26

Sucede demasiado a menudo que el nombramiento de un prior da pie a graves escándalos en los monasterios. Pues hay quienes se inflan del espíritu maligno del orgullo y se consideran segundos abades.

Regla de san Benito, capítulo 65

Cuando le dijeron a Dientenegro lo que le había sucedido a Ædra, se dispusieron a contenerlo y atarlo hasta que escuchara la historia entera, incluyendo la promesa de su amo de conmutar su sentencia en cuanto el Papa pudiera salir de Nueva Jerusalén. En cambio, Nimmy escuchó en silencio, lloró un poco, pero al final dijo:

—¡Bien! ¿Qué hay de Gai-See? ¿Ha vuelto ya?

—No hemos oído nada —contestó el Hacha.

Nimmy quería una audiencia con el Papa, pero Hacha le convenció de que no era el momento adecuado. Esperaron cinco días más a que regresara el guerrero. Entonces Dientenegro le dijo al capitán Jing:

—Ven conmigo a Arco Hueco.

—¿Por qué?

—Porque ya no soy servidor del Papa. Ni lo fue Gai-See cuando empezó a obedecer a Hadala y Nauwhat. Los guardias no responderán a mis preguntas. Tal vez hablen contigo.

Jing estuvo de acuerdo. Abandonaron la ciudad a primeras horas de la mañana y volvieron a sus habitaciones antes de la puesta de sol. Dientenegro permitió a Jing que le diera a Wooshin la mala noticia.

—Gai-See llegó a Arco Hueco unos pocos días después de Dientenegro y Aberlott. Los guardias lo capturaron, lo acusaron de asesinato y lo escoltaron a través de los pasos montañosos. Lo llevaron al tribunal de Slojon en la plaza central. Allí fue juzgado y lo condenaron a la cárcel. Slojon fue directamente al Papa y le informó del proceso. Se reunieron solos, sin testigos.

—¡Recuerdo esa reunión! —exclamó el Hacha—. No sabía de qué trataba.

—Naturalmente —añadió Qum-Do—. Tú también estabas allí, Jing.

—¿Entonces por qué no estás enfadado, Hacha? —preguntó Dientenegro.

—¿Con quién?

—¡Con el Santo Padre, por supuesto! Por aprobar el arresto de Gai-See.

La sugerencia era tan impensable, tan irreverente hacia su amo, que todos se le quedaron mirando.

—¡Bien, falsos amigos, yo voy a ver al Papa para hablarle de Gai-See! —dijo Dientenegro.

—No, no vas a ir —replicó Wooshin, poniendo una mano sobre su brazo—. Su Santidad no está preparado…

Después de haberlo llamado falso amigo sin provocarlo, Dientenegro lo abofeteó. La acción fue tan inesperada que Hacha no consiguió esquivar el golpe. Nimmy dio un paso atrás, a la defensiva.

—Tendrás que matarme para detenerme, Hacha, y a tu amo no le gustará.

—Pero no puedes irrumpir sin…

—Eso no eres tú quien tiene que decirlo. Voy a ver al Papa. Acompañadme si queréis, todos vosotros.

Miró a los guerreros de Ri. Qum-Do y el capitán Jing tenían las manos en las espadas, alerta. Cualquiera de los dos abandonaría a Gai-See a su destino sin protestar, si su amo lo miraba con el ceño fruncido. Lo mismo haría Hacha.

Nimmy les dio la espalda y salió de la casa. Los pudo oír tras él. Se había recuperado de la paliza que le habían propinado los forajidos. Volvía a apreciar la tierra bajo sus pies. Sin embargo, brevemente, había visitado a sus antepasados. Mientras estaba con ellos había visto algo dentro de sí como en un espejo. La tierra, cualquier tierra, era suya para recorrerla ahora. Aún más, había visto a la esposa nómada del pontífice, roja como la puesta de sol, surcando el paisaje cubierto de cadáveres. Gai-See era sólo el principio. Quería ver al Papa por más cosas. Dientenegro era vagamente consciente de que estaba olvidando su voto de obediencia, pero esta vez no sentía ningún resquemor. Ædra aparecía en su mente como una visión, pero no tenía nada que decir sobre ella.

En la entrada de la sala de audiencias, un miembro de la Guardia Papal, armado con una albarda le bloqueó el paso. Dientenegro pisó la zapatilla del guardia con su talón, agarró la albarda, y le golpeó la espalda con el asta para atravesar la puerta. Sus compañeros orientales contemplaron la lucha sin hacer ningún comentario. Una vez franqueadas las puertas, el cardenal Linkono y el Gran Cardenal Penitenciario lo agarraron. Hacha avanzó para ayudarlos, pero Ponymarrón llamó desde el trono.

—Dejadlo pasar. Dejadlos pasar a todos.

Dientenegro avanzó hasta el estrado y se hincó de rodillas ante el pontífice. El Papa se agachó para levantarlo, pero el monje evitó sus manos y permaneció estirado. Ponymarrón lo observó con cierta hilaridad.

—¿Es tan urgente, hermano San Jorge? Discutíamos de política con nuestros eminentes hermanos. Con respecto a Ædra…

—No es por Ædra. ¿A quién veis aquí además de a vuestros eminentes hermanos?

—Bueno, veo a un monje desgraciado y a tres de mis guardias personales.

—¿Por qué no a cuatro de vuestros guardias personales, Santo Padre?

