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Excepto los enfermos que estén muy débiles, que todos se abstengan de comer la carne de animales de cuatro patas.

Regla de san Benito, capítulo 39

El jefe Hawken Cardenal Irrikawa, que había partido de Valana hacia su propio país hacía algunos meses, regresó de pronto para unirse a la caravana de la Curia. Explicó que su camino a casa, al norte del río Misery, estaba bloqueado temporalmente por la presencia de soldados texarkanos en la región. Las tierras más allá del Misery se consideraban territorio abierto, y tanto los Saltamontes como los Perro Salvaje llevaban allí su ganado durante la temporada, aunque los campamentos no eran permanentes y no había criaderos. Si había soldados texarkanos en la zona, era una violación del Tratado de la Yegua Sagrada. El Papa al principio se alarmó. Pero los que interrogaron al cardenal con atención llegaron a la conclusión de que se había encontrado con una banda de forajidos bien armados y bien vestidos, que imitaban las maniobras de la caballería de Texark. Era extraño, pero sólo el shárf Oxsho parecía preocupado.

—Demasiados forajidos en movimiento —le dijo suavemente al padre Ombroz—. Demasiados para creerlo.

El convoy del Papa congregó gradualmente una multitud mientras se dirigía al este. Grupos de diez o veinte guerreros se unían al creciente ejército cada pocas horas. Mientras atravesaban territorio Perro Salvaje, la legión llegó a alcanzar mil seiscientos jinetes y sus animales. A veces, cuando la luna de juniobrillaba, jinetes nocturnos llegaban al campamento con obscenos gritos de guerra seguidos de risas y los hombres adormilados se levantaban rápidamente de sus petates. Se hablaba de victoria, de saqueos y de las mujeres de los granjeros, y los tenientes del sharf Oxsho reprendían esos comentarios.

Dientenegro cabalgaba en la parte trasera de la carreta del cocinero con Librada, su puma. Había hecho un collar de cuero y la mantenía atada. La tristeza le abrumaba. Era incapaz de rezar excepto al Dios en su gato.

Eso fue el verano del año de Nuestro Señor de 3246. El día anterior al solsticio, la luna estaba llena y rosada sobre el horizonte occidental, cuando el amanecer iluminó las Llanuras. Mientras Dientenegro salía de debajo de la carreta, pudo ver que ya apagaban las hogueras del desayuno, donde él estaba y en el lejano horizonte. Grupos de hombres armados, caballos, ganado y cañones hasta donde alcanzaba la vista: este lugar era un hervidero que aún no había alcanzado su punto de ebullición.

El Hannegan sabe que venimos. ¿Responderá?

No había prisa por reemprender el viaje, probablemente porque era un día especial. Dientenegro no podía estar seguro, pues no estaba en contacto con el mando. Un trípode, con los restos de una vaca sacrificada, colgaba cerca de la carreta. Rascó un poco de carne cruda del hueso con la bayoneta robada al pinche. Un monje de Leibowitz nunca comía carne sin el permiso del abad, que rara vez lo concedía, excepto en días festivos, o a aquellos que estaban gravemente enfermos. «Estoy gravemente enfermo», le dijo a Jarad, que respiraba sobre su hombro. El pinche le tendió una tortita, una taza de té y el habitual insulto de cada mañana. El pinche era un nómada Perro Salvaje llamado Perro Apaleado, que había sido reclutado por el cocinero del Papa como ayudante, y se suponía que Dientenegro era el ayudante de Perro Apaleado, pero la diarrea y la tristeza lo volvían inútil. Su único trabajo era recoger mierda seca durante las paradas para utilizarla como combustible y limpiar los instrumentos de la cocina en la carreta.

