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Si un monje peregrino de una región lejana quiere vivir como invitado del monasterio, que sea recibido durante todo el tiempo que desee, siempre que cúmpla las costumbres del lugar y no perturbe al monasterio con demandas superfluas, sino que se contente con lo que encuentre.

Regla de san Benito, capítulo 61

Durante los dos meses que la madre Iridia Silentia pasó en la corte del papa Amén II, en Nueva Jerusalén, uno de los informadores del Papa llamó su atención sobre el hecho de que esta Princesa de la Iglesia y Novia de Cristo visitaba a Ædra, hija de Shard, en su lugar de arresto, tres veces por semana, todas las semanas. Vaciló en investigar, porque todo el mundo pensaba que la madre Iridia estaba ofreciendo ayuda espiritual o enseñando a la muchacha la última edición del catecismo, tal como había sido reescrito y promovido por el papa Amén I, edición que ya había sido considerada una herejía por varios obispos del este. Pronto quedó claro que la muchacha deseaba unirse a la comunidad religiosa de Iridia. Esto no causó ninguna alarma; sólo Ponymarrón se agitó y se inquietó. Los prisioneros a menudo se convertían cuando estaban encarcelados.

El alcalde Dion, como comandante en jefe de las fuerzas insurgentes de la Provincia, estaba fuera la mayor parte del tiempo, y el único interés de Slojon en la religión era como herramienta para ser empleada en el gobierno de los hombres. Cuando Ædra tomó sus sencillos votos como monja de la Orden de Nuestra Señora del Desierto, el sábado 12 de agosto, la madre Iridia visitó al papa y se quejó de que el movimiento seglar de Nueva Jerusalén retenía a una de sus monjas en prisión. Ponymarrón sonrió y mandó llamar a Slojon.

—Tienes retenida a sor Clara de Asís por ofensas sin especificar —dijo Amén II—. Messér, ¿debo decirte que no tienes jurisdicción sobre los religiosos?

—¡Ni siquiera conozco a nadie llamado sor Clara de Asís, Santo Padre!

—La conoces como Ædra de Shard —explicó Ponymarrón—. Se hizo monja la festividad de Santa Clara, la semana pasada, y por eso la madre Iridia le puso por nombre Clara, que es como la llamarán en su convento.

Slojon estalló.

—Sus ofensas sí están especificadas. Violó la ley abandonando la comunidad sin permiso de la oficina del alcalde. Y también es sospechosa de espionaje.

—Es inocente de espionaje contra este reino, como bien sé —gruñó Ponymarrón—. En cuanto a vuestras otras quejas sobre ella, la Iglesia enseña obediencia a los gobiernos legítimamente constituidos, como el vuestro. Ya que admite su culpa por haber desobedecido la ley mientras estaba en vigor, te prometo que será adecuadamente sentenciada por esa ofensa. No obstante, debo recalcar que la ley que ella quebrantó no está ya en vigor. Eso es asunto tuyo. Sor Clara es asunto nuestro. La entregarás inmediatamente a un tribunal eclesiástico. Conoces bien las sanciones por usurpar la jurisdicción eclesiástica. Mi predecesor, de amada memoria, excomulgó al propio emperador de Texark por encarcelamos a mi secretario y a mí.

—¡De modo que ése es el truco! Bueno, conmigo no funcionará.

Slojon se dio la vuelta y salió de la audiencia papal sin la menor cortesía.

Ponymarrón cursó inmediatamente una carta a todos los sacerdotes de las Suckamint ordenando que no se administraran los sacramentos al hijo del alcalde hasta que obedeciera la orden de entregar a sor Ædra. Santa Clara a la custodia de la Curia. El Papa sabía que Slojon no daría ninguna importancia a semejante sanción, excepto por la humillación que representaba el que la carta fuera colgada en sitio destacado en cada iglesia de las montañas para que la leyera todo el mundo.

