21 - Segunda confesión

(Miércoles 19 de junio, 5.30 de la tarde)

El ama de llaves pareció contrariada al vernos. A pesar de su fortaleza, tenía aspecto de abatimiento, y su rostro presentaba las huellas de una prolongada inquietud. Snitkin nos dijo que leía atentamente en todos los diarios los progresos de las pesquisas, y que le había hecho muchísimas preguntas.

Entró en el salón sin fijarse casi en nuestra presencia, y tomó la silla que le ofrecía Vance, resignada a aquella prueba temida e inevitable. Cuando Vance la miró, le dirigió la vista furtivamente, y luego volvió la cara, como si en los ojos de mi amigo hubiera leído el secreto que ella guardaba tan celosamente.

Vance le espetó a quema ropa:

—¿Se preocupaba mucho mister Benson de su pelo postizo, mistress Platz? ¿Recibía amigos sin ponerse el peluquín?

La mujer, con un suspiro de alivio, contestó:

—¡Oh, nunca!

—Piénselo bien. Que usted sepa, ¿nunca recibió mister Benson a nadie sin llevar el bisoñé?

La mujer permaneció silenciosa y con el ceño fruncido.

—Una vez —dijo— vi que se quitaba la peluca para enseñarla al coronel Ostrander, un caballero de cierta edad que venía frecuentemente. Pero el coronel era un viejo amigo. Me dijo que habían vivido juntos.

—¿A nadie más?

La doméstica, arrugando la frente, contestó:

—No.

—¿Y a los proveedores?

—Menos que a nadie. Y tampoco a los extraños… Cuando se hallaba en esta habitación y no llevaba la peluca a causa del calor, siempre estaban las cortinas echadas —y señalaba la ventana más próxima al pasillo—. Le podían ver desde la escalinata.

—Celebro que haya indicado usted el hecho. Si había alguien en la escalinata, ¿podía, dando en el cristal, llamar la atención de quien estuviera aquí?

—¡Ya lo creo! Yo misma lo hice un día que me olvidé la llave al salir para unos recados.

—Es probable que el asesino de mister Benson entrara de ese modo, ¿no?

—Sí, señor —respondió la mujer, agarrándose a aquella hipótesis.

—Pero la persona que golpeó en la ventana, si es que no llamó, debía de conocer bien a mister Benson, ¿verdad? ¿No cree usted lo mismo?

—Sí, señor —contestó ella, con voz insegura, porque no veía adónde iba a parar su interlocutor.

—De haber dado un desconocido en los cristales, ¿le hubiera hecho pasar mister Benson no llevando puesto el peluquín?

—Siendo un extraño, seguramente no.

—¿Está usted segura de que no llamaron aquella noche?

—Segura.

—¿Había luz en la escalinata?

—No.

—Si mister Benson hubiera mirado por la ventana para ver quién llamaba, ¿hubiera podido enterarse?

El ama de llaves vacilaba.

—No sé, no creo…

—¿Se puede ver lo de afuera sin abrir la puerta?

—No. Muchas veces me he quejado de ello.

—Entonces cabe pensar que mister Benson reconoció la voz de la persona que llamara en los cristales.

—Sin duda.

—¿Está usted segura de que no se podía entrar sin llave?

—¿Cómo iba a entrar? La puerta se cierra automáticamente con llave.

—¿Es cerradura de resorte?

—Sí, señor.

—Debe de haber un gancho que permita abrir la puerta desde el exterior o desde el interior cuando la puerta está con pestillo, ¿no?

—Había uno —explicó—. Pero mister Benson lo sujetó para que no funcionara. Decía que era peligroso, que yo podía salir sin cerrar la puerta…

Vance se dirigió a la entrada y oí cómo hacía funcionar la cerradura.

—De acuerdo, señora —dijo al regresar—. Óigame: ¿está usted segura de que nadie tenía llave?

—Segura. Sólo mister Benson y yo teníamos cada uno la nuestra.

Vance movió la cabeza.

—Dijo usted que la puerta de su habitación se quedó abierta aquella noche… ¿Suele dejarla así?

—No; la cierro casi siempre. Pero ¡hacía tanto calor!…

—¿Fue, entonces, una casualidad que se quedara abierta?

—Sí.

—De haber estado la puerta cerrada como de costumbre, ¿hubiera oído usted el disparo?

—Quizá, si hubiese estado despierta. Estando dormida, no. Las puertas son muy gruesas en estas casas antiguas.