—Oh. No sabía que Gai-See y tú fuerais íntimos. Es una desgracia.

—No éramos nada íntimos, y vuestra traición es peor que una desgracia.

Ponymarrón frunció el ceño como si no diera crédito a sus oídos.

—Veo que es posible que un Papa haga el mal.

Contra este insulto al amo, los guardias desenvainaron las espadas.

Nimmy le dio la espalda al Papa y se enfrentó a sus acompañantes.

—Si vuestro amo desea mi muerte, cobardes, ¿por qué vaciláis? ¡Golpead!

Inmediatamente, se volvió de nuevo hacia Ponymarrón.

—¿No podéis ver lo que habéis hecho? Justo ante vos, están dispuestos a hacer lo que hizo Gai-See. Excepto que Gai-See pensaba que hacía bien y ellos saben que hacen mal. ¿Y Su Santidad acepta esta clase de lealtad en buena conciencia?

Ponymarrón contemplaba a su antiguo secretario con evidente fascinación. Dientenegro oyó que una espada regresaba a su vaina. Supuso que sería el capitán Jing. Wooshin lo mataría sin que el Papa tuviera que hacer un gesto con la cabeza si consideraba que al matarlo cumpliría los mejores intereses del Papa.

—Dientenegro, siempre fuiste rápido, pero éste es un nuevo papel, ¿no?

—Santo Padre, como católico tengo que creer que lo que atáis en la Tierra es atado también en el Cielo, y tengo que creer que cuando habláis de fe y moral, el Espíritu Santo impide que cometáis ningún error al hablar.

—Tienes que creer, ¿pero crees?

—Tengo una pregunta. ¿Es una declaración de guerra una declaración sobre fe y moral? ¿Alguna vez? ¿Aunque se considere guerra santa? El padre Suárez me enseñó, y estaba ampliando las enseñanzas de san Agustín, que una guerra para convertir a los infieles nunca puede ser justa. ¿Puede ser santa una guerra contra herejes cristianos, si es injusta una guerra contra los paganos?

—La guerra no es ni contra los paganos ni contra los herejes cristianos. Es contra un tirano que usurpa el poder apostólico y oprime a todo el mundo.

—Pero son paganos y cristianos quienes mueren, mientras el tirano aún vive y el apóstol sigue en el poder.

Ponymarrón pareció jurar entre dientes durante un instante, luego se recuperó.

—Me escribiste diciendo que mataste a un hombre en la batalla, Nimmy. ¿Es eso lo que te incomoda ahora?

Dientenegro asintió y habló lentamente.

—El hombre con el uniforme de Texark era uno de vuestros hijos, Santidad: un glep del Valle. Yo quería fallar el tiro. Tuve mala puntería y le alcancé en el vientre. Lo que entonces quiso de mí fue una bala en el cerebro, pero le corté la garganta, porque un sargento me vigilaba.

Sí, creo que eso es lo que me incomoda, Santo Padre. Eltür Bram, como yo ya había matado, quiso convertirme en guerrero nómada con sólo la iniciación, sin la ordalia de la batalla. Así dejarían de llamarme «Nimmy», dijo, y dejarían de reírse de mí. No me importa el nombre ni la risa. No quiero volver a matar. Pero no quiero ver castigado a Gai-See. Consideró que Hadala estaba incumpliendo vuestras órdenes. No podía arrestarle, ni a él ni a Gleaver; hizo lo que creyó necesario.

—No tenía permiso mío.

—Aceptasteis sus servicios como guerrero. ¿Realmente le retirasteis el permiso que él asumía que era suyo?

El papa Amén frunció el ceño y pidió que todo el mundo, menos Dientenegro y un guardia, salieran de la sala. Fue el guardia del estómago dolorido quien se quedó y quien cerró las puertas, después de que los demás salieran.

—Adelante, termina lo que tengas que decir.

Dientenegro miró alrededor para asegurarse de que el cardenal Linkono se había marchado.

—Para empezar, Gai-See es miembro de una orden religiosa, y…

—Ya veo —interrumpió Ponymarrón—. Reclamé jurisdicción en el caso de Ædra, ¿por qué no el caso de Gai-See? Porque ningún Papa ha reconocido todavía la Orden a la que dicen pertenecer los hombres de Ri, por eso, Pretendía hacerlo tarde o temprano, pero no puedo hacerlo sólo para liberar a Gai-See. Es demasiado evidente. Pero continúa, si tienes más que decir.

—No puedo, Santidad, hablarle al Vicario de Cristo en la Tierra tan libremente como lo hacía a mi antiguo jefe, el Secretario de Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios. No conozco al Vicario de Cristo.

—Me parece que has estado hablando con bastante libertad. Pero supongamos que me quito la tiara y te digo que el Vicario de Cristo se ha tomado el día libre. Sigo siendo Elia Ponymarrón… el hijo bastardo de una nómada lesbiana y un violador texarkano. Así que, Nyinden, nómada granjero, monje ocasional, amante ocasional, habla libremente. Puede que te eche de aquí, pero no te arrojaré a un calabozo.

—Entonces sacad a Gai-See de su calabozo.

—Yo no encarcelé a Gai-See. Lo hizo el cardenal Linkono.

—¿Sin vuestro permiso?

