Y en toda estación, que la hora, sea del almuerzo o de la cena, se disponga para que todo se haga a la luz del día.
Regla de san Benito, capítulo 41
El emperador era un erudito de andar por casa. Con la ayuda de un joven profesor de ciencias políticas que también era popular como autor, Filpeo había escrito un libro. Era un libro que Ponymarrón, evidentemente, envió al Santo Oficio en cuanto lo vio. El Santo Oficio lo añadió diligentemente al Index Librorum Prohibitorum, aunque llevaba el imprimatur del cardenal arzobispo de Texark y contaba con una introducción de un monje de San Leibowitz, quien, desgraciadamente para su carrera, estaba de acuerdo con el alcalde imperial en que la restauración de la Magna Civitas sólo podría conseguirse poniendo la ciencia seglar y la industria bajo la protección de un estado seglar, en contra de la resistencia y la hostilidad de la religión. Era un libro tan claramente maligno que el Santo Oficio no escribió críticas ni comentarios; el trabajo fue archivado como «anticlerical». Su autor estaba ya tan anatemizado que más maldiciones de la Roma eterna parecían innecesarias.
Pero Filpeo era un erudito, y entre otras cosas, había podido restaurar varios antiguos trabajos musicales, incluyendo una canción de origen regional que parecía adecuada para convertirse en el nuevo himno nacional del Imperio, y la publicó en su libro. La canción no era muy conocida. Sus antiguas palabras estaban en inglés, pero la traducción al ol’zark quedó bastante bien. Empezaba: «Los ojos de Texark están sobre ti». El alcalde quería que sus súbditos se sintieran bien vigilados.
Todos los sacerdotes del Imperio que leyeron la encíclica de la cruzada Scitote Tyrannum en voz alta desde el púlpito o que observaron públicamente el interdicto impuesto sobre la Iglesia de Texark por el papado de Ponymarrón (sólo había trece), fueron arrestados y acusados de sedición. Dos obispos que habían suspendido las misas y confesiones en sus diócesis, obedeciendo la encíclica, se unieron a los sacerdotes en la cárcel. En seis de cada siete parroquias del Imperio, sin embargo, la vida religiosa continuó como si Amén II nunca hubiera hablado. Después de tantas décadas de papado en el exilio, la población de Ciudad Hannegan, e incluso de Nueva Roma, había perdido la perspectiva del Papa como un miembro real del mundo que los rodeaba. Estaba lejos y su furia era como la de un actor en el escenario, excepto que la gente sólo leía las críticas sin ver la obra. Los medios de comunicación (casi todo en papel impreso, ya que la línea telegráfica al oeste estaba cortada) los mantenían informados, pero se mostraban de parte del relativamente absoluto gobernador del Estado.
Por tanto, Scitote Tyrannum, cualquiera que fuera su poder en el Cielo, era la menor de las preocupaciones de Filpeo en la Tierra. Las fuerzas del Antipapa iban a ponerse en marcha, y el Antipapa había usado los tesoros de la Iglesia para armar a los nómadas salvajes con armas avanzadas para que las emplearan contra la civilización. Filpeo siempre hablaba de él como el Antipapa, aunque no había ningún Papa en competencia. Filpeo defendía la renovación de la Magna Civitas, y Ponymarrón, el Antipapa, se oponía a ello. Era así de sencillo, desde el punto de vista del Hannegan. Ponymarrón era el pasado librando una guerra contra el futuro. Armaba a los bárbaros y pronto los enviaría contra los lugares sagrados de la civilización, si no contra la propia Ciudad de los Hannegans, Filpeo confiaba en poder defender la ciudad hasta que le fueran entregadas las nuevas armas de fuego, y después de que sus fuerzas pudieran expulsar a los aparecidos hasta las Suckamint y conducir a los Conejo al desierto del suroeste, replegar a los Perro Salvaje al norte del Misery, y reducir a los Saltamontes a las antiguas tierras de los Perro Salvaje, para que las dos hordas norteñas se vieran obligadas a luchar entre sí por su espacio vital.
El alcalde imperial esperaba ganar a los forajidos nómadas para su causa, y envió aun ex pirata a reclutarlos. El almirante e’Fondolai les prometió tierras Saltamontes tras la victoria. A Filpeo le hizo gracia al enterarse, pero después de reflexionar un poco sobre el asunto, decidió que, si era posible, cumpliría la promesa que Carpy había hecho tan a la ligera. Si los sin madre podían casarse con mujeres granjeras y recibir en asignación tierra suficiente, podrían criar ganado domesticado y vivir en hogares fijos, y comerciar con los granjeros y las ciudades. En tales circunstancias, no desarrollarían una sociedad parecida a la de las hordas. Muy probablemente el tabú contra la captura de caballos salvajes no podría sobrevivir sin las Weejus para reforzarlo, y los sin madre, una vez que se hubieran asentado, no restaurarían la herencia matrilineal de los nómadas salvajes. Adquirirían propiedades y lucharían para defenderlas. En el sueño del alcalde, tras su segura victoria, los Saltamontes, los Perro Salvaje y los sin madre se declararían la guerra mutuamente, y los Conejo saldrían arrastrándose del desierto para ser detenidos y puestos a trabajar en la reparación de las propiedades dañadas por la guerra.
Filpeo estaba satisfecho con su almirante, pero no con su general.