Con todo, Slojon no cedió hasta que su padre regresó de la batalla, una semana más tarde. Dion se entrevistó con el Papa. Primero discutieron de la guerra en la Provincia, que permanecía detenida alrededor del meridiano 98. Luego discutieron sobre Ædra. No importaba lo que pudiera creer en privado, Dion era católico en público… Tras la reunión, entregó a sor Clara a la custodia de la madre Iridia Silentia, O. D. D., quien se convirtió en su abogada defensora. Las sanciones contra el hijo del alcalde fueron retiradas. En un movimiento inusitado, el Papa permitió que Slojon ayudara al maestro Abrahá Cardenal Linkono como inquisidor y fiscal.

El resultado fue inevitable, y el único punto en disputa que la sentencia impuesta a la monja por el Pontífice Supremo.

Ponymarrón advirtió que la belleza de la hermana descalza que esperaba ante él no había sido disminuida por la maternidad, ni oscurecida completamente por sus toscos hábitos. Estaba radiante, sonriéndole débilmente, y sus ojos eran atentos y sin miedo. Eso era malo. Implicaba que había una conspiración, y que había funcionado. Slojon ya sabía que lo habían embaucado, pero… advirtió la leve sonrisa.

Así habló el papa Amén II, intentando mostrar severidad:

—Sor Ædra Santa Clara de Asís, se te entrega a la custodia permanente de la cardenal Silentia. Por tu ofensa contra las leyes de Nueva Jerusalén, una legítima autoridad seglar, Nos te sentenciamos a cruzar el Río Bravo y pasar el resto de tu vida en el exilio allí, o hasta que tu sentencia sea conmutada por la Santa Sede. Si cruzaras de nuevo el río de sur a norte, incurrirías en excomunión por el simple hecho de hacerlo.

La sonrisa de Ædra no cambió. La sentencia impuesta no era diferente de lo que imponían sus votos. Se adelantó lentamente y se arrodilló para besar el anillo de su juez.

—¿Dónde está Dientenegro? —susurró.

Ponymarrón reprimió una risita por su audacia, y susurró a su vez:

—No tengo ni idea.

Y así la dama cardenal partió de Nueva Jerusalén con sor Ædra Santa Clara y las tres monjas que habían sido sus conclavistas en Valana. Se les proporcionó un carruaje, y cuatro soldados a caballo las escoltaron hasta el Río Bravo. En el último minuto, Iridia hizo otra visita al Papa y le pidió dulcemente permiso para hacer una parada en la Abadía Leibowitz, un desvío que sólo añadiría unos pocos días más a su viaje.

Ponymarrón la miró sorprendido. La cardenal Silentia tenía casi su misma edad, aún hermosa y llena de encanto aunque no gracia, pero vio que había sucumbido al atractivo de Ædra.

—Ella quiere saber si Dientenegro ha regresado a la abadía —suspiró el Pontífice.

—Ya se me había ocurrido eso, Santo Padre. Pero la casa de invitados de allí es adecuada y segura. Los hermanos y mis monjas sólo llegarán a verse en la iglesia, si es que se ven.

—Muy bien, pero si la pierdes, los dos nos veremos metidos en líos —le recordó. Su permiso se basaba en la creencia de que ni Dientenegro ni el cardenal Olshuen querían volver a verse—. Sin embargo, si encuentras al hermano Dientenegro en alguna parte, dile que requiero su presencia aquí inmediatamente.

Iridia se arrodilló y se retiró. Eso fue tres semanas antes de que llegara la carta de Nimmy desde el campo de batalla en las Llanuras del este. Ponymarrón encontró la carta irritante, y le dijo al mensajero:

—Dile que honre el festival de la matanza, y luego tráemelo a rastras.

Pero en cuanto lo dijo, el papa Amén II tuvo una intuición del futuro de Dientenegro: su sorpresa al enterarse de la súbita llamada de Ædra a la religión y de la sentencia que el Papa le había impuesto. Sorpresa y tal vez furia. Decidió no ver al monje inmediatamente tras su llegada. Que se enterara por Qum-Do, Jing-U-Wan, Wooshin y los dos secretarios orientales que había heredado del cardenal Ri. Ellos comprendían sus motivos y su necesidad. El hermano San Jorge acabaría aplicando su religiosidad a su furia, y entonces el Papa podría verlo con más seguridad.