—No comprendes la situación aquí, Dientenegro. Somos los invitados de la ciudad. No diré que somos cautivos… hasta que intente regresar a Valana y vea si me dejan ir. El cardenal Linkono me informó de la detención de Gai-See. Chuntar Hadala era el obispo de esta gente, porque era obispo del Valle de donde procedían. Slojon y todo el mundo aquí saben que envié hombres a arrestar a Hadala y, bueno…

—Oh. Así que cuando Gai-See lo mató, pensaron que vos habíais ordenado la ejecución.

—Todavía no, pero sin duda lo sospecharán si aseguro su liberación. Mató a un obispo, un príncipe de la Iglesia. El cardenal Hadala era popular aquí.

—Yo estaba allí cuando sucedió, Santo Padre. Durante todo el tiempo, Gleaver y sus oficiales dispararon a aquellos de nosotros que vacilaban o retrocedían. Visto así, Gai-See disparó en defensa propia y en defensa de todos nosotros. Pero primero se arrastró hasta mí bajo el fuego. Me preguntó si era cierto que el cardenal Hadala desafiaba vuestras órdenes y os traicionaba. Le dije que así era. Sabía lo que iba a hacer cuando se lo dije y esperaba que lo hiciera. Así que yo soy quien sentenció al cardenal a muerte. Hacedme arrestar a mí también, Santo Padre.

—Veré qué puedo hacer —repuso Ponymarrón oscuramente, y llamó al guardia y susurró una orden. El guardia del estómago dolorido agarró a Dientenegro por el brazo, lo condujo directamente a la cárcel y lo metió en la celda de Gai-See. Gai-See lo abrazó. Durante el abrazo, el guardia metió la albarda entre los barrotes y golpeó a Dientenegro con el asta en los riñones.

—Volveré pronto a por ti —prometió con una dulce sonrisa.

Gai-See no estaba solo en la cárcel. Dos hombres que decían ser refugiados políticos del Imperio y que ahora pedían asilo en Nueva Jerusalén, estaban prisioneros allí hasta que sus peticiones fueran investigadas a conciencia. Uno era Urik Thon Yordin, S. I., el ignaciano profesor de historia en la universidad seglar de Texark, y de quien Ponymarrón sospechaba que había contratado a los matones que trataron de matarlos el día de Pascua, antes del último cónclave. ¡Qué desesperado debía de estar el hombre para huir de Texark y venir aquí a pedir asilo! Miró a Dientenegro una vez, pero no lo reconoció.

El otro hombre era Torrildo.

—¡Dientenegro, Dios mío! ¡No puedes imaginarte lo que me hizo ese bestia de Benefez!

Nimmy se sentó en la cama de Gai-See y se puso a interrogar al guerrero. Trató de ignorar la confesión de Torrildo de los pecados íntimamente brutales que el arzobispo de Texark había perpetrado en su persona.

Según Gai-See, Yordin y Torrildo eran refugiados, no de un terrible Emperador, sino de un furioso arzobispo que de pronto había comprendido que jamás sería Papa, aunque su sobrino conquistara a todos sus enemigos. En la universidad, Yordin había cometido el error de decir abiertamente que Benefez era ahora non papabilis, y el propio Torrildo era parte del problema del arzobispo que aseguraba que nunca llevaría la tiara. En ambos casos, fueron sus confesores quienes, tras oír los rumores desde lo alto, aconsejaron a sus penitentes que cumplieran penitencia en alguna tierra lejos del alcance del Imperio y de la diócesis ordinaria. Así que aquí estaban, en la cárcel de Nueva Jerusalén, esperando ser de alguna utilidad a un Papa que tenía el poder de liberarlos. Dientenegro encontró esto interesante e irónico, pero decidió no preocuparse por su destino.

Un rato después, el guardia vino a por él y regresaron a la sala del trono. Nimmy le preguntó a Wooshin en un susurro si sabía lo de Yordin y Torrildo, pero el Hacha le ignoró.

—¿Está enfermo Gai-See? —quiso saber Ponymarrón—. ¿Lo maltratan o lo alimentan mal?

—Está enfermo del corazón. Mantenerlo encarcelado es maltratarlo, y lo mismo pasa con la comida.

—Si no hubieras estado escondiéndote con Amén Pajaromoteado cuando volaron el Palacio, nada de esto habría sucedido —le reprochó Ponymarrón—. Habrías venido aquí conmigo. Ahora estás furioso, como si fuera cosa mía que tuvieras que pelear o matar en la batalla.

—No me estaba «escondiendo» con el Papa.

—¿Sólo rezando?

—No del todo. Hablamos. Una cosa de la que habló fue de la guerra. Yo hice la tradicional mención de «la Iglesia Militante en la Tierra, la Iglesia Sufriente en el Purgatorio y la Iglesia Triunfante en el Cielo». Pero el Papa me dijo: «No hay ninguna Iglesia Triunfante en el Cielo, aunque he oído esa tontería antes». Le pregunté por qué decía eso, en desacuerdo con todos los profetas, y él me dijo: «Juan lo dice. Capítulo veintitrés, Apocalipsis: “Y no vi ningún templo dentro”. En presencia de Dios, la Iglesia es una muleta descartada».

»Lo que os estoy diciendo, Santo Padre, es que si la Iglesia Militante en la Tierra no produce miembros de una Iglesia Triunfante en el Cielo, entonces su mili tanda no es…

—Basta. Me inclino ante todas las palabras de mí predecesor, pero no ante tu explicación de ellas. Sobre todo no en el tema de la guerra.

Nimmy guardó silencio, sintiéndose estúpido.