Cuando el general Goldaem fue a la universidad y pidió la cooperación de Thon Hilbert para enseñar a las tropas cómo contaminar los pozos de la Provincia e infectar el ganado con las nuevas enfermedades, Thon Hilbert rehusó. El general Goldaem fue al Ministerio de la Guerra y lo hizo alistar a la fuerza en el ejército texarkano como soldado raso. Entonces le ordenó que enseñara. Hilbert maldijo al general personalmente y luego maldijo a su monarca. El general hizo encarcelar al catedrático por sedición. El Hannegan llamó al general a sus habitaciones, lo destituyó del cargo, y lo retiró con media paga. Entonces puso al almirante e’Fondolai, alias Carpios Robo, a cargo del proyecto. Como el ayudante de Hilbert en la universidad accedió a enseñar a los militares todo lo que quisieran, Hilbert permaneció en la cárcel, hasta que pidiera disculpas al Hannegan. La disculpa no se produjo inmediatamente.
Tres meses después de despedir al general Goldaem, Filpeo contempló con deleite cómo las fuerzas de choque del almirante e’Fondalai, lideradas por el propio Carpios a caballo, pasaban revista ante él. El alcalde imperial nunca había visto un grupo tal de desarrapados bergantes fuera del patio de una prisión. Iban armados con varias docenas de armas de repetición que ya habían sido entregadas por los armeros, lo cual representaba toda una inversión, que Filpeo no había querido hacer al principio. Carpios mantuvo que para conseguir una fuerza de asalto efectiva, el poder de las armas de fuego lo era todo, así que el emperador entregó sus armas más avanzadas a rufianes vestidos con pieles de lobo y cuero gastado. Los vio marchar bajo un estandarte que mostraba a un pájaro siendo asado en una espeta sobre un fuego; el pájaro tenía grabado junto al símbolo Weejus del Buitre de la Batalla, un par de llaves entrecruzadas. Filpeo se rió en voz alta ante el sacrilegio, llamó al antiguo pirata a su lado, y le concedió el antiguo título de «Vaquero Supremo de las Llanuras», que había sido reclamado por los Hannegans desde la época de sus raíces nómadas, pero que quedó en desuso después de que Hannegan IV se cayera del caballo.
Parte de la diversión de Filpeo era a expensas de Carpios, pues la visión del barbudo pirata vestido con el uniforme blanco de almirante, montado a caballo a la cabeza de trescientos rufianes vestidos con pieles de perros salvajes era hilarante. Después del desfile, Filpeo no sólo le concedió el título de Vaquero sino que lo ascendió a mariscal de campo… «para que puedas elegir tu propio uniforme», fue la forma en que lo expresó el Emperador. Pero se aseguró de que el viejo marino supiera que, cuando terminara el proyecto, sería nombrado comandante en jefe de las fuerzas texarkanas. Había algo oceánico en las Grandes Llanuras. El almirante lo notaba también, y se entusiasmó con las guerras que les aguardaban en el futuro.
No existía ninguna estrategia militar texarkana clara para la guerra contra los nómadas, no desde que Hannegan IV se cayó del caballo, y el trabajo del almirante era desarrollar rápidamente esa estrategia. Las Llanuras, parecían un océano, en el sentido en que no había ningún lugar donde esconderse y ningún terreno defensivo natural donde refugiarse. La mayor parte de las tierras al oeste de los últimos bosques eran igualmente accesibles desde todas las direcciones y, por tanto, tan inhóspitas como el mar sacudido por las tempestades. Una batalla de caballería podía ser como una lucha entre dos naves de guerra… corta, salvaje y con sólo un bando superviviente.
El almirante visitó tres veces a Thon Hilbert en la cárcel. Informó a su gobernante de las visitas y confirmo su obvio propósito; prometió explicar el resultado final, pero se negó a hacer informes sobre el desarrollo. El carcelero le dijo a Filpeo que, durante la tercera visita del almirante, jugaron al ajedrez de Oíd Zark y no hablaron más que del juego. De estas reuniones tampoco surgió nada, pero Carpy quería que el alcalde liberara al profesor de todas formas. Filpeo se negó. No tenía ningún interés en una disculpa, pero con disculpa o sin ella, Hilbert permanecería en la cárcel hasta que la cooperación de la universidad con los militares fuera satisfactoria y segura.
—La enfermedad de Thon Hilbert los retrasa en el sur —le informó un comandante de campo—. Unos cuantos casos han aparecido entre los ejércitos de Ponymarrón, pero sólo es endémica en la Provincia. A causa de ella, los aparecidos y los rebeldes Conejo están agotando su energía militar por el momento. Pronto podremos lanzar un contraataque.
—¿Y ningún caso de enfermedad se ha producido entre nuestras tropas?
—No, como le digo, mientras beban diariamente el antídoto de Hilbert. Sabe mal y no les gusta. Pero tenemos orden de que todo soldado que no lo beba y contraiga la enfermedad de Hilbert será fusilado en el acto. Para impedir contagios, es el motivo oficial.
El alcalde se rebulló, incómodo.
—Eso parece innecesariamente cruel.
—Bueno, si se ejecuta la amenaza, por supuesto. La amenaza es necesaria para prevenir el contagio. La única intención es asegurarnos de que los hombres beben el antídoto.
