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Que una buena libra de pan sea suficiente para el día, haya sólo una comida o haya almuerzo y cena.

Regla de san Benito, capítulo 39

Elia Ponymarrón (ahora el papa Amén II) echaba de menos a su intérprete de saltamontes. Nadie había visto a Nimmy desde la elección. El nuevo Papa no quería creer que Dientenegro hubiera desertado; había dejado mensajes para él a los cardenales que se quedaron en Valana. Ahora cabalgaba con los sharfs Oxsho y Luz Demonio Bram en el carruaje de este último, mientras varios cardenales los seguían, algunos en carro, otros a caballo. Wooshin, que no hablaba bien ningún dialecto nómada, cabalgaba con el conductor del Papa. Dentro del carruaje, el joven sharf Perro Salvaje adulaba a su Pontífice, cosa que a éste le molestaba un poco, porque Bram seguía llamándolo «Barba Roja», y cada vez que Oxsho decía «Su Santidad» o «Santo Padre», el sharf Saltamontes se ponia de mal humor. Bram mencionaba a Esitt Loyte más a menudo de lo que hubiera sido correcto. Oxsho argumentaba que el espía había sido capturado antes de poder descubrir algo más que las identidades de los participantes en el consejo de guerra.

—Y eso ya es demasiado —replicó Fluir—. En cuanto el Hannegan sepa que tenemos aliados en el este, será menos probable que envíe fuerzas al otro lado del Río Grande. ¿No es así, Barba Roja?

Ponymarrón había estado mirando el paisaje por la ventanilla, sumido en profunda reflexión. Eltür se vio obligado a repetir la pregunta. Oxsho la rehízo en dialecto perro salvaje, pero la respuesta de Ponymarrón fue indirecta.

—El ataque al palacio me sorprendió completamente. Me quedé demasiado confuso para poder pensar con claridad durante una hora o dos. Los agentes que sacaron a Loyte de la cárcel deben de haberlo llevado directamente a la terminal del telégrafo. Deberíamos haber pensado en eso inmediatamente y enviado fuerzas para capturarlo antes de que pudiera enviar un mensaje. Pronto será capturado, pero demasiado tarde.

—¡Entonces las fuerzas del Hannegan no cruzarán el Río Grande!

—No podemos saberlo hasta que trates de conseguir un alto el fuego, sharf Bram.

—¿Esperas que me haga el cobarde, Barba Roja?

—¡Por supuesto que no! Puedes parecer reacio. Hazle saber que Santa Locura te lo exige, que te encantará continuar las hostilidades si Texark te rechaza.

Ponymarrón tenía la inquietante sensación de que Eltür lo hacía responsable de la conducta autodestructiva de su gemelo Hultor, pero probablemente se debía a la opinión del padre Pisaserpiente de que la sangrienta incursión de Hultor tenía como intención enviar un mensaje al cardenal, que mimaba a los cristianos Perro Salvaje y dejaba a los Saltamontes fuera de su consejo.

—Tus tribus y tus guerreros, y tú mismo, sharf Bram, sois la fuerza más poderosa que tenemos contra el Hannegan.

Eltür tuvo problemas para entenderle. Oxsho trató de traducir al dialecto saltamontes, pero el resultado fue aún menos satisfactorio.

—No somos tu fuerza, Barba Roja —dijo el sharf.

En el camino de Nueva Jerusalén se encontrara con una docena de hombres armados. Las fuerzas de Dion habían tomado la carretera papal y la patrullaban La guardia se puso en formación y saludó al Papa. Pronto llegaron a su destino. La carretera que conducía a casa de Shard ya no era sólo un sendero entre los matorrales que llevaban al Callejón de los Espantapájaros. Los hombres del Magister Dion eran rápidos constructores Habían despejado los matojos. A cincuenta metros de la carretera papal, habían erigido una barricada de troncos y casetas gemelas flanqueaban el camino. Una nube de polvo levantada por hombres y caballos gravitaba sobre la zona. Las casuchas de los gleps habían sido destruidas Barracones y otros edificios de troncos las sustituían Dos filas de carretas estaban cargadas y esperaban el momento de ponerse en marcha, mientras que el polvo de un tercer convoy con rumbo sur era aún visible… Ónmu Kun, supuso Ponymarrón.