—No fue asesinato cuando mataste accidentalmente a ese hombre. No necesitas la absolución por ello… pero puedo hacerlo si quieres —el Papa observó la cara de Dientenegro durante un rato, y empezó a fruncir el ceño—. ¡Creo que no aceptarías mi absolución si te la diera!

—Ya me habéis dado una indulgencia plenaria y un pasaporte al paraíso con la Scitote Tyrannum, Santo Padre. ¿Qué más podría yo pedir?

Ponymarrón enrojeció ante el sarcasmo, pero Dientenegro continuó allí con las manos extendidas, como para recibir un regalo. En realidad, estaba petrificado de miedo por lo que había dicho.

—¡Sal de aquí! —estalló Ponymarrón—. Ve a visitar a tu santo patrón en el priorato. No quiero oír esto.

—¿Puedo marcharme ahora? —¡Otra estupidez!

—Sí. Vete.

Dientenegro miró la mano del Papa. Ponymarrón no alzó su anillo, y Dientenegro no la cogió. Hizo una corta genuflexión y se retiró rápidamente. No volvió a ver a Ponymarrón durante todo ese invierno.

Se alojó en el priorato de San Leibowitz en los álamos, donde el prior Vaca Cantora Santa Marta le asignó trabajo a cambio de habitación y comida. No se le exigió que asistiera a los divinos oficios, pero tampoco se le prohibió. Así que añadió su voz al coro, copió dictados y escribió cartas para el prior, lavó platos y ocupó su turno como cocinero. Los hermanos eran más amables con él que en la abadía, aunque eran los mismos monjes; los había conocido a todos en el monasterio en el desierto. Todos eran especialistas. El hermano Jonan, que solía despertar a Dientenegro cada mañana para laudes, era matemático. El hermano Elwen, que fue amante de Torrildo y escapó saltando el muro, había vuelto arrepentido y desarrolló habilidades en sus anteriores estudios: mecánica e ingeniería. El viejo hermano Tudlen, a quien Dientenegro apenas conocía porque había estado ausente de la abadía durante muchos años, en el mar, era arquitecto naval, astrónomo y navegante; de algún modo parecía fuera de lugar tan lejos del océano, pero Ponymarrón, como Filpeo, tenía ambiciones. Tudlen había construido un velero en la vieja Bahía de Tampa, que se suponía era propiedad de la Orden; aquí en las montañas, donde el aire era limpio y claro, estaba fabricando un telescopio. Los otros eran especialistas en historia de la Iglesia, en historia política y militar y en la obra de Boedullus, entre otras autoridades de la Magna Civitas y su catastrófico colapso.

Persuadir al alcalde Dion para que permitiera la apertura del priorato leibowitziano en Nueva Jerusalén no había sido empresa fácil. Vaca Cantora sólo tenía alabanzas para el Papa como intermediario y como devoto de su santo patrón.

—Su Santidad convenció a Dion de que seríamos de valor para educar a la comunidad de aquí. Pero hasta ahora, ninguna escuela nos ha llamado; Linkono las dirige. Esos aparecidos no quieren que sus superbebés crezcan con los monjes. Hay dos capas de religión aquí: católica en la superficie y neoadventista debajo. Están decididos a salvar el mundo. Hadala era el caso típico.

—El viejo Benjamín me habló de ellos —repuso Dientenegro—, pero no paraba de murmurar: «Sigue sin ser él, sigue sin ser él», y no sé a qué se refería.

Vaca Cantora sonrió como si lo, supiera pero no dijo nada.

Se confesó con el padre prior «Muu», como a veces lo llamaban los hermanos. De un ex muchacho de granja Saltamontes a otro, fue una experiencia extraña para ambos.

—¿Caíste en el culto de la guerra nómada, hijo mío? —le preguntó el padre Santa Marta, en conexión con la confesión de Dientenegro de haber matado a un hombre.

—No, padre. Los Saltamontes me trataron con amabilidad, como harían con un muchacho que aún no ha pasado su prueba. No era mi intención matar a ese hombre.

—Por supuesto que no, pero sí quisiste cortarle la garganta, ¿no?

—Me pareció que me suplicaba que lo hiciera. Todavía lo creo.

Vaca Cantora, que a veces se consideraba un nómada, mencionó que la Iglesia rechazaba ayudar al suicidio, pero que él probablemente habría hecho lo mismo; con todo, era un acto del que arrepentirse.

Nimmy no mencionó, entre sus muchos pecados, la desobediencia. Vaca Cantora no se lo recordó. Le concedió la absolución y la penitencia fue leve: rezar cinco misterios del rosario y cantar durante la cena.

Una fría noche, Vaca y él caminaban juntos a través de la nieve después de cantar completas en la iglesia vecina que compartían con un pastor local y su pequeño rebaño. Completas era la oración nocturna de la iglesia, relacionada con el sueño y el descanso, la vida y la muerte, el pecado y la recepción de la gracia. Pero no era ninguna nana y le hizo sentirse solitario.

—Puedo decirte algo que creo que te gustará oír, padre.

—Entonces dímelo —aceptó Vaca Cantora.

—¿Recuerdas cuando nos escapamos y tratamos de unirnos a los Saltamontes? Nos dieron de comer, nos dejaron descansar y luego nos expulsaron del campamento a latigazos, en medio de una nieve como ésta, ¿le sentiste tan amargado como yo?