Septiembre terminaba y Dientenegro aún no había llegado al Vaticano hecho de troncos del papa Amén II Su Santidad engulló el resto de su brandy, puso los pies sobre la mesa, se echó hacia atrás y sonrió a su viejo guardaespaldas. Una única vela iluminaba la oficina privada de Ponymarrón en el Palacio Papal, con sus paredes de troncos y su suelo de yeso, pero había una excepcional luna llena brillando más allá de las grandes ventanas; todo parecía resplandecer con su luz, incluyendolos rostros del Papa y del guerrero.

—Hacha, ¿sabes qué día es mañana?

—Jueves, veintinueve, Santidad.

—Es la festividad de San Miguel, el comandante en jefe de las hordas celestiales.

—Creía que eran «ejércitos celestiales».

—¡No, no! Todos los ángeles son nómadas y hay hordas.

—¿Y qué ocurre, Santidad?

—Hacha, la catedral de San Miguel Ángel de la Batalla está en Ciudad Hannegan, y pertenece a Urion Benefez. Para él, mañana es un día de pompa y misas. Y yo ofreceré la misma misa de forma silenciosa. El evangelio del día son los primeros diez versículos de Mateo trece y; a primera vista, no parecen relacionados con el arcángel Miguel. En él, Jesús llama a un niño pequeño y dice cómo todos debemos volver a ser niños antes de poder entrar en el reino de los cielos. ¿No es extraño?

—No, la espada del ángel da vida a los niños.

Ponymarrón hizo una pausa. Sabía lo que quería decir Hacha, pero qué forma tan extraña de expresarlo.

—Un viejo judío me dijo una vez que éste, nuestro ángel de la batalla, es el defensor de la Sinagoga, igual que nosotros lo vemos como defensor de la Iglesia. Y por supuesto de sus hijos. Eso explica la elección del evangelio, creo. ¿Pero sabes que un puñado de viejas nómadas me casaron con la Burregun, el Buitre de la Batalla?

—Creo que lo habéis mencionado varías veces, Santidad. Espero que sea un matrimonio feliz.

—¡Oh, lo es, lo es! Estamos ganando la guerra, creo. —El Papa se sirvió otro vaso de brandy—. Pero ahora me siento extraño rezándole a San Miguel. Espero que el comandante de los ejércitos angélicos me perdone. Fue un matrimonio forzado. ¿Debo disculparme por imaginar al Angel de la Batalla de Benefez enfrentado a mi esposa-ave sobrenatural?

—No.

—¡Oh, tienes una opinión! Era una pregunta retórica, Hacha, pero ¿por qué dices «no»?

—Porque el ángel y el buitre son lo mismo.

—Ojalá hubieras dicho que están del mismo bando. Nunca serás cristiano, ¿verdad Wooshin? Y sin embargo tienes algunas reflexiones sorprendentes. Háblame otra vez de Matahombres.

—¿Otra vez? No recuerdo haberos hablado una primera, Santidad.

—No, sólo oí parte de lo que le dijiste a Dientenegro un día. ¿Quién es Matahombres?

—El Compasivo —las mayúsculas fueron claramente audibles.

Ponymarrón se lo quedó mirando a la luz de la lupa, intrigado.

—Un antiguo dicho entre mi pueblo reza: «La espada que mata es la misma espada que da vida», —añadió Wooshin.

—Toma otra copa de este buen brandy de las montañas. ¿Pero a quién ha dado alguna vez vida la espada?

El Hacha rechazó el brandy.

—Cada vez que hay una lucha, la espada da muerte a un hombre y vida a otro. Y vida a su familia, sus criados y su señor.

—Sí, supongo que tu espada me ha dado vida una o dos veces. Pero el dicho es poco profundo. Algunas cosas que dices hacen que un montón de gente confunda a Dios y al Diablo, Wooshin.

—Espero que Su Santidad no esté entre ellos.

—No, ¿pero qué dices de la acusación?

