YIHAD

La conquista de España y África por parte del islam había convertido al rey de los francos en el amo del Occidente cristiano. Por ende, estaríamos en lo cierto al decir que Carlomagno no habría sido concebible sin Mahoma.

HENRI PIRENNE,

Mahoma y Carlomagno

Sage Livingston, Rodo Bordaron y el mismísimo monsieur Charlemagne d’Anagramme, mi sospechoso nuevo vecino de Colorado, Galen March. Eran las últimas personas del planeta que me apetecía ver en esos momentos, y muchísimo menos a la vez y estando yo medio desnuda. Era para echarse a llorar. Me puse el lujoso albornoz de velvetón y me anudé el cinturón, lo único que se me ocurrió hacer delante de aquel trío inesperado de conspiradores tan dispares.

Nim había salido del humeante baño romano y había metido los brazos en las mangas de su albornoz. Con un elegante giro, me quitó el fax de Key de la mano, se lo metió en el bolsillo y me tendió una toalla para el pelo, que tenía empapado.

—Deduzco que conoces a esta gente —musitó por la comisura de los labios. Al ver que me limitaba a asentir con la cabeza, añadió—: Entonces, lo más indicado sería una oportuna presentación.

Sin embargo, la reina de la distinción se me adelantó.

—¡Alexandra! —exclamó Sage, avanzando hacia mí con los dos hombres a la zaga—. Qué sorpresa encontrarte aquí, en el mismo hotel en que se aloja Galen… Él y yo hemos estado buscándote por todo Georgetown hasta que aquí tu jefe ha tenido la amabilidad de indicarnos la dirección correcta. Fue él quien supuso que podrías estar visitando a tu tío en el Four Seasons.

Antes de que pudiera responder o reaccionar ante aquella alarmante noticia, Sage se había vuelto para desplegar sus encantos ante Nim: le tendió una mano de manicura perfecta y le regaló una sonrisa de factura más pulida aún.

—Y usted debe de ser el doctor Ladislaus Nim, el afamado científico del que tanto hemos oído hablar. Sage Livingston, la vecina de Alexandra en Colorado. Encantada de conocerlo.

¿Que había oído hablar mucho de Nim? ¿El hombre misterioso por antonomasia? Desde luego no lo conocía ni por mí ni por mi madre. Además, ¿cómo había conseguido Rodo dar con nuestro paradero tan pronto sin utilizar los aparatitos de escucha de los que creía que nos habíamos desembarazado?

Nim se puso a estrechar manos tan digno como le fue posible teniendo en cuenta cómo iba ataviado. No obstante, en esos momentos yo tenía frío, estaba empapada y más que desesperada por descifrar el resto del fax de Key que hablaba sobre mi madre y que seguía a buen recaudo en el bolsillo de mi tío. Decidí excusarme y dirigirme a los vestuarios para secarme, con la esperanza de poder escapar por una puerta trasera y seguir discutiendo con Nim esas y otras cuestiones.

Sin embargo, estaba visto que nuestra anfitriona perfecta tenía escondido otro as en la manga.

—Doctor Nim, sin duda usted mejor que nadie debe de saber quiénes somos y por qué estamos aquí —dijo Sage en un susurro, con voz seductora—. Por tanto, también debe de entender por qué tenemos que hablar y por qué no hay tiempo que perder.

¿Quiénes éramos…?

Intenté no mirar a mi tío. Aunque, ¿qué estaba pasando allí?

Sage parecía más bien una Mata Hari que la pretenciosa niña mona que conocía de toda la vida. ¿Era realmente posible que la Sage que tenía delante de mí en esos momentos, la misma que jugueteaba inconscientemente con su pulsera riviére de diamantes y hacía un mohín, pudiera ser la heredera de algo más que los campos petrolíferos y las minas de uranio de los Livingston? ¿Y si también era la heredera de todas las intrigas de los intrigantes Livingston?

Pese a todo, en el momento en que se presentó por sorpresa esa idea a la que no había invitado, la sombra de su madre asomó su repulsiva cabeza. «¿Con quién crees que estás tratando, muchachita? —me había preguntado Rosemary aquella noche en el restaurante—. ¿Acaso tienes la menor idea de quién soy yo?». Decidí que, al menos en aquellas frías y húmedas circunstancias, había llegado el momento de tomar cartas en el asunto. Ya estaba harta.