—¡Aquellos látigos de cuerda! Escucha, todavía no sé qué hicimos para ofenderlos. Pensaba que Aguilucho o tú habríais intentado propasaros con alguna muchacha. ¿A causa de nuestros padres granjeros? ¿Era por eso? Sí, me sentí amargado y los nómadas Saltamontes todavía hacen que me sienta incómodo.

—Si hubiéramos respondido a la agresión, habríamos tenido una oportunidad; en cambio, nos acobardamos y huimos. Hay una Weejus Saltamontes que cree recordar a tres huérfanos vagabundos aproximadamente en la época en que visitamos sus tiendas. Me explicó por qué no nos ofrecieron más que comida, agua y dos noches de estancia.

—Explicar la crueldad no la absuelve.

—Tal vez no. Pero trataré de repetir lo que ella me dijo lo mejor que pueda. «¿Quién quiere adoptar a un muchachito adolescente, no importa cómo fuera criado? Una Weejus pasa cuatro o cinco años dándole de comer, vistiéndolo y enseñándole a tratarlos caballos. ¿A cambio de qué? Trabajo perezoso y sin valor. Se pone caliente y se mete en peleas. Crea problemas con las otras familias. Tal vez ella lo pilla acostándose con una de sus propias hijas, pero no pueden casarse, bajo nuestras reglas de la crianza. ¡O peor, se escapa para casarse con la hija de su rival en la cría decaballos! Una familia que llora a un hijo muerto haría mejor en adoptar a un puma joven que a otro muchacho».

Vaca Cantora se echó a reír.

—¿Sabía lo de tu cachorrillo?

—Llevaba a Librada cuando la visité. Ella misma había adoptado a una huérfana adolescente. Pero entre los nómadas, cuando una muchacha crece se queda con su madre. Un muchacho crece y la deja a ella y a toda su familia cuando se casa. Los chicos que no tienen madre son tan bien recibidos como los leprosos, a menos que puedan luchar y unirse al culto de guerra.

—Látigos de cuerda —murmuró Vaca.

—Eso fue hace más de veinte años, padre. Este año, el propio sharf quiso que me quedara y fuera tutor de sus sobrinos. Habría sido adoptado, a mi edad.

—Bueno, me alegro que me hayas dicho por qué fueron crueles. La caridad rara vez es conveniente; en ocasiones es completamente impráctica.

Vaca Cantora pensó durante un instante.

—La abuela del sharf probablemente creyó que tu voto de castidad protegía a todas sus hijas —añadió.

Dientenegro apartó la mirada y se ruborizó.

—¡Se supone que tienes que olvidar lo que te dije en confesión! —se quejó mientras entraban en el dormitorio de los monjes.

En el pequeño priorato, cada hombre tenía su turno para cocinar o hacer trabajos menores. El Hacha le había dicho a Dientenegro que el Papa quería su receta del guiso summonabisch, y cuando le llegó el turno de cocinar, le pidió permiso al padre Muu para preparar el plato para todos los hermanos, que necesitaban permiso para comer carne. Una vez concedido el permiso, Dientenegro compró los ingredientes en la carnicería local, preparó el festín y envió una cuarta parte al Palacio papal. La falta de respuesta parecía indicar el desdén del Papa. Librada consumió las sobras con deleite. Había capturado un ratón el primer día, asegurándose así comida y estancia.

—¿Por qué la llamaste Librada? ¿Qué significa? —preguntó Vaca Cantora.

—Es español y significa liberada. Porque eso es lo que haré, antes de que sea mucho más grande y se coma a uno de nosotros.

El invierno del 3245-3246 fue de los más suaves que se recordaban. La mayor parte de la Horda Perro Salvaje dirigió su ganado al sur, como de costumbre. Los agentes del Hannegan, entre las bandas de forajidos sin madre, observaron la migración, pero no vieron nada inusitado de que informar hasta marzo, cuando todos los guerreros de la horda formaron un ejército a las órdenes del propio Lord Hongan, con Oxsho como su segundo al mando. Cabalgaron rápidamente en dirección este durante varios días, y luego al sur hasta el río. Antes de que Filpeo Harq se enterara del movimiento, los jinetes nómadas habían vadeado el Nady Ann y atacaron, desde la retaguardia, a las fuerzas texarkanas atrincheradas en la orilla este del Washita. Con ellos llevaban tres entrenadores de perros Saltamontes y casi un centenar de perros que mataban a todo hombre desmontado que no oliera a nómada. Al menos seis de los guerreros del sharf fueron mordidos por no tener el habitual aroma Saltamontes; a la luz de la luna llena pascual, los perros desgarraron las gargantas de los soldados de Texark en las trincheras, junto con algunos de sus reluctantes aliados Conejo que habían comido demasiadas cebollas para oler a amigos. El ataque de los perros la noche del sábado santo permitió a las fuerzas de Ónmu Kun cruzar el Washita sin ser atacados hasta que cargaron a bayoneta calada contra las fortificaciones.

Al amanecer del domingo de Pascua, los entrenadores habían recuperado el control de sus ansiosos perros, y la batalla se ganó sin más bajas Conejo, y los hombres del alcalde Dion, bien descansados, cruzaron el río para llevar a caballo la guerra al este.

Después de la refriega, Hongan Osle Chür se reunió con Ónmu Kun en mitad del campo de batalla, al amanecer. Luego cabalgó con las fuerzas Conejo sin tomar el mando. Así desafiaba a sus chamanes. Los Conejo carecían de respeto hacia Onmu, el contrabandista. Su respeto hacia el Señor de las Hordas aumentaba por el hecho de que no era Conejo. Tal era el autodesprecio de un pueblo conquistado.

