo, y esto resultó útil.
Ocho meses de minuciosas observaciones interceptaron un desplazamiento Doppler en la frecuencia. El desplazamiento se repitió cada veintinueve días. La explicación lógica era que los pulsos diseminados provenían de un planeta, y que este se movía alternativamente, acercándose y alejándose de la Tierra como si orbitara a la enana roja. Las observaciones ópticas determinaron la luminosidad de la estrella, y una teoría fidedigna pudo entonces dar la masa probable de la estrella. Era de 0,32 masas solares, una estrella M2. Dado el «año» de veintinueve días del planeta, y la masa de la enana, las leyes de Newton postulaban que la proximidad del planeta a su fría estrella era nueve veces mayor que la de la Tierra al Sol.
Hasta ahí podían alcanzar las observaciones desde las cercanías de la Tierra. Los equipos de radio pasaron años tratando de ver un desplazamiento Doppler debido a la resolución del planeta mismo. No apareció, pero nadie esperaba que lo hiciera. Un planeta tan próximo a su estrella estaría inmovilizado con una cara eternamente hacia el sol, a causa de la atracción de marea entre ellos. La Luna de la Tierra y los satélites galileanos de Júpiter estaban inmovilizados por la misma razón a sus planetas. Mercurio estaría inmovilizado hacia el Sol, de no ser por la atracción en sentido contrario de los demás planetas.
Era sabido por todos que los mundos inmovilizados por la marea eran letales. Un lado estaría calcinado y el otro helado. ¿Quién podría sobrevivir en lugar semejante y erigir un transmisor de radio? ¿Vivían únicamente en la banda crepuscular?
El único medio de descubrirlo era ir allí. En el 2029, la AIE lanzó pequeñas sondas relativistas en misiones de reconocimiento hacia BD +36o 2147. Una fracasó por una explosión de rayos gamma a 136 años luz de la Tierra. Los diagnósticos de a bordo revelaron mucho acerca de la llamarada en la combustión por fusión, antes de que la nave se desintegrara. La AIE ajustó la combustión en la segunda sonda y esta sobrevivió y se internó en el sistema BD +36o 2147 a un 0,99 de la velocidad de la luz.
Divisó un gigante gaseoso, en el lugar exacto, como causa de la oscilación de la estrella, según se viera desde la Tierra. Pero el crepitar de radio provenía de un mundo del tamaño de la Tierra más próximo a la estrella. La sonda había sido programada para pasar junto al gigante gaseoso, dado que su órbita pudo ser deducida del leve ritmo de BD +36o 2147. El otro planeta se hallaba exactamente al otro lado de la enana roja cuando la sonda penetró con celeridad, por lo que los aparatos automáticos, en denodada pugna por reajustarse, no obtuvieron muchos datos.
Las sondas pequeñas y veloces eran más baratas. La Agencia Internacional del Espacio las favorecía. Pero no podían responder con flexibilidad y la teoría de juegos demostraba que eran una mala elección estratégica, a tenor de los riesgos desconocidos.
Según calcularon quienes valoraron el problema, la mejor actitud era el reconocimiento en firme: el Lancer. Por ello, las tres superpotencias utilizaron su primacía y se apropiaron del recién terminado proyecto Colonia de Liberación. La AIE se hizo con la zona interior del mundo asteroide rotatorio, perforó más dependencias en la roca y agregó cámaras con tracción de duralita que podían contener un horno de fusión. El diseño era una copia del naufragio del Mare Marginis y funcionó bien. Removieron la tierra, plantaron cosechas, abrieron galerías, cortaron rocas y armonizaron una ecología en miniatura dentro de la agujereada cúpula elipsoidal.