—¿A qué te refieres exactamente con eso de que Nim debe de saber «quiénes somos nosotros»? —pregunté a Sage, irritada—. Veamos… De izquierda a derecha, yo diría que os parecéis bastante a mi tío, a mi jefe y a un par de vecinos de mi madre…

Me interrumpí porque Sage, prestando oídos sordos a mis palabras, había suspirado con discreta elegancia, frunciendo los labios y resoplando levemente por la nariz.

—¿Hay algún lugar donde los cinco podamos hablar en privado? —le susurró a Nim, mirando de manera significativa hacia el mostrador de recepción—. En cuanto Alexandra y usted hayan tenido tiempo para secarse y cambiarse, por descontado. Sabe muy bien que tenemos cosas de las que hablar.

Estaba a punto de protestar cuando Nim me cogió por sorpresa.

—En mi habitación. De aquí a diez minutos —contestó, asintiendo con la cabeza.

A continuación, arrancó un trocho de papel del fax que llevaba en el bolsillo y garabateó en él el número de su habitación.

¿En qué narices estaba pensando aquel hombre? Nim sabía mejor que nadie que mi madre estaba en peligro, que incluso podía encontrarse en Washington, y que yo tenía que salir de allí de inmediato, y en cambio volvíamos a confraternizar con el enemigo, a punto de invitarlo a un té. Estaba que me subía por las paredes.

Cuando Nim se fue hacia las taquillas, volví sobre mis pasos rápidamente y agarré a Sage del brazo.

Galen y Rodo iban bastante adelantados, habían subido media escalera en dirección a la puerta privada del gimnasio y, con un poco de suerte, no oirían lo que quería preguntarle a Sage. Sin embargo, una vez que empecé a interrogarla descubrí que había estado tanto tiempo bajo presión que, en cuanto me descorcharon, ya no hubo forma de detenerme.

—¿Quién ha preparado este encuentro? —pregunté a Sage—. ¿Has sido tú o la parejita de Tom y Jerry de ahí arriba? ¿Por qué March y tú lleváis buscándome todo el día por Georgetown? Además, ¿qué estáis haciendo en Washington? ¿Por qué el domingo pasado os faltó tiempo para ir a Denver, justo después de que yo me fuera? ¿De qué teníais que hablar con Vartan Azov y Lily Rad?

Era evidente que nadie ignoraba que yo sabía todo aquello.

Rosemary había levantado la liebre al decir que sabía que yo había recibido un mensaje de Nokomis Key. Sage me miró con aquella expresión condescendiente y altiva ante la que siempre me entraban ganas de borrársela de la cara con un estropajo. La conocida señorita Popularidad regresó con una sonrisa, hoyuelos a dos bandas incluidos.

—En realidad, todo eso deberías preguntárselo a tu tío, no a mí —contestó zalamera—. Después de todo, ha accedido a que nos reuniéramos y, como él ha dicho, sólo quedan diez minutos.

Sage hizo intención de reanudar el ascenso por la escalera, pero volví a retenerla por el brazo, ante lo que me miró muda de asombro. ¡Pero si hasta yo me sorprendí, caramba! Seguro que hasta estaba gruñéndole en la cara, de la frustración que sentía.

Quizá nunca me había mostrado tal como era ante Sage hasta ese momento, pero para mí aquella había sido una semana muy dura ya antes de que tanto ella como su detestable familia aportaran su granito de arena. Además, no estaba de humor para recibir un desplante de una chica cuyo mayor logro en la vida, por lo que yo sabía, era ser miembro honorífico del club de las diosas adolescentes. Había gente en peligro y yo necesitaba información. Ya.

—Estamos aquí las dos, solas. Te lo estoy preguntando a ti —dije—. ¿Para qué voy a esperar diez minutos más a preguntarle a mi tío algo que tú podrías decirme ahora mismo?

—Yo sólo intentaba ayudar —contestó Sage—. Como ya debes de haber comprendido, es a tu tío a quien hemos venido a ver. Galen insistió en que teníamos que dar con él, dijo que era urgente. Por eso fuimos a Denver después de que tu madre no apareciera en la fiesta, para preguntarles a los demás, y cuando vimos que ni siquiera tú parecías saber dónde estaba Cat…

Se interrumpió al ver que volvía la vista hacia atrás rápidamente para comprobar si alguien podía oírnos. Aquello era más de lo que hubiera esperado. ¿Galen March iba detrás de Nim? Pero ¿por qué? No salía de mi asombro.