El Perro de la Guerra era una constelación en la Boche nómada, pero también era la mascota mítica del Señor Qelo Vacío, Aquel antiguo héroe incluso había conducido perros salvajes en batallas contra el ejército del Rey Granjero. Los nómadas usaban sus perros contara el enemigo siempre que era conveniente, pero la batalla de QeloVacío era única porque sus perros eran salvajes y porque las antiguas perras Weejus habían elegido a Cielo Vacío para ser sharf de la Horda de los Perro Salvaje, mientras que su hermana pensaba que los perros eran simplemente leales al Qaesachdri Vordar, a quien se debía toda obediencia. El hecho de que la Horda de los Perro Salvaje lo hubiera elegido como el propio rival del sharf Perro Salvaje humano sugería que el cargo era habitualmente ostentado por un perro. Que este perro tuviera igual derecho a la lealtad Perro Salvaje humana y a las jóvenes mujeres Perro Salvaje era una chanza de los Saltamontes. Una chanza que a veces provocaba luchas entre bandas rivales de pastores de las hordas del norte.
Pero el Perro de la Guerra seguía siendo una figura mítica nómada, y Alce Nadador había iniciado su reinado como sharf ordenando el regreso a la antigua práctica de llevar perros de ataque entrenados junto a los jinetes, en batallas contra enemigos a pie, y concedió el monopolio del entrenamiento de los perros de guerra a la familia de la esposa de su hermano. Lo cual era una forma nómada de decir que dio el trabajo a un cuñado, Cabra Viento de nombre, que casualmente era un buen entrenador. Cabra Viento convenció a todos los adolescentes de su extensa familia para que organizaran partidas con las que saquear los cubiles de las perras salvajes y robarles sus cachorros. Hizo a su hermana responsable de los cachorros, con la orden de no matar a las perras excepto en defensa propia, y de no capturar cachorros de menos de seis semanas.
Una minoría de Weejus sostenía que robar cachorros salvajes era una ofensa similar a la de robar potros salvajes, pero la hermana de Eltür les preguntó con desdén:
—¿A quién estamos ofendiendo? La Hongin Fujae Vurn no es la Mujer Perra Salvaje. Los perros pertenecen al Cielo Vado, por quien habla el sharf. Ni siquiera castigamos a los sin madre por comer cachorros asados.
Luz Demonio quería resultados en dos meses, así que Cabra Viento buscó todos los perros disponibles con cualquier tipo de experiencia como compañeros de trabajo de jinetes. Incluso ya a finales de julio se empezaban a ver resultados. Treinta y cinco guerreros habían recibido treinta y cinco perros para trabajar, y ochenta y un perros más jóvenes estaban ya recibiendo entrenamiento.
No había forma de probar a los perros en las escaramuzas ocasionales con la caballería texarkana, pues los perros nunca podían unirse de forma efectiva a un bando en un enfrentamiento entre dos grupos de jinetes. Los perros podían participar en ataques de la caballería sobre la infantería, pero como las guerras nómadas solían ser conflictos ceremoniales entre las hordas, no había habido motivos, desde la época de Hongan Os, para permitirse los gastos de una gran carnada de guerra… hasta que Eltür empezó a pensar en la lucha contra los ejércitos de a pie del Hannegan. No obstante, el espíritu de la entidad bélica perro-hombre-caballo seguía vivo en las tribus, y el intento de Luz Demonio por reavivarlo se hizo inmediatamente popular. Añadía la bendición del Cielo Vacío a su liderazgo. Pero cualquier agente texarkano que hablara nómada (y debía haber al menos uno) y se enterara del entrenamiento de los perros para la guerra sabría que los perros servían solamente para luchar contra ejércitos de a pie, como los que defendían el Imperio. Serían útiles para hacer incursiones en el espacio texarkano.
Su hermano Luz Amable, cuando atravesó las defensas fronterizas de Texark y cabalgó hasta Nueva Roma, hubiera necesitado perros. Con ellos, Hultor podría haber perdido tan sólo la mitad de hombres, aunque se hubiera quedado sin perros. Un perro era un arma letal y leal, cuando el hombre, el perro y el caballo se fundían en un solo espíritu, que se fundía luego, a su vez, en el espíritu de una carnada. El hombre se convertía en algo más parecido al caballo, más parecido al perro. Perro y caballo se volvían más humanos, y más similares entre sí. Era una unidad espiritual, pero probablemente el único extranjero capaz de advertirlo era aquel viejo chamán cristiano de los Perro Salvaje, el padre Ombroz, un hombre a quien Eltür admiraba profundamente, aunque no le gustase su influencia sobre los chamanes Perro Salvaje. La epifanía de la unidad perro-caballo-hombre, una vez experimentada, era un sacramento nómada. Según Ombroz, monseñor Sanual la había llamado —«una forma bestial de posesión diabólica», una observación que Eltür consideraba halagadora.
Fue el asunto del Perro de la Guerra lo que salvó a Chuntar Cardenal Hadala y a sus oficiales de la muerte a manos de una partida de guerra Saltamontes. El tema salió a colación cuando se convocó un consejo, después de que los líderes Saltamontes se enteraron de la noticia de la invasión de Hadala. Luz Demonio se puso lívido, y casi se dispuso a lanzar un ataque sobre las fuerzas del cardenal. Como táctica de negociación, en el consejo siempre correspondía a un sharf Saltamontes emplear una línea más dura de lo que se esperaba que aprobaran las abuelas. Pero fue su propia hermana quien usó el tema del Perro de la Guerra contra él, después de que Eltür propusiera matar a Hadala y a todo el que se resistiera a que se apropiara de las carretas de la milicia.