El padre Pisaserpiente había llegado recientemente a las inmediaciones y celebró la misa de resurrección el mediodía del 25 de marzo, la Pascua más temprana en años, y dio la eucaristía a Lord Hongan Osle junto con los sharfs Oxsho Xon y Onmu Kun, a la vista de todos los guerreros y la población Conejo de la región. Así celebraron los fieles la victoria de los nómadas sobre la tiranía, al mismo tiempo que la victoria de Cristo sobre la muerte. Nunca en la memoria del viejo Pisaserpiente había expresado la gente tanto júbilo en este día tan festivo.

Santa Locura pasó casi una semana cimentando la estima del sharf Conejo, acompañándolo a todas partes, escuchando cómo Ónmu se dirigía a los luchadores rebeldes y grupos civiles, luego reforzando las palabras del sharf con unas cuantas palabras propias, con lo cual arrancó aplausos del público.

Había unos setecientos prisioneros ilesos. Los guerreros Conejo empezaron a mutilarlos basta que Santa Locura puso fin a sus acciones. Esa costumbre nómada había sido abandonada poco después de la conquista de Texark, excepto para los espías y saboteadores capturados, pero los Conejo sólo trataban de honrar la costumbre, pues Ónmu les había contado lo que le había hecho Hongan a Esitt Loyte.

Pero las fuerzas del Hannegan corrían hacia el oeste para reiniciar la batalla contra los rebeldes Conejo, y el ejército de Ónmu se puso en marcha, tras la caballería ligera de Dion, para enfrentarse a ellos. Tras haber destruido las fuerzas enemigas en las inmediaciones e inspirado a los guerreros Conejo con nuevo entusiasmo para la batalla, Hongan y Oxsho se retiraron de la zona con los jinetes Perro Salvaje, cruzando el Washita y cabalgando hacia el oeste para cruzar el Nady Ann en un punto donde sus movimientos no pudieran ser observados por los exploradores de Texark.

Cuando los guerreros se reunieron con el resto de la Horda Perro Salvaje en sus cuarteles de invierno, Hongan Osle envió mensajeros con un relato de la batalla para el sharf Bram y el papa Amén. Luego convocó al padre Ombroz, a su principal chamán del Espíritu Oso y su propia madre Weejus; les dijo que se prepararan inmediatamente para seguirlo a Nueva Jerusalén y la corte de Amén II.

El Señor de las Hordas y su grupo llegaron a Nueva Jerusalén a finales de abril. Fueron recibidos por el Papa y el alcalde (Dion estaba de regreso por breve tiempo) con gran ceremonia. El mayor general Quigler Durod ya estaba en la ciudad como plenipotenciario del rey del Tenesi. Durod se había tomado la molestia de aprender un dialecto nómada (conejo, porque en su juventud había servido en la Provincia como mercenario de Texark), y se hizo rápidamente amigo de Hongan Osle. Además de Durod, de la costa Oeste llegaron armeros con muestras de sus últimos modelos de armas de fuego.

Aunque Hongan Osle, como Qaesacb dri Vordar, hablaba por las Tres Hordas, Ponymarrón expresó su pesar de que los sharfs Bram y Onmu Kun no pudieran asistir al consejo de guerra. Tres días después, un furioso emisario Saltamontes llegó cabalgando desde Arco Hueco para enfrentarse al Papa.

El mensajero Saltamontes no era cristiano. Se plantó desafiante ante Amén II y seis miembros de la Curia para dar voz a las demandas de su sharf.

—¡A menos que entregues a Nyinden y el espadachín a mi custodia, los Saltamontes no harán la guerra contra tus enemigos, sino contra ti!

—Quizás alguien ha mentido a tu sharf —replicó el Papa—. Nyinden se encuentra en el priorato con los otros monjes. Si quiere ir contigo, no hay nada que se lo impida.

—¿Y el guerrero amarillo? ¿Dónde está?

—En la cárcel de la ciudad. Yo no lo puse allí. El único hombre en esta sala con responsabilidad en los asuntes ciudadanos es el cardenal Linkono, que creció aquí. Eminencia, ¿te importa?

Llamó a un hombre bajito con barba blanca que parecía un gnomo con una gorra roja. Entonces le dijo al mensajero:

—Creo que tu sharf querría que su mensaje llegara al hombre adecuado. Yo soy el hombre equivocado, y Su Eminencia Abrahá tampoco lo es, pero puede llevarte a él.

—¿No eres el hombre más poderoso de este horrible lugar, no eres el Papa Barba Roja, el Señor de la Horda Cristiana? —exigió el nómada.

—No un Señor tal como lo entiendes. Podrías considerar que mi cargo es el de sumo sacerdote.

Linkono se colocó cojeando frente al nómada y habló con voz sorprendentemente grave para un hombre tan pequeño. Su nómada estaba cargado de acento, pero resultaba comprensible.

—Joven, ¿por qué es «horrible» este lugar?

El propio Ponymarrón lo explicó:

—Los nómadas dicen que los espíritus malignos bajan de las montañas, sobre todo los antiguos zarks, y habitan los vientres. La creencia explica por qué las mujeres nómadas dan a veces a luz a bebés gleps.