Al volver la vista hacia el otro lado, vi que Galen estaba bajando la escalera, directo hacia nosotras. Me entró el pánico y arrastré a Sage hacia el lavabo de señoras, donde no pudiera seguirnos. Sin soltarla del brazo, miré por debajo de las puertas de los compartimientos para asegurarme de que estábamos completamente solas.

Cuando me dirigí a Sage, la ansiedad ante lo que pudiera responderme casi me impedía respirar.

Sabía que debía preguntárselo, aunque debo confesar que me aterraba oír lo que tuviera que decir. Sage me miraba fijamente, como si fuera a ponerme a echar espuma por la boca en cualquier momento. Me habría echado a reír si la situación no hubiera sido tan crítica.

Como diría Key, hice de tripas corazón.

—¿Qué interés tiene Galen March en mi tío? —pregunté—. Después de todo, no se han visto nunca hasta hace unos momentos, en el gimnasio.

¿No?

—La verdad es que no se lo he preguntado —contestó Sage, con su habitual sangre fría.

Mi vecinita pisaba con pies de plomo, de eso no cabía duda, para no revelar más de lo necesario, aunque me fijé en que miraba de soslayo la alarma de incendios que teníamos al lado, como si sopesara la dureza del cristal en el caso de que tuviera que romperlo y tirar de la anilla para pedir auxilio.

Estaba a punto de seguir con el interrogatorio, pero Sage no había terminado. Lo que dijo a continuación estuvo a punto de dejarme fuera de juego.

—Di por sentado que se conocían. Después de todo, fue tu tío quien puso el dinero para la compra de Sky Ranch.

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Nunca antes había estudiado a mi tío a través del cristal de una copa de coñac, pero había aceptado el trago que me había ofrecido en cuanto llegué, empapada y despeinada, del gimnasio.

Ahora, seca y vestida con la ropa limpia que él había metido en mi mochila, lo observaba a través del vaso al tiempo que apuraba el coñac, descalza, con las piernas recogidas en una cómoda silla, detrás de uno de esos exóticos arreglos florales por los que el Four Seasons era famoso. Intenté recordar sus nombres: las de color naranja y violeta eran aves del paraíso, las verdes y blancas eran yucas, las de color fucsia eran asaros, las de color ciruela eran orquídeas barco del género Cymbidium… ¿o era Cymbidia? Nunca se me había dado bien el latín.

Nim rodeó la mesa y me quitó el vaso de la mano.

—Más que suficiente para las horas que son —decidió—. Quiero que te relajes, no que te quedes grogui. ¿Por qué no acercas la silla y te unes al grupo?

El grupo. Se refería al estrafalario trío acomodado en asientos de ricos brocados que había repartidos por la lujosa suite. Nim se paseaba arriba y abajo por las suntuosas alfombras, sirviéndoles bebidas.

¿De verdad todo aquello era real?

No me sentía bien y el coñac no había ayudado a que desapareciera ni la confusión ni el dolor.

Sabía que debía llegar al fondo del asunto como fuera, pero por primera vez tenía la sensación de encontrarme completamente sola.

Gracias a Dios que había hecho esos treinta largos antes de volver a la realidad.

Gracias a Dios que le había birlado a Nim el fax de Key del albornoz, en el lavabo, hacía apenas unos instantes.

Porque mi adorado tío Slava, la única persona a la que nunca había dudado en confiarle mis secretos y mi vida, incluso antes que a mis padres, parecía tener pendientes muchas preguntas sin respuesta. En esos momentos, no sabía a cuánto de lo que había ocurrido conseguiría Slava encontrarle una explicación convincente. Después de todo, como mi madre solía decir cuando yo era niña: «Una mentira por omisión no deja de ser una mentira».

Tal como me había pedido, rodeé la mesa de flores con la silla para «unirme al grupo» y aproveché ese momento para hacer una rápida recapitulación mental.

¿Cuánta información contrastada o mera especulación había compartido con Nim desde la noche anterior?

¿Cuánto de lo que él había compartido conmigo era una «mentira por omisión» en lugar de «por obra»?

No podía asegurar que él hubiera mentido, pero desde luego me había inducido a creer cosas que no eran. Para empezar, todo lo que había dicho en las veinticuatro horas anteriores parecía implicar que nunca antes había visto ni a Rodo ni a Galen, o como mínimo hasta esa mañana, cuando había descifrado el nombre en clave del último al observar que ambos podrían estar relacionados con Carlomagno y el juego de ajedrez.