Resultó que, en efecto, fue un día especial. Los nómadas normalmente celebraban la Fiesta de las Hogueras en el solsticio, y la Iglesia había marcado hacía tiempo el 21de junio como la festividad del papa san Silverio, el hijo del papa Hormisdas. Silverio había ofendido a la emperatriz Teodora, y ella lo exilió… un castigo que provocó su sufrimiento y muerte en el 538 después de Cristo, y por tanto se le consideraba mártir. El papa Amén Pajaromoteado había tomado este día festivo (que ya había sido tomado dos veces antes) de las reglas de Nuestra Señora del Desierto, patrona de su Orden. Pero no era la fiesta de Pajaromoteado lo que decidió celebrar Ponymarrón, sino la misa de un pontífice soberano, Si diligis me, pues su intención era consagrar a un obispo durante la misa ese día, en medio de sus ejércitos, en una llanura calurosa y árida.

Amén II congregó a su alrededor a los ocho cardenales que acompañaban la caravana. Declaró un consistorio e hizo los anuncios previstos. El y Wolfer Poilyf, obispo del País del Norte, junto con el obispo Varley Swineman de Denver, consagraban al padre Jopo e’Laiden Ombroz, S. I., como arzobispo de la antigua pero moribunda diócesis de Canterbury, y luego se le nombró Vicario Apostólico ante los nómadas… incluyendo por supuesto a los nómadas Conejo, cuyo actual sacerdote huía ahora de los cruzados de la Iglesia Occidental. El reluctante obispo Ombroz obedeció a Ponymarrón, pero no se sintió muy contento con su ascenso. El Papa lo nombró también cardenal, según anunció al consistorio. Los ancianos del Espíritu Oso, dijo Ombroz, se reirían por esta acción, y en Texark lo llamarían el Cardenal Caníbal. Ombroz era ahora el noveno cardenal que acompañaba al ejército principal de la cruzada, y Ponymarrón les confesó a Wooshin y a él que pronto nombraría un décimo cardenal. No mencionó ningún nombre.

Por lo poco que Dientenegro veía al Papa en la distancia, le parecía que Ponymarrón parecía más etéreo y espiritual que antes. Tal vez la cercanía le había hecho no ver algo en el hombre. El cambio, sin embargo, no era necesariamente bueno. Ponymarrón miraba mucho al cielo, decían otros observadores Parecía estar buscando algo en las nubes o en el horizonte y prestaba poca atención a los que le rodeaban.

Dientenegro se preguntaba quién le habría sugerido a Ponymarrón el lema que había inscrito en su nuevo escudo de armas como Amén II. Decía: «Y un infierno>», en inglés antiguo en vez del habitual latín. Lo entendía, pero se preguntaba si el Papa también. Cuando el carruaje de Ponymarrón alcanzó al de Eltür Bram un día, Jopo Cardenal Ombroz fue el único miembro del Colegio que sabía suficiente inglés antiguo como para reírse por la yuxtaposición de sus lemas.

Onmu Kun había viajado al norte con el padre Pisaserpiente y un grupo de treinta guerreros Conejo para celebrar el ascenso de Ombroz al Sacro Colegio. Llegaron bastante antes del acontecimiento y trajeron con ellos enfermedad, aunque nadie cayó enfermo hasta varios días después de su llegada. Dientenegro, que ya se sentía mal, fue uno de los primeros en enfermar, después de que Onmu llegara del sur para unirse a la caravana; oyó hablar de que había una epidemia en la Provincia. Al principio le echaron la culpa al agua, pero una semana más tarde tres guerreros y varios niños Saltamontes cayeron enfermos, y luego Dientenegro San Jorge, que ya tenía diarrea.

Según explicó Ónmu, los cruzados del sur inicialmente atribuyeron la aflicción a los pozos envenenados que dejaban las fuerzas de Texark en retirada, pero el ganado que bebía de los pozos no estaba afectado. Y la enfermedad parecía surgir tanto en los hombres que habían bebido de los pozos como en los que no. Hasta ahora, el enemigo no estaba afectado por la plaga, si eso era. La enfermedad, cuyos síntomas eran parecidos a los que se sufrieron en Valana antes de la elección del papa Amén I, no era todavía epidémica. Para contenerla, varias unidades de combate fueron puestas en cuarentena.