—Ya veo. Bien, joven, compara a nuestro Papa con vuestro más viejo chamán del Espíritu Oso. Ni él ni tu sharf tienen que obedecerse mutuamente. El sharf de este lugar es el alcalde Dion. Pero acaba de marcharse para regresar a la guerra. Su hijo ocupa su lugar. Esto, la Iglesia, es como el Consejo del Espíritu Oso. No hay nada que podamos hacer aquí por ti, sobrino mío, excepto rezar.

Linkono fue lo bastante inteligente para no decirle «hijo mío» a un nómada, pero a éste no le gustó tampoco lo de «sobrino».

—Mi único tío es Luz Demonio, viejo enano. Mi nombre es Relámpago Azul y soy el hijo mayor de su hermana mayor. Los dos fuimos testigos de los crímenes de Hadala.

—¡Te referirás al crimen contra el cardenal Hadala!

—Me refiero a los crímenes de Hadala, por los cuales fue ejecutado.

El enano se quedó boquiabierto.

—¿Crímenes contra qué ley? ¿La ley nómada?

—El Tratado de la Yegua Sagrada. Lo violó al traer un ejército a nuestras tierras. Hadala violó la ley y desafió a nuestro sharf. Siguiendo sus órdenes, sus oficiales mataron a sus propios hombres. Si Nyinden y el guerrero amarillo no le hubieran dado muerte, lo habría hecho mi tío.

—No lo había considerado de esa forma antes —dijo Ponymarrón—. Tiene razón, ¿sabes, Abrahá? Hadala violó claramente el Tratado.

—¡Santo Padre, no puedo creer lo que estoy oyendo!

Relámpago Azul agarró al pequeño cardenal por los hombros y lo sacudió.

—Puedo hacer la guerra o la paz, hombrecito. Mis palabras son las palabras de mi tío. Quizá no pueda traer la guerra aquí, a vuestras montañas malignas, pero se puede ir a la guerra contra vuestros hombres, que luchan al sur del Nady Ann. Llevadme ante el hombre que encarcela a la víctima en vez de al criminal.

Linkono cojeó hacia la salida lo más rápido que pudo, con el fornido nómada pisándole los talones.

Cuando se marcharon, Ponymarrón se volvió hacia su guardia personal.

—Hacha, ve con ellos, y llévate a Jing y Qum-Do. Que el nómada no se meta en líos, y asegúrate de que Slojon tenga que mirarte a la cara cuando hable de Gai-See.

Entonces se volvió hacia el cardenal penitenciario, que era también su confesor personal.

—Ve a las habitaciones de los invitados, por favor, y dile a Hongan Osle Chür lo que ha sucedido aquí. Relámpago Azul no sabe que su Qaesach dri Vordar está en la ciudad.

En el edificio gubernamental, Slojon rechazó inmediatamente la exigencia del nómada. Este lo agarró por las orejas y lo arrastró, aullando de dolor, por toda la mesa. Un sargento desenfundó su pistola, y al instante tres espadas saltaron al aire.

—Suéltala, o perderás la cabeza —amenazó Hacha.

El sargento la soltó.

El sobrino de Eltür se colocó detrás de Slojon, haciéndole una llave en el brazo y colocándole un cuchillo en la garganta. Lo empujó hacia la puerta.

—Este cabrón va a la cárcel —dijo el nómada.

Slojon gritó al sentir que le corría la sangre por el pecho.

—¡Páralo, Wooshin! ¡Páralo!

—Sólo tú puedes pararlo, Messér. Llévalo a la cárcel en paz.

—¡Ponymarrón está detrás de esto!

—No, el Papa no. El hombre que está detrás de esto está también detrás de ti, ahora mismo. Violaste el Tratado, Messér.

—Muy bien, todos iremos a la cárcel.

El viaje a la cárcel fue interrumpido por la súbita entrada de Hongan Osle Chür y sus dos chamanes. Relámpago Azul le echó un vistazo, se quedó boquiabierto y soltó al hijo del alcalde. Hizo un rápido kokai al elegido de la Doncella del Día, Esposo de las Praderas, y luego guardó silencio esperando órdenes.

El Señor de las Hordas pidió una explicación. Relámpago Azul habló primero, luego lo hicieron Slojon y Hacha. Entonces el Qaesach ári Vordar le dijo al hijo del alcalde que él, Hongan Osle Chür, decidía en favor de la petición Saltamontes y que le hacía a Slojon la misma amenaza que había hecho Relámpago Azul. Las hordas se volverían contra Nueva Jerusalén por romper el Tratado, y hasta podrían llevar el conflicto a estas temidas montañas. Los Conejo se volverían contra los aparecidos en la batalla y matarían también al padre de Slojon.

Así los cargos fueron retirados y Gai-See fue liberado y puesto bajo la custodia preventiva de Relámpago Azul. Como el nómada decía tener poderes plenipotenciarios para hablar por su tío, Ponymarrón lo invitó a asistir al consejo de guerra, que había terminado tras la partida de Dion, pero fue reabierto en presencia de los Saltamontes. El Papa envió un mensaje a Bram, a través de la red de relevos nómadas, para asegurarle al sharf que Gai-See y Nyinden estaban libres. También le daba las gracias por enviar a Relámpago Azul, quien añadió al documento sus iniciales (Dientenegro le había enseñado a dibujarlas), y la paz se restauró entre las tribus.