—Es una completa traición, hermana —insistió Luz Demonio antes de ceder—. El plan de Ponymarrón era que los aparecidos de las Suckamint atacaran en la Provincia y que los aliados del este lo hicieran en la otra orilla del Río Grande. Los Saltamontes tenían que mantener la paz hasta que el Hannegan enviara a las fuerzas que ahora se enfrentan a nosotros a defender a sus aliados. ¡Ahora viene este ejército de payasos granjeros, salidos de Valana y cargados de armas hacia el Valle Glep! ¿Cómo no va a advertirlos Filpeo Harq? Todos los sin madre del sur los han visto y han tratado de venderle la información a Texark. El primero que lo intentó probablemente hasta cobró.
—Sí, y me pregunto —respondió su hermana, pensativa—, si el sin madre que le contó a Texark lo de tus perros de la guerra cobró también. Y si tus perros no afectarán a nuestras intenciones de que el Hannegan debilite las fuerzas que se enfrentan a nosotros. No, no creo que la justicia Saltamontes exija matar a los idiotas; exige que se vuelvan. Deberías darles a elegir: que se lleven sus armas consigo o que te las entreguen. Y eso, mi sharf, es el consenso de las Weejus.
Luz Demonio dejó que su furia guerrera remitiese, como hacía normalmente ante el consenso de las Weejus, si no se producía ninguna objeción del Espíritu Oso. Tras el consejo, Bram reunió una fuerza de ochenta guerreros y los condujo al sureste para interceptar a la milicia montada de habitantes de las montañas. Sus hombres se habían armado con pistolas de cinco disparos además de las tradicionales lanzas, pero Eltür ordenó que llevaran diez rifles de repetición para matar a los oficiales desde lejos si encontraban resistencia por parte de los ciudadanos.
Entonces emprendió una acción que cambió el curso de la guerra. Mandó llamar a Ojos Negros, que había sido capturado durante la incursión de Hultor.
El hombre había sido encarcelado por el Hannegan y conoció en prisión al cardenal Ponymarrón, pero fue liberado meses después para que entregara a su horda un mensaje de Filpeo. Tanto Luz Demonio como el Emperador sabían bien que Ojos Negros era un agente doble pero como tal podía resultar útil a ambos.
—Háblale a tus contactos de la expedición de Hadala —ordenó el sharf—, para que puedan montar una defensa en esa zona. Y diles que yo te dije que se lo dijeras. Si quieren saber por qué, explícales que quiero que cesen las hostilidades entre los Saltamontes y Texark.
—Los granjeros se alegrarán de oír eso —repuso Ojos Negros con una sonrisa.
Inmediatamente dejó el campamento y se dirigió a la frontera.
Luz Demonio no estaba realmente dando la espalda a sus aliados, porque no estaba convencido de que el Papa se quejara de su traición, pues aunque Ponymarrón podía ser lo bastante insensato para lanzarse a tal aventura, tenía buenos consejeros sobre asuntos nómadas. Algunos habían sido enviados por Santa Locura, Señor de las Hordas. Y Eltür tenía en muy buena estima a uno de los secretarios del Papa, el monje intérprete de nómada Nyinden, que hablaba tan bien el Saltamontes.
Ninguno de esos consejeros permitiría a Ponymarrón creer que la incursión de Chuntar Hadala en país nómada pudiera ser aceptable para los Saltamontes, aunque no fuera una estupidez militar. Cuando su primera reacción sanguinaria remitiera, Luz Demonio esperaba que su partida de guerra se enfrentara… no a una fuerza de cruzados lanzados por el Papa, sino a un abigarrado desfile puesto en movimiento por la locura de hombres inferiores.
Cuando Ponymarrón se enteró de la misión de Hadala, él mismo gritó traición y su furia se dirigió a su sucesor en la Secretaría de Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios. El Papa no podía imaginar ningún motivo por el que Sorely Nauwhat lo traicionara o apoyara un plan absurdo para armar y ayudar a aliados tan dudosos como el grupo de gleps del Valle, con el riesgo de recibir los ataques de Texark en la frontera occidental. Hadala se había vuelto loco al servicio de su rebaño, decidió el Papa. Habría pensado lo siguiente: si Ponymarrón puede armar a los nómadas, yo puedo armar a los auténticos Hijos del Papa… no a los aparecidos de las Suckamint, sino a los gleps de los Watchitah y Ol’zarks. El Papa podía comprender la pasión de Hadala por su propio pueblo, pero no la duplicidad de Sorely Nauwhat en la ridícula empresa.
La posibilidad de que su viejo amigo Nauwhat se hubiera simplemente pasado al enemigo no se le ocurrió a Ponymarrón hasta que se la mencionó Abrahá Cardenal Diácono Linkono, el maestro de Nueva Jerusalén que había sido invitado a unirse a la Curia porque conocía a todo el mundo en esta nación que por el momento era la anfitriona del papado.
—¿Pero qué podría ofrecerle Filpeo Harq que pudiera tentar a Sorely Nauwhat a traicionarnos? —quiso saber el papa Amén II.