Amén II fue rápidamente rodeado por su Curia cuando bajó del carruaje de Eltür, y su despedida de los sharfs nómadas fue escueta y poco cordial. Cada uno de ellos fue recibido por un grupo de guerreros de su horda y estuvieron listos para marchar en menos de una hora. Los secretos de las Suckamintya no eran secretos y la colonia estaba ahora abiertamente en guerra.

El alcalde se dirigió hacia el grupo de cardenales, se arrodilló con precisión militar ante la figura vestida de blanco y rozó con los labios el anillo del Papa. Respondió preguntas antes de que fueran formuladas.

—La estación telegráfica ha sido capturada. Según los prisioneros que hicimos, Loyte ya había estado allí y se había marchado. Los forajidos emboscaron a una tropa de caballería en sus tierras. El rufián que me enviasteis vino con más de un centenar de hombres; no hicieron prisioneros. Nuestra caballería ligera corre hacia la segunda estación, y se están encontrando con guerrillas Conejo que vienen a unirse a nosotros. ¿Qué hay de nuestros aliados en el este?

—Bueno, aún no les han llegado noticias de lo que está pasando aquí. —Ponymarrón se encogió de hombros—. Así que no lo sabremos durante algún tiempo. —Hizo un gesto hacia las montañas—. ¿Tenemos el camino despejado?

—Por supuesto, Santo Padre. Todos los edificios son de troncos, pero nuevos; es vuestra tercera Roma, mientras lo deseéis.

Llamó a un joven que tenía unas piernas tan largas y unos brazos tan cortos que bien podría haber sido considerado un glep, excepto que Dion lo presentó como su hijo. El joven era guapo y educado.

—Slojon será vuestro guía mientras lo necesitéis. Se hará cargo de mis deberes mientras yo estoy con el ejército.

El joven se inclinó y miró de cerca el anillo del Papa sin llegar a besarlo.

Ponymarrón continuó contemplando el paisaje, como sumido en profundos pensamientos, mientras ascendía las montañas en un carruaje que antes había pertenecido al alcalde, quien había ordenado que las puertas fueran pintadas de nuevo con la tiara papal y las llaves. Esta vez Wooshin viajó dentro del carruaje, junto con Slojon, y los cardenales Hilan Bleze y la madre Iridia Silentia. Con ésta, Ponymarrón mantenía una amistad distante pero duradera, y ella le había dado las gracias por haber colaborado a su nombramiento como cardenal por parte del primer Amén. Ponymarrón admitió que no había hecho nada al respecto, pero que una vez ya hecho, le satisfacía tal nombramiento.

Durante el viaje a las montañas, ella sacó el tema del cautiverio de Ædra, pero los problemas respiratorios de Ponymarrón reaparecieron a medida que fueron ganando altitud, y no pudo decir nada en apoyo de su petición a Slojon, tan sólo sonreírle y hacer un gesto en dirección al joven. El gesto podía tener el significado que cada uno de ellos quisiera darle. Hilan Bleze cambió de tema y pasó a asuntos de la Curia.

Cuando llegaron al corazón de la comunidad, el papa Amén II tuvo que ser llevado a sus nuevas habitaciones en silla de manos. Le pidió al secretario de estado que enviara un mensaje urgente a Dientenegro en Valana pidiéndole una copia de una receta del Venerable Boedullus. Luego se desplomó en una cama de plumas y durmió durante dieciséis horas. Ante el edificio había una decepcionada multitud de fieles de entre los «hijos del Papa», de aspecto normal, que se habían reunido con la esperanza de recibir la bendición apostólica de su padre especial. El secretario Hilan Cardenal Bleze los bendijo y les dijo que regresaran mañana.