Dientenegro no asistió a la misa del pontífice soberano ni a la consagración del padre Ombroz, pero la vio desde una colina lejana, mientras descargaba dolorosamente en la hierba. Dientenegro se había entregado al Diablo. Había dejado de rezar el Divino Oficio, excepto cuando se acordaba de repente. Se escuchaba a sí mismo soltar pedos y decir amén. Había dejado de meditar, excepto algún rosario ocasional en honor de la Virgen… pero entonces su mente se entretenía con Ædra en el papel de la madre de Dios.

Aceptó que nunca volvería a verla, pues ahora era monja. No le había pedido a Ponymarrón, ni lo haría, que le asegurara que había hecho lo que dijo que iba a hacer cuando salieran de Nueva Jerusalén, es decir, conmutar su sentencia de exilio permanente. No tenía ninguna prueba para creer que el Papa se hubiera acordado o mantenido la promesa, y no podía preguntarlo. Sabía que se estaba volviendo loco; el origen de su locura cósmica eran sus entrañas inflamadas, fruto de una sensación de culpa, que le estaba volviendo loco durante este verano del año de Nuestro Señor de 3246, el año de la Reconquista, no el año anterior, cuando mató a un pobre glep reclutado a la fuerza, pues ese año no había sido ni de diarreas ni de fiebres.

Sus días de locura lo volvieron reclusivo. Sólo la responsabilidad que sentía hacia Librada, el deber de devolverla a su país de origen, le impedía abandonar toda esperanza y huir. El padre Pisaserpiente estaba cerca, pero no se confesó. La idea de confesarse parecía empeorar su diarrea. Su insolencia lo había convertido en un extraño para su amo. El viaje era miserable, y cada pocos días tenía uno de delirios y de conducta incontrolable.

Pero fue en uno de esos malos días cuando el difunto papa Amén vino a consolarlo.

—Tu Cristo es el auténtico hombre sin identidad —le dijo Amén Pajaromoteado, mientras cagaba durante la puesta de sol—, el único que no lleva máscara; viene y va a través de tu rostro, donde llevas tu máscara. Viene y va como quiere, adelante y atrás, y tu máscara no lo ve. Una máscara sólo se ve a sí misma en un espejo. Pero el auténtico Jesús sin máscara está vivo y bien; se sienta austero en soledad bajo el puente donde el Cristo duerme, y caga.

—¿No son todos los pecados, en sí mismos, su propio castigo? —preguntó Dientenegro impertinentemente. Le parecía recordar que Pajaromoteado había dicho algo parecido durante los nueve días de oración que habían compartido.

—¿Un castigo como tu relación con la hija del viejo Shard? —replicó el Papa con una mueca, y desapareció antes de que Nimmy pudiera decir que eso no era un pecado mortal.

Además de sentirse enfermo en cuerpo y alma, otro factor le desanimaba a huir. Más allá del horizonte, otra caravana viajaba paralela hacia el este, y tal vez otra viniera detrás. Había demasiadas posibilidades de ser capturado. El polvo de la otra caravana era normalmente visible de día y el brillo de las hogueras durante la noche. Alguna vez se atisbaban los carros y los jinetes, cuando la caravana remontaba una baja colina en la distancia. Algunos de los carros destellaban bajo la luz del sol, como si estuvieran cubiertos de metal, pero con el calor y la distancia, incluso las montañas parecían hechas de metal al rojo a la luz de la tarde. Los jinetes nómadas se mantenían apartados de la misteriosa caravana; eso se les había ordenado. Nadie parecía saber mucho sobre el asunto, excepto que había partido de Nueva Jerusalén después de la comitiva del Papa, y algunos conocían a alguien que sabía que Wooshin había dicho que llevaba armas secretas, y que iba a las órdenes del Magister Dion.

Unos cuantos días más tarde, Dientenegro se dio cuenta de que habían entrado en el territorio de las altas hierbas. Lo supo sin tener que levantar la cabeza de los sacos de comida de la bamboleante carreta. Lo supo porque los grupos de guerreros que llegaban empezaban a hablar el dialecto de los Saltamontes, y entre sus animales empezaba a haber perros. Inicialmente los perros no eran amistosos con los nómadas Perro Salvaje, y se comportaban de manera ruidosamente hostil hacia los eclesiásticos y neojerusalemitanos. Por su causa, Dientenegro empezó a dormir dentro de la atiborrada carreta en vez de debajo.