—¿El papado tal vez? —supuso el maestro.
Sorprendido por la especulación de Linkono, Ponymarrón envió inmediatamente un mensaje a Valana ordenando al cardenal Nauwhat y al hermano San Jorge que se presentaran ante él. Al incluir a Dientenegro en su orden, el Papa esperaba aliviar las sospechas, por si Sorely era realmente culpable. Sin embargo, dos semanas después, el mensajero regresó con la noticia de que Dientenegro se había ido con la milicia valana y que Nauwhat había desaparecido poco después de su partida. La noticia deprimió a Ponymarrón. Llamó a sus mensajeros nómadas y ordenó a uno de ellos que persiguiera a la milicia de Hadala y le ordenara que regresara. A otro lo nombró oficial de la Curia para que arrestara a Nauwhat al instante si lo encontraba en territorio nómada y arrestara a Hadala si desobedecía la orden de retirada. Envió un tercer mensajero para asegurar al sharf Saltamontes que la partida de Hadala no tenía autorización, pues el Papa temía la furia de Luz Demonio.
Las familias nómadas de servicios de mensajes, tanto Perro Salvaje como Saltamontes, habían disfrutado durante décadas del monopolio del reparto entre Valana y Nueva Roma. Tenían campamentos fijos, y por esta práctica antinómada no eran admirados dentro de las hordas. Los guerreros se mofaban de ellos preguntándoles dónde estaban sus «huertos de verduras». Pero habían ganado dinero y lo usaban para comprar caballos, liberándose así de las obligaciones familiares a las que se sometían compradores y vendedores cuando el vendedor era una mujer nómada criadora de yeguas.
Ponymarrón siempre había utilizado a estas familias para comunicarse con los sharfs y los jefes tribales. Ahora los usaba para mantenerse en contacto con el Qaesacb dri Vordar, y animaba a las familias a establecer estaciones de relevos al norte del río Misery, más allá del alcance de las patrullas texarkanas. Ya había enviado mensajes al rey del Tenesi y a varios gobernantes del otro lado del Gran Río, y esperaba noticias desde ese frente.
Ponymarrón había traído a Nueva Jerusalén dos jinetes Perro Salvaje y dos Saltamontes para abrir una sucursal del servicio de las familias. Tras la desobediencia de Nauwhat y Hadala, vio que necesitaba tres mensajeros más. Le dio un mensaje a un jinete Saltamontes para Luz Demonio donde «autorizaba» a Bram a ejercer la orden papal de arrestar en su territorio a los dos príncipes de la Iglesia, con autorización para encarcelarlos, de forma humanitaria.
Olvidando por un instante que el Papa comprendía su dialecto, el jinete Saltamontes le dijo a su compañero:
—Nuestro sharf sin duda apreciará estos nuevos poderes en su propio reino.
—Tu familia debe enviarnos a alguien menos sarcástico —replicó el papa Amén en un saltamontes medio decente—. Puedes transmitir tu mensaje al próximo jinete de relevo mañana. Luego puedes irte a casa, en el país de las altas hierbas. Tu familia puede enviarnos a tu sustituto cuando llegues.
Dejó de mirar al hombre y se dirigió al jinete Perro Salvaje.
—Puedes estar en casa mañana, y entregar mi mensaje a Hadala desde allí. Le llegará más rápido de esa forma. No podemos conceder poderes de arresto a un Perro Salvaje en territorio Saltamontes. Pero te concedemos poderes para arrestar a Nauwhat en cualquier otro lugar donde lo encuentres. Habrá una recompensa. Haz correr la voz.
Se volvió hacia el segundo Saltamontes.
—Debes perseguir a Hadala todo el camino hasta Ol’zarkia si hace falta. Dale una copia del mismo mensaje. Si no lo obedece inmediatamente y vuelve a casa cuando lo alcances, puedes leer en voz alta a sus hombres el párrafo siete. Excomulga a todos los seguidores de Hadala que no lo abandonen inmediatamente. Armate, pero trata de conseguir ayuda de tu sharf para hacer el arresto.
Entonces miró fijamente al que había hecho la observación sarcástica.
—Cuando veas a un hombre que no puedes controlar a punto de tomarse la ley por su mano, bien puedes ahorrarte la vergüenza y ponerle la ley en la mano tú mismo.
El hombre, que ya había sido despedido, replicó.
—Sin embargo, Su Santidad se sentirá avergonzado cuando le diga al sharf Eltür que habéis dicho eso.
Ponymarrón se lo quedó mirando por un instante, y luego se echó a reír.
—Muy bien, puedes regresar después de que transmitas el mensaje para Bram. Algún día necesitaremos un jinete insolente con habilidad para el chantaje.
La Abuela Saltamontes criaba potros y niños insolentes:
—Tal vez regrese o tal vez no —dijo el jinete.
La partida de guerra y el convoy de municiones de Chuntar Hadala viajaban más rápido de lo que nadie se esperaba. La luna volvió a estar casi llena de nuevo en los últimos días de julio, pero cuando dejaba el mundo a oscuras, al ponerse antes del amanecer, Dientenegro podía ver distantes puntos de luz en el horizonte oriental. Parecían hogueras. ¿Mantendrían los granjeros sus hogueras ardiendo toda la noche? Nimmy sabía que un mensajero había llegado desde el oeste, el día 28, con un mensaje para el cardenal Hadala.