—La niego. ¿Cómo puedo confundirlos? Digo que no son dos.

Ponymarrón se echó a reír.

—Hacha, ¿recibiste alguna vez lecciones de paradoja del Papa Amén Pajaromoteado?

—No, pero me habló amablemente en unas cuantas ocasiones. Decís que nunca seré cristiano. El capitán Jing dice lo mismo. Pero si hubiera sido estudiante de san Pajaromoteado, podría haberlo sido.

—Acabas de canonizarlo. Es mi trabajo. ¿Eres ateo?

—Oh, no. Honro a todos los dioses.

—¿Cuántos engloba ese todos?

—Incontables. Y el uno.

—¡Qué carente de significado!

—Santidad, dejadme oíros contar hasta uno.

—Uno.

—Señalad ese uno.

Ponymarrón se agitó incómodo. Finalmente apuntó a su sien con el índice derecho.

Wooshin se rió en voz baja.

—Error. Tuvisteis que pensar demasiado. Y no contasteis hasta uno. Contasteis desde uno y os parasteis. El uno es incontable.

El Papa cambió de tema. No era ningún místico, pero parecía atraer a los místicos. Pajaromoteado, Dientenegro, y Wooshin… todos tenían una vena de misticismo y todos eran muy distintos. Estaba fascinado, pero no lo comprendía.

En Ciudad Hannegan, a mediados de septiembre, el Emperador convocó a sus generales y se pavoneó de las armas capturadas; el fuego no las había inutilizado para el estudio, sólo para el uso. Las cajas y asideros estaban quemados, algunos cilindros habían explotado, y algunos cañones estaban doblados por el calor y los estallidos de pólvora. Filpeo manipulaba amorosamente las armas y sus manos estaban negras de hollín. Según sus armeros, era posible empezar a duplicar estas armas de la costa oeste en cuanto pudieran preparar las herramientas, producir los tipos de acero adecuado, encontrar cobre para hacer el latón de los cartuchos… si sus fuerzas podían aguantar tanto.

Mientras, el almirante e’Fondolai, Carpios Robo, ya estaba equipado con varias docenas de armas de repetición. Pronto él y Esitt Loyte (a quien los soldados llamaban «Nariz de Madera») iniciarían sus incursiones al norte del Misery. Las fuerzas texarkanas, disfrazadas con sus pieles de lobo de forajidos sin madre, causarían el suficiente caos entre las mujeres y los caballos nómadas que habían quedado atrás como para debilitar el flanco izquierdo de la cruzada del Antipapa.

—¿Almirante? —protestó el general Goldaem—. Creía que Carpy había sido nombrado mariscal de campo.

—Almirante por ahora —respondió Filpeo—. Un almirante es un pirata con uniforme, y un pirata no piensa en términos de capturar territorio. Su método de hacer la guerra es perfectamente adecuado para el océano de hierba que es la tierra de los nómadas.

El tiempo y el terror estaban de parte del Emperador. Los ejércitos opuestos de Papa e Imperio, Iglesia y Estado, estaban atrincherados en orillas opuestas del Washita, y era más fácil para Filpeo alimentar a sus hombres que para Amén II alimentar a los suyos. Aún más, Ponymarrón contaba con fuerzas que no controlaba.

—El Antipapa piensa que cuenta con la eterna alianza de la Horda Perro Salvaje, pero yo no estoy tan seguro —les comentó Filpeo a sus generales—. Dicen que el sharf Oxsho lame las pisadas del falso Papa, pero Hongan Osle Chür parece haberse alzado sobre sus camaradas Perro Salvaje para convertirse en sharf de sharfs, como si dijéramos, de las Tres Hordas. Incluso el sharf Luz Demonio respeta a su señor, y sabemos cómo los Conejo saltaron a sus brazos y se levantaron contra nosotros. Sin duda, Eltür es tan enemigo nuestro como su hermano Hultor, pero es cauteloso, es listo, es razonable. Y al contrario que Hongan, no es cristiano. Tal vez podamos negociar.