Perseguido por una carnada de bestias parecidas a lobos, una mañana un hombre saltó a la cola de la carreta, y Dientenegro lo ayudó a subir. Un perro se negó a soltarle la pierna. Librada aulló. Gata y monje se abalanzaron hacia el perro al mismo tiempo. La espinilla del hombre estaba bien cubierta por las calzas militares, pero no dejó de gritar hasta que Dientenegro golpeó al perro con una fusta y contuvo a la gata.

—¡Gracias a Dios! Y gracias, Nimmy. No sabía que estabas con nosotros.

—¡Aberlott! ¿Qué demonios estás haciendo aquí?

—Estoy aquí por la cruzada. Wooshin me dejó unirme al equipo. Maldición, está sangrando. Ha sido tu gata.

—¿Llevas en la caravana desde el principio?

—Claro, pero éste es el primer día que tengo libre.

Dientenegro pensó durante un instante. Cuando el grupo de eclesiásticos del Papa dejó Nueva Jerusalén, llevaban consigo diecisiete carretas y un equipo de luchadores de «elite» de las Suckamint, hombres cuya única lealtad al Papa estaba garantizada por el respeto temeroso que sentían hacia Wooshin, su sargento general… un rango creado para la ocasión por el pontífice reinante en un momento de capricho. El viejo guerrero llevaba galones dorados y una estrella en su túnica de cuadros, que Amén II le había regalado.

El hecho de que hubiera aceptado a Aberlott entre sus tropas de asalto era algo que, para Nimmy, rozaba los límites de lo creíble, pero el estudiante juró que era cierto. Dientenegro se alegró de tener compañía, al menos por hoy.

—¿Estás dispuesto a huir otra vez? —preguntó el estudiante—. ¿Cómo el año pasado?

Nimmy hizo una mueca.

—El año pasado, un cardenal loco dirigía a un puñado de aficionados. Este año, el Vicario de Cristo conduce a tres hordas de guerreros y dos pequeños ejércitos.

—¿Dos? ¿Dónde está el segundo ejército?

—Se mueve al sur de nosotros.

—Oh, te refieres a los tanques. Eso es distinto. Es algo sobre lo que se supone que no puedo hablar, si supiera algo, que no sé.

—¿Tanques? ¿Armas secretas?

—Tanques de agua, por lo que sé. Necesitaremos un montón de agua.

Mientras atravesaban el país Saltamontes y el Papa miraba al cielo, la Burregun volaba tan a menudo sobre ellos que se convirtió en un chiste nómada. Durante ese tiempo, el papa Amén I se le apareció a Dientenegro más de una vez, y le advirtió que no continuara su rebelión contra su amo. Como respondía al viejo puma negro, Perro Apaleado, el pinche, le acusó de hablar solo y envió un mensaje a Wooshin diciendo que el monje necesitaba un médico brujo. El doctor que vino resultó ser el médico personal del Papa, aunque el paciente nunca lo había visto antes y fue incapaz de averiguar a cuál de las varias escuelas de medicina existentes pertenecía. Vestía cueros nómadas y hacía juramentos en nómada entre dientes, pero llevaba un maletín negro lleno de pipas, agujas, pinzas y amuletos, como un miembro de la antigua y mística escuela de alópatas.

El doctor le dijo que el Papa tampoco se encontraba muy bien, aunque no había contraído la fiebre de los cuatro días, como la llamaban. Los síntomas le recordaron a Dientenegro los efectos del Meldown, así que le describió el guiso summonabisch del Venerable Boedullus. El doctor sostuvo inmediatamente que se trataba de una antigua receta nómada, y se entusiasmó al enterarse de que a Ponymarrón le encantaba. Cuando dejó a Dientenegro, fue a ver al cocinero. El restablecimiento del guiso summonabisch como base de la dieta papal sería, probablemente, responsable de la elevación de Dientenegro al cardenalato, cuando el Papa tuvo otro día caprichoso.