El cabo Dientenegro San Jorge nunca recibió el urgente mensaje de su Pontífice, pues cuando éste llegó a Valana, fue dirigido al fuerte y entregado a su comandante, el mayor Elswitch J. Gleaver, quien firmó un recibí en ausencia de Dientenegro, pero, de algún modo, olvidó entregárselo más tarde. Comentó el mensaje a Chuntar Cardenal Hadala. El cardenal lo abrió y lo leyó.

—Nuestro nuevo Santo Padre debe de haberse convertido en un goloso desde su elección —bromeó Hadala, con un rastro de desdén en su tono—. Sólo es una petición de una receta de un cocinero llamado Boedullus.

—¿Podría ser un mensaje en código? —sugirió el florido mayor.

—Creo que no. Si el cabo Dientenegro tuviera alguna información secreta, el Papa lo llamaría directamente.

—Bueno, tengo entendido que Su Santidad lo mandó llamar.

—¿Dónde ha oído eso? —preguntó bruscamente el cardenal.

—Un rumor. El mismo debió de iniciarlo, pero alguien dijo que venía del cardenal Nauwhat.

—¡Maldición! Tendré que hablar con Sorely. Sabe usted que el alcalde Dion no quiere a ese monje en Nueva Jerusalén. Está el tema de su asunto amoroso con esa chica sospechosa, y el Papa, después de todo, depende ahora demasiado del alcalde para arriesgarse a ofenderlo. Estoy seguro de que por eso Elia no lo ha mandado llamar. Además, no necesitará a un intérprete de nómada en Nueva Jerusalén, aunque… —se interrumpió.

El mayor lo miró y se preguntó si la distinción entre intérprete y traductor había detenido la cadena de sus pensamientos. Como para confirmar esto, Hadala continuó:

—Además, vamos a necesitar a alguien que se encargue de la correspondencia entre nosotros y los sharfs nómadas. Sin duda Sorely lo necesitará también, por el mismo motivo. Por eso propusimos su ascenso a cabo y queremos mantenerlo razonablemente satisfecho. Dudo que ningún rumor sobre su regreso con Ponymarrón… quiero decir, al servicio del Papa, proceda de Nauwhat.

—Bueno, puedo mantenerlo ocupado hasta que usted lo necesite —ofreció Gleaver—. Ahora mismo, está con la policía. Y luego tiene permiso hasta después del funeral de mañana.

—Será mejor mantenerlo vigilado, no vaya a escaparse. No es de fiar. Ponymarrón descubrió eso. Y no le asigne servicios en la ciudad. Probablemente es demasiado blandengue para disparar a los traidores.

Una mujer de la limpieza, que venía los lunes a lavar las ropas, platos y suelos del antiguo Papa, se daba normalmente la vuelta cuando veía el cartel de REZO, MÁRCHATE. Pero el lunes en cuestión, una mancha marrón que asomaba bajo la puerta llamó su atención. Llamó tímidamente, pero no hubo respuesta. Tanteó el pomo y la puerta cedió hacia dentro. Era una mañana silenciosa y su grito resonó por toda la colina. Un granjero y dos pastores respondieron. El cuerpo decapitado de Amén Pajaromoteado había caído de lado desde el reclinatorio donde obviamente estaba arrodillado cuando su asesino atacó. Su cabeza había rebotado en la pared y había ido a caer bajo la mesa. Llevaba muerto al menos dos días.

La forma de su muerte (un único golpe horizontal de espada), hizo inmediatamente que las sospechas recayeran sobre la Guardia Amarilla, pero ni Gai-See ni Woososh-Loh habían dejado el fuerte durante la semana del asesinato y los demás, incluyendo a Wooshin, habían acompañado al papa Amén II a Nueva Jerusalén.