—No estoy seguro de que quieras decir lo que pareces estar diciendo, sire —replicó el padre coronel Pottscar; Hablas como si ser cristiano exigiera sumisión a un falso Papa.

—No, Pottsy. Sólo significa que al sharf Eltür, al no ser cristiano, le traen sin cuidado las disputas internas de la Iglesia. Por tanto, es libre para negociar.

Unos pocos días después, la alegría de Filpeo Harq rebasó todos los límites, y bailó una jiga de tres segundos en sus habitaciones privadas cuando su tío Urion fue a verlo con la noticia de que Sorely Cardenal Nauwhat había desertado del servicio del falso Papa. Su baile se detuvo cuando advirtió que debería haberse enterado de la noticia antes que su tío.

—¿Por qué no me informó el comandante que aceptó su deserción? —exigió.

—Llegué al acuerdo con Sorely mientras estaba aún en Valana, e hice que la guardia fronteriza lo honrara. Sabía de antemano que venía, porque accedió a pasarse a nuestro lado sólo si mi archidiócesis le garantizaba santuario.

—¡Hijos de puta! Subviertes a mis propios militares.

Van a rodar cabezas. ¿Y quiere santuario para protegerse de quién, de mí? —ladró Filpeo.

—Por supuesto. Y no creas que tomarás la cabeza del padre coronel Pottscar o la mía.

—¡Maldición! Bueno, conmigo el cardenal está completamente a salvo. Le ofrecería una cena de estado.

—Eso es lo que teme. Y contigo estaría a salvo de sufrir daños, pero no de ser interrogado.

—¿Qué tiene que ocultar?

—¡Todo! Está aquí para separarse de ese maníaco de las montañas, no para traicionarlo.

»No ofrecerá ayuda ni consuelo a ningún bando. Es neutral, pero sólo bajo mi protección.

El Emperador, nervioso, se tiró del lóbulo de la oreja y caminó de un lado a otro durante un rato.

—¡Por Dios! —exclamó al fin—. Cuando todo esto se acabe y elijáis a un Papa de verdad, ¿a quién elegir? ¿Quién mejor que un cardenal que conservara sus principios y fuera neutral?

Se volvió a mirar la cara del arzobispo, e inmediatamente se echó a reír.

—Tío Urion, se le acusa de demasiadas malas costumbres como para ser el próximo Papa. Estoy seguro de que las acusaciones son falsas, pero…

Se encogió de hombros.

—Sí —masculló Benefez—. Supongo que Sorely ha pensado en la calumnia de Hoydok.

—Trátalo bien, tío, aunque temas su ambición. Y déjame visitarlo en tu palacio. Invítanos a ambos a cenar contigo.

—No a menos que él esté de acuerdo con la idea. Si acepta, te invitaré. De lo contrario, ni siquiera te daré una explicación.

La invitación a cenar en el palacio de la archidiócesis le llegó a Filpeo sólo tres días más tarde. El Emperador aceptó ansiosamente, y recibió calurosamente al disidente Nauwhat en Ciudad Hannegan. Pero empezó a interrogarlo en cuanto su tío se excusó brevemente tras recibir el mensaje susurrado por el subdiácono Torrildo.

—Ponymarrón está bajo sentencia de muerte aplazada, en todo el Imperio —le dijo Filpeo al de Oregonia en cuanto Benefez no pudo oírlos—. Su elección misma fue un acto de guerra contra Texark por parte de la Iglesia Valana. Si es capturado, irá a la máquina cortacabezas. No debería echarte la culpa por darle la espalda.

—No, sire. Pero dices que su elección es un acto de guerra del clero valano y yo ayudé a elegirlo. No lo consideré, no lo consideramos un acto de declaración de guerra contra ti, puedo asegurártelo.

—¿El clero valano lo eligió, dices? ¿No el Sacro Colegio?

—Sire, en el exilio, el clero valano es el clero de Roma. El Sacro Colegio es el clero de Roma sólo porque cada miembro mantiene una iglesia romana o valana. Pero en una situación de emergencia, el clero de la diócesis de Roma elige a su propio obispo. El Colegio fue un desarrollo posterior en la historia de la Iglesia.