Como el movimiento de los ejércitos a caballo era también una procesión religiosa, cada día debía comenzar con una misa al amanecer, y los cristianos de entre los nómadas debían recibir el pan del Cielo antes de reemprender la marcha. Por deferencia a su Señor Hongan, Eltür Bram soportó esta santurronería durante toda una semana antes de, pasando por alto a su señor, pedir permiso directamente al Papa para adelantarse con sus hombres, como ojeadores. Sólo era una mala idea si se suponía lo peor del sharf Saltamontes, y Ponymarrón había hecho todo lo posible para no prejuzgarle. El Papa cogió al sharf por el brazo y lo condujo a la tienda del Qaesacb dri Vordar.

Hongan Osle Chür inicialmente se opuso a la petición del Saltamontes, pero el Papa dijo:

—Tiene lógica separar una poderosa fuerza de choque de los estorbos litúrgicos, sobre todo a medida que nos acercamos al enemigo. Ese enemigo sabe muy bien que venimos.

—Eso es cierto —aceptó Santa Locura—. Y lo que más me preocupa es que no lo vemos haciendo nada al respecto. Pero no estoy preparado para entregar mi mando al sharf Bram. Con permiso del Santo Padre, tomaré al sharf y a cuantos guerreros quiera traer, junto con un número igual de guerreros Perro Salvaje, y avanzaremos como oteadores hacia la frontera.

El Papa se volvió hacia Wooshin, quien rápidamente apoyó el plan, pero añadió:

—El Señor Hongan tiene razón al preocuparse. Debemos averiguar pronto dónde se concentran las fuerzas de Texark, pero los oteadores deben evitar entrar en batalla hasta que lleguen nuestras tropas.

—Es posible que estén luchando en el este —sugirió Ponymarrón—. No quieren perder el control del Río Grande.

—Si es así —repuso Hacha—, Nueva Roma tal vez no esté muy defendida. Ciudad Hannegan tendrá la defensa.

Así se acordó. Al menos seiscientos guerreros, parte de cada horda, prepararon sus armas para una última bendición del Papa y se arrodillaron junto a la caravana para rezar en su última misa antes de la batalla. El sharf Bram y unos doscientos no creyentes, tanto Saltamontes como Perro Salvaje, esperaron en una colina lejana a que la misa terminara. Las dos fuerzas se unieron después y cabalgaron hacia el este.

Mientras celebraba consejo en un prado de girasoles, en el corazón del país Saltamontes, el Papa mencionó el nombre del próximo candidato a un ascenso al Sacro Colegio. Tras oírlo, Wooshin entró en una especie de trance, mientras que Jopo Cardenal Ombroz parpadeó y se marchó murmurando. La caída en desgracia de Dientenegro hermano San Jorge acabó súbitamente cuando el Papa (en una recaída en el humor caprichoso que le había llevado a crear el rango de sargento general para su guardaespaldas), nombró a Dientenegro San Jorge Cardenal Diácono de la antigua iglesia romana de Ponymarrón, Santa Margarita.

El monje no fue inmediatamente informado de tan alto honor, pues esos anuncios normalmente se producían después de un pleno del consistorio, pero se fue enterando poco a poco, por cosas como cuando Aberlott se dirigió a él como «Su Eminencia». Nimmy pensó, correctamente, que estaba siendo sarcástico. Por tanto volvió a echarle la culpa a Aberlott cuando Wooshin llegó cabalgando a la carreta en el semental blanco del Papa y se dirigió a él con el mismo título.

—El Santo Padre me envía para daros las gracias por el guiso especial, y para preguntar por la salud de Su Eminencia —dijo el Hacha.

Dientenegro miró rápidamente a Aberlott y respondió:

—Cago dieciséis veces al día, Hacha. Estoy débil. Cada cuatro días tengo ataques y Perro Apaleado tiene que atarme. Aparte de eso, estoy muy bien, da las gracias al Santo Padre.

—Le diré que os estáis muriendo —gruñó Wooshin, y se marchó. El médico regresó esa tarde para volver a examinarlo.

—Tenéis que agradecer vuestra enfermedad a la ciencia del Hannegan —informó al monje—. Los guerreros Conejo nos trajeron la maldición desde el sur.