Tras este rudo principio, Relámpago Azul demostró ser un buen diplomático. A pesar de su amenaza inicial de abandonar la alianza y unirse al otro bando, ofreció información obtenida de varias fuentes. En general, las noticias eran buenas, pero había cosas de las que preocuparse. Filpeo tenía ahora armas de repetición, pero no suficientes como para cambiar el resultado de cualquier batalla previsible. La zona que rodeaba a Nueva Roma no había sido desmilitarizada, pero las fuerzas de ocupación eran escasas, debido a las tropas enviadas a la Provincia para detener el avance por el este de los ejércitos de Onmu Kun y el alcalde Dion. El sharf Bram calculaba que no quedaban más de setecientos hombres, caballería texarkana y mercenarios glep, para bloquear el acceso a las puertas de Nueva Roma.

Y había problemas en el Valle. Los reclutadores texarkanos habían sido emboscados y asesinados.

—Me pregunto quién habrá hecho eso —pregunto inocentemente Quigler Durod, provocando la risa. Todos los presentes sabían que agentes tenesi, disfrazados de gleps, habían cruzado el Río Grande para infiltrarse en la región Watchitah-Ol’zark. El reclutamiento en el Valle de los Malnacidos se había entorpecido, si no detenido.

—Si no golpeamos ahora —dijo Hongan—, el poder del Emperador aumentará rápidamente. Perderemos la ventaja que nos han dado las armas del Papa.

Relámpago Azul murmuró su conformidad. El general Durod quiso saber si era posible usar la red de relevos nómadas para contactar con sus hombres en el Valle.

—Si tienes un código seguro, tal vez —dijo Relámpago Azul—. Existe el riesgo de que capturen al mensajero. No debe saber cuál es el mensaje.

El papa Amén tomó una súbita decisión.

—Prepararemos una expedición para capturar Nueva Roma, y lo haremos lo antes posible, a menos que alguno de vosotros no esté de acuerdo.

Nadie puso objeciones. Después de tantas décadas en el exilio, la Santa Sede regresaba a casa.

Pentecostés fue el 14 de mayo en 3246, y Dientenegro sabía desde hacía una semana que Santa Locura y otros invitados importantes habían venido a la ciudad para consultar con el Papa, pero las consultas eran privadas e ignoraba, como cualquier otro ciudadano, lo que sucedía a puertas cerradas. El prior Vaca quiso que los ocho asistieran a la misa pontificia en la catedral de ladrillo y troncos del Papa, pero Nimmy pidió no hacerlo. En cambio, asistió a misa en su habitual iglesia del barrio, cantó el Veni Creator Spiritus con el coro y ayudó al sacerdote a dar la eucaristía a los aparecidos locales y sus hermosos hijos.

Vaca Cantora lo encontró sentado en el jardín, tratando de sacar una paloma que todavía aleteaba de las mandíbulas de su rugiente puma glep. Librada le arañó la mano y apretó sus mandíbulas sobre el ave. Nimmy se rindió.

—Creo que es hora de liberar a Librada —le dijo al prior.

—Nosotros nos encargaremos, Nimmy, Tú vas a estar muy ocupado.

—Es cosa mía, padre. Yo la traje aquí. Debería ser soltada lo más lejos posible de los humanos. No tiene miedo a nadie. ¿Y por qué dices que voy a estar muy ocupado?

—Creo que lo estarás. El Papa quiere verte ahora mismo. Se marcha.

—¿Se marcha?

—A Nueva Roma… como conquistador, creo. Ahora ve a vendarte el brazo y corre al Palacio.

En cuanto vio que Gai-See había sido liberado, Dientenegro se avergonzó de su anterior descaro hacia el Papa y buscó una oportunidad para pedir disculpas. Pero el Hacha le asignó un lugar en la parte trasera del convoy de equipajes, y el ejército llevaba en marcha tres días antes de que pudiera encontrar una oportunidad para acercarse a su antiguo jefe. Los dos iban a caballo.

—No me des las gracias a mí, agradéceselo a Dios y a los Saltamontes —dijo el Papa tras rechazar la disculpa de Dientenegro.

—No comprendo, Santo Padre.

—¡No tienes que hacerlo! —replicó Ponymarrón, y tras una pausa se calmó—. Alguien le dijo alsharf Bram que tú y Gai-See estabais encarcelados por matar al cardenal Hadala. Hadala violó el Tratado de la Yegua Sagrada al introducir un ejército en tierra nómada. El sharf lo habría matado si no lo hubiera hecho Gai-See. No sé qué le hizo pensar que tú lo ayudaste a matarlo.

—Lo ayudé, Santo Padre. Le dije a Gai-See que Hadala os estaba desafiando, y supe lo que hacía cuando se lo dije. Eltür lo sabía también.

—Ya veo. Bien, se enfadó bastante y envió a su sobrino con un mensaje oral para el carcelero de Gai-See.

—¿Qué sobrino es?

—Stützil Bram… Relámpago Azul. Va delante con la partida de Hongan Osle. Al principio pensó que el carcelero era yo. Le dijo a todo el mundo que a menos que fuerais liberados inmediatamente, haría las paces con el Hannegan y atacaría las fuerzas de Dion dondequiera que las encontrase. Hongan Osle intervino en ese momento y se hizo cargo; incluso amenazó con atacar Nueva Jerusalén. Así que puedes darle las gracias a los nómadas, no a mí. Sólo te traigo para satisfacer a Eltür Bram.

—¡Así que es por eso!

—Eso y tu habilidad como soldado —replicó Ponymarrón y espoleó su caballo para dar por terminada la conversación.