Dientenegro fue una de las últimas personas en ver con vida al papa Amén Pajaromoteado y la policía lo interrogó con diligencia, pero en presencia de su abogado, un sacerdote nombrado por tino de los cardenales para cuidar de sus intereses. Resultó que la policía no sospechaba de él, pero su abogado sirvió de cierta ayuda para explicar la relación religiosa desarrollada entre el monje leibowitziano y el Papa retirado, durante sus nueve días de silenciosa oración en la residencia de Amén, pocos días antes del asesinato. Nimmy se echaba la culpa. No había hecho caso de su intuición en el momento de su despedida: la sensación que le había asaltado de que Pajaromoteado corría peligro inminente. El hecho de que Ulad lo agarrara por el cuello y lo arrastrara hasta la milicia le distrajo de esta preocupación, y estaba seguro de que de todas formas Pajaromoteado ignoraría cualquier advertencia.

A la policía no le importaban sus sentimientos de culpabilidad. Todavía no tenían ningún sospechoso, aunque la población de la ciudad estaba siendo cuidadosamente investigada, y todo ciudadano que no pudiera ofrecer pruebas de su lugar de nacimiento era enviado a un campo de retención adjunto al fuerte. Ya habían sido fusilados quince participantes conocidos en el alzamiento terrorista. La espada asesina bien podría haber sido un sable de caballería, tan afilado como una de las hermosas hojas de los guerreros asiáticos. Permitieron que Nimmy se marchara y su permiso fue ampliado para que incluyera el funeral del anciano. Quería huir a Nueva Jerusalén, pero sin duda sería capturado, y, si escapaba, tal vez Ponymarrón no le diera la bienvenida.

Amén Pajaromoteado yacía de cuerpo presente, iluminado por muchas velas sobre el alto catafalco en la catedral de San Juan en el Exilio, y todos los fieles que quedaban en Valana tras la insurrección, la purga y la huida fueron a presentarle sus respetos y a pasar en lenta fila para ver el cadáver. Hubo menos pompa y grandiosidad que si hubiera muerto como pontífice reinante, y un algo de caos, pero eso se debía más al éxodo a Nueva Jerusalén que a su dimisión y la transferencia del poder papal al cardenal Ponymarrón. Los investigadores descubrieron, por ejemplo, que tras su dimisión nadie había retirado del dedo del anciano el anillo del pescador ni recogido los dos sellos (uno para cera, otro para plomo) de su cargo; estos sellos normalmente eran recogidos y rotos por el Cardenal Alto Chambelán durante el interregno tras la muerte del Papa. ¿Habían sido utilizados después del nombramiento de Ponymarrón? El anillo se le quitó del dedo después de su muerte, pero los milicianos registraron la casa y no encontraron sello alguno. ¿Robado por su asesino? Estas y otras irregularidades arrojaron dudas sobre muchos documentos del pontificado de Pajaromoteado que salieron a la luz, sobre todo en casos donde no podían localizarse testigos vivos.

Después de unirse a la lenta fila y esperar su turno, Dientenegro pasó ante el ataúd. Advirtió que el encargado del mortuorio había hecho un buen trabajo ocultando el hecho de que la cabeza estaba separada del cuerpo pero, por lo demás, el cadáver se parecía más a un Papa de lo que lo había parecido Pajaromoteado estando vivo. El salvaje pelo blanco estaba cuidadosamente peinado, las profundas arrugas de su cara estaban maquilladas y su piel negra un poco aclarada con polvo marrón. Sin embargo, el hedor del cadáver había empezado a traspasar los olores de fondo producidos por el incienso de la iglesia. Nimmy se atragantó con las lágrimas y corrió hacia la plaza.

Había una pequeña multitud. Muchos de los admiradores de Amén Pajaromoteado habían sido devotos fanáticos del viejo santón. Algunos disputaban la validez de su dimisión, y por tanto la validez de la elección de Ponymarrón, incluso se oyó a algunos sugerir que el propio Ponymarrón había preparado el asesinato del anciano para asegurar su cargo. Nimmy oyó a dos habitantes de las montañas dar voz a esta teoría y les gritó:

—¡Estúpidos palurdos! Eso es exactamente lo que Texark quiere que creáis.