A veces el médico hablaba monrocoso con acento saltamontes, y a veces hablaba saltamontes con acento monrocoso. Hizo que Nimmy comiera trozos de carbón de las hogueras hechas de mierda y bebiera un mejunje hecho con las cenizas. Impuso a Dientenegro una dieta de carne hervida en leche, y le dio unas cortezas amargas para masticar. Estas medidas podían ser medicina nómada o remedios alopáticos, pero sopló humo de keneb en las cuatro direcciones, murmuró una letanía y prescribió que Dientenegro fumara keneb en sus días de locura.

Parecía que el Papa apreciaba al hombre medicina, y Dientenegro agradecía a Ponymarrón sus cuidados.

Antes de marcharse, el médico le entregó un paquetito.

—El Papa os envía esto. Casi se me olvidada.

Dientenegro no quiso abrirlo. Un regalo de su antiguo amo le haría sentirse aún más culpable.

A veces quería acudir junto al Papa y postrarse, como había hecho a menudo en sus primeros años ante Jarad y sus hermanos para conseguir el perdón por poner un lagarto en la cama de Vaca Cantora, o por soltar alaridos en el coro; pero eso era dentro de una hermandad de iguales ante el Equalissimus. Su actual laesae majestatis culpa parecía mucho menos perdonable. Pero eso, naturalmente, fue antes de que abriera el paquete y encontrara el solideo rojo. No era el gran sombrero rojo que se clavaba por costumbre en el techo de la catedral después de usarlo por primera vez, sino sólo un bonete escarlata prestado por el jefe Hawken Cardenal Irrikawa: lo identificó por el agujero en el ala por donde el cardenal monarca insertaba su pluma.

«Ahora tendremos que ordenarte diácono de Santa Margarita», decía la nota de Ponymarrón.

El Papa le dio tres días para recuperarse antes de llamarlo a la cabeza de la caravana. Dientenegro rechazó el honor. El Papa rechazó su rechazo.

—Ponte el sombrero rojo —dijo—. Significa que puedes votar al próximo Papa. No es una recompensa a tu santidad o tu buena conducta.

—¿Entonces por el guiso?

—Ni siquiera por el bendito guiso, Nimmy.

—¿Un castigo por pecar, entonces? —preguntó Dientenegro.

—¡Ah! Simetría. O bien castigo o bien recompensa. Siempre fuiste un dualista simétrico, Nimmy.

—¿Un duelista simétrico? —preguntó el Qaesach dri Verdor—. ¿Qué es eso, Santo Padre?

—Esgrima ambidiestra —le dijo el Hacha en un aparte.

Dientenegro seguía sosteniendo el sombrero entre el pulgar y el índice como si rezumara moco.

—Agárralo, Hacha —dijo el Papa.

Wooshin lo sujetó por los hombros. Ponymarrón le quitó el sombrero de la mano y lo centró cuidadosamente sobre su tonsura, y luego le dio un par de golpecitos. Cuando el sargento general lo soltó, su mano corrió hacia su cabeza, pero el Papa la agarró y se echó a reír.

—¿Tengo que llevarlo todo el tiempo? —preguntó Dientenegro Cardenal San Jorge, diácono de Santa Margarita.

Cuando por fin llegaron noticias de la guerra, fue desde la retaguardia. La caballería texarkana había salido misteriosamente de ninguna parte para caer sobre las familias Perro Salvaje del oeste. Iban vestidos de sin madre, y habían hecho una gran matanza entre las mujeres Weejus y sus yeguadas, informó el mensajero. En un grupo familiar (el de Wetok Enar), hubo una completa masacre, aparentemente para eliminar testigos, pero dos hijas sobrevivieron, y una describió a un coronel de caballería con una nariz de madera y pelo largo que le cubría las orejas. La otra, Potear Wetok, vivió lo suficiente para nombrar a su antiguo esposo, el coronel Esitt de Wetok Loyte, como el comandante de incursores texarkanos. Había hecho fusilar a toda su familia delante de ella, antes de que él, lleno de odio, le disparara en la base de la espalda para que su muerte fuera lenta.

