Si ustedes consultan las estadísticas municipales de la ciudad de Nueva York, advertirán que el número de los grandes crímenes cometidos en el transcurso de los cuatro años en que John F. X. Markham desempeñó el cargo de fiscal de distrito, que quedaron sin esclarecer, fue muy inferior al de los períodos de los que le precedieron en el mismo. Markham llevó, desde su despacho de fiscal, su actividad investigadora a toda clase de crímenes: como resultado de la misma, se pusieron en claro muchos y muy complicados, en los que la Policía había fracasado de un modo irremediable.
Pero la verdad es que en los casos más célebres de que hablamos, Markham fue sólo un instrumento, aunque se atribuyeron a su persona los muchos procesos importantes y las consiguientes declaraciones de culpabilidad que consiguió. El hombre que de verdad resolvió aquellos casos y proporcionó las pruebas para los procesamientos no tenía cargo alguno en la administración de la ciudad, y no apareció nunca ante los ojos del público.
Por aquel entonces era yo consejero legal y amigo personal de ese hombre; por eso pude conocer los hechos extraordinarios y asombrosos de tal situación. Sin embargo, hasta hace muy poco tiempo no he tenido libertad para hacerlos públicos. Aun ahora no dispongo de permiso para divulgar el verdadero nombre de dicha persona; por esa razón, y de un modo arbitrario, he querido referirme a él, a lo largo de estos informes ex officio, con el de Philo Vance.
Es, desde luego, posible que algunos de sus amigos adivinen, a través de mis revelaciones, de quién se trata; yo les ruego, si eso ocurre, que guarden para sí ese dato; aunque en la actualidad se haya trasladado a Italia para establecer allí su residencia y me haya concedido el permiso de relatar las hazañas en las que fue personaje central, me ha exigido de una manera terminante que conserve su anonimato. No me agradaría la perspectiva de que mi falta de discreción o de delicadeza fuese causa de que se convirtiese en un secreto a voces.
Esta crónica de ahora se refiere a la manera que tuvo Vance de solucionar el conocidísimo asesinato de Benson. Debido a lo sorprendente del crimen, a la posición destacada de las personas envueltas en el mismo y a la sorpresa que produjeron las pruebas presentadas, el caso en cuestión se vio rodeado de un interés que pocas veces ha sido sobrepasado en los anales de la historia del crimen en Nueva York.
Este caso sensacional fue el primero de una larga serie en la que figuró Vance como una especie de amicus curiae, es decir, amigo de los Tribunales de Justicia, interviniendo en las investigaciones de Markham.
S. S. Van Dine
Nueva York