Aquella imagen de bendita ignorancia cambiaba por completo al entrecerrar los ojos y analizar con detenimiento un par de detalles que antes habían pasado inadvertidos. Como el hecho de que Rodo hubiera sabido dónde se alojaba Nim en Washington cuando nadie más lo sabía, ni siquiera yo. O como el hecho de que Nim se hubiera hecho cargo de la factura multimillonaria de un rancho de Colorado sin valor alguno del que Galen March era el supuesto dueño.

En cuanto te fijabas en la letra pequeña, ya no parecía tan improbable que mi tío conociera muy bien, y desde bastante antes de ese día, a todos los que estaban en aquella habitación, con la posible excepción de Sage Livingston.

Y eso suponiendo que Sage estuviera diciendo la verdad, claro.

—Es evidente que hemos estado protegiendo a la persona equivocada durante todo este tiempo —dijo Nim sin dirigirse a nadie en particular, una vez que los demás estuvieron servidos—. Cat nos ha superado a todos con ese número de escapismo, aunque no llego a comprender con qué objetivo. ¿Alguna idea?

—Creo que es igual de evidente que no confiaba en que ninguno de nosotros pudiera protegerla a ella o a Alexandra —planteó Rodo—. ¿Por qué si no se habría encargado ella personalmente de este tipo de asuntos tan delicados como lo ha hecho?

Aunque Rodo no había acabado de hablar, supe que no podía seguir soportando aquello ni un solo segundo más, tenía los nervios a flor de piel. Estaba segura de que acabaría estallando.

—Esto… Creía que ninguno de vosotros se conocía —dije con toda tranquilidad, aunque fulminando a Nim, que se encontraba en la otra punta de la habitación, con la mirada.

—Y no nos conocíamos —contestó, indignado—. Se nos ha mantenido apartados con un propósito y por expreso deseo de tu madre, artífice de la idea. Yo diría que, en realidad, todo empezó con la muerte de tu padre. Esto es lo que pasa cuando tratas con una mujer que deja que sus instintos maternales dominen sus facultades mentales. Antes de que nacieras, al menos pensaba con la cabeza. Qué desastre.

Genial, ahora encima yo era la responsable de la confabulación descabellada que aquellos tipos habían estado maquinando en secreto, sin que yo supiera nada.

—Entonces, ¿podrías explicarme quién es el dueño de Sky Ranch, él o tú, tal como asegura Sage? —pregunté a Nim, señalando a Galen con un gesto.

—Cat me pidió que lo comprara —contestó Nim—. Según me explicó, era una especie de zona de transición para mantener alejados a los especuladores de terreno. Había encontrado a alguien que serviría de testaferro para que la gente del lugar no supiera que nosotros estábamos detrás de aquello. Aunque nunca supe de quién se trataba, supongo que esa persona debe de ser el señor March. Por lo visto, fue la señorita Livingston, aquí presente, quien ayudó a que la compra se realizara con discreción.

¿Sage? ¿Por qué mi madre iba a utilizarla precisamente a ella cuando odiaba a todo el clan Livingston? Aunque eso explicaba por qué Sage sabía quién era el verdadero dueño del rancho, aquel despropósito tenía menos sentido por momentos, mucho menos que invitarlos a todos a su maldita fiesta de cumpleaños. Me dieron ganas de ponerme a gritar.

Además, todavía quedaban algunos cabos sueltos. Sin embargo, ni siquiera tuve que preguntar: el Potemkin de los Pirineos estaba a punto de ofrecerme la respuesta.

—Tu madre y yo somos amigos desde hace años —dijo Rodo—. Dudo que aprobara que me pusiera a comentar aquí la naturaleza exacta de nuestra relación dadas las molestias que me ha tomado para mantenernos separados durante tantos años, pero sí diré que fue ella quien me pidió que te contratara cuando saliste de ese lugar tan espantoso, de la CIA, y me dijo que me proporcionaría excelentes referencias. En respuesta a tu anterior pregunta, hasta la fecha esto es todo lo que sabía de tu tío. Espero que eso lo explique todo.