Todo esto para volar a velocidades una fracción por debajo de la luz. Hacia el rojo faro de BD +36o 2147, ahora denominado Ra. La palabra «Nilo» en la transmisión, aun cuando parecía irrelevante y posiblemente una equivocación —los niveles de error en la decodificación sí eran significativos— se convirtió en un pretexto para invocar la mitología egipcia. Al mundo transmisor se le llamó Isis, la diosa de la fertilidad. El gigante gaseoso externo recibió el nombre de su hijo, Horas. A la comunidad astronómica le llevó dos años decidir todo esto. En el Times de Londres se publicaban cartas poniendo en discusión el asunto. A los ingenieros, por descontado, aquello les importaba un comino.
Las mieses susurraban mientras seguían caminando por los plantíos, y el seco sonido era como el de Kansas en un exuberante día otoñal. Nigel se protegió los ojos del fuerte resplandor de los fosforescentes. Los enormes cuadrados estaban regularmente espaciados en el curvado suelo de la cúpula, iluminaban los campos del lado opuesto, fortalecían la ecología del Lancer. Era un fulgor envolvente.
La combustión de fusión de la tobera del Lancer suministraba abundante electricidad a los paneles de fósforo, pero a Nigel le seguía pareciendo un fútil despilfarro de fotones.
Nikka interrumpió sus pensamientos.
—¿Cuál crees que puede ser nuestra mejor táctica?
—Hemos de salir al paso de las críticas. Sobre nuestras…
—Habilidades físicas en declive.
—Sí.
—De acuerdo, pues… deberíamos trabajar en tareas modestas. Superfluas.
—Hasta que alcancemos Isis.
—Entonces… bueno, nos agenciaremos un trabajo interesante.
—No les dejaremos que nos convenzan para hacer un trabajo de oficina.
—Exacto. Tal vez tengamos que contentarnos con el control de robots o algo así, pero…
—Nada de papeleos.
—Eso es. Mientras tanto…
—Evitaremos a los bastardos.
Ella sonrió y repitió con cierto alivio:
—Evitaremos a los bastardos.
Meses antes, el Lancer había soltado una emisora de radio autoconstructora, dejándola caer en su estela. Al navegar en el interior de un capullo de plasma ionizado por descargas, no podían elaborar mapas de radio de alta resolución. La emisora se desovilló y desplegó. Alex controlaba las antenas servoasistidas mediante control remoto y preparó concienzudos mapas de apertura sintética del sistema Ra. La estrella misma refulgía violentamente, enviaba lenguas de fuego a gran altura en su corona. La detallada cartografía de su meta, Isis, llevó mucho más tiempo.
Nikka despertó a Nigel zarandeándole cuando repiqueteó el Sec del apartamento.
—Déjame —masculló él.
—Basta de representar al lagarto tendido al sol. Es el examen de la Asamblea.
—¡Ah! Le echaré una ojeada.
Nikka tecleó en su muñeca y la pantalla mural se encendió. Acalló la voz de Alex que daba explicaciones e hizo más grande el mapa. Nigel escrutó la imagen redondeada. El disco de Isis era un revoltijo de curvas de nivel parecidas a espaguetis.
—Acné planetario —comentó él. Nikka dijo:
—Eso de ahí, parece el sistema de un valle fluvial.
—No puede ser. Es un engaño de la vista, probablemente. Recuerda que esto no es un radar. Están recogiendo las transmisiones de Isis.
—¿Cómo pueden venir del planeta entero? Él entornó los ojos.
—La manera más sencilla y eficaz de emitir, a través de distancias interestelares, es con una antena fija.
—Sí… —Ella se peinó el negro y liso cabello con los dedos—. O eso es lo que creemos.
—Las ondas electromagnéticas son independientes de la cultura. No tiene sentido utilizar montones de antenas.
Él se conectó al sistema interactivo de discusión, tumbado aún en la cama. Pero no surgió ninguna idea interesante.
—Espera a que estemos más cerca —dijo él. Nikka amplió el mapa hasta la escala máxima.
—Sigo diciendo que esto parece un valle fluvial.