Los dos hombres se molestaron y Nimmy se vio envuelto en una pelea. La ganó, pero perdió parte de su autoestima, aunque ahora llevaba el uniforme verde de los milicianos y no sus hábitos marrones de monje. No obstante, sintió palmaditas en la espalda y oyó los vítores de los valanos que sabían que conocía y apreciaba al nuevo Papa.

Cuando el funeral tuvo lugar, al día siguiente, Dientenegro olió el hedor del cadáver incluso por encima de la bruma de incienso de piñas piñoneras que inundaba la catedral; testigos posteriores, en la causa de canonización del papa Amén, testificarían sobre el perfume celestial exhalado por el cuerpo. Dientenegro conocía bien los milagros olfativos realizados por los cadáveres de los santos: san Leibowitz había olido a barbacoa de ambrosías, según decían sus seguidores. También él trató ahora de oler el milagroso perfume de Amén Pajaromoteado, pero su piedad tal vez había quedado disminuida por sus pecados, pues el olor a podrido persistía.

Sin embargo, de repente, el cuerpo de Amén Pajaromoteado se enderezó en el ataúd y señaló directamente a Dientenegro. Los bigotes del puma se retorcieron y los colmillos destellaron. Nimmy cerró los ojos para expulsar las lágrimas. Cuando volvió a abrirlos, el cadáver yacía tendido y no se movió durante la misa funeraria, concelebrada por los seis cardenales que se habían quedado en la región.

La purga de los habitantes de Valana continuó, incluso durante el funeral. Cuando Nimmy salió de la iglesia, se enteró de que el número de conspiradores sospechosos que habían sido fusilados se elevaba a dieciocho y más de treinta ciudadanos estaban prisioneros en la empalizada junto al fuerte. Todo aquel que era incapaz de presentar pruebas sobre su lugar de nacimiento, bien fuera por medio de documentos o a través del testimonio de testigos, sería enviado al exilio permanente, a no ser que apareciera alguien que testificara sobre su participación en el terror. Cualquier cautivo con un enemigo o dos en la ciudad podía esperar una denuncia y el testimonio que condujera a su ejecución. Así se zanjaban antiguas rencillas. El tribunal que juzgaba los casos no era civil ni eclesiástico, sino militar. Nimmy suponía que la mayoría de los auténticos villanos habrían huido de la ciudad inmediatamente después del crimen, pero los juicios daban una vía de escape a la venganza. Sin embargo, la policía no tenía ningún sospechoso del asesinato de Amén Pajaromoteado.

Cuando Valana quedó pacificada y purgada, no se habló de desmantelar la milicia. Quedó claro que Chuntar Cardenal Hadala y sus oficiales de Nueva Jerusalén tenían su propio plan de batalla cuando se cursaron órdenes para preparar las fuerzas combinadas que saldrían de la ciudad a primeros de mes, con la luna llena. Se habían enviado mensajeros a los Perro Salvaje y el sharf Oxsho respondió enviando tres guías y más de cien caballos para aquellos soldados ciudadanos de Valana que no tenían ninguno. Los guías fueron asignados a Dientenegro para que hiciera de intérprete, y el monje descubrió que desconocían el hecho de que seguían directamente las órdenes de Chuntar Hadala, Sorely Nauwhat, y Elswitch Gleaver en vez de las del Papa. Temió mencionarlo, porque Nauwhat siempre había sido íntimo de Ponymarrón. Los valanos se sentían escépticos y se quejaban continuamente de tener que dejar las inmediaciones de la ciudad y dirigirse a las lejanas montañas, pero todavía no se hablaba de rebelión.