—¡Oh, me preguntaba cómo justificabais ese supuesto cónclave!

—Creo que estaba justificado. Pero después, fue Ponymarrón quien abandonó a la Curia. Se puede considerar que esta guerra es solo suya, aunque otros la reclaman y otros la persiguen. Yo estaba en Valana y no fui consultado antes de que proclamara una cruzada. Ni siquiera estoy seguro de que esta guerra sea justa, mucho menos santa.

—Y, sin embargo, me han dicho que hubo un consejo de guerra antes de la elección y que tú asististe. ¿Y cómo es que te uniste al intento de Chuntar Hadala de traer armas al Valle?

—Simplemente le acompañé a través de las Llanuras, sire. Lo dejé antes de que empezara la batalla.

—Sí, bien, cuéntame eso. ¿Cuánto tiempo hace que empezó Ponymarrón a acumular un arsenal en las montañas Suckamint?

—¿No te dijo el cardenal Benefez que no contestaría a ninguna pregunta sobre asuntos militares? No soy un espía.

El arzobispo Benefez regresó a la mesa y, tras oír el final de la conversación, empezó a reprender a su sobrino por romper su promesa de no acosar al cardenal de Oregonia.

Sin embargo, el Emperador se marchó feliz esa noche. La deserción de Sorely Cardenal Nauwhat, convertido en invitado en el palacio episcopal de su tío, añadía respetabilidad a la causa de Filpeo. Aunque Nauwhat declinara ser interrogado por los servicios de inteligencia, y dejó claro que se consideraba igual a su anfitrión, el Emperador estaba encantado ante la perspectiva de establecer buenas relaciones con los oregonianos, que eran el pueblo de Nauwhat. Era el extraño movimiento de un caballo en el juego de ajedrez continental: dos casillas al oeste y una al norte. Oregonia no estaba lejos del lugar donde el Emperador había deducido que Ponymarrón tenía su fuente de armas de la costa Oeste. Poseía tierras en esa zona y recibía rentas de allí. Filpeo haría regalos al gobernante oregoniano en cuanto pudiera, después de la victoria, fuera quien fuese ese gobernante.

En el este, mientras Hadala preparaba su expedición en Valana, antes de la época de la cosecha, el rey del Tenesi se había aprovechado de la ventaja que le daban los problemas del alcalde con los Saltamontes y con el ejército de Ponymarrón en la Provincia. Atacó el estado títere texarkano de Timberlen, en la orilla este del Río Grande. Filpeo Harq envió a sus regulares al otro lado del Río Grande para expulsar a los tenesi de las tierras quemadas y saqueadas de su aliado. Pero los tenesi los esperaban; se retiraron a las impenetrables montañas, que el general de Texark decidió penetrar.

Ponymarrón se enteró, en su momento, de la existencia de estos batallones, que constituían un regimiento de astutos luchadores montañeses; el Papa envió un correo para expresar su deseo de que los tenesi animaran a las tropas de Texark a ampliar su estancia en el este hasta primavera, con un mínimo necesario de enfrentamientos. El correo llevó el mensaje en forma de tatuaje codificado en su entrepierna, y era demasiado gordo para inclinarse y verlo él solo sin un espejo, y de todas formas no tenía la clave del código. Ponymarrón no se preocupó por él; no parecía tener sentido torturar al mensajero. Sin embargo, agentes de la inteligencia imperial lo capturaron y torturaron hasta que reveló que el tatuaje era un mensaje a los tenesi, y lo torturaron un poco más hasta establecer que ignoraba el código. Los hombres de inteligencia decidieron no matarlo, pero lo ataron a una mesa de operaciones y le quitaron el tatuaje con un escalpelo. Entonces le dejaron marcharse libremente, pero no podía andar a causa del dolor entre sus piernas. Salaron la piel, la clavaron a una tabla para que se secase y la enviaron a Ciudad Hannegan para que la estudiaran. El cuchillo no había sido esterilizado y el gordo correo del Papa murió de septicemia.