El mensajero pareció sorprenderse al encontrar al cardenal Nauwhat con el convoy. Naturalmente, el cardenal secretario había dejado Valana dos días más tarde, de noche, de modo que nadie en la ciudad podría estar seguro de su destino o su paradero. El mensajero volvió a marcharse, pero el efecto del mensaje sobre los cardenales fue ordenar marcha forzada. La tropa siguió cabalgando hacia el este hasta la medianoche.
A la mañana siguiente, el sol se alzó sobre las lejanas montañas donde Nimmy había visto puntos de luz durante la noche. Tras aquellas colinas se encontraban los extensos asentamientos gleps del Valle. Tras un rápido desayuno de galletas y té, la milicia continuó cabalgando hacia aquel lugar.
Dos días más tarde, cerca de la puesta de sol, un sharf Saltamontes con su partida de guerra los adelantó desde el oeste. La milicia ya había acampado para pasar la noche. Tras consultar con los cardenales, el mayor Gleaver ordenó que dispusieran las carretas en orden defensivo y que los hombres se pusieran a cubierto en prevención de un ataque.
—Esto es una locura, Nimmy —dijo Aberlott—. Son aliados.
—No obedezcas ninguna orden de disparar. Yo hablaré con ellos.
Dientenegro salió de su posición defensiva y fue al encuentro de los guerreros Saltamontes que se aproximaban. Pudo oír al mayor Gleaver gritándole que regresara, y se detuvo una vez cuando un nómada lo apuntó con un rifle. Luz Demonio pronunció una palabra y el guerrero bajó el rifle. Había reconocido al monje y lo llamó.
Una bala alcanzó el suelo cerca de los pies de Dientenegro. Había venido desde atrás. El nómada que había alzado el rifle volvió a empuñarlo y respondió al fuego. Nimmy se giró a tiempo de ver como uno de los tenientes que se encontraba junto a Gleaver soltaba su pistola y caía al suelo.
—¡Por el amor de Dios, dejad de disparar, idiotas! —chilló Nimmy.
—¡Te juzgaré y te colgaré! —replicó el mayor.
Tras Gleaver se encontraba Chuntar Hadala, con aspecto sombrío.
El sharf Bram permaneció fuera del alcance de tiro y esperó unos minutos mientras el monje llegaba.
—¿Me recuerdas? —preguntó Dientenegro.
Bram asintió.
—¿Pero qué hace el servidor del Papa con estos hombres?
—Ya no soy servidor del Papa. Mi amo abandonó Valana sin mí.
—Sí, lo sabía. Lo llevé al sur para reunirse con Dion. El pensaba que lo habías abandonado. ¿Lo hiciste?
—No intencionadamente. No estaba en la ciudad cuando explotó el Palacio. Cuando regresé, él se había marchado y la milicia me reclutó.
—Parece que no te han contado la noticia. —¿Qué noticia es ésa, sharf Bram? Luz Demonio, incapaz de leer, le tendió al monje una carta. Dientenegro la leyó con creciente desazón, miró a Eltür, luego a los cardenales.
—Este debe de ser el mensaje que recibió el cardenal Hadala.
—Ve a decirle lo que dice y pregúntale. Dile que si continúa hacia el este, no lo arrestaré si viaja solo.
—¿Solo? No comprendo. ¿Qué hay del cardenal Nauwhat?
Ahora le tocó a Eltür el turno de sorprenderse. —¿Está aquí? Entonces pueden viajar juntos al este. Los demás os quedaréis aquí.
—No comprendo. Parece que están esperando que ataquéis.
—Esperan que los arreste. ¿No dice eso el mensaje? Lo que no saben es que he enviado un mensajero a la guardia fronteriza texarkana. El enemigo sabe que venís, y sabe por qué. La única manera en que Hadala pueda impedir que sus armas caigan en manos del Hannegan es entregándonoslas. Y la única manera en que los cardenales pueden escapar de mí es entregarse a la guardia fronteriza del Hannegan. Entonces los demás podréis regresar a casa. Recuérdales lo que le hizo Hongan Osle Chür a Esitt Loyte. Podemos hacer lo mismo con ellos, si tenemos que arrestarlos.
La carta que Dientenegro había leído no decía nada de entregar los cardenales al Hannegan, pero decidió no discutir. Cuando regresó al campamento, todo el mundo lo miraba y Ulad esperaba para detenerlo. En el último momento, cambió de dirección para poner a un grupo de reclutas entre él y el sargento aparecido. Le habló rápidamente a Aberlott.
—El sharf tiene órdenes del Papa para arrestar a los cardenales. Si nos resistimos, todos seremos excomulgados. Y el enemigo nos espera, porque Bram los ha advertido de nuestra llegada. Díselo a los hombres, sobre todo a los sargentos Gai-See y Woosoh-Loh. Diles que recen y que Hadala los vea rezar.
Intentó llegar a los cardenales antes de que Ulad lo alcanzara, pero el gigante era rápido. Llegó hasta ellos retenido en una presa y se vio obligado a arrodillarse.
Desde que se unió a la expedición, Sorely Nauwhat había parecido ansioso de evitar a Dientenegro, y se apartó rápidamente. Chuntar Hadala se inclinó sobre el monje. El también era un glep, la piel moteada de varios tonos de marrón (una mutación común), pero a pesar de ello era un hombre guapo, con una perilla y un largo bigote que antiguamente habían sido dorados.