—Y además, muy hermosas —comentó Vance, contemplando lleno de admiración la maciza puerta doble de caoba que daba al vestíbulo—. Markham, ya sabrá usted que esto que llamamos civilización no es otra cosa que la destrucción ininterrumpida de todo lo bello y de todo lo duradero, sustituyéndolo por imitaciones muy baratas. Debería usted leer el libro de Oswald Spengler La decadencia de Occidente. Es un documento muy clarividente, y me extraña que no haya habido algún editor con espíritu de iniciativa que lo haya embalsamado en nuestro argot indígena. Tengo entendido que el libro en cuestión, o parte del mismo, ha sido traducido recientemente al inglés. En nuestra manera del elaborar la madera puede seguirse la historia completa de esta época degenerada que nosotros llamamos civilización moderna. Fíjese usted en esta bella puerta antigua, por ejemplo, con sus paneles biselados y sus molduras trabajadas, sus pilastras jónicas y su dintel tallado. Y luego, compárela con la tablazón lisa, mal trabajada, hecha a máquina y barnizada a brocha, que hoy se produce para puertas, por miles y miles, al día. Sic transit

Vance permaneció examinando la puerta durante algún tiempo, y, de pronto, se volvió hacia mistress Platz, que le veía hacer con curiosidad y con recelo cada vez mayores.

—¿Qué hizo mister Benson con el joyero cuando se fue a cenar?

—Nada —respondió ella turbada—. Lo dejó sobre la mesa.

—¿Lo vio usted después de marcharse él, mistress Platz?

—Sí. Iba a guardarlo; pero pensé que lo mejor era no tocarlo.

—¿No vino nadie después de irse mister Benson?

—No, señor.

—¿Está usted segura?

—Segura.

Vance se levantó y se puso a pasear de arriba abajo. De pronto, pasando junto a la mujer, se detuvo.

—A usted —le dijo— la llaman mistress Platz por el apellido de su difunto marido, ¿no es así? ¿Su apellido de soltera es Hoffman?

Había llegado lo que ella temía. Palideció, se abrieron sus ojos desmesuradamente y tembló su labio inferior.

Vance la miraba sin dureza. Antes que se repusiera, agregó:

—Hace poco tuve el gusto de ver a su encantadora hija…

—¿A mi hija?

El ama de llaves tartamudeaba.

—Sí —remachó Vance—. A miss Hoffman, la simpática rubia que es secretaria de mister Benson.

La mujer, que estaba rígida, dijo sin mover la boca:

—¡No es hija mía!

—¡Vamos, señora! —refunfuñó Vance, como si se dirigiera a una niña—. ¿Por qué intenta mentir? Recuerde usted cómo se enfadó cuando yo la acusé de tener una predilección particular por la joven que estaba con mister Benson. Tenía usted miedo de que yo pensara que se trataba de miss Hoffman… Pero ¿por qué preocuparse por ella? Estoy seguro de que es muy buena chica. No hay que guardarle rencor porque prefiera el apellido Hoffman al de Platz. A lo mejor lo hace pensando nada más en la significación literal que tienen esas palabras en los respectivos idiomas…

Sonreía y la tranquilizaba con su calma.

—Le advierto —dijo la mujer, mirándole con aire suplicante— que soy quien le hago llevar ese apellido. En este país, una joven elegante puede llegar a ser algo…, si la ocasión se presenta…, y…

—Comprendido —interrumpió amablemente Vance—. Miss Hoffman es inteligente y teme usted comprometer su éxito si se enteran de que usted es ama de llaves. Usted, en vista de ello, se ha retirado discretamente. Muy generosa, muy generosa… ¿Vive sola su hija?…

—Sí, señor. En Morningside Heights. Pero la veo todas las semanas.

Su voz era apagada.

—La ve tanto como puede —puntualizó Vance—. ¿Entró usted en casa de mister Benson porque ella era su secretaria?

Mistress Platz le miró duramente para contestar:

—Sí, señor. Ella me había dicho qué clase de hombre era. Muchas veces la obligaba a venir de noche para trabajar.

—Y usted quería estar aquí para protegerla…

—Sí, señor.

—¿Por qué estaba usted tan inquieta el día siguiente al del crimen, cuando mister Markham le preguntó si mister Benson tenía un arma?

—No estaba inquieta —contestó, volviendo la vista.

—Lo estaba. Y voy a decirle por qué. Temía usted que supusieran que le había matado miss Hoffman.

—¡Oh, no! Mi hija no estaba aquí, no. ¡Lo juro!…

Estaba muy emocionada y miraba desesperadamente a su alrededor.