El primero de julio, cuando la milicia se preparaba para dirigirse al este con catorce carretas llenas de armas, un mensajero de la Guardia Papal llegó cabalgando a Valana y clavó en la puerta de la catedral y en el muro del Palacio Papal un documento de ocho páginas con el sello papal, luego continuó hasta el fuerte y clavó otra copia en la pared de la sala de ordenanzas.

Comenzaba con; «Amen II Episcopus Romae servus servorum Dei, ómnibus electis domini ipsisfidelibus m una Ecclesia vera Catholicaatque Apostólica credentibus, qmsubsunt nobissecundum Petrum unicum pastorem…».

Dientenegro sabía que los historiadores la llamarían por las primeras palabras del texto, Scitotc Tyrarmum, que seguían. Al regresar al fuerte tras la licencia, después de oscurecer, leyó a la luz de las antorchas los primeros párrafos clavados a la pared:

Amén II, Obispo de Roma, servidor de los servidores de Dios, envía saludos y la Bendición Apostólica a todos los fieles creyentes en la única Iglesia, Católica y Apostólica, a aquellos elegidos del Señor, que son súbditos de Nos como Pedro, el único pastor nombrado por Cristo para convertirse en jefe de Su cuerpo místico.

SABED QUE EL TIRANO Filpeo de Texark [Iyrannum Phillipum Texarkanae] junto con su tío, el antiguo cardenal obispo de la ciudad de los Hannegans [Civitatis Hanneganensis], tras haber sido por sus propios hechos [ipso facto] excomulgados, según fue afirmado por Nuestro predecesor de santa memoria, Amén I, son por tanto declarados por Nos enemigos de Dios y de Su Santa Iglesia, son maldecidos, condenados, expulsados, arrancados del Cuerpo de Cristo, apartados adonde no hay ninguna salvación. Por crímenes contra la humanidad y la Iglesia, incluyendo su propio pueblo y su clero. Nos, declaramos a Filpeo Harq depuesto del cargo de alcalde; Nos, absolvemos a sus antiguos súbditos de todos los juramentos de obediencia hacia él; Nos, les instamos a reconstituir un legítimo gobierno en su palacio; y Nos, exhortamos a todos los gobernantes cristianos de los pueblos de todo el continente a tomar las armas contra él. Recibirán a través de Nuestros venerables hermanos, sus obispos, Nuestra bendición sobre sus ejércitos y sus armas.

Aún más, aquel de entre los fieles que sea apto para llevar armas, tras librar justa guerra contra este tirano hereje y su tío, recibirá de Nos, a través de su confesor, indulgencia plenaria para todos sus pecados y la remisión de todo castigo temporal que pueda deberse bien en este mundo o en el Purgatorio. Tras confesar, su única penitencia será librar la guerra contra las fuerzas del tirano imperial, y de morir en batalla, Nos, que empuñamos las llaves del reino de los Cielos, abriremos la puerta para que pueda entrar en la santa Presencia…

¡Una cruzada!

La palabra en sí no se empleaba, y no había sido utilizada desde el siglo veintitrés, pero todas las características estaban allí. El Papa hablaba de héroes marchando a la batalla tras un crucifijo. La guerra habría de librarse bajo el signo de la cruz y la bandera del papado. La iglesia de Ciudad Hannegan estaba proscrita. Se ordenaba cerrar los tribunales eclesiásticos. Se prohibía a los sacerdotes decir misa. Todos los sacramentos, excepto los últimos ritos, quedaban en suspenso. Los clérigos y seglares que ignoraran el interdicto quedaban excomulgados automáticamente. La sentencia no se extendía a la Provincia, excepto para aquellas parroquias que habían rehusado obediencia al antiguo Vicariato de Ponymarrón y permanecían unidas a la Archidiócesis de Ciudad Hannegan.

Sobre el propio Urion Benefez, el Papa pronunciaba una sentencia de «Anatema, del que sólo podrá ser absuelto por el Pontífice Romano y en el momento de su muerte».