—Bien, hermano, cuéntanos tu conversación con el señor de guerra nómada —dijo el Vicario Apostólico ante la Nación Watchitah.
—¿Su Eminencia no matará al mensajero?
—¡Nadie te envió como mensajero! —replicó el cardenal—. Y el mayor tal vez debería hacerte fusilar. Dinos lo que has descubierto.
—¿Has visto los fuegos en el este por la noche, señor?
—Sí, son las señales de los nuestros. Saben que estamos aquí.
—También lo sabe Texark. El sharf les advirtió de que veníamos. Los fuegos pertenecen a la caballería.
Los parches más claros de la piel del cardenal perdieron el color.
—¡Se supone que son nuestros aliados! —jadeó—. ¿Por qué nos vende al enemigo?
Dientenegro, bajo amenaza y asustado, decidió no mencionar directamente la carta del Papa. Hadala ya poseía una copia.
—Dice que no te arrestará ni a ti ni al cardenal Nauwhat si os entregáis a las tropas de Texark —resumió el monje—. Ordena que el resto de nosotros le entreguemos las armas y salgamos de su país.
Hadala maldijo y fue en busca de Nauwhat. Pronto volvió con una orden.
—Ve a verle otra vez. Invítalo a parlamentar. Saldremos al descubierto, donde sus hombres puedan vernos. Si viene solo, puede venir armado. ¿Crees que ayudaría un juramento mío de que no se le hará daño ni se le tomará prisionero?
Dientenegro lo pensó durante un momento.
—No. Podría considerarlo insultante.
—Hazlo entonces lo mejor que puedas.
El sharf no se mostró reacio. Pidió a un guerrero una segunda pistola, ató a su cinturón la correa de un fornido perro de guerra, agarró al monje por el cuello de su uniforme y empezó a caminar hacia el campamento de Hadala apuntando con una pistola a la cabeza de Nimmy.
—No voy a hacerte daño.
—No soy bueno como rehén, sharf Bram. A ellos no les importa si me matas.
Mientras se detenían ante Hadala, Gleaver y el guía Saltamontes de Hadala, Eltür soltó a Dientenegro, desató al perro y ladró una sola palabra al animal, que empezó a gruñir y a mirar al cardenal.
—Si me disparan, el perro te matará.
Hadala escupió veneno a Luz Demonio por comerciar con el enemigo, y Dientenegro lo tradujo.
El sharf lo ignoró. Bram señaló el este con una mano y habló con frases cortas. Entre ellas, Dientenegro tradujo:
—Este camino hacia el este permanecerá abierto. Va desde el campamento hasta las colinas y hacia la puesta de sol. Cuando un hombre armado entra en el camino, le disparamos. Un hombre desarmado recibe Un disparo de advertencia. Pero tú y el otro Sombrero Rojo podéis pasar, si vais al este. Llevad con vosotros a todos los oficiales desarmados que deseéis. Barba Roja me ordenó que os arrestara y retuviera. Soy sharf de la Horda Saltamontes. Yo doy las órdenes aquí. Cielo Vado es mi Papa. La Mujer Caballo Salvaje es mi hermana. Hongan Osle es mi Señor.
Luz Demonio gesticuló hacia el cielo, la tierra y otra vez hacia la pradera al noreste donde su Señor estaba acampado. Tras una pausa, continuó con grandilocuencia:
—Yo, el sharf de este país, os ofrezco la hospitalidad Saltamontes. Se os pedirá que recojáis mojoncillos secos para los fuegos de la cocina. Y las mujeres os harán acarrear mierda de caballo. Se burlarán mucho de vosotros, pero no seréis heridos. Cuando Barba Roja os mande llamar, debéis ir con él. Si no aceptáis mi hospitalidad, dirigíos al este. Sin armas y sin hombres. Los hombres del Hannegan os aceptarán. Tal vez se alegre de veros.
—¿Incluyes al mayor Gleaver? —preguntó agriamente Hadala.
Eltür se impacientó y empezó a hablar con frases más largas. No sabía nada de Gleaver. Ya le habían dicho que podía tomar a los oficiales desarmados. Dientenegro esperó a que hiciera una pausa y entonces resumió:
—Dejad que el mayor Gleaver coopere en su propio desarme, dice. El sharf lo dejará al mando para que mantenga a los hombres unidos en el camino de regreso a casa. Dice que la chusma saldrá antes de su país de altas hierbas si tenemos un mando. Pero si Gleaver quiere rendirse a Texark, el sharf Bram lo dejará pasar.
—Sabe que superamos a sus hombres casi cuatro a uno. ¿Qué le hace pensar…?
—¿Qué puede detenernos? ¿Se lo pregunto?
—Pregúntale si dos de sus hombres son iguales a siete de los nuestros.
El sharf se echó a reír en cuanto Nimmy tradujo y luego compartió unos cuantos chistes privados con su intérprete. Hadala se enfureció.
—¿Qué dice? Dejad de tener conversaciones privadas.
—Dice que siete contra dos sería justo, si dejáis las carretas sin defender. Vuestros siete hombres con siete armas podrían perseguir a sus dos hombres con dos armas durante varios días, sin conseguir nada, pero perderíais los carros. Si defendemos los carros, estaremos inmóviles y pasaremos hambre. Y si no decidís pronto, Texark vendrá y se quedará con los carros.
