En la década de 1980, yo vivía en una pequeña casa de 55 m2 en Sausalito, California. Sobre un mar de acacias, disfrutaba de una vista cruzada de la bahía de San Francisco, con las islas Tiburón y Ángel en la distancia; los eucaliptos poblaban la terraza delantera; en la colina que quedaba detrás, abundaban los jardines de orquídeas en diferentes niveles; un seto de jazmines de un metro de altura flanqueaba el empinado camino de entrada. Fue allí donde escribí El ocho, por las noches y los fines de semana, con mi máquina de escribir IBM Selectric (que ahora descansa en el armario de los recuerdos), mientras de día trabajaba en el Bank of America.
No dejaba de preguntar a los amigos: «¿No creéis que es el lugar perfecto para escribir un best seller de aventuras?». Probablemente ellos creían que era el lugar ideal para escribir un libro que nadie compraría ni leería nunca.
Pero mi primer agente literario, Frederick Hill, reconoció en cuanto leyó El ocho que no había libros como aquel. Con dos historias entrelazadas y separadas en el tiempo por doscientos años; sesenta y cuatro personajes, todos ellos piezas en la partida de ajedrez sobre la que giraba el argumento; otras historias secundarias; una codificación del estilo de Sherlock Holmes, y rompecabezas mágicos como los del doctor Matrix, El ocho parecía más un mapa intergaláctico de relaciones en el universo que una novela. Pero, afortunadamente, Fred también sabía que el equipo editorial de Ballantine Books, el principal sello editorial en rústica de Estados Unidos, llevaba tiempo buscando un fenómeno literario con el que lanzar una nueva línea en tapa dura. Querían algo único, ni literatura estándar ni best seller estándar, algo que no fuera fácil de clasificar.
Los miembros del equipo de Ballantine que tuvieron esta visión fueron: la presidenta, Susan Peterson; la vicepresidenta de marketing, Clare Ferraro, y el director editorial, Robert Wyatt. Compraron El ocho, aún sin acabar, en 1987. El 15 de marzo de 1988, mi editora, Ann LaFarge, yo acabamos de editarlo. El libro se presentó en la convención de la American Booksellers Association, en mayo. Todos nos sorprendimos de la acogida inmediata que tuvo, de que todos se aferraran a él como si lo hubiesen descubierto ellos mismos. En una rápida sucesión, once países compraron los derechos de traducción; el Book-of-the-Month Club lo eligió, el Publishers Weekly y el Today Show-all me entrevistaron antes de que el libro saliera publicado aquí, en Estados Unidos. Aun así, nadie sabía cómo describirlo. Se reseñaba como una novela de misterio, de ciencia ficción, de fantasía, de terror, de aventura, romántica, literaria, esotérica y/o histórica. Como autora, me llamaron «la versión femenina» de Humberto Eco, Alejandro Dumas, Charles Dickens y/o Stephen Spielberg.
Con los años, El ocho ha sido un best seller en cuarenta o cincuenta países, y se ha traducido a más de treinta idiomas, en gran parte, a juzgar por la opinión de los lectores, porque es único.
Los lectores me preguntaban con frecuencia cuándo recuperaría el argumento y los personajes. Sin embargo, dada la naturaleza entrelazada del argumento, la clase de sorpresas y secretos que se revelan en El ocho sobre los personajes y el ajedrez, consideré que la única manera de conseguir que el libro siguiera siendo único era no escribir una secuela ni convertirlo en una serie. Pero mi libro, al parecer, tenía voluntad propia y no se conformaba con explicar aquellas historias.
Con los acontecimientos que empezaron a tener lugar a partir de 2001, relacionados con muchos de los elementos del argumento de mi primera novela (Oriente Próximo, terrorismo, árabes, bereberes, rusos, el KGB, el ajedrez), supe que tenía que visitar de nuevo el mundo de El ocho donde al-Jabir había «inventado» originalmente el ajedrez de Montglane, en Bagdad.
En 2006, mis agentes literarios, Simon Lipskar en Estados Unidos y Andrew Nurnberg en el extranjero, me convencieron para que escribiera los tres primeros capítulos de lo que les había comentado que estaba planeando para el argumento y los personajes de la secuela de El ocho. Y el equipo de Ballantine que «prendió la cerilla» de El fuego estaba compuesto por: la presidenta de Random House Publishing Group, Gina Centrello; la editora Lobby McGuire, y la maravillosa Kimberly Hovey, que empezó hace veinte años como promotora de El ocho, que ha sido directora de publicidad de los otros libros que he publicado con los años en Ballantine y que ahora es directora de Marketing de la misma editorial.
Por último, quisiera agradecer de forma especial a mi editor Mark Tavani que tirase de la alfombra que yo tenía bajo los pies en julio de 2007, diciéndome que no podía limitarme a «quedarme en la backstory» (o en la historia de los personajes, como solemos decir en el ámbito de la ficción), sino que debía bucear más hondo y planear más alto.
Y así lo hice.