Había más, pero Dientenegro dejó el furioso documento y regresó a los barracones bajo la luna llena. Se pondrían en marcha mañana. Su asombro se debía al hecho de que tal lenguaje procedía de su antiguo patrón, un hombre que tardaba en enfurecerse.

—¿Por qué te sorprendes? —le preguntó Aberlott—. ¿No has oído hablar de cruzada antes?

—Sí, pero no desde el siglo veintitrés, y ésa fue una de las guerras menos santas jamás libradas. La encíclica, o como se llame, no parece del cardenal Ponymarrón.

—Bueno, no es del cardenal Ponymarrón. Es del papa Amén II. Quizá su voz cambió cuando le cayó el cargo encima.

—Parece más propia de Domidomi Cardenal Hoydok.

Aberlott reflexionó durante un instante.

—¿Y por qué no? Hoydok no se atrevería a regresar a Ciudad Hannegan. No está aquí. Así que debe de estar con el Papa. ¿Y quién mejor podría escribir una carta para enfurecer al alcalde y al obispo? Probablemente ahora sea secretario del Papa para asuntos urbanos.

La urgencia de Nimmy por huir a Nueva Jerusalén no había desaparecido por completo, a causa de Ædra, pero había disminuido con el tono de la encíclica Scitote Tyrannum. No estaba seguro de que quisiera trabajar para su autor.

A la mañana siguiente, muy temprano, la mayoría de la población que quedaba en Valana salió a ver partir a sus jóvenes hacia las Llanuras para guerrear bajo el mando de los aparecidos de Nueva Jerusalén.

El clero menor, que había leído la Scitote Tyrannum había colgado sus hábitos y ahora desfilaba con los jinetes. Un sacerdote con un crucifijo marchaba ante el caballo del mayor Gleaver. Dientenegro sospechaba que el apoyo del clero había sido preparado por uno de los cardenales. La exhibición religiosa en apoyo de la milicia impedía una muestra pública de hostilidad hacia los comandantes extranjeros que lideraban a la soldadesca local.

El sol se aproximaba a su cénit cuando Gleaver permitió una pausa para comer, beber y disfrutar de un breve descanso. Cuando la formación volvió a ponerse en marcha, Ulad envió a Dientenegro a la cabeza de la columna como intérprete. Sólo entonces, hallándose a salvo de oídos civiles, Gleaver estaba dispuesto a revelar la ruta planeada a sus guías nómadas. Incluso así, el mayor ordenó que los detalles se mantuvieran en secreto a los hombres y a los nómadas de cualquiera de las hordas que pudieran encontrar por el camino.

—Desde aquí cabalgaremos al sureste hasta llegar al río Kensau. Seguiremos el río hasta que gire al noroeste, y luego continuaremos este-sureste hasta volver a encontrarlo en alguna de las antiguas presas cerca de Tulsa. A partir de ahí, seguiremos hasta que nos encontremos a medio día a caballo de la carretera de patrullas de Texark. En ese punto mandaremos exploradores y una patrulla para que se infiltre en Watchitah.

Dientenegro lo tradujo a los exploradores nómadas y Gleaver continuó:

—La luna deberá estar llena para cuando lleguemos. Nuestros hermanos tras la frontera pueden preparar escaramuzas que distraigan a las patrullas mientras nosotros tratamos de hacer pasar las carretas durante la noche. Con suerte, podremos armar sin lucha a la gente del Valle. Si tenemos que combatir para pasar, eso significará que el Hannegan nos habrá visto llegar. Eso significa secreto. No habléis sobre nuestro destino con ningún nómada que encontremos.

Los guerreros nómadas asintieron, pero Dientenegro los oyó hablar después de que la tropa estaba siendo observada por los sin madre, quienes regularmente vendían noticias sobre los movimientos Saltamontes a los agentes texarkanos. Había luna nueva, el último día de julio. De día o de noche, un convoy de carretas escoltadas por caballería ligera e infantería que cruzara las Llanuras hacia Watchit-Ol’zarkia, no pasaría inadvertido. Nimmy y los nómadas esperaban pelea, pero sólo Nimmy la temía, y su Ædra estaba en la cárcel.