Aquello explicaba una cosa a la perfección… Tal vez demasiado bien, incluso. Si Nim estaba en lo cierto y mi madre había llevado las riendas desde el principio, si estábamos en peligro, sin duda tendría sentido que hubiera mantenido a aquellos peones separados tal como había hecho o, al menos, que les hubiera ocultado sus intenciones respecto a su estrategia global. Es decir, siempre que todos ellos estuvieran siendo dirigidos entre bastidores, como en una partida de ajedrez.

Solo que mi madre no jugaba al ajedrez.

Pero yo sí. Y si sabía algo mejor que ninguno de los que estaban allí era que, efectivamente, había una partida en juego, aunque desde luego no la dirigía mi madre. Esa era mi misión: descubrir quién estaba moviendo los hilos.

Así que mientras «el grupo» seguía divagando acerca de la desaparición de mi madre e intentaba juntar las piezas para resolver el porqué de su proceder y sus motivos, yo me dediqué a intentar desentrañar el misterio para mis adentros.

Empecé repasando el ordenado paquetito donde todo había sido doblado y colocado con tanta delicadeza: un grupo de personas que no se conocían de nada y que acababan de descubrir sus intereses comunes en el Four Seasons. Todos habían sido reclutados por una mujer, convenientemente desaparecida en esos momentos, para prestar diversos servicios: comprar tierras, contratar a su hija y actuar de «testaferro». Y eso anudaba el último cabo suelto que rodeaba el paquete.

Al levantarme y acercarme a Sage Livingston, todo el mundo guardó silencio y se volvió hacia mí.

—Ahora lo entiendo todo —dije, dirigiéndome a Sage—. No sé cómo no lo he visto antes. Tal vez porque aquí mi jefe, el señor Boujaron, me despistó al decirme que yo interpretaba un papel distinto del que realmente interpreto. Sin embargo, no cabe duda de que ha empezado una nueva partida y acabo de comprender que todas las personas a las que mi madre invitó a la fiesta son jugadores, incluidos los que ahora estamos en esta habitación. Aunque no todos estamos en el mismo equipo, ¿verdad? Por ejemplo, creo que Rosemary, tu madre, es la persona que ha vuelto a iniciar la partida. Y a pesar de que Rodo dijo que yo era la Reina Blanca, creo que la Reina Blanca es ella…

Rodo me interrumpió.

—Dije que los asistentes a la cena creían que tú eras la Reina Blanca —me corrigió—. Además, ¿cómo iba a creer la señora Livingston que tú eres ese algo que, tal como acabas de asegurar, en realidad es ella?

—Porque tiene que ser así —insistí—. Los Livingston se mudaron a Redlands, en la meseta, justo después de la muerte de mi padre, cuando supieron que nosotras también nos trasladábamos allí. Cuando Rosemary descubrió quién era verdaderamente mi madre…

—No, te equivocas —intervino Sage—. Supimos quiénes erais en cuanto os mudasteis allí, por eso mi madre me pidió que me hiciera amiga tuya, pero nosotros vivíamos allí antes que llegarais vosotras. Rosemary supuso que habíais ido a Colorado por eso mismo, porque nosotros estábamos allí. Después de todo, como acabas de averiguar, fue tu madre quien dispuso la compra en secreto de los terrenos que lindan con nuestra propiedad.

Aquello no tenía sentido. Una vez más volvía a asediarme aquella desagradable sensación.

—¿Por qué iba mi madre a hacer algo semejante? —pregunté—. ¿Y por qué te pidió tu madre que te hicieras amiga mía?

Sage me miró con una expresión a caballo entre el desdén y la completa estupefacción ante mi ignorancia.

—Como Rodolfo Boujaron acaba de decir —se explicó—, mi madre siempre ha creído que tú serías la nueva Reina Blanca. Cuando murió tu padre, creyó ver la oportunidad de destrozar ese escudo de una vez por todas y derribar las defensas. Como ya he dicho, supo desde el primer momento quién era tu madre y qué papel interpretaba. Y, lo más importante, también sabía qué había hecho.

Esa rara sensación me atenazó la nuca, como si alguien tirara de mí hacia atrás al borde del precipicio al que estaba a punto de lanzarme. Sin embargo, no podía evitarlo, tenía que saberlo.

—¿Qué había hecho mi madre? —pregunté.

Sage miró a los demás, quienes parecían tan sorprendidos como yo por el derrotero que había tomado aquella conversación.

—Creía que todos lo sabíais —dijo—: Cat Velis mató a mi abuelo.