—Veamos, veamos —dijo Vance en son de consuelo—. Nadie cree que miss Hoffman sea responsable de la muerte de mister Alvin Benson. La mujer levantó hacia él unos ojos llenos de ansiedad. No podía creerle, se veía que hacía tiempo que temía aquel descubrimiento y se necesitó lo menos un cuarto de hora para convencerla de que Vance decía verdad… Cuando nos fuimos, ya estaba relativamente tranquila.

Íbamos camino del Stuyvesant Club. Markham marchaba callado y completamente sumido en sus meditaciones. Era evidente que los nuevos hechos puestos al descubierto por la entrevista con mistress Platz lo tenían muy preocupado.

Vance iba fumando tranquilamente, y de cuando en cuando volvía la cabeza para examinar los edificios por delante de los cuales pasábamos. El automóvil nos llevó hacia el Este, cruzando por la calle Cuarenta y Ocho, y cuando llegó delante del edificio de la Sociedad Neoyorquina de la Biblia, ordenó al conductor que se detuviese, e insistió en que admirásemos aquella construcción, diciendo:

—Solamente su arquitectura basta casi para vindicar a la cristiandad. Con muy pocas excepciones, los únicos edificios que tenemos en esta ciudad que no constituyen un dolor para la vista son las iglesias y los demás edificios ligados a ellas. El credo estético de los norteamericanos es este: «Todo lo grande de tamaño es bello». Esos deprimentes cajones gargantuescos con aberturas rectangulares, que llaman rascacielos, son objeto del culto de los norteamericanos nada más que porque son enormes. Un cajón con cuarenta filas de agujeros es doble más hermoso que un cajón que sólo tiene veinte. Fórmula simplista, ¿no es así?… Fíjense ustedes en ese edificio de cinco pequeños pisos que tenemos enfrente. ¿No es infinitamente más encantador, y también más emocionante, que cualquiera de los rascacielos de la ciudad?

Durante nuestro viaje hasta el club, Vance no hizo alusión al crimen sino una sola vez, y de una manera indirecta.

—Los corazones generosos tienen categoría superior a la de los títulos aristocráticos. Hoy he realizado yo una buena acción, y me siento realmente persona virtuosa. Mistress Platz dormirá mucho mejor esta noche. Se hallaba terriblemente trastornada por lo que pudiera ocurrirle a su pequeña Gretchen. Es un alma tierna y maternal. No vivía pensando en que se sospechase de la futura lady Vere de Vere… ¿Por qué se preocuparía tanto?

Dirigió a Markham una mirada de soslayo, y ya nada se habló del crimen hasta después de la cena, que hicimos en la terraza. Habíamos retirado ya de la mesa nuestras sillas, y estábamos mirando por encima de las copas de los árboles de Madison Square, cuando dijo Vance:

—Abandone, Markham, las ideas preconcebidas, y vea la situación razonablemente. Ya sabemos por qué mistress Platz quedó tan contrariada cuando usted la interrogó sobre las armas y por lo que yo le dije respecto al interés que se tomaba por la visitante… Esos dos misterios están dilucidados…

—¿Cómo ha descubierto su parentesco con la joven? —intervino Markham.

—Fue tarea de mis ojos —Vance le miró con expresión de censura—. Recordará usted que en nuestra primera entrevista le eché el ojo a la joven, según usted dijo, pero se lo perdono, y también recordará nuestra pequeña discusión acerca de los rasgos craneanos. Mirándola, me di cuenta de que miss Hoffman tenía, en general, los mismos rasgos físicos del ama de llaves de Benson. Es una braquicéfala, de pómulos salientes, ortógnata, de parietal lleno. En cuanto a las orejas, mistress Platz tiene la oreja puntiaguda, sin lóbulo, que se llama oreja de fauno y a veces oreja de Darwin. Esa forma es hereditaria. Cuando me di cuenta de que la oreja de miss Hoffman tenía la misma forma, con escasas diferencias, que la de mistress Platz, tuve la casi seguridad de que ambas mujeres eran parientes. También adiviné que Hoffman era el apellido de soltera de mistress Platz, lo cual no tiene importancia —Vance se hundió cómodamente en el sillón—. Vamos a sus consideraciones judiciales… Por de pronto, supongamos que alrededor de las doce y media de la noche del trece del corriente el asesino vino a casa de Benson estando el salón iluminado, llamara a la ventana y entrara… ¿Qué significan esas suposiciones en cuanto al visitante?…

—Sencillamente, que Benson le conoció —repuso Markham—. Pero con ello no adelantamos nada, porque no es cosa de buscar a todos cuantos conocía.