Tras enterarse del destino de su correo, Ponymarrón sólo pudo acumular más sanciones eclesiásticas sobre los ya excomulgados y anatemizados Filpeo Harq y su tío el apóstol de la amistad platónica y otras desviaciones de la ortodoxia.

Wooshin hizo todo lo posible para consolar a su amo.

—Me parece, Santidad, que los tenesi harán lo que les pedíais de todas formas.

—¿Entonces mi mensaje sacrificó innecesariamente al mensajero?

Wooshin guardó silencio, recordando que su amo aunque compartiera la indiferencia del guerrero ante la vida y la muerte, nunca se permitiría aceptarlo.

—¡Qué sencillo debió de ser librar una guerra con los métodos de comunicación de la Magna Civitas! ¡Nuestros generales reciben las órdenes, si las reciben, semanas después de que las enviemos y para entonces, la situación suele haber cambiado!

—Sí, Santidad, y por eso, en la tradición de mi pueblo, un general es obligado a considerar las órdenes de su Emperador sólo como un consejo paternal, a menos que luche muy cerca de la corte imperial. En cuanto a la MagnaCivitas, el hermano San Jorge me contó que los generales de aquellos tiempos se quejaban amargamente porque las órdenes de los gobernantes eran tan numerosas y llegaban tan rápidamente que la guerra era manipulada por los políticos. ¡Mirad lo que le pasó a la Magna Civitas!

—¿No debería tratar de decir a los tenesi lo que tienen qué hacer?

Wooshin volvió a guardar silencio, y Ponymarrón sonrió.

—Hacha, si por mí fuera, serías el comandante de la operación en la provincia en vez del Magister Dion.

—No tengo ninguna ambición de dirigir ningún ejército, Santidad.

Ya era noviembre cuando Dientenegro llegó cojeando a las montañas nevadas con un dedo hinchado, en compañía de Aberlott y de un cachorro glep de puma con una oreja azul y el cráneo medio calvo. Los forajidos le habían robado su montura después de que su escolta Perro Salvaje lo dejara en la carretera papal, y entonces Aberlott (que había regresado primero a Valana y luego emprendido el camino al sur con la esperanza de ver de nuevo a la hermana de Jaesis) lo encontró gimiendo y medio inconsciente, con un hambriento gato chupándole el dedo gordo ensangrentado. Cuando llegaron al puesto militar de Arco Hueco, encontraron el nombre de Dientenegro en la lista de personas admisibles, pero no el de Aberlott.

—Ya me acompañó el año pasado; los dos estuvimos aquí como emisarios del Secretariado en Valana.

—No hay ningún «Aberlott». Y no creo que sea uno de nosotros.

—Ni yo tampoco.

El guardia miró con extrañeza al monje.

—¿No? Podría haber jurado…

Aberlott se echó a reír.

—Eres un aparecido, Nimmy. Lo sé desde que Ædra se lo dijo a Anala.

Dientenegro se enfadó. Se volvió hacia el guardia.

—Yo respondo por el idiota.

El guardia llamó a un oficial. Dientenegro tuvo que firmar una garantía como custodio de Aberlott.

—Si quebranta alguna ley, se te castigará a ti.

—¡Qué maravillosa oportunidad para mí! —dijo Aberlott—. ¡Cuándo soy malo, te pegan a ti!

—¡Y a ti te fusilarán! —replicó el oficial.

Pero en cuanto llegaron a la nueva y temporal Santa Sede, se encontraron bajo la amable custodia de Wooshin Qum-Do y el capitán Jing, y por segunda vez Nimmy tuvo que informarles de la muerte de un camarada al servicio de su amo común. Ellos expresaron su preocupación por la continuada ausencia de Gai-See.

—Creo que el sharf Luz Demonio va a retenerlo durante algún tiempo para que enseñe sus artes a los jóvenes guerreros Conejo. Quería que yo me quedara y les enseñara a leer. Bueno, ¿cuándo puedo ver a Su Santidad?

Se encontró mirando a Aberlott y tres (¡oh-oh!) inexpresivos rostros amarillos.