—¿Son palabras suyas o tuyas, hermano San Jorge? Ten cuidado no vayas demasiado lejos.
Tras esta advertencia, Hadala empezó a hablar más despacio para que Nimmy tradujera simultáneamente.
—Mira, nos preocupa tanto como a vosotros que las carretas sean interceptadas por las patrullas mientras tratamos de atacar. ¿Por qué no nos ayudáis? Tu gente ha sido bien provista de armas y no necesitáis mis carros. El territorio ocupado no es más que una estrecha franja a lo largo de la frontera occidental de la Nación Watchitah. Apenas es más que una carretera doble. El camino externo es patrullado por las tropas de Texark; se asoman a vuestro país. La carretera interna es patrullada por el Servicio de Aduanas del Valle; miran hacia la Nación Watchitah, mi gente. Yo mismo pertenezco al Consejo del Servicio de Aduanas, como representante de la Iglesia. Su patrulla nos ayudará una vez que pasemos a los soldados texarkanos y vean quién soy. Si pudierais ayudarnos a contener a los jinetes de Texark hasta que logremos pasar las carretas, actuaremos juntos después.
—¿Eres otro sharf de guerra cristiano? ¿Otro genio militar con sombrero rojo? Hay tantos. —Dientenegro se vio incapaz de evitar repetir el tono sarcástico de Bram, aunque pudo ver que el cardenal empezaba a agitarse—. ¿Pero qué impedirá a la caballería texarkana entrar directamente en el corazón del Valle de los Gleps para quitaros las armas?
—Bueno, esperábamos cruzar de noche, sin que ellos lo supieran. Pero lo estropeaste al advertirlos. Y el tratado entre…
La explicación de Hadala quedó interrumpida por un grito de guerra Saltamontes. Alguien gritó ante la gran nube de polvo que se veía al este, probablemente una partida de jinetes.
—Han decidido venir y atacaros ellos mismos, sacerdote glep —dijo Bram con una salvaje sonrisa—. Ahora vamos a quitarnos de en medio. ¿No estás de suerte? Podrás luchar contra ellos en vez de contra nosotros.
Todos los nómadas montaron rápidamente a caballo y Dientenegro los vio cabalgar hacia el noroeste. Sintió la tentación de montar y cabalgar tras ellos, pero Ulad amenazó con dispararle por la espalda por desertor si volvía a romper las filas.
Hadala lo miró durante un instante.
—¿Tienes alguna opinión, hermano cabo San Jorge? —preguntó severamente.
—Esos jinetes estarán aquí en unos minutos. Ésa es mi opinión, Su Eminencia.
Dientenegro se dio la vuelta y corrió hacia las carretas. Sorely Nauwhat y el mayor habían estado contemplando desde allí el encuentro entre Bram y el cardenal Hadala hasta que empezaron los gritos, pero Nauwhat había desaparecido de la vista.
—¡El cardenal ha acabado contigo, soldado San Jorge! —le gritó Gleaver—. Preséntate al sargento Ulad. Apresta tus armas y monta.
Todavía con sus galones de cabo, Nimmy advirtió su reducción de rango sin reconocerlo abiertamente. Antes, el mayor le había amenazado con un consejo de guerra y la horca, así que la degradación era una agradable conmutación de la sentencia. Sin embargo, cuando Ulad lo miró, todavía pudo sentir sus ganas de matar.
Tras observarla retirada Saltamontes, el comandante texarkano detuvo su avance más allá del punto de alcance de los rifles. Los soldados desmontaron. Algunos empezaron a cavar.
Luz Demonio distribuyó a sus soldados en un semicírculo fuera del alcance de tiro, al oeste de la posición de la brigada valana. Dientenegro no tenía dudas de que lucharían para impedir que las armas y municiones cayeran en manos de las fuerzas imperiales, pero no empezarían a combatir hasta que Hadala y sus hombres fueran derrotados por esas fuerzas. La caballería ligera valana, tropas inexpertas y sus comandantes aparecidos, estaban atrapados entre dos bandas de guerra muy superiores.
Era casi el atardecer del martes 2 de agosto. La luna se alzó una hora después de la puesta de sol. Durante esa hora, Sorely Nauwhat desapareció, para no ser visto de nuevo al oeste de las fronteras de Texark.
—Va a haber un motín —le susurró Aberlott a Dientenegro a la primera oportunidad—, a menos que el cardenal glep dimita.
Nimmy sacudió la cabeza.
—Estos ciudadanos podrían amotinarse en Valana, pero no aquí, entre dos ejércitos enemigos.
Chuntar Hadala continuó a la cabeza de su tropa. El sargento Ulad mató a un desertor que trató de huir hacia las líneas Saltamontes durante la noche. Cuando arrastraron el cadáver de vuelta al campamento, resultó ser el guía Saltamontes que sólo renunciaba a su trabajo para volver con su pueblo.
—Era el hombre del sharf y aquí todos estamos en la jurisdicción del sharf —le dijo Dientenegro a Aberlott—. Mira al sargento ahora.
El monje recordaba cómo, en su primer encuentro en Valana, Ulad había expresado su odio hacia todos los nómadas. Pero habiendo matado a uno, su cara no mostraba satisfacción, sino terror.