—Las indicaciones dicen algo más… Demuestran que el asesino era íntimo de Benson hasta el punto de que, delante de él, Alvin no se preocupaba de su tocado. Como ya le sugerí, el hecho de que no llevara el peluquín es esencial. Un bisoñé es el sine qua non de un apuesto Brummel que envejece y está calvo. ¿No ha oído usted a mistress Platz? ¿Cree usted que Benson, que ocultaba su calvicie al chico de la tienda, hubiera recibido a un simple conocido estando privado de su corona? Además, también estaba desprovisto de sus dientes postizos. Ni tan siquiera llevaba el cuello y la corbata. Era como una mujer con rizadores… ¿Ante cuántos amigos se hubiera presentado así?

—Ante tres o cuatro —respondió Markham—. Pero no puedo detenerlos a todos…

—¡Oh! Una cosa es poder y otra cosa es querer… Pero no creo que sea necesario —cogió un cigarrillo y continuó hablando—. Tengo tres o cuatro indicaciones interesantes… Por ejemplo: el asesino estaba al corriente de las costumbres caseras, y sabía que el ama de llaves dormía bastante lejos del salón para que no la despertase la detonación, de estar la puerta cerrada. También sabía que en aquel momento no había otra persona en la casa. No olvide, por otra parte, que su voz era familiar a Benson, quien, de tener la menor duda, no le hubiera dejado entrar, pues temía a los ladrones y pesaba sobre él la amenaza del capitán…

—La hipótesis se sostiene… ¿Qué más?…

—Las alhajas, esas embajadoras del amor… ¿Ha pensado usted en ellas?… Estaban sobre la mesa cuando Benson volvió. Al día siguiente habían desaparecido. Parece ser, pues, que el criminal se las llevó. ¿No serían ellas razones que le atrajeran? Admitiendo esto, ¿cuál era la personne gratae que conocía la presencia de las joyas allí? ¿Quién las quería?

—Es verdad —dijo lentamente Markham, moviendo la cabeza—. Francamente, siempre he tenido cierta prevención contra Pfyfe. Ya iba a detenerle cuando Heath lo ha evitado, dándome la confesión de Leacock. Y cuando se ha visto que la confesión era falsa, mis sospechas han recaído nuevamente sobre él. No he dicho nada esta tarde por ver adónde iba usted a parar… Y lo que me participa ahora concuerda perfectamente con lo que yo había pensado… Pfyfe es culpable…

—Y lo ha dejado escapar…

—No se preocupe, querido amigo. Pfyfe está con su mujer. Y en todo caso, Ben Hanlon sabe encontrar a un fugitivo…

—Deje en paz, por ahora, al pobre Leander… Hoy no le necesita y mañana le necesitará todavía menos…

—¡Cómo, Vance! —Vance estaba dando vueltas a una silla—. ¿Quiere explicar esas palabras?…

Vance, negligentemente, contestó:

—No puede negarse que Pfyfe es muy amable y muy afable; pero en cuanto a belleza, no es cosa del otro jueves. Así es que no tengo interés en verle más de lo preciso. Y, entre paréntesis, no es culpable.

Markham se veía muy derrotado para indignarse. Así es que, escrutando largamente a Vance, confesó:

—No comprendo… Si usted cree que Pfyfe es inocente, ¿quién va a ser el culpable?

Vance miró su reloj.

—Venga mañana a almorzar a mi casa. Tráigame una relación de lo hecho por Heath. Y yo le diré quién mató a Benson.

Su voz era impresionante. Markham comprendió que si Vance había hecho aquella promesa es que se sentía capaz de cumplirla. Le conocía demasiado bien para despreciar o no hacer caso de lo que afirmaba.

—¿Por qué no me lo dice ahora?

—Lo siento mucho, pero he de ir al concierto de la Filarmónica. Tocan la Sinfonía de César Frank, y el temperamento de Strensky se adapta maravillosamente a sus sentimentalidades diatónicas… Eso tranquiliza los nervios…

—No los míos —masculló Markham—. Yo necesito whisky con soda.

Nos acompañó hasta el taxi.

—Hasta mañana, a las nueve —dijo Vance, sentándose—. Que le esperen en el despacho. Y no olvide recoger los informes de Heath.

En el momento en que el coche echó a andar, se asomó y dijo:

—¿Cuál cree usted que es la estatura de mistress Platz?