Los texarkanos parecían saber qué caballos debían matar entre los criaderos para arruinar a todas las Weejus. Entre incursiones asesinas sobre los campamentos familiares, cuando acampaban para pasar la noche, se había visto a los atacantes hacer algo al ganado nómada.

Cuando Ponymarrón fue informado de esto, el Papa se entristeció, pero no se mostró sorprendido. Miró a Hawken Irrikawa y dijo:

—Su Majestad tenía razón. Eran texarkanos los que encontrasteis en el norte, aunque me sorprende que llegaran tan lejos al oeste sin encontrarse con los Perro Salvaje.

Se volvió hacia el sharf Oxsho.

—Tendrás que encargarte de eso —dijo. A Dientenegro no le pareció ni una orden ni una sugerencia, sino simplemente una observación sobre el destino de Oxsho, o quizás el suyo propio.

El sharf Oxsho convocó a los guerreros Perro Salvaje que no se habían adelantado con los oteadores.

—Hay una diferencia entre ser pastor de las ovejas del Señor y ser vaquero del ganado salvaje de Cristo —comentó suavemente Ponymarrón, mientras observaba cómo una cuarta parte de su ejército se preparaba para avanzar hacia la retaguardia. Envió al mensajero Perro Salvaje hacia el este para informar de las incursiones al Señor Hongan Osle.

Tres días después Hongan regresó para conferenciar con el Papa y con Wooshin. No traía ninguna noticia del este. No habían encontrado ninguna patrulla texarkana, e incluso los bandidos sin madre se mantenían apartados de las hordas que avanzaban en orden de batalla. El sharf Saltamontes había enviado patrullas hacia Texark, pero aún no habían regresado cuando Hongan dejó la avanzadilla.

Hicieron un censo de las fuerzas restantes tras el regreso a casa de Oxsho y sus guerreros. Sus fuerzas se habían reducido en una cuarta parte. Todos los líderes parlamentaron, y a ellos se les unió el comandante aparecido del convoy secreto del sur. No podía haber ningún cambio en el plan maestro. El contingente más fuerte se dirigiría a Ciudad Hannegan, como antes, y sólo la fuerza de asalto de los «protectores» de Nueva Roma se vería disminuida.

Pero esta noche el Papa decidió que, al menos durante unas pocas horas, no se hablara más de la guerra. Desde que dejaron Nueva Jerusalén, el mismo grupo de gente se congregaba alrededor del Papa tras la cena. Las noches de verano eran calurosas y todo el mundo se apartaba del fuego, aunque manteniéndose lo bastante cerca como para oír y ser oídos. Al principio, los cardenales quisieron decir completas a esta hora de la noche, para seguir con un silencio religioso. Pero el Papa se opuso considerándolo una imposición a los líderes nómadas no cristianos que eran parte de su corte, por tanto, declaró que sería una «Curia Noctis» y animó a contar historias. Esta noche, había decidido que el tema serían los santos, aunque se permitía hablar de cualquier cosa que no fuera la guerra.

Como Santa Locura los acompañaba todavía, mandó llamar al cardenal Dientenegro para que se reuniera con ellos ante el fuego. El monje estaba demasiado débil para caminar sin ayuda. El Hacha le permitió apoyarse en su hombro, pero al final acabó llevándolo en brazos junto al Papa.

—¿Dónde está tu sombrero rojo? —demandó Ponymarrón.

—Me lo robó un hombre santo, Santo Padre —respondió Dientenegro.

—¿De verdad? ¿Quién es el hombre santo, Su Eminencia?

—Vuestro predecesor, Santo Padre.

—¿Has recibido la visita de Amén Pajaromoteado hermano San Jorge?

—Viene a verme cada cuatro días.

—Si es así, debería haberte curado. Dile que necesitamos milagros para canonizarlo.

—No creo que quiera que lo hagan santo.

—¡Vaya, Dientenegro! Nadie hace a un santo. Ya es santo o no lo es. Y nosotros somos quienes tenemos que decidirlo.

—Por supuesto, Santo Padre.

—Bien, dile que te devuelva tu sombrero. No regreses aquí sin él.