Todo el plan parecía una locura. Una semana después de partir de Valana, Sorely Nauwhat los alcanzó. Estaba agotado tras haber cabalgado a toda velocidad, e inmediatamente se acostó en una de las carretas. El caballo que había traído tenía una marca que lo identificaba como perteneciente a una de las familias de mensajeros nómadas, era evidente que había cambiado de caballo varias veces para alcanzarlos. ¿Por qué Nauwhat? ¿Qué era tan importante en esta expedición que el jefe del Secretariado se unía al mando? Antes de su llegada, Dientenegro llegó a sospechar que esta arriesgada salida de la milicia valana era un proyecto de Chuntar Hadala e, impuesto contra su voluntad, pensaba en desertar. Pero Nauwhat era el amigo más íntimo y quien más apoyaba a Ponymarrón en la Curia, y su presencia aquí parecía confirmar la legitimidad aunque no la cordura de la misión. Gai-See y Woosoh-Loh, ahora sargentos, habían venido con la expedición, y su lealtad hacia Ponymarrón quedaba fuera de toda sospecha. Con ellos vigilando, no habría desertores.

Una mañana temprano, a mediados de julio, mientras pasaba ante la tienda de los cardenales, Dientenegro oyó una conversación entre los príncipes de la Iglesia.

—… paz, sí, ¡pero la paz de Cristo! —decía Hadala.

—Cierto, Ponymarrón ama la paz —respondió el amigo de Ponymarrón—. La ama tanto que no le importa a quién mata para conseguirla.

Dientenegro se marchó rápidamente, pero quizá no antes de que lo vieran. Inmediatamente después, Sorely Nauwhat empezó a evitarlo.

¡Oh, santa Librada! ¡La libertad no está a la vista! ¡Reza por nosotros!

Esa noche soñó con una mujer, una baja de guerra. Estaba medio enterrada en un cráter abierto por el fuego de los cañones.

La sangre manaba lentamente en un denso arroyuelo desde un agujero en el borde de su pecho. La mitad de su cuerpo y el brazo derecho estaban engullidos por el corrimiento de tierras, mientras que el brazo izquierdo quedaba libre y fláccido entre las piedras y la arena. El le tocó el brazo y le buscó el pulso. No pudo encontrarlo, pero la herida en su costado seguía sangrando. El flujo de sangre continuaba. Corría por la arena y entre las piedras y continuaba un par de metros pendiente abajo. Dientenegro se arrancó un pedazo de la túnica y trató de detener la hemorragia, pero incluso después de ponerlo allí y contar hasta mil, la herida seguía sangrando abiertamente. Trató de desenterrarla, pero en su esfuerzo movió una piedra crítica, hizo que el cuerpo se moviera y varias rocas rodaron desde arriba, como si el corrimiento de tierras no hubiera finalizado aún su trabajo.

El flujo de sangre aumentaba, hasta que se dio cuenta de que la sangre ya no podía ser suya, sino que procedía de algún lugar en las profundidades de la colina desmoronada. Pero la sangre la mantenía viva. Poco después, ella abrió los ojos y lo miró.

Por un instante, fue Ædra. Alzó la mano izquierda hacia su cara, y él vio una palma manchada de más sangre.

—Tengo ojos, no me miren.

»Tengo manos, no me tapen.

Ahora era santa Librada, bajada de la cruz.

Dientenegro retrocedió asustado. Ella siseó y se volvió roja y trató de morderlo. Era la esposa de Ponymarrón, el Buitre de la Batalla. Una sombra cayó sobre él y alzó la cabeza. Allí se encontraba Elia Ponymarrón, vestido de blanco y llevando la tiara. Roció a la mujer con agua bendita y ella se retorció en agonía.

Dientenegro siempre lo pasaba mal cuando dormía bajo las estrellas.