Dientenegro se confió a Wooshin.

—Mañana es mi día loco. Ya me siento raro. No me dejes hacer nada desagradable.

Algunos de los cardenales parecían dormitar. Al principio hubo un largo silencio. El Papa miró a Wooshin. El Hacha se aclaró la garganta, luego ofreció unas cuantas palabras para abrir la sesión.

—Admiro a los santos. Puede que no lo penséis así, Señores y Eminentes Padres, porque yo mismo no soy religioso, pero mí pueblo sí que honra a los hombres santos, y uno de ellos se llamaba Butsa. Cuando salió del portal de su madre al nacer, se puso en pie. Señaló hacia arriba con una mano, hacia abajo con otra, y dijo: «Cielo arriba, suelo abajo, y yo sólo soy el invitado de honor».

Ombroz se echó a reír.

—Todos los bebés llorones dicen eso antes de que yo los bautice. Eso es exactamente lo que berrean. Se sienten demasiado como invitados de honor.

Sentado con las piernas cruzadas, el Hacha sonrió como si le hubieran dado la razón. Cerró los ojos y se convirtió en un cuerpo dorado de seis metros de largo, de diecisiete toneladas de peso. Entonces se desvaneció y se convirtió en una hoja de hierba. Dientenegro advirtió que el papa Amén I, que había llegado antes de lo esperado, estaba en los límites del círculo de luz de la hoguera. Se había detenido allí a orinar. Tras enfundar su largo miembro negro en su túnica, se acercó lentamente al fuego, pero indicó silencio a Nimmy llevándose un dedo a su tranquila sonrisa. Estaba claro que nadie más podía verlo. Dientenegro incluso podía olerlo, y olía a muerte.

Nervioso por el sonriente espíritu de Pajaromoteado, Dientenegro rompió el silencio.

—San Leibowitz habló también al nacer —dijo—. Asomó la cabeza y le preguntó a la matrona: ‹¿Y ahora qué? La matrona contestó: «Durante noventa y nueve años, un gran desierto».

—¡Agh! —gruñó el Hacha.

—San Isaac dijo: «¡Márchate!». La matrona desapareció. El vivió noventa y nueve años, ¿sabéis?

El Papa sonrió tristemente.

—¿San Leibowitz tuvo al Diablo por matrona, entonces? ¿Viene esta historia de los sótanos de la Abadía Leibowitz?

—Se pueden encontrar extrañas leyendas allí abajo, Santo Padre —admitió Dientenegro—. La primera «Vida de san Leibowitz» era anónima. Podían ahorcar a un hombre por escribir libros. No tenemos ningún registro sobre esas décadas. Pero ésa no es la única historia que conecta a Leibowitz con el Diablo.

—Cuenta otra —dijo el Papa.

—No puedo, la verdad. ¿Habéis oído alguna vez hablar de Fausto, Santo Padre?

—Creo que no.

—Trata de un pacto con el Diablo. Sólo tenemos piezas de la historia. No puedo deciros por qué el Venerable Boedullus pensaba que Fausto era Leibowitz.

—¿No creen los simples que hizo un pacto con el Diablo?

—Sí, pero el Venerable Boedullus no era ningún simple.

Amén II se echó a reír. La palabra «simple» se había convertido en una forma cortés de dirigirse a otra persona, por tanto Nimmy acababa de declarar que Boedullus no era un caballero.

—Quiero decir que no era un simplificador que pensara que el Diablo inspiraba todos los libros excepto las Escrituras.

—¿Y el Venerable Boedullus no pensaba así? Las preguntas mareaban a Dientenegro. Vio al papa Amén II, que lentamente y de forma serpentina se convertía en el cuerpo dorado de seis metros del ídolo Baal. Tras un instante de aturdida indecisión, Dientenegro saltó para aplastar al Papa ídolo, hasta que Wooshin se interpuso. Lo llevaron hasta su carreta, ensangrentado y sin poder calmarlo, y ayudaron a Perro Apaleado a atarlo. Fue otro día de plaga, y de guerra, que sólo no estuvo presente en la Curia Noctis.

Durante su demencia, el puma Librada se escapó.